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– Entonces, ¿por qué nadie contesta? Vaya con la tecnología. -Volvió a llamar a Jane, sosteniendo el móvil con mano temblorosa-. Lo han apagado. No hay buzón de voz. El maldito aparato está apagado.

– Eso no significa que Jane no haya tenido una buena razón para apagarlo.

– Lo sé.

MacDuff entró en el parking del Wal-Mart veinte minutos más tarde y Sophie cruzó la distancia que los separaba antes de que él y Jock bajaran del coche.

– ¿Por qué no ha contestado al móvil? ¿Sabe qué está pasando en el castillo?

– La respuesta a la primera pregunta es que estaba ocupado. Tenía que hacer unas llamadas. La respuesta a la segunda pregunta es que en el castillo no ocurre nada en este momento. -MacDuff abrió la puerta del coche y bajó-. Salvo que hay un buen número de funcionarios muy alterados inspeccionando mi propiedad e intentando encontrar a su hijo.

– No lo encontrarán, Sophie -aseguró Jock con voz serena mientras bajaba del lado del pasajero-. Jane lo ha sacado del castillo y ahora van camino a la pista de aterrizaje en las afueras de Aberdeen.

Sophie sintió que el alivio era tan intenso que la mareaba.

– ¿Has hablado con ella?

– No teníamos alternativa -dijo MacDuff, con una mueca-. En cuanto estuvieron a una distancia segura con el niño me llamó hecha una fiera para reprocharme que me hubiera marchado justo cuando necesitaban ayuda para huir de mi «magnífico castillo». Luego me ordenó que hiciera lo necesario para que pudieran viajar a Atlanta y para asegurarme de que el niño estaba protegido adecuadamente hasta que embarcara.

– ¿Y se ha asegurado?

– Por eso estaba ocupado el teléfono -dijo Jock-. Tuvimos que hacer unas cuantas llamadas y otros tantos arreglos, pero lo conseguimos -explicó, y miró su reloj-. Deberían de estar a punto de embarcar en una hora y media. Me llamarán en cuanto despegue el avión.

– Bien. -Sophie sintió que las piernas le flaqueaban y se apoyó en el coche. Esa hora y media sería una eternidad-. Atlanta. Eso queda muy cerca de aquí. ¿Cree que podría verlo?

– Quizá. Lo pensaremos -dijo Royd, que se acercaba por detrás.

– Quiero verlo. -Sophie lanzó una mirada a Royd-. ¿Crees que seguirá corriendo peligro?

Él no contestó a la pregunta directamente.

– Creo que Franks no se dará por vencido. Sanborne no se lo permitirá. -Se volvió hacia MacDuff-. ¿Os habéis deshecho del cuerpo de Devlin?

El escocés asintió con un gesto de la cabeza.

– Es una de las llamadas que he hecho. Mandarán a los chicos a encargarse de la limpieza.

– ¿Ningún problema?

– Devlin ya tenía un expediente muy abultado antes de que Sanborne lo llevara a Garwood. Están dispuestos a cooperar por ahora. En la CIA se han mostrado muy preocupados al enterarse de lo ocurrido con esos hombres que fueron sometidos a un lavado de cerebro en las instalaciones de Thomas Reilly, donde recluyeron a Jock antes de enviarlo a Garwood. No quieren tener a un montón de hombres bomba deambulando de un lado a otro del país… ¿Por qué quieres que Devlin desaparezca?

– Puede que nos convenga que Sanborne ignore que nos hemos enterado de la existencia de Gorshank.

– ¿Por qué?

– Nos dará un margen de tiempo. Si no nos hemos enterado de lo de Gorshank, no nos hemos enterado de los documentos que he encontrado en su mesa.

– ¿Documentos?

– Planos de una planta depuradora de aguas. -Sonrió-. En una isla llamada San Torrano, frente a la costa de Venezuela.

– Al final, lo has encontrado -murmuró Jock-. Vaya golpe de suerte.

– ¿Sigues con ganas de ir a por Sanborne? -preguntó Royd a MacDuff-. Devlin era tu objetivo, y ha muerto.

– No me gusta que te me hayas adelantado y matado al cabrón -dijo MacDuff, con voz grave-. Ya lo creo que voy a por Sanborne. Mandó a Devlin a matar y mutilar y luego consiguió que la policía de mi propio país se volviera contra mí -dijo, entre dientes-. Y no me agrada que pisoteen mis dominios. Tendrán que mantenerse alejados de las tierras de MacDuff.

– Ahí tienes tu respuesta -dijo Jock, mirando fijo a Royd-. Y sospecho que ya tienes alguna idea acerca de cómo quieres utilizarnos.

– Yo no daría nada por sentado.

– Y una mierda.

Royd se encogió de hombros.

– He tenido una idea, pero tengo que pensármela un momento. Hay unos cuantos elementos que me disuaden.

– ¿Qué elementos? -Cuando Royd no contestó, Jock miró a Sophie un instante y luego asintió lentamente con la cabeza-. De acuerdo. Cuéntanos cuando lo hayas decidido.

– Eso haré. -Royd cogió a Sophie por el codo y la llevó hacia el coche-. Entretanto, mantened informada a Sophie de las noticias sobre Michael.

– Desde luego.

– ¿Qué elementos? -inquirió Sophie-. Deja de ser tan puñeteramente enigmático. Si conoces una manera de llegar hasta Sanborne, dímelo.

– Tengo la intención de contártelo -dijo él, con una mueca-. Como cabrón que soy, de eso no hay ninguna duda -añadió, y le abrió la puerta del coche-. Pero todavía no. Tengo que llamar a Kelly y decirle que llegaremos enseguida. Y luego esperaremos hasta saber que Michael está a salvo.

Sophie vio como desaparecían en la esquina las luces rojas traseras del coche de MacDuff y Jock.

– ¿Qué te traes entre manos, Royd?

– Lo mismo que he hecho desde que dejé Garwood -dijo, mientras llamaba a Kelly por el móvil-. Nada nuevo. Usar a cualquiera. Arriesgar la vida de todos. Todo con el fin de acabar con Sanborne y Boch. Saldremos en un vuelo desde Atlanta -añadió, cuando Kelly contestó-. Prepara la lancha y averigua todo lo que puedas sobre una isla llamada San Torrano.

– Jamás he oído hablar de San Torrano -dijo Sophie.

– Es probable que tenga el tamaño de un sello postal. Boch y Sanborne no querrían utilizar una isla demasiado conocida. -Puso el coche en marcha-. Cuanto más pequeña, mejor.

– ¿Vamos a Atlanta? ¿Podré ver a Michael?

– ¿Para qué me lo preguntas? Por lo visto, no habría manera de mantenerte alejada de él.

– Quiero decir, ¿estás seguro de que lo veré?

– Sólo Dios lo sabe.

– Royd, ¿qué diablos te ocurre? Te estás portando como un imbécil.

– ¿Qué me ocurre? Estaba recordando cómo estabas tirada en el suelo mientras Devlin se lanzaba sobre ti.

Ella frunció el ceño.

– ¿Por qué? Fue horrible, pero ya ha acabado. Jamás te habría imaginado pensando en el pasado.

– ¿Estás loca? -preguntó él, duro-. ¿Qué otra cosa hacemos? No podemos avanzar porque estamos empantanados. Sólo que esta vez casi te han tragado las arenas movedizas. Debería sacarte, dejarte en terreno firme y largarme.

Sophie apartó la mirada.

– Es verdad que me sacaste. Puede que me hayas salvado la vida. Y si te quieres largar, no puedo detenerte. Pero te seguiré. Estamos muy cerca el uno del otro.

Él guardó silencio un momento.

– Y yo no te lo impediría -dijo él, y pisó el acelerador-. Ahora, guarda silencio y déjame pensar en cómo voy a hacer para que arriesgues el pellejo esta vez.

– ¿Han cogido al niño? -preguntó Boch.

– Todavía no -dijo Sanborne-. No estaban en el castillo. Pero Franks ha interrogado a uno de los hombres de MacDuff y sabe quién se ocupaba de ellos. No tardará demasiado.

– Deja de entretenerte y haz que Franks acabe con ella de una vez -ordenó Boch, con voz amenazante-. Podemos seguir con el REM-4 que ya tenemos.

– Es demasiado arriesgado. ¿Acaso no ves que la situación ha cambiado? No pienso arriesgar mis inversiones en un producto inferior si antes puedo solucionar el problema.

– Necesito una demostración infalible y sólo tenemos una semana.

– Será tiempo suficiente. Nadie conoce el REM-4 como Sophie Dunston, y los primeros experimentos de Gorshank tuvieron éxito. Pero sencillamente no supo seguir adelante.

– E intentó engañarnos.