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– Supongo que sí -aceptó él, sonriendo. Se incorporó y fue hacia la cama-. No me gustaría que te metieras en problemas. Yo no soy ni la mitad de duro, comparado con mamá.

– Yo creo que sí lo eres. -Jane lo observó mientras se conectaba los cables del monitor antes de meterse en la cama-. Y me siento orgullosa de ser tu amiga, Michael. Gracias -murmuró.

Sophie acababa de terminar de hablar con Michael cuando Royd llamó a la puerta de su habitación.

Se metió el móvil en el bolsillo de sus pantalones vaqueros y abrió la puerta de un tirón.

– Michael está bien. Estaba durmiendo. Siento haberlo despertado pero es buena señal. Y MacDuff todavía está en el castillo. Dijo que todavía no ha localizado a Gorshank.

– Entonces seguro que tiene ganas de partir -dijo Royd-. Está ansioso por ponerse en marcha. ¿Te apetece comer algo?

Sophie pensó en ello y asintió con un gesto de la cabeza.

– Me muero de hambre. ¿Has encontrado el restaurante cubano?

– No. He cambiado de opinión. -Le enseñó la bolsa que traía en los brazos-. He ido a una charcutería. Pensé que podríamos cenar en la playa. Parecía un lugar tranquilo y me iría bien un poco de aire fresco.

A Sophie también le iría bien. Habían llevado un ritmo frenético desde el momento en que Royd había aparecido en su vida. En ese momento, un par de horas de paz parecía una idea atractiva.

– Vamos. -Pasó a su lado y empezó a bajar las escaleras-. Pero me extraña que quieras un momento de paz. No pareces… -Calló, intentando comprender-. Estás tenso. Siento como si fuera a recibir una descarga eléctrica si te rozo por accidente.

– No sufriste ninguna descarga aquella noche que pasaste en la cama conmigo.

– No -convino sin mirarlo-. Fuiste muy amable esa noche.

– Yo no soy amable -dijo él, y le abrió la puerta-. Casi todo lo que hago es en beneficio propio. De vez en cuando, tengo algún lapsus, pero no cuento con ello.

– Yo tampoco contaría con ello. He aprendido a no contar nunca con nadie. -Sophie se quitó las zapatillas deportivas al llegar a la playa-. Pero confiaría más en ti que en la mayoría de las personas.

– ¿Por qué?

– Porque conozco tus motivaciones. -El sol empezaba a ponerse, pero la arena bajo sus pies todavía guardaba el calor de la tarde. El viento soplaba apartándole el pelo y, de pronto, Sophie se sintió más ligera, libre… Alzó la mirada y respiró profundamente el aire cargado de sal-. Ha sido una buena idea venir aquí, Royd.

– De vez en cuando tengo buenas ideas. -Señaló hacia unas rocas cerca de la orilla-. ¿Allí?

– En cualquier sitio. -Ella asintió con un gesto de la cabeza-. Como he dicho, tengo hambre.

– Estás muerta de hambre -corrigió él, con una sonrisa-. Es la primera vez que reconoces tener una necesidad tan acuciante. Se diría que comes para mantenerte viva -dijo, mirándola de arriba abajo-. Estás demasiado delgada.

– Soy fuerte y tengo buena salud.

– Tienes aspecto de poder quebrarte con sólo un movimiento de mi mano.

– Entonces mi apariencia engaña -aseguró, deteniéndose junto a las rocas-. Tú no podrías quebrarme, Royd.

– Sí que podría. -Royd se arrodilló y empezó a abrir la bolsa-. Soy bueno rompiendo cosas… y personas. -La miró-. Pero nunca lo haría. Me haría demasiado daño.

Sophie no podía respirar. Sentía el cosquilleo de la sangre en las manos y la piel más sensible alrededor de las muñecas. No podía apartar la mirada de él.

Finalmente, Royd miró hacia otro lado.

– Siéntate y come. Pastrami con pan de centeno. Pepinillos en vinagre. Y patatas chips. En la charcutería no vendían vino así que tendrás que contentarte con una Coca Cola.

– Está bien. -Sophie se sentó lentamente frente a él. No estaba bien. Se sentía débil y un poco mareada. Pensó que no se había sentido así desde que era adolescente-. Me gusta el pastrami -dijo, y cogió con cuidado el bocadillo que él le pasaba.

«No lo toques a él. Tocarlo sería un error». Mirarlo era un error, porque le daban ganas de estirar la mano y acariciarle la mejilla. Royd era muy duro, y estaba muy tenso, pero ella sabía que podía romper esa tensión. Aquel poder la mareaba.

Vaya, Adán y Eva y la maldita manzana. Lo que sentía era puramente primitivo.

Aunque quizá no fuera tan puro.

– Vale. -Él la miraba atentamente-. No voy a saltar sobre ti sólo porque te sientes un poco vulnerable. No es por eso que te he traído aquí.

Ella quería negar que fuera vulnerable. No podía mentir. Nunca en su vida se había sentido tan vulnerable.

– ¿Por qué me has traído?

Él frunció el ceño.

– Tenías que relajarte. Quería verte sin que te sintieras tensa -explicó, y dio un mordisco a su bocadillo-. Y quería decirte que… he sido rudo contigo. No quería que vinieras conmigo, y dije cosas que no debería haber dicho.

– Sí.

– No lo decía en serio -aclaró encogiéndose de hombros-. Y claro que me importa que vivas o mueras.

Royd era como un niño travieso que no quería confesar. Sophie alzó las cejas.

– Vaya, qué consuelo. ¿Entonces mentiste cuando dijiste que sólo tenías ganas de follarme?

– Bueno, mentí cuando dije que ése era el único motivo -explicó él, sonriendo-. Pero, desde luego, era un motivo de primer orden. -Su sonrisa se desvaneció-. Lo sigue siendo. Aunque no insistiré. -Acabó su bocadillo, se tendió de espaldas en la arena y cerró los ojos-. Todavía.

Ella lo miró con una expresión mezcla de exasperación y diversión. Era típico de él lanzar una provocación y luego ignorarla.

– Acaba tu bocadillo y túmbate -dijo él, sin abrir los ojos-. Puede que después de hoy no tengas otra oportunidad para relajarte. Uno siempre debería aprovechar los buenos momentos cuando se puede.

– Lo sé. -Ella dio el último mordisco y se quedó sentada un momento, mirándolo. Parecía que empezaba a dormirse. Ahí estaba ella, nerviosa y recelosa, y él la ignoraba por completo. Al diablo con todo ello.

Se reclinó y apoyó la espalda contra la roca.

– Pero si me duermo, será mejor que me despiertes antes de que suba la marea. No me gusta despertarme de golpe.

– A mí a veces sí me gusta. Sentir una ligera descarga o tener un momento de apremio te agita la sangre. Algún día te mostraré…

– No me gustaría que… -No hables con él, se dijo. Cada palabra que decía le transmitía una imagen. Royd desnudo en la cama esa primera noche. Royd mirándola con esa intensidad que le hacía sentir ese calor raro e intenso-. No puedo relajarme si sigues hablándome.

– Bien dicho. Por otro lado, eres una mujer muy lista. Ése es uno de mis problemas. No tienes aspecto de médico.

– ¿Qué aspecto se supone que tiene un médico?

– No como tú. Cuando te lavas el pelo, te queda todo lleno de rizos y suelto, como el de una chica. No sueles usar maquillaje y tienes un aspecto limpio, suave y brillante…

Maldita sea, volvía a sentir ese calor, como si fueran cosquillas.

– Por como lo dices, se diría que soy una especie de Shirley Temple -dijo, procurando hablar con voz serena-. Espero estar limpia, pero no hay nada en mí que se parezca a una chica. -Cerró los ojos-. Tengo un hijo, ¿recuerdas?

– ¿Cómo iba a olvidarlo? Un hijo que domina tu vida.

– Así es.

Sin embargo, Michael estaba muy lejos en ese momento. Hacía tiempo que ella no tenía esa sensación primordial de ser mujer, en lugar de madre. Era completamente consciente de su cuerpo, sus músculos, su pecho que subía y bajaba con la respiración. Aunque tenía los ojos cerrados, el recuerdo del mar, la arena y Royd seguían con ella.

– Vale -dijo Royd, en voz baja-. Así debería ser. No he querido decir otra cosa. Sin embargo, eres humana. Si me necesitas, estoy aquí, Sophie.

Ella no podía contestar. Maldito sea. Royd era un hombre brusco, atrevido y rudo y, aún así, había momentos en que a ella le daban ganas de abrazarlo y consolarlo. Y justo cuando conseguía endurecerse para protegerse de él, él volvía a decir algo dulce.