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– ¿Y cuál es el problema?

– Mañana cojo un vuelo para Nueva York y no tengo tiempo de verificar las referencias.

– Me sorprende que te hayas quedado tanto tiempo.

– No eres la única sorprendida -contestó-. Tenía previsto volver el viernes pasado, pero Gus, como bien sabes, se ha convertido en un verdadero tormento. Y también mi jefa. Entiéndeme, es muy buena persona y le pareció bien que viniera, pero esta mañana me ha telefoneado, ya histérica. Han surgido problemas en el trabajo y quiere que vuelva. «O si no…», es como me lo ha planteado.

– Vaya por Dios.

– Debería haber previsto que esto acabaría así. Es una mujer generosa hasta que se presenta el primer problema -dijo Melanie-. Supongo que debería estar agradecida con cualquier cosa que me saque de aquí. Y eso me lleva al motivo de mi visita. Me ha dicho Henry que eres detective privado. ¿Es verdad?

– Pensaba que ya lo sabías.

– Es increíble que no te lo haya preguntado. Muy mal por mi parte -se reprochó-. Me gustaría que comprobaras por encima los antecedentes de Solana y me dijeras si es de fiar. Naturalmente, te pagaría por tu tiempo.

– ¿Tienes prisa en saberlo?

– Bastante. Ha accedido a trabajar un turno de ocho horas durante los próximos cinco días. Después, si todo va bien, iremos ajustando el horario hasta que veamos qué es lo mejor. De momento empezará a las tres y se marchará a las once; así acompañará a Gus a la hora de la cena, le dará la medicación y lo ayudará a acostarse. Con lo delicado que está, sé que necesita más que eso, pero es lo máximo que he podido hacer. Antes de irse por la noche, le preparará el desayuno para el día siguiente. He llamado a Meals on Wheels, el servicio de voluntarios, para que le traigan una comida caliente al mediodía y algo sencillo para la cena. Ella se ofreció a cocinar, pero pensé que era pedir demasiado. No quería abusar.

– Parece que ya lo tienes todo resuelto, pues.

– Esperemos que así sea. Me preocupa un poco irme tan precipitadamente. Se la ve honrada y responsable, pero la conocí el viernes y quizá no debería dar las cosas por sentadas.

– No creo que tengas por qué preocuparte. Si la ha enviado una agencia, será de fiar. Cualquier servicio de asistencia sanitaria a domicilio comprobaría sus referencias. Sólo la propondrían para un puesto si tiene titulación y ha firmado un contrato de garantía con la agencia.

– Ése es el problema. Trabaja con una agencia, pero respondió al anuncio por cuenta propia. De hecho, fue la única que contestó, así que en ese sentido debo considerarme afortunada.

– ¿Qué agencia es?

– Tengo aquí la tarjeta. Asistencia Sanitaria para la Tercera Edad. No sale en el listín, y cuando intenté llamar, descubrí que el número ya no existía.

– ¿Te dio esa mujer alguna explicación?

– Cuando se lo pregunté, se deshizo en disculpas. Dijo que el número de la tarjeta era antiguo. La empresa se ha trasladado y no ha tenido ocasión de encargar tarjetas nuevas. Me dio el número nuevo, pero siempre sale un contestador automático. He dejado dos mensajes y espero que alguien me devuelva la llamada.

– ¿Ha rellenado la solicitud?

– Aquí la tengo. -Abrió el bolso y sacó las hojas, que había doblado en tres partes-. Es un formulario estándar que encontré en un manual de documentos jurídicos. En mi trabajo contrato a mucha gente, pero por lo general el jefe de personal los investiga antes. Sé juzgar a las personas en mi ámbito, pero el mundo de la enfermería me es ajeno. Tiene el título de enfermera de grado medio, no el de grado superior, pero ha trabajado con pacientes geriátricos, y eso no representa el menor problema para ella. Naturalmente, el tío Gus ha estado de mal humor e insoportable, pero ella se lo ha tomado todo con calma. Es mejor persona que yo. El tío Gus se comportó tan mal que estuve tentada de soltarle un sopapo.

Eché una hojeada al papel, rellenado a mano con bolígrafo. La información constaba en pulcras letras de imprenta, todas mayúsculas, sin tachaduras. Comprobé la declaración al pie de la hoja donde la mujer firmaba y daba fe de que toda la información facilitada era exacta y veraz. Se incluía en el párrafo un descargo, autorizando a la posible parte contratante a comprobar su titulación e historial profesional. «Entiendo y acepto que, en caso de falsedad u omisión de datos materiales, perderé todo derecho de empleo.»

– Con esto debería bastar. Lo resolveré en parte por teléfono, pero la mayoría de las entrevistas es mejor hacerlas en persona, sobre todo cuando se trata de cuestiones de carácter. En general, los antiguos jefes son reacios a poner por escrito observaciones despectivas por miedo a posibles demandas. Cara a cara, es más probable que ofrezcan los detalles dignos de mención. ¿Hasta cuándo quieres que me remonte?

– Pues, la verdad, me parece suficiente con una comprobación por encima: el título, el último puesto de trabajo y un par de referencias. Espero que no pienses que es pura paranoia por mi parte.

– Oye, yo me gano la vida con esto. No tienes que justificar mi propio trabajo.

– Lo que quiero, más que nada, es saber que no se trata de una asesina que anda suelta por ahí -dijo con pesar-. Aunque ni siquiera eso sería un problema si consigue llevarse bien con él.

Volví a doblar la solicitud.

– Mañana por la mañana la fotocopiaré en la oficina y te la devolveré.

– Gracias. Me iré a Los Ángeles a las nueve para coger el avión a las doce. Te telefonearé el miércoles.

– Quizá sea mejor que te llame yo cuando tenga algo que decir.

Saqué un contrato modelo del cajón de mi escritorio y tardé unos minutos en rellenar los espacios en blanco, explicando la naturaleza y el contenido de nuestro acuerdo. Apunté el número de teléfono de mi casa y el de mi despacho en lo alto de la página. Después de firmar las dos, sacó su billetero y me dio una tarjeta de visita y quinientos dólares en efectivo.

– ¿Con esto bastará?

– Sí. Cuando te envíe el informe, adjuntaré una explicación detallada -dije-. ¿Ella sabe algo de esto?

– No, y prefiero que quede entre nosotras. No quiero que piense que no confío en ella, y menos después de insistir tanto en contratarla de inmediato. No tengo inconveniente en que se lo digas a Henry.

– Seré de lo más discreta.

Había planeado una visita al campus del City College, donde se había producido el accidente de Lisa Ray, para dedicar un tiempo a rastrear la zona y ver si localizaba al testigo desaparecido. Eran cerca de las tres y cuarto cuando llegué a la salida de Castle y doblé a la derecha para tomar por Palisade Drive, que subía en diagonal por la pendiente. Hacía un día gris y el cielo encapotado parecía anunciar lluvia, pero en California el tiempo puede ser engañoso. En el este, unos densos nubarrones augurarían precipitaciones; aquí, en cambio, estamos sometidos a la niebla marina, que en realidad no permite ningún pronóstico.