Señor,
A estas alturas debe saber que he llevado a cabo perfectamente la tarea que me ha encomendado. Le envío los documentos de San Torrano que he encontrado en la casa de Gorshank, sabiendo que serían importantes para usted.
Estoy seguro de que querrá que ahora me ocupe de Royd. Ese hombre es un peligro para usted, y a usted debemos protegerlo. Le informaré en cuanto haya solucionado el problema.
Devlin
Sanborne lanzó una maldición y dejó caer la carta sobre la mesa. Era típico de Devlin no llamarlo por teléfono y seguir directamente con su cacería para que él no pudiera darle una contraorden enseguida. Era otra señal de una deplorable falta de verdadera obediencia. ¿Qué habría ocurrido si Sanborne hubiera decidido no matar a Royd? ¿O si hubiera querido mandar a Devlin a ayudar a Franks en Atlanta? Franks vigilaba la cabaña del lago desde el día anterior, esperando la oportunidad para dar el golpe.
No, Devlin era demasiado inestable para trabajar con nadie. Era preferible tenerlo ocupado en cazar a Royd. Le convenía deshacerse del protector de Sophie Dunston.
Sin embargo, eso no mitigó la irritación de Sanborne por la independencia de la que hacía gala Devlin. Tendría que hablar seriamente con él cuando volviera corriendo a verlo, esperando que lo felicitara por haber cumplido su misión.
Barbados.
– ¿Ya está? -inquirió Sophie-. ¿Michael está a salvo?
– No del todo -dijo Royd-. Pero lo estará pronto. Todo marcha bien, Sophie. Sanborne ha salido de su despacho esta mañana con destino desconocido.
– Me importa un rábano Sanborne en este momento. Quiero que esto acabe y que Michael esté a salvo.
Sonó el móvil de Royd.
– MacDuff. Vale. -Colgó y se incorporó-. Ya está. Tenemos que ponernos en marcha.
San Torrano.
– Tengo al niño -dijo Franks, cuando Sanborne cogió el auricular-. ¿Qué quiere que haga con él?
– ¿Ha resultado herido?
– Magulladuras.
– Bien. ¿Dónde estás?
– Todavía estoy en la cabaña del lago. -Siguió una pausa-. Tuve que matar a la mujer y a su padre, y a otros dos hombres que estaban con ellos. ¿Vale?
– Si era necesario… ¿Estás seguro en esa cabaña?
– Está aislada. Puedo ver a cualquiera que venga por el camino.
– Entonces, quédate ahí un rato. Si la situación cambia, házmelo saber.
– ¿Cómo tengo que tratar al niño?
– No más golpes. Quiero que grabes un DVD y que el chico tenga buen aspecto. -Colgó el teléfono y fue hasta el extremo del muelle para echar una mirada al Constanza, anclado a cierta distancia. Todo marchaba a pedir de boca. Durante unos días, se había puesto nervioso, pero debería haber tenido confianza en la perseverancia de Franks. Después de que acabara aquel asunto por la noche, tendría el placer de llamar a Sophie Dunston.
Le hizo señas al capitán Sonanz, en el puente.
– ¡Bienvenido a San Torrano! -gritó-. Espero que haya tenido un viaje agradable. Si empieza a descargar ahora, habrá acabado hacia medianoche, y les ofreceremos cena y bebidas. -Sonrió-. Puede darles permiso a sus hombres y venir con sus oficiales.
Barbados.
Sophie se encontraba en la lancha que Kelly había alquilado cuando recibió la llamada de Sanborne.
– Has sobrevivido mucho más tiempo de lo que me había imaginado -dijo Sanborne-. Qué suerte has tenido al haberte aliado con Royd. Seguro que te ha sido de gran ayuda. Sin embargo, ha llegado la hora de que os separéis. Ahora estarás mucho más segura lejos de Royd. Devlin ha ido a por él, y para Devlin no existe el concepto de víctimas inocentes.
– Vete al infierno.
– No me faltes el respeto. No es una manera adecuada de tratar a tu jefe.
– Me parece que eso era antes.
– No, creo que ha llegado el momento de que vuelvas al redil. Tu arrogancia me ha puesto nervioso. He sido lo bastante amable para ofrecerte una maravillosa oportunidad y tú me la has lanzado a la cara. Ahora tendré que castigarte.
– ¿De qué hablas, Sanborne?
– De tu hijo. Me parece que se llama Michael.
Sophie apretó el teléfono.
– No haré caso de amenazas. Mi hijo está a salvo.
– Tu hijo sólo está a salvo si yo quiero que lo esté. Coge un avión y ven a Caracas. Me encontraré contigo allí.
– No pienso ni acercarme a ti.
– Te daré un día. El tiempo apremia. Te mandaré un DVD a tu nombre a un apartado postal en Caracas. No te molestes demasiado por las magulladuras del pobre niño. -Colgó.
– Quiere que vaya a Caracas. -Se volvió hacia Royd-. Dice que me mandará un DVD de Michael, y que no debo molestarme por las magulladuras de Michael. Cabrón -dijo, y se estremeció.
– Pero estás inquieta. ¿Por qué? Sabes que no es verdad.
– Hablaba como el arrogante que es. -Se humedeció los labios-. Está tan seguro. Casi le he creído. -Se levantó y caminó hacia la barandilla-. Ya hemos echado a rodar el carro, Royd.
– Sí. -Royd dio unos pasos y se acercó a ella-. Si quieres, puedes volverte atrás.
– No, no puedo. -Sophie miró hacia el mar-. Háblame de San Torrano. ¿Qué ha averiguado Kelly?
– Es una isla diminuta en la costa de Venezuela, aunque ahora figura como propiedad privada de una empresa canadiense. Te aseguro que si revisamos los documentos, descubriremos que todo nos conduce a Sanborne. Tiene menos de cinco mil habitantes, en su mayoría indígenas. La actividad principal es la pesca. Los niños sólo van unos pocos años a la escuela primaria antes de empezar a trabajar.
– ¿Y la planta depuradora de agua?
– Tiene sesenta años y fue construida por el gobierno venezolano después de una epidemia de cólera que casi acabó con toda la población. La planta abastece a la isla y los nativos se cuidan mucho de beber un agua que no sea la que sale de sus grifos.
– De modo que si echan el REM-4 en el agua tienen inmediatamente a cinco mil sujetos de prueba. Hombres, mujeres, niños… -Sophie sacudió la cabeza-. Es un panorama encantador.
– Eso no ocurrirá.
– Dios mío, espero que no. ¿Dónde se encuentra esta planta depuradora?
– Según las notas y los planos de Gorshank, está situada a unos tres kilómetros de la costa occidental de la isla. Puedo llegar hasta la orilla buceando y luego colocar los explosivos. Pero tenemos que asegurarnos de que todas las cubas estén en la planta para que sean destruidas. Tú tendrás que averiguarlo -dijo, después de una pausa-. Además de averiguar dónde están los CDs del REM-4. En cuanto lo sepas, yo entraré y te sacaré de ahí.
– Si destruimos la planta, corremos el riesgo de que la población vuelva a enfermar de cólera.
– Y si no la volamos beberán REM-4 y no sabemos qué efectos tendrá en ellos. Prácticamente jamás ha sido probado. Seguro que las órdenes de Gorshank no ponían la seguridad por encima de la eficacia.
– Sí, seguro. La fórmula de Gorshank era muy concentrada -dijo Sophie, y frunció el ceño-. No lo sé, es como un círculo vicioso.
– ¿Cuál de los dos riesgos prefieres correr?
– El cólera. -La respuesta no tardó en llegar-. No sabemos qué tipo de daños cerebrales podría causar el REM-4 administrado de esa forma. Sin embargo, quizá pueda encontrar una manera de volar las cubas sin volar la planta.
– No te arriesgues. Te estarán observando. Si piensan que te tienen atrapada, te darán una cierta libertad. Pero si despiertas sospechas, te vigilarán.
Sophie apretó los labios.
– Tengo que ver si hay otro medio. No te preocupes. No te pondré en peligro a ti ni a nadie.
– Eso suena casi divertido. Tú eres la que estará en la cuerda floja.
– Entonces, deja que lo haga a mi manera. Y no seré yo quien muera si te sorprenden en la playa o a pocos kilómetros de la planta. Eres mucho más vulnerable que yo. -Se encogió de hombros con gesto cansino-. No importa. Lo conseguiremos. De una u otra manera. Sólo tengo que tener la certeza de que Michael está seguro mientras lo hacemos. -Alzó la mirada hacia Royd-. ¿Está seguro, no es así?