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– En parte. Es un comienzo. ¿No se trata de una sola noche?

Ella vaciló.

– No sé cómo… Todo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. ¿Cómo puedo estar segura de lo que siento? Está Sanborne y no puedo…

– Vale, vale. Estoy mejor de lo que pensaba. No te has replanteando de nuevo lo de una relación sexual conmigo. Simplemente, no estás segura acerca del futuro. -Royd acabó su café-. De eso me puedo ocupar.

– Puede que no quieras hacerlo -dijo ella, con voz queda-. No soy ninguna mujer fatal. Eso que sientes se puede desvanecer en un par de días.

– Podría ser. No es probable. Soy un hombre bastante obsesivo. Acaba tu desayuno y nos vamos a nadar.

Ella se reclinó en su silla y lo miró. Dios, ya veía que Royd era una persona voluble. De repente era un hombre intenso y concentrado y, al momento siguiente, había cambiado completamente de rumbo.

– Sólo procuro darte espacio para respirar -dijo él, mirándola fijamente-. Te he presionado mucho. Lo necesitas.

– Eres una persona muy segura de sí misma. -Ella se incorporó-. Yo también. Un chapuzón suena bien. -Empezó a desabrocharse la blusa-. Pero no lo bastante bueno. Y no es lo que quiero en este momento-. Quítate la ropa, Royd.

– ¿Sophie?

– Me prometiste un polvo en el suelo de la cocina. -Acabó de desabrocharse la blusa-. Cumple tu palabra, Royd.

– Eso haré. -Ya estaba detrás de ella y le cogió los pechos con las manos-. Siempre la cumplo -le susurró al oído.

El móvil de Sophie sonó dos horas más tarde. Ella se inclinó por encima de Royd para cogerlo de la mesita de noche.

– He averiguado lo de Gorshank. Venable, de la CIA, me ha llamado -dijo MacDuff cuando Sophie respondió-. Anton Gorshank. Un científico ruso que trabajó en unos proyectos muy siniestros antes del derrumbe de la Unión Soviética.

– ¿Químico?

– Sí, y la última vez que se supo de él estaba en Dinamarca. La CIA ha dicho que lo perdieron de vista hace dos años.

– ¿No saben dónde está ahora?

– Están trabajando en ello. Dicen que tienen unas cuantas pistas. Le he pedido a Joe Quinn que los presione un poco más. Él también tiene unos cuantos amigos en la agencia. Espero que me digan algo pronto. La volveré a llamar.

– Gracias. ¿Cómo está Michael?

– Bien.

– ¿Puedo hablar con él?

– Tendrá que llamar a Jane. Jock y yo hemos dejado el castillo hace dos horas.

– Ya… entiendo.

– Le dije que nos pondríamos en marcha en cuanto hubiéramos sabido algo -advirtió él, con voz serena.

– Lo sé. -Sin embargo, seguía sintiéndose inquieta al saber que MacDuff y Jock ya no estaban con Michael. Se había acostumbrado a depender de ellos-. ¿Adónde van a ir?

– Vamos hacia donde están ustedes. Adiós, Sophie.

– Adiós -dijo ella, y colgó.

– ¿Gorshank? -inquirió Royd.

Asintió con un gesto de la cabeza.

– Sabemos quién es. Un científico ruso que desapareció de Dinamarca hace dos años. No saben dónde está. MacDuff espera noticias en cualquier momento.

– Bien.

– Él y Jock ya han dejado el castillo. Por lo visto, cree que tendrán noticias pronto.

Él se apoyó en un codo para mirarla.

– ¿Estás preocupada por Michael?

– Desde luego que sí. Siempre estoy preocupada por él. Ha sido así desde el día en que murieron mis padres. -Sophie se giró en la cama y se sentó-. Lo llamaré y hablaré con Jane. Así me sentiré mejor.

– ¿Sí?

– Tengo que confiar en alguien. Ahora mismo me siento muy sola.

– ¿Y yo qué soy? ¿El actor secundario?

– No quería decir…

– Lo sé -dijo él, y dejó la cama-. Acaban de lanzarte un chorro de agua fría a la cara y no me ves a mí en el papel de compañero y apoyo. Pensé que me estaba desenvolviendo muy bien en ese aspecto, pero es evidente que no es así. -Se encogió de hombros-. No importa. Tomaré lo que hay. Me dijiste que tenías problemas con lo de confiar en la gente. ¿Qué te parece ese chapuzón después de que llames a Michael?

– Supongo que sí. -Sophie se dirigió hacia el cuarto de baño-. Si hasta entonces no sabemos nada de MacDuff.

– Naturalmente, ellos tendrían prioridad. Me has dejado un poco mareado, pero no lo bastante para olvidarme de la misión que tengo que llevar a cabo.

– Sería una tonta si creyera que eres el tipo de hombre que se distraería hasta ese extremo. Siempre he sabido que…

– Sophie.

Ella lo miró.

Royd tenía los labios apretados y su voz era dura.

– Ya te estás distanciando de mí. Eso no va a ocurrir. Puede que asuma una importancia secundaria, pero no pienso salirme de la foto.

– No sé de qué hablas.

– Es probable que digas la verdad. Estás tan acostumbrada a no pensar en nadie más que en Michael que intentas meter el recuerdo de lo que tenemos en un pequeño espacio e ignorarlo. No será tan fácil. De eso me encargaré yo. -Hizo una mueca-. La luna de miel no ha acabado.

– ¿Luna de miel? Eso da a entender un compromiso, algo que no existe entre nosotros.

– Llámalo como quieras. -Fue hacia la puerta-. Es lo único que quería decir. Sólo pensé que era justo advertírtelo.

– Pues suena como una amenaza.

– ¿Qué esperas de alguien como yo? -Sacudió la cabeza-. No es una amenaza. No pienso acosarte. Si cuando todo esto acabe, tú decides seguir tu camino, te deseo buena suerte. Sólo que haré todo lo puñeteramente posible para que eso no ocurra. Y cuando digo puñeteramente, es mucho. Hasta entonces, seré tan civilizado y agradable que tú estarás encantada y yo tendré ganas de vomitar. Te veré abajo -añadió, y cerró la puerta al salir.

¿Civilizado y agradable? Aquel cabrón no tenía ni idea del significado de esas palabras. Era un tipo descortés y duro, y estar con él era como aferrarse a una pila de escombros en medio de un tornado.

Sin embargo, era lo que ella había hecho en las últimas veinticuatro horas. Quizá Royd fuera descortés, pero ella no había sufrido y, además, era un amante francamente excitante. Su carácter impredecible y su leve violencia latente deberían haberla intimidado pero, al contrario, se había vuelto adictivo. Sophie no se había sentido amenazada por él en ningún momento. Royd no era un hombre suave y fácil, pero ella sabía que no le haría daño. Y aunque hacía unos minutos lo había acusado de amenazarla, era más bien una actitud defensiva.

Una actitud defensiva. ¿Por qué habría de tener esa actitud defensiva cuando acababa de reconocer que no tenía miedo de Royd?

El control.

La respuesta era aplastante. Durante toda su vida adulta, ella lo había controlado todo. En su matrimonio, en su carrera, con Michael. Cuando estaba en la cama con Royd, el control se había desvanecido. Había renunciado deliberadamente a la necesidad de controlar porque el placer era muy intenso. Diablos, ahora sonaba como una mujer dominante. Con Dave, ella tenía las riendas porque así lo quería él. Como médico, tenía que ser disciplinada y terminante. Con Michael, ella era la madre, y aquello formaba parte del paquete.

Con Royd, aquello nunca sería parte del paquete. Quizá asumiera el compromiso, pero nada más. Decía que la respetaba, pero ella tendría que ganarse ese respeto cada minuto de cada día.

Cerró la puerta del baño y se apoyó en ella. Tenía que dejar de pensar en Royd. Era probable que hubiera cometido un error al establecer esa relación íntima con él, pero ya estaba hecho. Se lo había pasado de maravilla, pero eso no significaba que tenía que seguir con ello. Tampoco tenía que ponerle fin bruscamente, pero era preferible que se concentrara en…

Dios Le volvió el recuerdo de Royd en ese último minuto antes de que saliera de la habitación. Desnudo, musculoso, atrevido. Y muy erótico.