– Gracias. -Carraspeó-. Lo tendré presente.
Él no volvió a hablar. ¿Se había dormido? Ella sabía perfectamente que no conseguiría quedarse dormida.
¿Tenerlo presente? Era lo único en que podía pensar.
Capítulo 15
No volvieron a la casa hasta unas horas después de que oscureciera.
– ¿Estás bien? -preguntó Royd mientras abría la verja-. Has estado muy callada.
Ella forzó una sonrisa.
– Estoy bien. ¿Por qué no habría de estarlo? No he hecho más que holgazanear en la playa durante las últimas horas. -Sophie fue la primera en entrar en el patio-. Tenías razón. Necesitaba unas cuantas horas de paz y silencio. -Aunque la paz había sido más bien ambigua. Su cuerpo había estado quieto, pero su mente y sus emociones no habían parado de vibrar.
Y él lo sabía, lo había percibido.
Sophie lo notaba por su expresión alerta y vigilante. Desvió la mirada y caminó más deprisa.
– Ha sido una buena idea no ir al restaurante cubano para ir a…
– ¿Tendré suerte esta vez?
Ella se detuvo en seco.
– ¿Qué? -preguntó.
– Ya me has oído -dijo él, sin más-. Puede que no sea la manera más diplomática de preguntarlo, pero tengo que saberlo.
Ella se giró para encararse con él.
– ¿Si tendrás suerte? -repitió ella-. Por amor de Dios, haces que me sienta como una mujerzuela barata que has recogido en un bar.
– No, no es eso. Sólo tengo que… Bah, olvídalo -Pasó a su lado y subió las escaleras de dos en dos-. Tendría que haber sabido que…
Sophie oyó el portazo de su habitación. Se quedó un rato mirando la puerta antes de empezar a subir. Se sentía sorprendida, indignada y confundida.
Y decepcionada. No sabía qué esperar, pero no era recibir un portazo en las narices de esa manera.
Entonces, ¿qué quería? Se había dicho que de ninguna manera tendría relaciones sexuales con Royd. Aquello sería un error. Su único interés en común era acabar con Sanborne y Boch, y los dos eran personas tan diferentes como el día y la noche. No se podía construir una relación sin un terreno común. En su relación con Dave, habían tenido cientos de intereses y objetivos similares y, aún así, el matrimonio había fracasado. Había sido demasiado débil para soportar la tragedia. Por lo tanto, ¿cómo podía esperar que funcionara una relación con un hombre que…?
¿En qué estaba pensando? Royd no quería una relación. Quería sexo.
¿Acaso no era lo mismo que quería ella? ¿Por qué prestarse a ese análisis tan profundo, como si se acercara de puntillas a un compromiso?
Oyó que se abría la puerta de su habitación. El corazón se le desbocó.
– Tenía que decírtelo -dijo, con voz vacilante-. Me he expresado mal. No soy imbécil, pero me cuesta mucho hablar cuando estoy contigo. No sé por qué. Todo se me confunde.
Ella se aferró a la barandilla de la escalera.
– A mí me ha parecido muy claro.
– Crees que te he insultado. -Él negó con la cabeza-. Utilizaste la palabra barata. Es lo último que pensaría acerca de ti.
Ella se humedeció los labios.
– ¿Ah, sí?
– No me crees -dijo él. Tenía los puños apretados a los lados-. Me salió de esa manera, ¿vale? He crecido en un ambiente duro y toda mi vida ha sido dura. Dije lo que pensaba. Puede que sea algo que dicen los hombres cuando ligan pero no era eso lo que pretendía.
Ella no podía apartar la mirada de él.
– ¿Qué pretendías decir, entonces?
Él guardó silencio un momento.
– Que me consideraría el cabrón más afortunado del planeta si me dejaras tocarte. Si me dejaras follarte, me sentiría como si me hubiera tocado la lotería. -Hizo una mueca-. Eso también ha sido rudo. No puedo evitarlo. Soy así.
– Ha sido rudo.
Pero incluso la rudeza la excitaba.
– Pero lo he dicho sinceramente. Sólo quiero ser sincero contigo. No intento engañarte para llevarte a la cama. Puede que lo haya hecho al comienzo, pero ahora es demasiado tarde. Tienes que quererlo tanto como yo.
– ¿Y si no lo quiero tanto?
– Sería una pena. Lo deseo demasiado. Puede que te haga daño si intento hacerte sentir lo que yo siento. No puedo hacer eso. Tú tienes que querer lo que yo quiero. De otra manera, no me dejes tocarte. -La miró fijamente-. Te doy miedo.
– No, no me das miedo. -La había sacudido, agitado. Dios, incluso la había tocado. Pero no le inspiraba miedo-. Nunca me has dado miedo, desde aquella primera noche, cuando creía que me ibas a cortar el cuello -recordó, intentando sonreír-. Y no creo que me hubieras hecho daño. Sólo que… no es una buena idea. -Se obligó a soltar la barandilla y se alejó por el pasillo-. Buenas noches, Royd.
– Buenas noches.
Sophie sintió la mirada de él en su espalda. Pero Royd no dijo palabra hasta que ella llegó a su puerta.
– Te equivocas -advirtió, con voz queda-. Es una idea puñeteramente buena. Piénsatelo.
Ella cogió el pomo de la puerta con fuerza. «Haz girar el pomo, abre la puerta y cierra la puerta después de entrar». Sólo era sexo. Ella no lo necesitaba a él, ni él a ella.
– Barcos que pasan en la noche -dijo.
– Quizá. Quizá no. Nunca lo sabremos, ¿no?
Había entrado en la habitación. «Cierra la puerta y no mires atrás».
No quería cerrar la puerta.
Era un motivo más para cerrarla.
Al final, cerró la puerta.
Vendría.
No, no vendría. Era un necio arrogante si creía que ella no se resistiría a la atracción que se había forjado entre los dos.
Cruzó desnudo la habitación hasta la ventana y la abrió. Respiró hondo el aire marino. «Conserva la calma. La tranquilidad». Ella tenía que venir. Él no mentía cuando le había dicho que temía haberle hecho daño. Solía tenerlo todo controlado, pero esto era diferente. Ella era diferente.
La puerta se estaba abriendo. Royd se puso muy tenso, pero no se giró.
– He cambiado de opinión -dijo ella, con voz temblorosa.
Él no se movió.
– Gracias a Dios.
– Maldita sea, date la vuelta. Quiero verte la cara.
– Si me giro, no será mi cara lo que te llamará la atención.
– No seas fanfarrón.
Él se giró lentamente para mirarla.
Ella lo miró a los ojos, y luego su mirada se desplazó hacia abajo.
– Dios mío.
– Te lo advertí.
Ella volvió a mirarlo a la cara.
– Me esperabas. Estabas esperando que apareciera.
– Lo deseaba.
– Ya lo creo que lo deseabas. -Se quitó la camisa por encima de la cabeza-. Venga, pongámonos a ello. -Tiró la camisa al suelo y en un momento estaba dentro de la cama y se tapaba con las sábanas-. Ven aquí.
– Enseguida. Quiero preguntarte algo.
– No, no quieres. No quieres hablar en absoluto. Nada podría estar más claro.
– Vale. Necesito preguntarte algo.
– Ven aquí.
– No hasta que me contestes. No me puedo acercar a ti o la respuesta no tendrá ningún valor.
– No quiero hablar. ¿Crees que ha sido una decisión fácil para mí?
Él negó con la cabeza.
– Creo que ha sido muy difícil. Por eso quiero estar seguro de que es por el motivo correcto.
Sophie se llevó una mano a la frente.
– Dios mío. A ver si lo adivino. Quieres que te prometa que no lo interpretaré como un compromiso por parte tuya. Joder, no quiero un compromiso. Pensé que…
– A la mierda los compromisos. Sería un imbécil si creyera que has pensado en la posibilidad de algún vínculo conmigo. Sólo quiero que contestes una pregunta.
– ¿Qué? Venga. ¡Pregunta!
– ¿Esto es una especie de compensación?