– Eso ya está resuelto. Deberíamos tener noticias de Devlin en cualquier momento. -Sanborne estaba harto de tener que tranquilizar a Boch-. Ahora debo irme. Tengo que ocuparme de unas cuantas cosas antes de coger el avión a la isla mañana. ¿Cuándo llegarás?
– Dentro de dos días. ¿Por qué viajas tan pronto?
– Tengo que estar ahí cuando traigan a la mujer. Estaré en contacto cuando Franks haya cogido al niño -dijo, y colgó.
Y cogerían a Sophie Dunston. Ya volvería, sumisa, cuando tuvieran al niño. Al parecer, las mujeres tenían una debilidad cuando se trataba de sus críos. Aquello siempre lo maravillaba. Incluso su propia madre había tenido esa debilidad. Hasta que había empezado a apartarse de él, cuando era adolescente. Poco después de que lo abandonara, Sanborne había aprendido a fingir esa calidez que parecía tan importante a quienes lo rodeaban, pero ya era demasiado tarde para volver a someterla a su poder. Su madre había evitado verlo hasta el día de su muerte.
Tampoco le importaba. Su madre le había enseñado una lección sobre la naturaleza humana, y especialmente sobre las mujeres.
Y ese conocimiento le sería muy valioso para tratar con Sophie Dunston.
El móvil de Royd sonó cuando él y Sophie casi habían llegado a la cabaña de Joe Quinn junto a un lago en las afueras de Atlanta. Era MacDuff.
– Campbell acaba de llamar. -Se le notaba la rabia en la voz-. Han encontrado a Charlie Kedrick, uno de sus hombres, en la aldea. Por lo visto, ha sido obra de Franks o de alguno de los suyos. Está muerto.
– Mierda.
– Y no ha sido una muerte fácil. Lo torturaron. Es probable que les haya dicho lo que querían saber. No era demasiado, pero conocía el nombre de Jane MacGuire y sabía quién era. Jane ya había estado en el castillo en otras ocasiones. Eso significa que en este momento es probable que estén buscando al niño.
– ¿Cuánto tiempo tenemos?
– Depende de lo rápido que se mueva Franks.
– Se sentirá como si hubiera quedado en ridículo así que intentará congraciarse con Sanborne.
– Entonces con suerte te quedarán sólo un par de horas. ¿Dónde estás?
– Camino a la cabaña del lago. Has dicho que Michael debería llegar pronto.
– Y Franks también. Quédate donde estás. Jock y yo llegaremos en unos cuarenta minutos.
– No, no quiero correr el riesgo de que Sophie esté cerca de Franks y sus hombres. Podría ser una masacre -dijo, y giró para ir en sentido contrario-. Daré media vuelta y me dirigiré al aeropuerto.
– ¡No! -Sophie lo cogió del brazo-. ¿Qué ocurre?
Él no contestó.
– Tú ve a la cabaña del lago, MacDuff. Dile a Jock que volveré a llamarlo enseguida. -Colgó y puso a Sophie al corriente-. Franks ha descubierto que Michael está con Jane y sabe quién es ella. Eso significa que pronto vendrá hacia aquí.
– Entonces ¿qué diablos quiere decir que no quieres exponerme al peligro? No tengo intención de partir ni de dejar a Michael ahora. Da media vuelta y volvamos.
– Después de que hablemos. -Royd paró el coche a un lado-. Y luego, si todavía quieres ir a la cabaña del lago, te llevaré. ¿Vas a escucharme?
– Quiero ir… -dijo Sophie, y calló-. Te escucho. Date prisa.
– Puede que ésta sea nuestra oportunidad. -Fijó la vista al frente-. Tenemos que llegar a San Torrano y encontrar una manera de destruir las instalaciones y el REM-4. Boch no es tonto. Habrá desplegado guardias de seguridad por toda la isla.
– ¿Y?
– Necesitamos a un hombre en el interior. -Torció los labios-. O quizá debería decir una mujer.
Ella no se inmutó.
– ¿Qué quieres decir?
– Sanborne te quiere a ti. Por eso viene en busca de Michael. Y yo propongo que te entreguemos a esos cabrones en bandeja de plata. -Cerró los ojos-. Que Dios me perdone.
La sorpresa fue para Sophie como una descarga eléctrica.
– Yo no… -Lo miró, desconcertada.
Él abrió los ojos.
– ¿Y qué esperas de mí? Ya te he dicho antes que no soy ni generoso ni civilizado. Tú prácticamente te has ofrecido como víctima propiciatoria. -Royd apretó con tanta fuerza el volante que sus nudillos palidecieron-. ¿Por qué no habría de tomarte la palabra?
Había tanto dolor y amargura en esas palabras que a Sophie le dolió escucharlas.
– Haces que parezca una psicópata. Deja de machacarte y háblame.
Él guardó silencio un momento y, al fin, una leve sonrisa asomó en sus labios.
– Puede que te entren ganas de machacarme.
– No lo sabré hasta que dejes de farfullar y me lo hayas explicado.
– De acuerdo -dijo él, con voz cortante-. Lo fundamental es que te necesitamos en la isla. MacDuff y yo podemos ocuparnos de la destrucción de la planta depuradora, pero necesitamos información para saber dónde se guardan los CDs del REM-4. No servirá de nada que nos deshagamos de esas cubas si Sanborne tiene los medios para volver a fabricarlo.
– Eso siempre lo he sabido. -Sophie intentó sonreír-. Quieres que sea otro Nate Kelly.
– Kelly no puede hacerlo. Yo tampoco.
– ¿Quieres que finja que acepto trabajar con Sanborne? No me creerá. Lo he rechazado demasiadas veces. Y aunque me deje entrar en la isla, no confiará en mí.
– Sanborne no confía en nadie. Pero bajo ciertas condiciones siempre podría darte una mayor libertad.
– ¿Qué condiciones?
– Si pensara que tiene algún poder sobre ti. -Guardó silencio-. Si creyera que puede matar a tu hijo en caso de que no hicieras lo que él quiere.
Ella abrió desmesuradamente los ojos, aterrorizada.
– ¿Quieres que le deje llevarse a Michael?
– Dios, no -dijo él, con voz áspera-. Puede que me creas un hijo de puta, pero no… He dicho si creyera que puede matar a Michael.
– ¿Y por qué habría de creer eso?
– Porque yo he ideado una manera de hacérselo creer.
– ¿Cómo?
– Más tarde entraré en detalles. Lo importante para ti es que yo me aseguraré de que Michael esté a salvo. Te doy mi palabra.
Ella se sintió mareada y asustada.
– Ya has dicho lo mismo antes.
– Y Michael sigue vivo, Sophie.
– Lo sé. Cuéntame los detalles.
– Le diré a Jock que prepare una trampa para Franks y sus hombres. Jock captura a Franks y luego hacemos creer a Sanborne que Franks tiene a Michael.
– Suena muy… sencillo. Pero no lo es.
– No, pero podemos hacerlo.
Intenta pensar con claridad, se dijo. ¿Con claridad? Su cabeza era una caótica amalgama de posibilidades, y ninguna de ellas era demasiado optimista. Miró hacia la oscuridad.
– Podría ayudar a acabar con todo, ¿no? Por fin, se acabaría la pesadilla. Es la manera más rápida de llegar a ellos. Y es nuestra mejor oportunidad.
– Sí -dijo él, con voz grave-. La más rápida y la mejor.
– ¿Y tú puedes conseguir que funcione, Royd?
– Haré que funcione.
Sophie volvió a guardar silencio un momento.
– Entonces, hagámoslo.
Royd soltó una maldición. Ella lo miró.
– ¿No era eso lo que querías?
– No. -Volvió a poner el coche en marcha-. Quería que me mandaras al infierno. Quería que me acusaras de intentar matarte y que me dijeras que no volviera a mencionarlo.
A Sophie le llamó la atención la expresión de sufrimiento que había en su rostro.
– ¿Y ayudarte a salir del apuro? Ha sido idea tuya, Royd. No puedes nadar y guardar la ropa.
– No pretendo que otros asuman mi responsabilidad. Sabía exactamente lo que hacía. Y no siento que me hayas sacado del apuro. Pero lo sufro como si fuera una cruz. -Pisó a fondo el acelerador y buscó su móvil-. Tengo que volver a llamar a Jock.
¿Qué coño era eso?
Sanborne frunció el ceño al abrir de un tirón el sobre de Envío Urgente con el nombre de Sol Devlin en el casillero del remitente.