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– Pero habéis dicho que los hijos de Illian ya no estaban en el monasterio y que estaban al cargo de sor Eisten. ¿No es eso cierto?

– La historia se complica. Cuando Illian fue asesinado, pusieron a sus hijos al cuidado de un primo que los adoptaría.

Con cierto dramatismo, Fidelma se giró en redondo y señaló hacia los bancos de la abadía.

– Era una persona perteneciente a esta abadía, el hermano Midach, el padre adoptivo de los dos niños, a quienes se conocía como Primus y Víctor en Sceilig Mhichil.

Midach seguía impasible en su asiento. Una leve sonrisa dibujada en su rostro. No dijo nada y Fidelma continuó.

– Dacán pensó que el padre adoptivo era el primo de Illian, el padre Mel de Sceilig Mhichil. En esto no leyó el testamento con la atención debida. El testamento de Illian indica claramente «que la resolución del honorable determina la adopción de mis hijos». ¿Hay alguien aquí que no sepa que el significado de Midach es «honorable»? Midach fue nombrado aite o padre adoptivo de los hijos de Illian.

»Midach, por sospecha o por accidente, leyó las notas de Dacán en la biblioteca y se dio cuenta de que el viejo erudito buscaba a los hijos de Illan. Dacán descubrió a Midach leyendo sus notas y tuvieron una discusión. El hermano Martan fue testigo de ello. Ansioso por proteger a los que tenía a su cargo, aquella misma noche Midach se fue de la abadía y navegó hasta Sceilig Mhichil. Sacó a los niños de allí y se los llevó a sor Eisten, que había sido su alumna. Luego, pudo visitarlos varias veces con el pretexto de ir al pueblo y ayudarlos con medicinas contra la peste. Lo vieron allí y me lo describieron. Los nombres verdaderos de los hijos de Illian, conocidos en Sceilig Mhichil como «Primus» y «Víctor», eran Cétach y Cosrach. Si se tradujeran tales nombres al latín éste sería el resultado.

»Midach se quedó conmocionado cuando oyó que Intat había arrasado Rae na Scríne. Creía que Dacán trabajaba para Salbach y, a través de éste, para Scandlán de Osraige. Desgraciadamente, no se dio cuenta de que Grella formaba parte de la conspiración y era el alma amiga de Eisten. Sin embargo, después del ataque, se encontró con que sus dos pupilos estaban a salvo. Decidió llevarse a los dos niños de este reino y pidió a sor Eisten que les buscara un pasaje.

»Cétach, el mayor, al menos, había sido advertido de que Salbach los buscaba, así que, cuando éste vino aquí, Cétach me rogó que no mencionara a su hermano ni a él al jefe. Luego, ambos desaparecieron.

»Mientras Midach ocultaba a los niños, Eisten fue a reservar un pasaje para ellos en un barco mercante de la bahía. Primero se equivocó de barco y habló con un marinero que era del barco de guerra de Laigin, cuyo capitán era Mugrón. Por desgracia, Intat divisó a Eisten. El resto de la historia ya la conocemos. A pesar de la tortura, Eisten no dijo dónde estaban los niños y finalmente, encolerizado, Intat la mató. Los niños tuvieron que quedarse ocultos hasta que Midach pudiera sacarlos y ponerlos a salvo.

Fidelma hizo una pausa, pues tenía la garganta seca.

Barrán aprovechó la ocasión para dirigirse a Midach.

– ¿Negáis esta historia o alguna parte de ella?

Midach estaba sentado, con los brazos cruzados y sin expresión alguna.

– Ni la confirmo ni la niego.

El gran brehon volvió a dirigirse a Fidelma.

– Hay un punto en vuestra explicación que no entiendo. No os ocupáis de la muerte de Dacán, que, aunque estos acontecimientos sean importantes, es la causa principal de esta acción presentada por Laigin.

– Llegaré a ello, Barrán -le aseguró Fidelma, tosiendo un poco en un intento de aclararse la garganta.

»Midach ocultaba a los niños, Cétach y Cosrach, aquí en la abadía, donde siguen escondidos. Creo que ahora los podemos sacar con tranquilidad del sepulcro de san Fachtna, pues estarán bajo la protección del Rey Supremo. ¿No es así?

La pregunta iba dirigida a Sechnassach.

El Rey Supremo respondió a la mirada interrogativa de Fidelma con una breve sonrisa.

– Así serán protegidos, Fidelma de Kildare.

– ¿Midach, los podéis traer?

El médico se puso en pie titubeante. Le costaba hablar. Fidelma decidió provocarlo.

– Si vais hasta la estatua del querubín detrás del altar mayor y la giráis media vuelta a la izquierda, soltará el muelle que hace girar la losa.

Midach abrió la boca sorprendido.

– ¿Cómo lo habéis descubierto? -preguntó consternado.

– Las escaleras que hay debajo conducen al sepulcro secreto de san Fachtna, el fundador de esta abadía -continuó Fidelma-. Es ahí donde han estado ocultos Cétach y Cosrach desde la muerte de sor Eisten. ¿No es así, Midach?

Midach bajó los hombros en señal de resignación.

– Así es, como lo ha dicho -murmuró-. Parece que lo sabe todo.

Una pareja de la guardia del Rey Supremo se movió ante un gesto de Sechnassach y siguieron las instrucciones que había dado Fidelma. Unos momentos después, los dos jóvenes de cabello oscuro salieron de la tumba parpadeando y miraron atemorizados a la imponente asamblea.

El gran brehon intentó inmediatamente tranquilizarlos en cuanto a su seguridad.

Forbassach estaba en pie.

– He de señalar que nosotros, los de Laigin, no tenemos deseos de hacer daño a estos niños… si, ciertamente, son los hijos de Illian.

– Son los hijos de Illian -confirmó Fidelma-. Y, si se les lava bien el pelo y se les quita este tinte negro, se verá que es de color cobrizo. Midach les tiñó el cabello como precaución cuando se los llevó a sor Eisten. ¿No es así?

Parecía que Midach estaba demasiado abatido para contestar.

Forbassach, todavía en pie, seguía hablando repitiendo unas mismas ideas.

– Nosotros buscábamos a los herederos de Illian simplemente para identificarlos. Para descubrir su paradero. Nuestro propósito era ofrecerles nuestro apoyo en sus reclamaciones y restaurarlos en el trono de Osraige. Tan sólo hay un poder aquí que se opondría a tal propósito: Cashel. Tal como hemos venido alegando, el interés de Cashel está en destruirlos. Cashel pretendía matar a Dacán. Insistimos en nuestra reclamación inicial, que Osraige sea el precio de honor que se pague por la muerte de Dacán. -Sonrió dirigiéndose a los dos niños-. Sin embargo, como ninguno de los chicos está próximo a la edad de elegir y, por lo tanto, ser proclamado rey, el derecho al trono debe ser transferido a Fearna.

Al momento, Colgú, haciendo caso omiso al protocolo del tribunal, se puso en pie encolerizado.

– Cashel no está en el centro de esta conspiración para hacer daño a estos niños. Salbach admite que es culpable. Por eso, Cashel lo castigará. ¡La maldad del jefe de los Corco Loígde no ha de recaer sobre los hombros de Cashel!

– Sin embargo, Corco Loígde debe lealtad a Cashel -replicó Forbassach-. ¿En qué otros hombros sino en los de Cashel ha de recaer la culpabilidad?

Barrán levantó las dos manos. Estaba consternado y sus ojos revelaban enfado.

– Es motivo de tristeza que uno y otro olviden el protocolo de este tribunal. Es motivo de multa que ambos persistan en pelearse ante mí. Colgú, os pongo una multa de un séd, el valor de una vaca lechera, por no permitir que vuestra dálaigh exponga vuestros argumentos. Forbassach, sois más culpable, pues, además de conocer las leyes, sois el abogado de vuestro rey. Os impongo una multa de un cumal, el valor de tres vacas lecheras. Si esto vuelve a ocurrir, las multas no serán tan leves.

Barrán permitió que todo el mundo se aposentara y mandó que los dos niños fueran llevados ante el cos-na-dála.

– ¿Debo entender que estos niños no han llegado a la edad de elegir? -preguntó girándose hacia Midach.

– Así es -admitió el médico, aceptando su papel de padre adoptivo.