Dios mío. Tenía que ser Devlin.
Después de mirar en la sala, se acercó a la silla.
Estaba muerto. Pero no desde hacía mucho tiempo. La sangre seguía manando por la herida de la última puñalada que le habían asestado en el pecho. Vale, Gorshank ya no les servía de nada. Sin embargo, quizá hubiera dejado algún informe, alguna clave que los ayudara. No era probable. Devlin solía ser muy prolijo cuando había que limpiar después de una faena.
Sin embargo, se había tomado su tiempo con Gorshank, que sólo llevaba un rato muerto.
Se puso tenso. ¿Hacía cuánto rato? ¿Acaso habían interrumpido a Devlin? Royd había mirado en el resto de la casa antes de acercarse a Gorshank y todo parecía estar en su lugar y ordenado. No daba la impresión de que alguien hubiera buscado algo que pudiera incriminarlo.
¿Qué pasaría si Devlin los había oído a él y a Sophie en el porche y había escapado por una de las ventanas? Ninguna de las ventanas del frente estaba abierta.
¿Y las ventanas que daban al jardín trasero? Estaba…
En ese momento oyó el disparo.
¡Sophie vio un brillo metálico en la mano del hombre que se abalanzaba sobre ella!
Levantó el arma y disparó justo en el momento en que se dejaba caer al suelo. Oyó el golpe sordo de la bala al impactar en su atacante. Él se detuvo en seco, con el rostro contorsionando por el dolor.
– Puta.
Y fue nuevamente hacia ella.
Ella se giró de costado y volvió a disparar.
Y falló.
Apunta, le había dicho Jock. No te pongas nerviosa. Asegúrate de que cada disparo cuente.
¿Cómo podía tomarse el tiempo de apuntar si él venía hacia ella? Tenía que ser Devlin. Se tambaleaba y se movía con dificultad, pero aquel cabrón horripilante tenía una bala en el pecho y parecía que no la sentía. Y esa mirada en la cara…
– Puta de mierda. -Era una voz perversa-. No puedes hacerme daño. Te tiembla la mano y estás muerta de miedo. Pero yo te puedo hacer daño de muchas maneras. ¿Crees que el chaval está a salvo? Franks le birlará el chaval a la policía en un abrir y cerrar de ojos. Sanborne me dijo que no fuera a buscarlo, que yo era demasiado inestable. Quizá estropeara su mejor baza. Tiene razón. Pero tú me has enfurecido, así que creo que ahora veré si al chaval le gusta cómo…
Sophie apuntó. Esta vez no fallaría. No tuvo la oportunidad.
Por detrás, el brazo de Royd se enroscó en torno al cuello de Devlin como una serpiente.
– Vete al infierno, Devlin. -Con un movimiento certero le rompió el cuello.
Sophie oyó el crujido y vio los ojos de Devlin que se volvían vidriosos. Royd lo soltó y lo dejó caer como un bulto inerte en las escaleras. Enseguida se arrodilló junto a ella.
– ¿Estás bien?
No, no estaba bien. Todavía veía la expresión de Devlin y seguramente la vería el resto de su vida. El mal… Sacudió la cabeza, presa de los nervios.
– No estoy herida. Pero le disparé y él seguía de pie, venía hacia mí. Era como una escena de Frankenstein.
– No debería sorprenderte. Te dije que Devlin tenía una gran resistencia al dolor. Y sabes lo que hizo en la cabaña de los pastores.
– Verlo fue… diferente. -Deja de temblar, se dijo. No debería ser tan débil. Devlin había muerto. Tenía que recuperar la compostura.
– Déjalo. -La voz de Royd era seca, pero su manera de sostenerla era sumamente suave cuando la estrechó en sus brazos-. No te hará daño. Nunca volverá a hacerle daño a nadie -aseguró mientras le acariciaba la cabeza-. Y no era ningún monstruo mítico de Frankenstein, así que no quiero que dejes que te persiga. He acabado con él, y si yo no hubiera estado, habrías matado tú misma a ese hijo de puta.
Ella se aferró a él con fuerza.
– Sí, lo habría hecho. Tuve que hacerlo. Empezó a hablar de Michael… -De pronto se puso muy tensa-. Creo que dijo que Sanborne ha mandado a alguien a por Michael. Lo llamó Franks. Dijo que podían quitarle a Michael a la policía sin problemas. A Devlin lo han mandado aquí en lugar de mandarlo a Escocia.
– La policía… -dijo Royd, con expresión pensativa-. El único modo de que la policía se involucrase sería sacar a Michael del castillo para extraditarlo a Estados Unidos.
– Sin embargo, Scotland Yard no pidió investigar el castillo mientras estábamos allí.
– MacDuff puede ser muy persuasivo. Sanborne tiene que haber sobornado a algún alto cargo para conseguirlo.
Sophie se apartó de Royd con gesto brusco.
– Tengo que llamar a Jane y advertirles.
– Ellos sabían que existía esa posibilidad, Sophie. Ya están preparados.
– No me digas eso -dijo ella, con una mirada feroz-. No saben que han enviado a alguien a matarlo.
– Tienes razón. -La ayudó a levantarse-. Ven a la cocina, apártate de Devlin y haz esa llamada. Yo tengo que buscar en el estudio de Gorshank.
Gorshank. Sophie casi lo había olvidado en medio de la batahola emocional de esos últimos minutos.
– ¿Está muerto?
Él asintió con la cabeza.
– Hemos estado a punto de sorprender a Devlin en plena faena. -La hizo entrar-. Haz tu llamada. Tenemos que darnos prisa. Puede que alguien haya oído los disparos.
– Eso significa que podría llegar la policía.
– No necesariamente. Te sorprendería saber cuánta gente opta por ignorar la violencia en los barrios. No quieren inmiscuirse. Prefieren pensar que son los chicos que juegan con petardos. -Royd fue hacia el pasillo-. Pero en caso de que haya algún alma con conciencia cívica por ahí, será mejor darse prisa.
Y desapareció.
Ella se dejó caer en la silla de la cocina y respiró hondo. Quizá debería encender una luz. Estaba oscuro ahí dentro. Sin embargo, estaba más oscuro afuera, cuando se había enfrentado a Devlin.
Retorcido y perverso y oscuro. La muerte en el porche. La muerte en la habitación contigua. No pienses en ello. Piensa en lo que tienes que hacer.
No, sería mejor no encender las luces. Veía lo suficiente para marcar el número del castillo de MacDuff. Sacó su móvil.
– Cálmate. Sé que estás asustada. Tienes derecho a estarlo. -Jane había escuchado a Sophie sin interrumpirla-. Qué atajo de cabrones.
– Avisa a Campbell para que esté alerta. Yo llegaré en cuanto pueda.
– Espera un momento. Déjame pensar. -Jane guardó silencio un momento-. No vengas. Yo llevaré a Michael a Estados Unidos.
– ¿Qué?
– Si Sanborne consigue que la policía local venga a investigar y se lleve a Michael para extraditarlo, lo más probable es que sus hombres consigan tener acceso a él. No podremos protegerlo. Joder, puede que ni siquiera podamos averiguar dónde lo tienen. -En su voz se adivinaba la frustración-. ¿Dónde diablos está MacDuff cuando lo necesitamos?
– Viene hacia aquí.
– No cuento con que pueda tirar de los hilos a larga distancia. Yo misma me ocuparé de ello.
– No puedes salir del castillo. Te verán.
– Hay una manera de salir. Ya la he usado antes.
– Jane, no me gusta.
– Lo sé. La idea de Michael refugiado entre los muros de piedra es un gran consuelo -dijo Jane, con voz suave-. Pero estará a salvo allá donde vamos. Joe tendrá a todos los polis del cuerpo de policía cuidando de él.
– ¿En Atlanta?
– Sería lo más seguro. Confía en mí, Sophie. En este mundo, los muros de piedra se pueden franquear con demasiada facilidad gracias al dinero y a las influencias políticas. Es necesario que Michael salga de aquí.
– Quizá si llamamos a MacDuff, puede… -Sophie intentaba pensar en lo que fuera que le permitiera mantener a Michael lejos del peligro en todo momento. Jane tenía razón. La imagen de los muros de piedra era un consuelo-. Tengo que pensármelo. Te volveré a llamar.
– No tardes demasiado -advirtió Jane, y colgó.
– Venga -le apremió Royd, que apareció en la puerta-. Deberíamos irnos de aquí.