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– Perfectamente. Estoy a punto de coger mi vuelo. ¿Va todo bien por ahí?

– Sí, claro. Joe es un buen tío, pero no sabe jugar al fútbol. Dijo que, en su lugar, me enseñaría judo.

– Qué… interesante. ¿Y Jane?

– Es simpática. Y guapa, muy guapa. Me recuerda a alguien…

– Tú haz lo que ellos te digan. Sólo han venido para ayudarte.

– No tienes para qué decírmelo, mamá. Me estoy portando bien.

– Perdona. Supongo que me siento un poco lejos e intento aferrarme a ti. Sé que serás tan bueno y listo como siempre lo eres conmigo. -Sophie respiró hondo-. Te quiero. Te llamaré cada vez que pueda. Adiós, Michael.

– ¿Satisfecha? -preguntó Royd, mientras le pasaba un pañuelo.

– Todo lo satisfecha que puedo estar. -Sophie se secó los ojos-. Jane MacGuire parece una mujer decente y sincera. Creo que sabrá cuidar de Michael -dijo, con un suspiro tembloroso-. Y a Michael le gusta. Aunque ni ella ni su padre, Joe Quinn, sepan jugar al fútbol. Al parecer, no le importa. Dijo que era muy guapa.

Royd sonrió.

– Eso podría ser un problema. Quizá los niveles de testosterona de Michael empiecen a dispararse. Puede que cuando vuelvas te encuentres con un hijo más que enamorado.

– No me importa. De eso me ocuparé cuando vuelva a estar con él -dijo Sophie, y le devolvió el pañuelo-. Vamos. -Empezó a caminar hacia el avión-. ¿Dónde nos quedaremos en Miami?

– No es el Ritz. He alquilado una cabaña en la costa. He estado ahí en otras ocasiones. Es un lugar privado, aislado y es bastante cómodo. Debería servirnos hasta que sepamos adonde iremos.

Ella asintió con un gesto de la cabeza.

– Quiero volver a mirar el CD de Gorshank. Como te decía, creo que he pillado unos cuantos agujeros en esas fórmulas. Tengo que trabajar con ellas cuando disponga de tiempo para concentrarme.

– Has pasado todo un día concentrada en ellas.

– Un día probablemente no es gran cosa para un trabajo que Gorshank quizá tardó un año en elaborar. Y cuando lo analicé antes, estaba confundida y asustada, y eso no conviene cuando se trata de trabajar con un pensamiento analítico claro.

– Oh, lo olvidaba. -La sonrisa de Royd se desvaneció cuando empezaron a subir la escalerilla del avión-. Tu complejo de culpa había cogido impulso en ese momento. Adelante, estudia las fórmulas. Tal vez descubras que no eres ni Hitler ni Goering. Eso sería una sorpresa agradable.

– ¿Os habéis instalado cómodamente? -MacDuff esperaba al pie de la escalera mientras Jane MacGuire bajaba-. ¿El niño duerme?

Jane asintió con un gesto.

– Ha tardado un rato. Está bastante alterado e intenta que nadie se dé cuenta. Es todo un hombrecito -dijo ella, y se encontró con la mirada de MacDuff-. Y tú le caes muy bien.

– Qué sorpresa.

– En realidad, no. Tú puedes ser lo que quieras ser, y con Michael te gusta ser amable. -Jane llegó al pie de la escalera-. Jock me ha dicho que hay un monitor en mi habitación y otro en la biblioteca. ¿Es eso correcto?

– Sí, pero si necesitas otro, Campbell te lo instalará.

– ¿Cuándo te marchas? Creí que esperabas saber algo acerca de este Gorshank.

– Esperaré una noche más y luego cogeré un vuelo a Estados Unidos. Aquí estás perfectamente segura, Jane -agregó-. Dejo aquí a la mayoría de mis hombres para asegurarme de que ni tú ni Joe lamentéis haber venido. No os habría traído si hubiera creído otra cosa.

Jane se encogió de hombros.

– Lo que tenga que ocurrir, ocurrirá. A partir de ahora, depende de Joe y de mí. Ninguno de los dos es un debilucho. Él es uno de los hombres más duros que conozco y yo me crié y crecí en la calle. No en un enorme castillo, como tú. -Empezó a caminar por el pasillo-. Enséñame dónde está el monitor.

– Había olvidado que no tienes pelos en la lengua -dijo él, ahogando una risilla. De pronto, su sonrisa se desvaneció-. No, no es verdad. No lo he olvidado. No he olvidado ni una sola de las cualidades que te convierten en Jane MacGuire.

– Lo sé -declaró Jane, y abrió la puerta de la biblioteca-. O no estaría aquí haciendo tu trabajo mientras tú sales a divertirte y a convertir el mundo en un lugar seguro para la democracia.

– ¿A divertirme?

– La mayoría de los hombres disfrutan cazando y recolectando. Es el instinto de las cavernas. Y si cazar incluye un poco de alboroto, tanto mejor -Su mirada recorrió la biblioteca hasta que vio el monitor en un aparador-. Vale, probablemente lo cambie de lugar.

– ¿A quién dibujarás? ¿A Michael?

– Es posible. Tiene un rostro interesante, para ser tan pequeño. Quizá se deba a que ha tenido una vida muy difícil. Mucho más complicada que la de un niño normal.

– Y a ti te gusta lo complicado. Recuerdo los problemas que tenía cuando intentaba que no hicieras aquellos esbozos de Jock.

– No habrías tenido demasiada suerte. Además de ser el ser humano más bello que jamás he conocido, Jock tenía en él todo el tormento de Prometeo encadenado en lo alto de la montaña. No podía resistirme. -Jane lo miró escrutándolo-. Nunca te he dibujado a ti. No serías un mal modelo.

– Me siento honrado -confesó él, seco-. Aunque no sea ni de lejos tan agraciado como Jock o Michael.

Jane negó con un movimiento de la cabeza.

– Creo que ni siquiera me atrevería contigo. Eres demasiado complicado. No tendría suficiente tiempo.

– No soy más que un simple terrateniente que intenta que su herencia no se desmorone a su alrededor.

Ella lanzó un bufido.

– ¿Simple? Eres un aristócrata civilizado a medias, y una réplica de esos barones ladrones que te criaron.

– ¿Ves? Al fin y al cabo, no soy tan complicado. Ya me has definido.

– Apenas he rascado la superficie. -Jane se giró y se alejó por el pasillo-. Mantente en contacto conmigo. Necesito saber qué está ocurriendo.

– Eso haré -aseguró él, y siguió una pausa-. Por cierto, ¿todavía sales con Mark Trevor?

– Sí.

– ¿A menudo?

Jane miró por encima del hombro.

– Eso no es asunto tuyo, MacDuff.

– Ya, pero a veces soy un cabrón muy entrometido. Apúntalo a la cuenta de esos horribles barones ladrones. ¿Sales a menudo con él?

– Buenas noches, MacDuff.

Éste respondió con una risilla.

– Buenas noches, Jane. Es una lástima que las cosas entre tú y Trevor no vayan bien. En fin, yo ya te había dicho que podría ser…

Jane respondió enfadándose.

– Maldita sea, todo va bien entre nosotros. ¿Por qué diablos no te…? -dijo, pero calló cuando vio el brillo diabólico en su mirada-. He venido para hacerme cargo del niño, no para escuchar tus provocaciones. Vete con Jock y apártate de mi vista. Te conviene más intentar ayudar a esa pobre mujer que sangra por dentro porque no sabe a quién confiarle su hijo.

La sonrisa de MacDuff se desvaneció.

– Ahora sabe a quién se lo puede confiar, Jane. Es una mujer muy intuitiva y tendría que estar ciega para no darse cuenta de la joya que tiene al contar contigo. -MacDuff se giró y volvió a la biblioteca-. Jock y yo no te despertaremos para despedirnos. Dale las gracias una vez más a Joe.

– Espera. -Era probable que MacDuff la estuviera poniendo a prueba, pensó, frustrada. MacDuff era un maestro de la manipulación de los acontecimientos para su propia conveniencia, o ella no estaría ahí. Pero no podía verlo partir y exponerse a un posible daño con esa nota amarga-. Cuídate, MacDuff.

Una sonrisa le iluminó la cara.

– Eres una chica dulce y guapa, Jane.

– Chorradas.

– Es verdad que lo mantienes bien oculto, pero eso sólo hace que el desafío de dar con esos rasgos sea mayor. Intentaré reparar este desastre lo más rápido posible -agregó-. Tengo demasiadas cosas de que ocuparme como para perder el tiempo.

La puerta de la biblioteca se cerró a sus espaldas.