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– Puede que no sea lo que necesito, pero lo intentaremos.

– A eso lo llamo yo espíritu de colaboración. Quizá te recompense y te deje hablar con tu hijo esta noche. ¿Te gustaría?

– Sí -dijo ella, entre dientes-. Sabes que sí.

Sanborne escudriñaba su expresión con una especie de maliciosa curiosidad.

– Me lo pensaré. -Se volvió para mirar a un hombre que venía hacia ellos-. Ah, aquí está mi amigo Boch. Estoy seguro de que estás ansiosa por conocerlo.

– No.

Boch era un hombre grande y de constitución sólida. Llevaba el pelo castaño cortado a cepillo y se mantenía recto, con un aire marcial. Su trato era cortante y frío y no había en él nada de aquel falso encanto que derrochaba Sanborne.

– ¿Ya la tienes? Basta de este parloteo sin sentido y ponla a trabajar. Se nos acaba el tiempo.

– ¿Lo ves? -dijo Sanborne-. Boch está un poco tenso. No ha quedado satisfecho con la tasa de mortandad en el Constanza. Sabía que eso me obligaría a bajar el ritmo. Pero sé que tú puedes arreglar la fórmula.

– Debiéramos darle REM-4 -dijo Boch, sin más-. Podríamos conseguir que trabaje más horas.

– Nada la hará trabajar más que el as que me guardo en la manga. Y si muere, o se le nubla el pensamiento, lo estropearíamos todo -observó Sanborne, y señaló con la cabeza hacia la gran casona blanca de columnas, en lo alto-. Primero te instalaremos en el laboratorio con las notas de Gorshank y, al cabo de unas horas, veremos si te mereces hablar con tu hijo.

Sophie no salió del laboratorio hasta muy tarde. Los ojos le ardían después de haber pasado horas intentando descifrar las notas de Gorshank, escritas con letra menuda, y revisando las notas guardadas en el ordenador. Se sentía abrumada por el horror que se había desplegado ante sus ojos. Al salir, un guardia se plantó inmediatamente frente a ella.

– Quiero ver a Sanborne.

– No está permitido. Vuelva a su lugar.

– No pienso seguir trabajando hasta que haya hablado con Sanborne.

– Mi querida Sophie -saludó Sanborne, que acababa de salir de una sala anexa-. Tienes que entender que no debes tomar iniciativas. Las cosas ya no son como cuando trabajabas para mí.

– Habías dicho que podría hablar con mi hijo.

– Si creía que te lo merecías. ¿Qué has conseguido? ¿Qué gran descubrimiento has hecho?

– He descubierto que habías contratado a un hombre con tan pocos escrúpulos como tú. Según esas anotaciones, Gorshank llevó a cabo tantos experimentos como los nazis en sus campos de concentración.

– Ya me advirtió que era un trabajo lento.

– ¿Trabajo lento? Ese hombre mató a gente, los volvió locos. Ha documentado sus reacciones con un estilo muy clínico. Horripilantemente clínico.

– Sólo se trataba de vagabundos y de gente sin techo. Sin embargo, al final, consiguió una fórmula que prometía -dijo Sanborne, mirándola fijo-. Ahora bien, ¿puedes depurarla sin debilitar su efecto?

– No lo sé.

– No es eso lo que quiero escuchar.

– He intentado analizar la muestra de agua que me han traído, pero no es suficiente. Tengo que ver las cubas y analizar tanto el agua como el contenedor para asegurarme de que el agua no se contamine con filtraciones.

Él se la quedó mirando un momento.

– Tiene sentido.

– Claro que tiene sentido. ¿Cuándo puedo ir?

– Mañana.

– ¿Puedo hablar ahora con mi hijo?

– No me has dado nada que se merezca una recompensa -dijo Sanborne, sonriendo-. Pero quizá necesites un estímulo. -Sacó su móvil y marcó un número-. Franks, le hemos permitido hablar con el chico. -Le entregó el teléfono a Sophie-. Que no sea largo.

– Hola -dijo ella.

– Un minuto. Se lo traeré. -El hombre que Sanborne llamaba Franks tenía un marcado acento de Nueva York.

– ¿Mamá?

– Hola, cariño, sólo quería decirte que estoy haciendo todo lo posible para mantenerte a salvo.

– ¿Y tú estás a salvo?

– Sí, y pronto estaremos juntos. ¿Estás bien? ¿No te han hecho daño?

– Estoy bien. No te preocupes por mí.

– Es difícil no…

Sanborne le había quitado el móvil.

– Eso será todo -advirtió, y lo apagó-. Es más de lo que mereces, considerando el progreso que has hecho. No habrá más contactos hasta que empieces a obtener resultados.

– Entiendo -dijo ella, y desvió la mirada-. Ese hombre tuyo, Franks, tiene una especie de acento…

– Brooklyn, para ser más exactos. Se nota mucho, ¿no?

– Mucho. -No era Jock el que había hablado por teléfono. Aunque hubiera imitado el acento, ella habría reconocido su voz.

– Trabajaba con una de esas pandillas antes de que lo escogiera para el REM-4. Ahora, vuelve al laboratorio.

– Son más de las nueve. Tengo que dormir en algún momento.

– Puedes volver a tu habitación a medianoche. Pero quiero que te despiertes temprano para que sigas trabajando. Boch es un poco rudo, pero tiene razón a propósito del factor tiempo. Tienes que acabar el trabajo.

– Lo acabaré. -De pronto, Sophie atisbó una posibilidad-. Sin embargo, necesitaré mis notas originales sobre el REM-4 para establecer comparaciones. ¿Las tienes a mano?

Él sonrió con una mueca burlona.

– ¿Quieres decir que no has memorizado la fórmula?

– Ya sabes lo complicada que era. Podría reconstruirla, pero eso me llevaría un tiempo que tú no quieres perder.

– Tienes toda la razón. -Sanborne vaciló, luego se giró y entró en la biblioteca. Volvió al cabo de un rato con un CD de ordenador-. Quiero que me lo devuelvas al final de cada día. Lo guardo en la caja fuerte. -Le entregó el CD-. ¿No te alegra ver que he cuidado tan bien de tu trabajo?

– Debería haberlo quemado antes de dejar que le pusieras las manos encima -dijo ella, y se fue hacia el laboratorio-. Pero si tengo que hacer esto, tendrás que cooperar conmigo. No puedo hacerlo sola.

– Desde luego que ayudaré. Aquí todos en la isla somos una gran familia unida.

Sophie no contestó y cerró la puerta a sus espaldas. En cuanto estuvo a solas, el recuerdo de esa llamada telefónica que había intentado bloquear desesperadamente le volvió al pensamiento.

Un acento de Brooklyn. Una voz que ella no reconocía. Las magulladuras en la cara de Michael.

No podía ser verdad. Tenía que haber una explicación. Royd no habría dejado que Franks se llevara a Michael para asegurarse de que Sanborne estaba convencido de que realmente Michael estaba en su poder.

Te utilizaré a ti o a cualquiera para acabar con Sanborne y Boch.

Dios mío.

Pero eso era cuando acababan de conocerse. Ahora se conocían, habían dormido juntos y, en muchos sentidos, ella se sentía más cerca de él que de nadie más.

Sin embargo, él no había vacilado a la hora de mandarla a enfrentarse al peligro en San Torrano.

Moriría por ti.

Aquellas últimas palabras le habían llegado al corazón. La habían asombrado, pero en aquel momento ella creía que él hablaba en serio.

Pero también le había creído cuando él declaró que utilizaría a cualquiera. Tenía que poner fin a aquello. Ese conflicto interior la desgarraba. En cualquiera de los dos casos, tendría que sobrevivir aquellos días en la isla y mantener a Sanborne lo bastante contento para que no hiciera daño a Michael. De todos modos, tendría que encontrar una manera de destruir a Sanborne y a Boch. Estaba demasiado metida en el asunto para hacer otra cosa.

Acercó las notas de Gorshank e intentó concentrarse. No le sorprendería que Sanborne hubiera ocultado micrófonos en el laboratorio. Cada uno de sus movimientos debía parecer legítimo. Estudiaría las notas. Procesaría otra muestra de agua. Bloquearía cualquier pensamiento a propósito de Royd.

Te utilizaría a ti o a cualquiera…