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– ¿A Miami? ¿Por qué Miami?

– Es un buen punto de partida. No sabemos dónde localizar a Gorshank. Puede que esté en las islas, o puede que siga en Estados Unidos…

– O en cualquier otro lugar del mundo.

– Por lo que me has dicho, diría que Sanborne quiere vigilarlo estrechamente, a él y su trabajo.

Sí, eso era verdad, pensó Sophie.

– ¿Cuándo crees que MacDuff nos dirá algo acerca de Gorshank?

– No creo que tarde demasiado.

– Lo sé. Sólo que no quiero… Estoy asustada. Antes, el daño era limitado. Individuos aislados. Esto es diferente.

– Puede que la fórmula de Gorshank sea una pifia. Has dicho que no sabías cómo había llegado a algunos resultados.

– Y puede que no sea una pifia. -Sophie cuadró los hombros-. No puedo pensar en ello ahora. Tengo que ir poco a poco.

– Tienes razón. Tardaremos una hora en llegar al aeropuerto. Te hará bien relajarte.

– No puedo relajarme -dijo ella, y miró por la ventanilla hacia la oscuridad-. No hasta que Jane MacGuire me llame.

– No ha salido bien -informó Devlin cuando Sanborne se puso al teléfono-. Lo hice lo mejor que pude, pero usted no me avisó que me toparía con Royd.

Sanborne lanzó una imprecación.

– No sabía que estaría ahí. ¿Estás seguro de que era Royd?

– Ya lo creo que sí. Tengo una herida de cuchillo en el hombro con su firma. Lo conozco bien. En Garwood nos cruzábamos a menudo.

– Si estabas tan cerca, tendrías que haber acabado con él. ¿Si no, de qué me sirves?

Siguió un silencio.

– Lo siento -dijo Devlin, con un deje de humildad-. ¿Qué puedo hacer para repararlo?

– Matar al niño y a la mujer.

– Demasiado tarde. Royd me reconoció y habrá avisado a MacDuff. Si me acerco al castillo, me darán caza. He obedecido sus órdenes y me he deshecho de un obstáculo. Quiero decir, de varios obstáculos. La policía estará por todas partes revisando cada palmo de la propiedad.

– Eres un imbécil despistado. Sabes que no quería que pusieras en peligro tu misión.

– Usted me dijo que hiciera lo que tenía que hacer. Sé que no quiere que me atrapen si todavía puedo servirle de algo. Si me deja buscar a Royd, me conducirá hasta la mujer.

– Entonces quédate en Escocia y acaba el trabajo.

– No creo que se queden aquí. Royd me conoce bastante bien y cree que puede dar conmigo.

– Y tú crees que puedes dar con él. ¿Cuál de los dos está en lo cierto?

– Yo. Porque él viaja con la mujer, que es un estorbo. Lo obligará a ir más lento.

– Has dicho que no deberías volver al castillo.

– Si sigue ahí, no será por mucho tiempo. Royd lo busca a usted, y ahora me busca a mí. No puede conseguir sus objetivos si se queda de brazos cruzados en ese castillo.

– ¿Y Sophie Dunston?

– Usted me ha dado una orden. Naturalmente, acabaré el trabajo. Sólo que quizá tarde un poco más.

Sanborne pensó en ello. Las prioridades habían cambiado radicalmente ahora que sabía que Royd había establecido un vínculo con Sophie. Royd era un peligro que debía ser eliminado rápida y eficazmente.

– Puede que la policía dé con la mujer en cualquier momento. Royd no se quedará con ella si eso le pone en peligro. Tiene demasiadas ganas de dar conmigo como para dejarse detener como cómplice.

– ¿Entonces puedo ir a por Royd?

– Cuando aparezca. Te quedarás conmigo hasta que eso ocurra.

– ¿Para protegerlo? -agregó Devlin, rápidamente-. Es muy inteligente. Usted no puede sufrir ningún daño.

– Me alegro de que recuerdes la primera directriz -dijo Sanborne, con tono sarcástico-. A veces me pregunto si estás en tus cabales, Devlin.

– ¿Por qué? Siempre cumplo con mi cometido, ¿no?

– Siempre. Pero suele haber considerablemente más sangre de lo que yo estimo necesario.

– Es sólo un medio para alcanzar un fin.

– Quizá. -Sanborne miró el informe que tenía sobre la mesa. Si el análisis de los resultados de Gorshank era correcto, su perspectiva se vería alterada-. Las cosas están cambiando. Mantente alerta. Puede que tenga otro trabajo para ti mientras esperamos a que Royd dé el primer paso -avisó, y colgó.

La sangre que tanto atraía a Devlin quizá no fuera tan perjudicial en este caso. Podría intimidar a Sophie y arrastrarla hacia ellos. Seguro que se sentía perseguida, y el hecho de tener a Devlin tan cerca de su hijo tendría que haber sido devastador para su seguridad.

¿Debía ir en busca de la muy puta e intentar atraerla nuevamente?

Quizá. No había quedado satisfecho con los trabajos de Gorshank en el pasado, y ahora cada día que pasaba lo ponía más nervioso. Al principio, creía haber encontrado el sustituto adecuado, lo cual le permitía deshacerse de Sophie. Sin embargo, Gorshank no era tan brillante ni creativo como Sophie, y los resultados de sus últimos ensayos habían sido prometedores, pero provisionales. Siete muertes y diez personas que habían demostrado tener sólo una fracción del grado de docilidad que él se empeñaba en obtener.

¿Esperar a que Devlin matara a Royd y ella se sintiera más desamparada?

Si aquel niño no se hubiese refugiado tras esas murallas de piedra, podría haberse apoderado de él y entonces conseguiría persuadirla teniéndolo como rehén. Pero Devlin le había advertido de la férrea seguridad en torno al niño y recordado que en ese momento la escena estaba llena de policías. Sin embargo, quizá todavía era posible…

Tendría que tomar una decisión pronto. Boch lo presionaba para que procedieran con las pruebas finales y le diera luz verde para empezar a negociar.

Venga, Royd. Devlin te espera.

Y esta vez no pondré objeciones a la cantidad de sangre derramada.

El móvil de Sophie sonó unos minutos antes de que embarcaran.

– ¿Sophie Dunston? Soy Jane MacGuire. -La voz de la mujer era ronca y joven, pero vibraba con fuerza-. Siento no haberla llamado antes, pero pensé que quizá querría esperar a que llegara al castillo y pudiera hablar con su hijo.

– Así es.

– Está en la otra habitación. Lo llamaré cuando acabemos. Quizá quiera hacerme algunas preguntas. Adelante.

– ¿MacDuff le ha hablado de los trastornos del sueño de mi hijo?

– Sí. Dormiré en la habitación de al lado. Nos entenderemos -dijo. Y luego agregó-: Es un buen chico. Seguro que está orgullosa de él.

– Sí. -Sophie carraspeó-. MacDuff me ha dicho que su padre es inspector de policía. Me sorprende que le haya persuadido para que la acompañe.

– No ha sido fácil -dijo Jane, sin más-. Joe procura regirse por lo que dice la ley. Pero no cuando la vida de un niño está en juego. En ese caso, tira la ley por la ventana. Puede confiar en él. Si yo tuviera un hijo, a nadie se lo confiaría con más seguridad que a Joe.

– Podría meterse en líos por hacer esto. ¿Por qué está dispuesta a arriesgarse? ¿Es tan estrecha su amistad con MacDuff?

– ¡Qué va! -exclamó Jane, y guardó silencio un momento-. Supongo que no ha sido una respuesta muy tranquilizadora, ¿no? MacDuff y yo tenemos una historia y no siempre estamos en el mismo punto. Pero en este caso estamos de acuerdo. El niño tiene que estar seguro y Joe y yo podemos ocuparnos.

– ¿Usted es policía?

Jane MacGuire soltó una risilla.

– Dios me libre, no. Soy artista. Pero Joe me ha enseñado a cuidar de mí misma y de los demás. ¿Alguna otra pregunta?

– En este momento no se me ocurre ninguna.

– Cuando quiera puede llamarme. Estaré aquí con su hijo, y no lo perderé de vista. Se lo prometo.

– Gracias. -Sophie carraspeó-. No puedo expresarle lo agradecida que estoy. ¿Ahora puedo hablar con Michael?

– Enseguida -Jane MacGuire alzó la voz-. ¡Michael! Aquí viene.

– ¿Mamá? -dijo Michael, al ponerse-, ¿estás bien?