Pero a lo mejor ya estás harta de Sunset Park. Si quieres ir a otra parte, a mí me da igual. Con tal de que pueda pagar la mitad del alquiler, cualquier sitio es bueno.
Querida Alice…
¿Qué?
No sabía que querías compartir piso.
¿Tú no?
En principio, sí, pero ha surgido algo y estoy considerando otras posibilidades.
¿Posibilidades?
Una posibilidad.
¡Ah!
Se llama Benjamín Samuels y me ha pedido que vaya a vivir con él.
Qué diablilla. ¿Cuánto tiempo lleva esto en marcha?
Un par de meses.
¿Un par de meses? ¿Qué te pasa? Dos meses y no me has dicho nada…
No estaba lo bastante segura para decírselo a nadie. Creí que iba a ser una pasión sexual que se apagaría antes de que valiera la pena mencionarlo. Pero parece que va creciendo. Se está haciendo lo bastante importante como para que quiera intentarlo, me parece.
¿Estás enamorada de él?
No lo sé. Pero estoy loca por él, eso sí lo sé. Y las relaciones sexuales son sensacionales.
¿Quién es?
El único.
¿Qué único?
El del verano de dos mil.
¿El tío que te dejó embarazada?
El muchacho que me dejó embarazada.
Vaya, así que la historia por fin sale a la luz…
Él tenía dieciséis años y yo veinte. Ahora tiene veinticinco y yo veintinueve. Esos cuatro años son mucho menos importantes hoy de lo que lo eran entonces.
Joder. Yo creía que había sido el padre, pero nunca pensé en el hijo.
Por eso no podía hablar del asunto. Él era demasiado joven y yo no quería meterlo en un lío.
¿Está enterado de lo que pasó?
No lo supo entonces y tampoco va a saberlo ahora. No tiene sentido decírselo, ¿verdad?
Veinticinco años. ¿Y qué hace?
Poca cosa. Tiene un trabajillo deprimente y no es que sea una lumbrera. Pero me adora, y nadie me ha tratado mejor en la vida. Follamos todos los días en la pausa de mediodía en su apartamento de la calle Cinco. Me vuelve loca. Cuando me toca me da vueltas la cabeza. No me canso de su cuerpo. Tengo la impresión de que voy a perder el juicio, y luego me levanto por la mañana y me doy cuenta de que soy feliz, más de lo que he sido en mucho, mucho tiempo.
Qué bien, Ellen.
Sí, qué bien. ¿Quién se lo habría imaginado?
MILES HELLER
El sábado 2de mayo lee en el periódico de la mañana que Jack Lohrke ha muerto a los ochenta y cinco años. El breve obituario relata las tres ocasiones en que escapó milagrosamente a la muerte -los camaradas caídos en la batalla de las Ardenas, el accidente de avión después de la guerra, el autocar despeñado por un barranco-, pero se trata de un artículo muy corto, superficial, que pasa sin detenerse por la mediocre carrera de El Afortunado en las ligas mayores con los Giants y los Phillies y sólo menciona un detalle que Miles no conocía: en el partido más célebre del siglo XX, la final del campeonato de la liga nacional de 1951, el desempate entre los Giants y los Dodgers, Don Mueller, el defensor derecho de los Giants, se rompió el tobillo al pisar la tercera base en la última entrada, y si en vez de ganar el partido con la carrera del triunfo los Giants no hubieran anotado, Lohrke habría sustituido a Mueller en la siguiente entrada, pero fue Branca quien realizó el lanzamiento, Thomson dio un batazo bueno y el partido terminó antes de que el nombre de El Afortunado apareciese en la hoja de anotación. El joven Willie Mays esperando turno, Lohrke el Afortunado haciendo ejercicios de calentamiento para sustituir a Mueller como defensor derecho, y entonces Thomson golpeó el último lanzamiento de la temporada mandando la bola por encima de la cerca del jardín izquierdo y los Giants ganaron el campeonato, se llevaron el trofeo. La necrológica no dice nada de la vida privada de Jack Lohrke el Afortunado, ni una sola palabra sobre matrimonio, hijos ni nietos, no da información acerca de las personas que lo quisieron, simplemente el detalle soso e insignificante de que el santo patrono de la buena suerte trabajó en el departamento de seguridad de la Lockheed cuando se retiró del béisbol.
En cuanto termina de leer el obituario, llama al piso de la calle Downing para acompañar a su padre en el sentimiento por la muerte del hombre de quien tanto hablaron durante los años que los acompañó la buena suerte, los años anteriores a que nadie supiera nada de carreteras en las Berkshires, antes de que enterraran a nadie y de que nadie se fugara de casa, y su padre ha leído, por supuesto, el periódico de la mañana mientras bebía el café y se ha enterado de que El Afortunado ha desaparecido de este mundo. Mala racha, observa su padre. Primero Herb Score en noviembre, luego Mark Fidrych en abril y ahora esto. Miles dice que lamenta no haber escrito una carta a Jack Lohrke para decirle que había sido un personaje muy importante en su familia, y su padre le contesta, sí, eso ha sido un estúpido descuido, ¿por qué no se les había ocurrido años atrás? Miles responde que quizá fuera porque pensaban que su héroe iba a vivir eternamente y su padre se echa a reír, diciendo que Jack Lohrke no era inmortal, sólo afortunado, y aunque lo considerasen su santo patrono, Miles no debe olvidar que los santos también mueren.
Ya ha pasado lo peor. Sólo veinte días para que lo liberen de esa cárcel, luego de vuelta a Florida hasta que Pilar acabe el instituto y después otra vez Nueva York, donde pasarán la primera parte del verano buscando un sitio para vivir en la zona norte de la ciudad. En un asombroso gesto de generosidad, su padre les ha ofrecido quedarse con él en la calle Downing hasta que encuentren apartamento, lo que significa que Pilar no tendrá que pasar una noche más en la casa de Sunset Park, cosa que la asustaba incluso antes de que empezaran a llegar las órdenes de desalojo y ahora le da verdadero pánico. ¿Cuánto tiempo más antes de que aparezca la poli para echarlos? Alice y Ellen ya se han decidido a largarse, y aunque Bing se puso rojo de furia cuando anunciaron su decisión mientras cenaban hace dos noches, las chicas se mantuvieron firmes y Miles cree que su postura es la única sensata que cabe adoptar ya. Se marcharán en cuanto Ellen consiga encontrar a Alice un sitio asequible, lo que probablemente sucederá a mediados de la semana próxima, y si sus circunstancias personales fueran semejantes a las de ellas, él también se marcharía. Sólo veinte días, sin embargo, y mientras tanto no debe abandonar a Bing, sobre todo cuando la empresa se está viniendo abajo, cuando Bing lo necesita tan desesperadamente a su lado, y por tanto piensa quedarse hasta el día 22 y reza para que la poli no se presente antes de esa fecha.
Desea contar con esos veinte días, pero no lo consigue. Obtiene el día y la noche del segundo, el día y la noche del tercero, y a primera hora de la mañana del cuarto se oye un fuerte golpe en la puerta de entrada. Miles duerme profundamente en su habitación de la planta baja detrás de la cocina, y para cuando se despierta y se viste a toda prisa, la casa ya está invadida. Oye pasos que suben pesadamente las escaleras, oye a Bing que grita airadamente a pleno pulmón «¡Quítame las putas manos de encima!», oye a Alice decir a voz en grito que dejen su ordenador en paz, y oye gritar a los polis «¡Fuera de aquí! ¡Largaos!», no sabe cuántos hay, cree que dos, pero pueden ser tres, y cuando abre la puerta de su cuarto, cruza la cocina y llega al vestíbulo de la entrada, la conmoción en el piso de arriba se ha convertido en clamoroso tumulto. Mira a su derecha, ve que la puerta de la calle está abierta y allí se encuentra a Ellen, parada en el porche tapándose la boca con la mano, los ojos desorbitados de miedo, de terror, y luego vuelve la cabeza a la izquierda y fija la mirada en la escalera, en lo alto de la cual ve a Alice, a la corpulenta Alice que forcejea para liberarse de los brazos de un poli enorme, y entonces, cuando alza un poco más la vista, ve a Bing, también en el rellano, con las muñecas esposadas mientras otro poli gigantesco le tira del pelo con una mano y le hinca la porra en la espalda con la otra, y justo cuando está a punto de dar media vuelta y salir corriendo de la casa, ve que el primer poli empuja a Alice escaleras abajo, y mientras la chica cae rodando hacia él, abriéndose la cabeza contra uno de los escalones de madera, el poli enorme que la ha empujado baja corriendo tras ella, y antes de que Miles pueda pararse a pensar lo que hace, le sacude un puñetazo en la mandíbula con el puño bien apretado, y cuando el poli cae derrumbado por el golpe, Miles da media vuelta, sale disparado de la casa, pasa junto a Ellen parada en el porche, alarga la mano izquierda, le coge la mano derecha, la arrastra consigo, bajan los escalones del porche y echan a correr.