– Procuraré mantener a raya a Scotland Yard -dijo MacDuff, frunciendo el ceño-. Sin embargo, estoy un poco preocupado. No me sentiré tranquilo si dejo a Michael cuando me ausente de mis tierras.
Sophie se puso tensa.
– ¿Piensa marcharse?
– ¿Por qué le sorprende? Devlin ha matado a los míos. No puedo dejar que se salga con la suya -dijo, con el ceño fruncido-. No se preocupe. Me encargaré de que el niño quede bien protegido.
– Acaba de decir que pensaba que no podía hacer eso.
– He dicho que no estaré seguro a menos que se ocupe de él la persona adecuada. Estoy trabajando en ello.
– No tiene que trabajar en ello. Yo soy la responsable de Michael. Soy yo la que tiene que preocuparse de que nadie le haga daño -afirmó, y se incorporó-. Usted haga lo que tiene que hacer. Yo cuidaré de mi hijo.
– No, no lo hará.
Ella lo miró con expresión de incredulidad.
– ¿Qué ha dicho?
– Puede que los necesite, a usted y a Royd. Usted está metida hasta el cuello en esta desgracia y tiene información y una visión que yo no tengo. No puedo dejarla ocupada sólo de lo que le ocurra a su hijo y que eso le impida actuar.
– Dios mío -Sophie sacudió la cabeza-. Es usted tan implacable como Royd.
– ¿Quiere decir egoísta? Diablos, claro que sí. Protegería al niño de todos modos, pero si impedir que usted cometa un error me ayuda a conseguir lo que quiero, puede estar segura de que lo impediré. -Le hizo un gesto con la mano-. Vaya usted a ver a Michael y a Royd. Yo tengo que ocuparme de unos asuntos con el juez y el inspector de Scotland Yard que investigan la muerte de Dermot. Intente no dejarse ver. No quiero que se enteren de que hay extranjeros en el castillo.
– Yo tampoco -dijo ella, con voz seca-. Es probable que también me vieran como sospechosa del asesinato. -Sophie cerró la puerta y se alejó por el pasillo.
No sabía que debía esperarse de MacDuff, pero él no paraba de sorprenderla. Arrogante y contundente en ciertos momentos, y carismático al momento siguiente. Lo único que de verdad había observado en él era que había que tenerlo en cuenta, y que ella tendría que estar alerta para no ser barrida a su paso.
– Estás frunciendo el ceño.
Alzó la mirada y vio a Jock en la puerta. Sonreía vagamente, aunque la sonrisa no le llegaba a los ojos. Parecía cansado y triste. ¿Por qué no habría de ser así?, se dijo, con un sentimiento de compasión. Se había pasado la noche velando a sus muertos.
– ¿Acabas de volver?
Él asintió con un gesto de la cabeza.
– Tuve que quedarme hasta que llegó el inspector de Scotland Yard. El juez de la localidad no quiso dejarme marchar. -Hizo una mueca-. A pesar de que se pasó la mitad de la noche hablando con MacDuff para hacerle jurar que mi coartada era cierta.
– No tendrías por qué haberte quedado tú. Con tus antecedentes, era lógico que…
– Lo sé. A MacDuff tampoco lo gustó la idea. Pero Mark Dermot era mi amigo -dijo Jock, y enseguida cambió de tema-. ¿Por qué fruncías el ceño? Te he visto salir de la biblioteca.
– Entonces sabrás por qué estoy molesta. Tu MacDuff es un hombre muy arrogante. Le he dicho que es igual a Royd.
– Hay ciertas similitudes. Los dos son implacables y obsesivos. ¿Qué ha hecho MacDuff para contrariarte?
– Vino a decirme que, me guste o no me guste, él se ocupará de Michael porque yo soy demasiado útil para quedarme haciendo de madre.
– Supongo que estará cansado -dijo Jock, con una risilla-. Normalmente, es más diplomático. Cuando se lo propone, MacDuff puede ser el hombre más encantador del mundo.
– Eso quiere decir que esta mañana no se lo ha propuesto. Me dijo que me fuera por ahí y que no me dejara ver, que hablaría conmigo más tarde.
– ¿Y piensas hacerle caso?
– Claro que no. -Sophie suspiró con expresión de cansancio-. Vale, no me dejaré ver. Si no, me estaría portando como una estúpida. No quiero tener a Scotland Yard siguiéndome los pasos, pero tampoco pienso dejar que él me diga lo que tengo que hacer. Yo soy la que debe tomar las decisiones -dijo, sacudiendo la cabeza-. Aunque sólo Dios sabe que estos últimos días he sido más zarandeada que un marinero borracho en un huracán.
– MacDuff se ha portado muy bien con Michael, Sophie -le recordó Jock, con voz queda.
– Eso ya lo veo. No todos los niños tienen un lord con quien jugar al fútbol. Y Michael mencionó algo acerca de la búsqueda de un tesoro. ¿Se lo ha inventado MacDuff para entretenerlo?
Jock se encogió de hombros.
– Hay algunas historias. En cualquier caso, impidió que Michael se aburriera. No es más que un niño pequeño lejos de casa.
– Y yo estoy agradecida. Pero no lo bastante como para dejar que MacDuff me pase por encima.
– Hablaré con él.
– Como quieras -dijo ella, y empezó a subir las escaleras-. Tengo que ir a ver a Royd. Estaba muy débil. No debería haber caminado hasta el castillo anoche.
– Le ofrecí traerlo en coche.
– No estoy culpando a nadie. Si alguien tiene la culpa, es él -dijo, mirando por encima del hombro-. Es tan obcecado que se cree Superman.
– No has hecho gala de demasiado tacto -dijo Jock. Acababa de entrar en la biblioteca de MacDuff-. Y a Sophie no le gusta que le digan lo que tiene que hacer. Tendrás suerte si no coge a Michael y se marcha de sopetón.
MacDuff alzó la mirada.
– Estaba demasiado alterado para conducirme con tacto. Tuve que decirle lo que pensaba y que no se dejara ver hasta que Scotland Yard se vaya. ¿Ya están en camino?
– Llegarán en quince minutos. El inspector se llama MacTavish y es un hombre agradable -dijo Jock, y su sonrisa se desvaneció-. Cuando no me está acusando a mí de la masacre. Me obligó a mirar cuando sacaron a la pequeña del pozo. Creo que quería ver mi reacción.
MacDuff masculló una maldición.
– Cuando dijiste que vendrían los de Scotland Yard, te advertí que no eras el más indicado para quedarse.
– Mark era mi amigo. -Jock guardó silencio un momento-. ¿Cuándo saldremos a buscar a Devlin?
– Pronto. Primero tengo que ocuparme de esto -agregó, con voz sombría-. Y convencer a Scotland Yard de que no has vuelto a las andadas ni has perdido la chaveta.
– Ella no te esperará -dijo Jock-. A menos que consigas que Royd intervenga. Al parecer, Sophie lo ha aceptado.
– Entonces, hablaré con Royd -dijo MacDuff, y se incorporó-. Luego saldré y me reuniré con el inspector en el patio. Necesito respirar aire fresco. Y tú, no te cruces en su camino. No quiero que te vea más de lo que ya te ha visto.
– Si no lo ves, no piensas en él.
– Lo que sea. -MacDuff fue hacia la puerta-. Sólo que no quiero que te vea por ahí.
– Entonces saldré obedientemente e iré a esconderme con el resto de los fugitivos de la justicia. ¿Alguna otra orden?
– ¿Obedientemente? Tú no tienes ni idea del significado de esa palabra -dijo MacDuff, y se detuvo en el umbral-. Sí, hay una cosa que puedes hacer por mí.
– A vuestro servicio.
– Llama a Jane MacGuire y averigua dónde está. Pregunta si estará disponible esta tarde para que yo la llame.
– ¿Por qué no la llamas tú mismo?
– No estará mal que tú allanes el camino. Siempre te ha apreciado y sabe que no eres una amenaza para ella.
– No, nunca me ha considerado una amenaza, incluso cuando podría haberlo sido. Es increíble. -Inclinó la cabeza a un lado-. ¿Y crees que a ti te considera una amenaza?
– Es posible. Tú, llámala.
Michael no estaba en su habitación.
– ¿Qué diablos?