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– Hay muchos científicos del este de Europa que trabajaban en el bloque soviético en algunos proyectos muy peligrosos. No se les solía estimular para que se dieran a conocer como científicos ni para que dieran a conocer sus trabajos -explicó Royd-. Después del colapso del régimen, se instalaron por todo el mundo.

– Si él forma parte de ese grupo, estará en la lista de alguien -dijo MacDuff-. Es probable que en la CIA o en el Departamento de Estado. Conozco a unas cuantas personas. Veré qué puedo hacer.

– ¿Cuánto tardarás?

Él se encogió de hombros.

– Eso me gustaría saber a mí. Aunque lo identifiquen, puede que no lo encuentren. Quizá ya haya viajado a esa isla.

– Esperemos que Sanborne no lo necesite antes de que lleguen -dijo Sophie-. Son muy cautelosos con la fórmula del REM-4 y no querrán correr el riesgo de que un científico que conoce la fórmula sea reclutado por uno de sus clientes.

– Esperanza es la palabra -dijo MacDuff-. Me pondré a ello de inmediato. No…

Lo interrumpió el teléfono de Royd.

– Perdón -dijo éste, y pulsó una tecla-. Royd. -Se quedó escuchando-. Mierda. No, ya sé que no podías evitarlo. No pierdas la esperanza. Llámame cuando llegues a puerto. -Colgó-. Kelly ha perdido al Constanza.

– No -murmuró Sophie.

– Se vio atrapado en una tormenta. Tiene suerte de haber salvado el pellejo. Pero no había manera de conocer el rumbo del Constanza. Cuando logró dejar atrás la tormenta, había desaparecido.

Sophie se hundió en su silla.

– ¿No hay manera de seguirles la pista?

– Si tuviera un radar moderno, quizá tendría alguna posibilidad. Pero cuando alquiló la lancha, no hubo tiempo para especificar nada más que la rapidez. Tenía que moverse o los perdería. -Royd se volvió hacia MacDuff-. Así que será mejor que te pongas a trabajar y nos des otra pista para seguir. -Acto seguido, se incorporó-. Y yo me voy. No pienso estar en el lado equivocado del Atlántico cuando me llames y me digas dónde puedo encontrar a Gorshank o esa isla -añadió, y salió de la biblioteca.

– Usted quiere ir con él -dijo MacDuff, que escrutaba el rostro de Sophie.

– Tengo que ir con él. -Sophie apretó las manos-. Fui yo quien abrió esta olla de grillos. Yo tengo que cerrarla.

MacDuff asintió con un movimiento de la cabeza.

– ¿Y Michael? -preguntó.

– Claro que se trata de Michael. No lo dejaré si ni usted ni Jock están aquí. A menos que haya cambiado de parecer.

– No, me marcho en cuanto acabe el trabajo que usted me ha asignado -dijo, y siguió un silencio-. Pero puede que tenga una solución.

– ¿Una solución?

– Tengo una amiga que viene en camino. Debería llegar en las próximas horas.

– ¿Una amiga?

– Jane MacGuire. Viene con su padre adoptivo y estarán aquí todo el tiempo que haga falta.

– ¿Por qué debería confiar en ella?

– Porque yo lo hago. -MacDuff sonrió-. Y porque su padre es inspector del Departamento de Policía de Atlanta y uno de los hombres más inteligentes y duros que podría esperar.

– ¿La policía? ¿Se ha vuelto loco? Se llevarán a Michael y lo dejarán en un hogar. Ellos creen que soy una maniática homicida.

– He explicado la situación. Joe Quinn piensa más allá y reconoce que las cosas no siempre son lo que parecen. También ama a Jane y confía en ella. Si Joe se compromete, estará ahí hasta el final. Dejaré aquí a Campbell y a varios hombres con instrucciones de obedecerle. No habrá problemas.

Sophie seguía dudando. Un policía de la confianza de MacDuff. Sonaba seguro para Michael.

– No lo sé…

– Jane MacGuire es una mujer muy fuerte, muy inteligente y tiene buen corazón -aseguró MacDuff-. Me recuerda un poco a usted. Por eso pensé en ella. Además de ser una chica dura, creció en una docena de hogares de acogida antes de ser adoptada. Sabe lo que es estar sola y ser objeto de abusos. También sabe defenderse. A Michael le gustará, y no puedo pensar en nadie que pueda lidiar con sus problemas psicológicos mejor que Jane -afirmó. Y luego sonrió-. Aunque no sé si sabe jugar al fútbol. Eso podría echar a perder el trato.

– ¿Está seguro de que Michael estará…?

– Estará seguro -afirmó MacDuff-. Se lo juro. Estará a salvo y bien cuidado. Jane se ocupará de eso. Es lo más indicado. Usted puede irse con la conciencia tranquila, lo digo en serio.

Sophie le creyó.

– Quiero hablar con ella y con su padre.

– Será mejor que sea por teléfono -dijo MacDuff-. No creo que Royd vaya a esperar.

– Esperará -dijo ella, con gesto sombrío-. Aunque tenga que atarlo. Tengo que hablar con Michael y luego llamar a su Jane MacGuire. Puede que también quiera hablar con Joe Quinn. Pero no lo dejaré partir sin mí.

– No le será fácil. Creo que Royd no quiere más que una excusa para sacarla a usted de la foto.

– ¿Por qué cree eso?

Él se encogió de hombros.

– ¿Intuición? Puede que Royd esté en esa peculiar posición del que se encuentra entre la espada y la pared. Debe de ser muy desconcertante para alguien tan centrado en una sola cosa como él. No quiere que usted acabe herida, pero también existe la posibilidad de que usted le ayude a dar con Sanborne.

– Créame, Royd no es lo bastante blando como para dejar que las emociones influyan en la lógica.

Mataría por ti.

– Acaba de pensar en algo -dijo MacDuff, que escrutaba su expresión-. No quiero insinuar que Royd sea un blando. Pero pienso que responde a un estímulo que no guarda relación con la venganza que hasta ahora lo ha inspirado. Puede que eso tienda a convertirlo en un hombre impredecible.

– Ha sido un hombre impredecible desde el momento en que lo conocí -dijo Sophie, mientras iba hacia la puerta-. ¿Podrá arreglar una conversación telefónica entre Jane MacGuire y yo? Volveré en una hora.

Él asintió.

– Haré lo que pueda. En este momento, vuela por encima del Atlántico. Puede que tarde un poco.

De pronto, Sophie cayó en la cuenta.

– ¿Viene para acá sin siquiera consultar conmigo? Ustedes dos deben de tener una relación muy estrecha.

– Se podría decir que somos almas gemelas -respondió él, sonriendo-. Pero no ha venido por mí. Cuando le conté lo de su hijo, no se pudo resistir. -MacDuff cogió el teléfono-. Ahora, será mejor que vaya en busca de Royd mientras yo intento comunicarme con Jane. No me ha dado demasiado tiempo.

Sophie salió deprisa de la sala y corrió por el pasillo. Royd había dicho que Michael estaba en la explanada con Jock, pero primero tenía que ver a Royd. Le había dicho a MacDuff que éste siempre era impredecible, pero algo había cambiado. Ella lo sentía incluso con más intensidad que MacDuff.

No dejaría que la dejara atrás porque Royd empezaba a ser más consciente de los riesgos a los que la exponía.

Subió por la escalera a toda carrera. Miraría primero en su habitación. Luego se aseguraría de que no estaba en el establo, donde habían dejado el coche alquilado.

Royd estaba sentado en la cama y hablaba por teléfono, con su bolsa de viaje abierta a sus pies. Colgó justo cuando ella entraba.

– ¿Has venido a despedirte?

– No, he venido a decirte que voy contigo. MacDuff ha hecho unos arreglos para reemplazarme y cuidar de Michael.

– ¿De verdad? -Royd se incorporó y cerró la cremallera de su bolsa-. ¿Estás segura?

– Sí, y no intentes hacerme dudar de mi seguridad -declaró, apretando las manos-. Es lo correcto. Estoy convencida.

– Vuelve a decirme eso cuando estés a dos mil kilómetros de tu hijo.

– Maldito seas -dijo ella, con voz temblorosa-. No tuviste ningún problema para utilizarme cuando comenzamos. ¿Cuál es la puñetera diferencia ahora?

Él la miró fijamente desde el otro lado de la habitación.

– El problema es cómo quiero usarte.