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Se llama Pilar Sanchez y la conoció seis meses atrás en un parque, un encuentro puramente casual a última hora de la tarde de un día de mediados de mayo, el encuentro más inverosímil que quepa imaginar. Ella sentada en el césped, leyendo un libro, y él también sobre la hierba con otro libro en la mano, que por casualidad era el mismo que ella tenía, en la misma edición de bolsillo, con idéntica portada, El gran Gatsby, que él leía por tercera vez desde que su padre se lo regaló al cumplir dieciséis años. Llevaba allí veinte o treinta minutos, enfrascado en la lectura y por tanto ajeno a todo lo que le rodeaba, cuando oyó que alguien reía. Se volvió y, en aquella primera y fatal visión, mientras ella le sonreía allí sentada señalando el título de su libro, él calculó que aún no había cumplido los dieciséis, sólo una niña, en realidad, y de poca estatura además, una adolescente menuda que llevaba vaqueros muy cortos y ajustados, sandalias y una brevísima camiseta, el mismo atuendo de cualquier otra chica medianamente atractiva de la parte baja de aquella Florida destellante de sol. Casi una criatura, se dijo, y sin embargo ahí estaba con los tersos miembros desnudos y un rostro despierto y sonriente, y él, que rara vez sonríe a nada o a nadie, la miró a los ojos negros y vivaces y le devolvió la sonrisa.

Seis meses después, sigue siendo menor de edad. Su carné de conducir declara que tiene diecisiete años, que hasta mayo no cumplirá los dieciocho, y por tanto debe comportarse recatadamente con ella en público, evitar a toda costa hacer algo que despierte las sospechas de los mirones, pues una simple llamada a la policía por parte de algún entrometido quisquilloso podría mandarlo a la cárcel. Todas las mañanas que no sean de fin de semana o festivos, la lleva en coche al instituto John F. Kennedy, donde cursa el último año de bachillerato -le va muy bien en los estudios; tiene aspiraciones de ir a la universidad y convertirse en enfermera titulada en el futuro-, pero nunca la deja delante del edificio. Sería demasiado peligroso. Algún profesor o empleado del instituto podría verlos en el coche y dar la alarma, de modo que se detiene tranquilamente tres o cuatro manzanas antes de llegar al Kennedy y deja que se apee allí. No le da un beso al despedirse. No la toca. A ella le entristece su comedimiento, porque a sus propios ojos ya es una mujer adulta, pero acepta esa falsa indiferencia porque él le ha dicho que debe hacerlo.

Los padres de Pilar fallecieron en un accidente de coche dos años atrás, y hasta que se fue a vivir con él a su apartamento cuando acabó el curso en junio pasado, vivía con sus tres hermanas mayores en la casa familiar: Maria, de veintiún años; Teresa, de veintitrés, y Angela, de veinticinco. Maria está matriculada en un centro de formación superior, donde estudia para esteticista. Teresa es cajera en un banco del barrio. Angela, la más bonita de la pandilla, trabaja como chica de alterne en una sala de fiestas. Según Pilar, a veces se acuesta con los clientes por dinero. Pilar se apresura a declarar que quiere a Angela, que quiere a todas sus hermanas, pero se alegra de haberse marchado de la casa, demasiado llena de recuerdos de sus padres; y además, no puede contenerse, está enfadada con Angela por dedicarse a eso, considera una ruindad que una mujer venda su cuerpo y es un alivio no tener que discutir más con ella sobre la cuestión. Sí, le dice a él, su apartamento es un sitio pequeño y destartalado, a diferencia de la casa, mucho más grande y cómoda, pero tiene la ventaja de que allí no está Carlos Junior, de dieciocho meses, lo que constituye un inmenso alivio. No es que el hijo de Teresa sea insoportable, es como todos los niños, desde luego, y qué puede hacer Teresa, con su marido destinado en Irak y su larga jornada de trabajo en el banco, pero eso no le da derecho a endilgar la tarea de cuidar de la criatura a su hermana pequeña un día sí y otro también. A Pilar le gustaría ser comprensiva, pero no puede evitar tomárselo a mal. Necesita tiempo para estar sola y estudiar, quiere hacer algo en la vida y ¿cómo puede conseguirlo si no hace más que cambiar pañales? Los niños están bien para los demás, pero ella no quiere saber nada de críos. Gracias, concluye, pero no.

Él se maravilla de su ánimo e inteligencia. Incluso el primer día, sentados en el parque hablando de El gran Gatsby, ya le causó la impresión de estar leyendo el libro por propia iniciativa y no porque un profesor se lo hubiese asignado como tarea en el instituto, y luego, a medida que progresaba la conversación, se quedó doblemente impresionado cuando ella sostuvo que el personaje más importante de la novela no era Daisy ni Tom, ni siquiera el propio Gatsby, sino Nick Carraway. Le pidió que lo explicara. Porque es quien cuenta la historia, sentenció ella. Es el único personaje con los pies en la tierra, el único que puede mirar más allá de sí mismo. Todos los demás son gente perdida y superficial, y sin la humanidad y comprensión de Nick, no seríamos capaces de sentir nada por ellos. Nick es el elemento determinante de la novela. Si la historia la hubiera contado un narrador omnisciente, no habría sido ni la mitad de buena.

«Narrador omnisciente.» Sabe lo que significan esos términos, igual que entiende lo que se quiere decir con «suspensión de la incredulidad», «biogénesis», «antilogaritmos» y «Brown contra Consejo de Educación». ¿Cómo es posible, se pregunta, que una chica joven como Pilar Sanchez, con un padre nacido en Cuba que trabajó de cartero toda su vida y tres hermanas mayores satisfechas de vivir empantanadas en una monótona rutina diaria, haya salido tan distinta del resto de la familia? Pilar necesita saber cosas, tiene planes, trabaja mucho, y él está más que contento de animarla, de hacer cualquier cosa para ayudarla en los estudios. Desde el día que se marchó de su casa para irse a vivir con él, la ha estado instruyendo en los más sutiles pormenores del examen de selectividad, ha escudriñado cada uno de sus deberes escolares, le ha enseñado los rudimentos del cálculo matemático (que no dan en el instituto) y le ha leído en voz alta docenas de novelas, relatos y poemas. Él, joven sin ambiciones, que dejó la universidad y rechazó todos los símbolos de la privilegiada vida que llevaba entonces, se ha hecho cargo de las aspiraciones de ella, tratando de impulsarla hasta donde quiere llegar. Lo prioritario es la universidad, una buena universidad con una beca completa, y una vez que consiga eso tiene la impresión de que lo demás vendrá por sí solo. Por el momento, sueña con ser enfermera titulada, pero las cosas cambiarán con el tiempo, de eso está seguro, y tiene absoluta confianza en que posee cualidades para ir a la facultad de Medicina y ser médico algún día.

Fue ella quien propuso irse a vivir con él. A él jamás se le habría ocurrido sugerir audacia tan inaudita, pero Pilar estaba resuelta, a un mismo tiempo movida por el deseo de escapar y cautivada por la perspectiva de acostarse con él todas las noches; y cuando le pidió que hablara con Angela, principal sostén económico del clan y por tanto quien tenía la última palabra en todas las decisiones familiares, fue a ver a la mayor de las Sanchez y logró convencerla. Al principio se mostró reacia, alegando que Pilar era demasiado joven y carecía de experiencia para calibrar un paso de tal envergadura. Sí, sabía que su hermana estaba enamorada de él, pero no aprobaba esa relación debido a la diferencia de edad, lo que significaba que antes o después acabaría cansándose de aquel juguete adolescente y dejándola con el corazón destrozado. Él contestó que probablemente la cosa terminaría al revés, con él abandonado y deshecho. Entonces, dejando a un lado la discusión sobre los aspectos amorosos y sentimentales, presentó sus argumentos en términos puramente prácticos. Pilar no tenía trabajo, dijo, era una rémora para la economía familiar y él se encontraba en condiciones de mantenerla y librarlas de esa carga. No era como si fuera a secuestrarla y llevársela a China, después de todo. La casa sólo estaba a quince minutos a pie de su apartamento y podrían verla siempre que quisieran. Para cerrar el trato, les ofreció regalos, toda una serie de cosas que ansiaban pero que andaban cortas de dinero para conseguir. Para gran sorpresa y sarcástico regocijo de los tres payasos del trabajo, cambió circunstancialmente de postura sobre las normas que regían el protocolo de aquella ocupación y a la semana siguiente se llevó con toda tranquilidad un televisor de pantalla plana casi nuevo, una cafetera eléctrica de la mejor calidad, un triciclo rojo, treinta y seis películas (incluido un estuche para coleccionistas de todo El padrino), un espejo profesional de maquillaje y un juego de copas de vino de cristal fino, que cumplidamente entregó a Angela y sus hermanas en señal de gratitud. En otras palabras, Pilar vive ahora con él porque ha sobornado a la familia. La ha comprado.