Quería hacerme mejor persona. De eso se trataba. Ser mejor, más fuerte; todo muy loable, supongo, pero también un poco vago. ¿Cómo sabes cuándo te has hecho mejor? No es como ir cuatro años a la universidad y que te den un diploma para demostrar que has aprobado todas las asignaturas. No hay modo de medir los progresos. De manera que persistí en el intento, sin saber si me hacía mejor o no, desconociendo si era más fuerte o no, y al cabo de un tiempo dejé de pensar en el objetivo para centrarme en el experimento. (Pausa. Otro trago de vino.) ¿Tiene eso sentido para ti? Me convertí en adicto de la lucha. Perdí la pista de mí mismo. Seguí insistiendo, pero ya no sabía por qué lo hacía.
Tu padre cree que te marchaste por una conversación que escuchaste a escondidas.
¿Llegó a adivinarlo? Qué impresionante. Pero aquella conversación fue sólo el punto de partida, el primer impulso. No voy a negar lo tremendo que fue oírlos hablar así de mí, pero después de marcharme, comprendí que tenían razón, que no les faltaban motivos para estar preocupados por mí, que acertaban en su análisis de mi perturbada psique, y por eso me mantuve alejado: porque no quería seguir siendo esa persona y era consciente de que tardaría mucho tiempo en ponerme bien.
¿Y ya estás bien?
(Risas.) Lo dudo. (Pausa.) Pero no estoy tan mal como entonces. Han cambiado muchas cosas, sobre todo en los últimos seis meses.
¿Otra copa, Miles?
Sí, por favor. (Pausa.) No debería beber. No tengo práctica, ¿sabes? Pero es un vino extraordinariamente bueno y estoy muy, pero que muy nervioso.
(Rellenando las copas.) Yo también, cariño.
Tú nunca tuviste nada que ver, espero que lo entiendas. Pero cuando rompí con mi padre y con Willa, también tenía que romper contigo y con Simon.
Todo ha sido por lo de Bobby, ¿verdad?
(Asiente con la cabeza.)
Tienes que olvidarte de eso.
No puedo.
Debes hacerlo.
(Niega con la cabeza.) Demasiados malos recuerdos.
Tú no lo atropellaste. Fue un accidente.
Estábamos discutiendo. Le di un empujón y cayó en medio de la carretera, y entonces apareció el coche: a mucha velocidad, de repente.
Déjalo, Miles. Fue un accidente.
(Ojos llenándose de lágrimas. Silencio, cuatro segundos. Entonces suena el timbre del portal.)
Debe de ser la cena. (Se levanta, se acerca a Miles, le da un beso en la frente y luego se aleja para abrir al repartidor del restaurante. Por encima del hombro, pregunta a Miles.) ¿Cuál crees que será? ¿El menú vegetariano o el carnívoro?
(Largapausa. Una sonrisa forzada.) ¡Los dos!
MORRIS HELLER
Botellero ha estado en Inglaterra y ha vuelto, y la experiencia que ha vivido allí ha cambiado el color del mundo. Desde que volvió a Nueva York el 25 de enero, ha dejado las latas y botellas para dedicarse a una vida de pura contemplación. Botellero casi se muere en Inglaterra. Contrajo neumonía y pasó dos semanas en un hospital, y la mujer a quien fue a salvar del derrumbe mental y de un suicidio potencial acabó salvándolo a él de una muerte casi segura y al mismo tiempo salvándose a sí misma de venirse mentalmente abajo y posiblemente salvando también su matrimonio. Botellero se alegra de estar con vida. Sabe que tiene los días contados, y por tanto ha dejado la búsqueda de botellas y latas a fin de asimilar los días a medida que van pasando, uno tras otro, cada uno más rápidamente que el anterior. Entre las numerosas observaciones que ha escrito en su cuaderno de notas están las siguientes:
25 de enero. No nos hacemos más fuertes con el paso de los años. La acumulación de penas y sufrimientos va mermando nuestra capacidad de soportar el dolor, y como el padecimiento y la tristeza son inevitables, incluso un pequeño revés en la edad tardía puede repercutir con la misma fuerza que una gran tragedia cuando éramos jóvenes. La gota que hace rebosar el vaso. Meter tu pene de tarado en la vagina de otra mujer, por ejemplo. Willa ya estaba al borde del colapso nervioso antes de que ocurriera esa ignominiosa aventura. Ha pasado mucho en la vida, ha soportado más penas de las que le correspondían, y por muy fuerte que haya tenido que ser, no es ni la mitad de dura de lo que ella cree. Un marido muerto, un hijo muerto, un hijastro desaparecido y un segundo marido infiel; un segundo marido casi muerto. ¿Y si hubieras tomado la iniciativa años antes, la primera vez que la viste en aquel seminario de la facultad de Filosofía de Columbia, la inteligente chica de Barnard a quien permitieron asistir al curso de estudiantes de doctorado, aquella de facciones bonitas y delicadas y manos esbeltas? Hubo una fuerte atracción entonces, hace tanto tiempo, mucho antes de Karl y Mary-Lee, y por jóvenes que fuerais los dos por entonces, veintidós o veintitrés años, ¿qué habría pasado si hubieras insistido un poco más con ella, si tu pequeño coqueteo hubiera conducido al matrimonio? Resultado: ni marido muerto, ni hijo muerto ni hijastro. Otras penas y sufrimientos, desde luego, pero no ésos. Ahora te ha resucitado de entre los muertos, evitando el eclipse definitivo de toda esperanza, y tu cuerpo que aún respira debe considerarse su mayor triunfo. La esperanza perdura, pues, pero no la certidumbre. Ha habido una tregua, la declaración de un deseo de paz, pero no está claro si ha sido fruto de un verdadero consenso. El muchacho sigue siendo un obstáculo. Ella no puede olvidar y perdonar. Ni siquiera después de que su madre y él llamaran desde Nueva York para saber cómo estabas, ni siquiera después de que el chico siguiera llamando todos los días durante dos semanas para enterarse de las últimas noticias sobre tu estado. Ella se quedará en Inglaterra durante las vacaciones de Pascua y tú no volverás más. Ya has perdido demasiado tiempo y haces falta en la oficina, el capitán de un barco a punto de hundirse no debe abandonar a su tripulación. Quizá cambie de opinión a medida que pasen los meses. Puede que acabe cediendo. Pero no puedes renunciar al muchacho por ella. Ni renunciar a ella por el chico. Los quieres a los dos, has de tenerlos a los dos, de una forma u otra, los tendrás, aunque ellos no se tengan el uno al otro.
26de enero. Ahora que el chico y tú habéis pasado una velada juntos, te sientes curiosamente decepcionado. Tantos años esperando, demasiados, quizás, imaginando cómo se desarrollaría el encuentro, y de pronto una sensación de anticlímax cuando finalmente se produce, porque la fantasía es un arma poderosa y las imaginadas reuniones que se celebraron tantas veces en tu cabeza a lo largo de los años eran necesariamente más ricas, más plenas y satisfactorias desde el punto de vista emocional que la que tuvo lugar en la realidad. También te sienta mal el hecho de estar irremediablemente molesto con él. Si hay que salvar alguna esperanza de futuro, entonces debes aprender a perdonar y olvidar. Pero el chico ya está interponiéndose entre tu mujer y tú, y a menos que ella manifieste un cambio de actitud y lo admita de nuevo en su mundo, el chico seguirá representando la brecha que se ha abierto entre ella y tú. Con todo, fue un acontecimiento milagroso, y el muchacho está tan seriamente arrepentido que habría que ser de piedra para no querer pasar página y seguir con otra cosa. Pero transcurrirá algún tiempo antes de que volváis a encontraros cómodos en mutua compañía, antes de que podáis confiar de nuevo el uno en el otro. Físicamente, tiene buen aspecto. Fuerte y en forma, con un brillo alentador en los ojos. Los ojos de Mary-Lee, la impronta indeleble de su madre. Dice que ha asistido a dos funciones de Días felices y le parece que hace una Winnie espléndida, y cuando sugieres que vayáis a verla los dos juntos -si puede soportar la obra por tercera vez-, acepta de buena gana. Habló en detalle de la joven de la que se ha enamorado, Pilar, Pilar Hernandez, Sanchez, Gomez, el apellido se le escapa ahora, y está deseoso de presentártela cuando vuelva a Nueva York en abril. No tiene planes concretos para el futuro. De momento trabaja en la tienda de Bing Nathan, pero si puede reunir el dinero suficiente, está dando vueltas a la idea de volver a la universidad el curso que viene y sacarse el título.