Ladeé la cabeza. Un sobre con una raya roja en el borde había quedado atrapado en un pliegue de la moqueta. Alargué la mano y lo saqué para examinarlo de cerca. Iba dirigido a Augustus Vronsky y el remite era de la compañía eléctrica y del gas. Seguía sellado. Era una factura de suministros de Gus. La raya roja indicaba una severa reprimenda, y supuse que no había pagado. ¿Qué hacía eso en la basura?
Yo había visto el casillero del buró de Gus. Tenía las facturas pagadas y pendientes de pago claramente separadas, junto con recibos, extractos bancarios y demás documentación económica. Recordé lo mucho que me impresionó que mantuviera sus asuntos tan bien ordenados. Pese a su lamentable incapacidad para cuidar de la casa, era obvio que controlaba a conciencia las cuentas.
Di la vuelta al sobre. ¿No estaba pagando sus facturas? Eso era preocupante. Sin darme mucha cuenta de lo que hacía, tiré del borde de la solapa, dudando si era sensato o no echar un vistazo. Conozco el reglamento federal en lo referente al robo de correspondencia. Está prohibido robar el correo de otra persona, y a ese respecto no hay peros que valgan. También era verdad que un documento abandonado en un contenedor junto a la acera ya no conservaba el carácter de propiedad privada de la persona que lo había tirado. En este caso, parecía que la factura sin abrir había acabado en la papelera por error. Lo cual significaba que seguía siendo intocable. No sabía qué hacer.
Si eso era un aviso para exigirle el pago y yo lo dejaba donde lo había encontrado, podían cortarle el suministro. Por otro lado, si me quedaba con el sobre, podía acabar en una cárcel federal. Lo que me inquietaba era la certeza casi total de que no era Gus quien vaciaba últimamente la papelera. Eso lo hacía Solana. No había visto salir a Gus de su casa desde hacía dos meses. Apenas tenía movilidad, y yo sabía que no se ocupaba de sus tareas cotidianas.
Subí los peldaños del porche de su casa y dejé la factura en el buzón sujeto al marco de la puerta; luego me encaminé hacia mi estudio. Habría dado cualquier cosa por averiguar si Gus atendía debidamente sus asuntos económicos. Crucé la verja y rodeé el estudio. Entré y subí por la escalera de caracol al altillo, donde me quité el chándal sudado y me metí en la ducha. Después de vestirme, me comí mis cereales. A continuación, atravesé el patio y llamé a la puerta trasera de Henry.
Estaba sentado en la cocina con una taza de café y el periódico extendido delante. Se levantó para abrir la puerta. Me apoyé en el marco inclinándome hacia delante para echar una rápida mirada al interior.
– ¿No tenemos pelea en marcha?
– No. No hay moros en la costa. ¿Quieres un café?
– Pues sí.
Me dejó pasar y me senté a la mesa de la cocina mientras él sacaba un tazón y lo llenaba. Acto seguido dejó la leche y el azúcar delante de mí y dijo:
– Es leche entera, no la semidesnatada de siempre. ¿A qué debo el placer? Espero que no vayas a sermonearme por mi mala conducta.
– Estoy pensando en llevarle una sopa casera a Gus.
– ¿Necesitas una receta?
– No exactamente. En realidad esperaba conseguir una sopa ya hecha. ¿No tendrás en el congelador?
– ¿Por qué no vamos a ver? De haberlo pensado, te la habría llevado yo mismo. -Abrió el congelador y empezó a sacar recipientes de Tupperware, cada uno con el contenido y la fecha prolijamente anotados en etiquetas. Miró una-. Sopa con curry. No me acordaba de que la tenía. Esto no es algo que prepararías tú. Tú eres más del caldo de pollo con fideos.
– Exacto -corroboré, mientras miraba cómo sacaba un recipiente de un litro del fondo del compartimento. La etiqueta estaba cubierta de escarcha y tuvo que rascarla con la uña del pulgar-. ¿Julio de 1985? Me temo que la vichyssoise ha caducado. -Colocó el bote en el fregadero para que se descongelara-. Esta mañana te he visto salir a correr.
– ¿Qué hacías en la calle tan temprano?
– Estarás orgullosa de mí. He caminado. Tres kilómetros exactos. Me ha gustado.
– Charlotte es una buena influencia.
– Lo era.
– Ya -dije-. Supongo que no querrás hablar del tema.
– No. -Sacó otro recipiente y leyó la etiqueta-. ¿Qué tal una de arroz con pollo? Sólo tiene dos meses.
– Perfecto. La descongelaré primero y la llevaré caliente. Así dará más el pego.
Cerró el congelador y dejó el recipiente de sopa dura como una piedra encima de la mesa junto a mí.
– ¿A qué se debe el gesto de buena vecindad?
– Gus me tiene preocupada, y ésta es mi excusa para una visita.
– ¿Por qué necesitas una excusa?
– Quizá sea un motivo más que una excusa. No quiero tomar partido, pero por lo visto Charlotte pensaba que Solana había influido en la desavenencia entre vosotros. Me preguntaba por qué habrá hecho una cosa así. O dicho de otro modo: si se trae algo entre manos, ¿cómo vamos a enterarnos nosotros?
– Yo no daría mucho crédito a lo que dice Charlotte, aunque, para ser justos, no creo que haya actuado mal; simplemente ha sido oportunista.
– ¿Hay alguna posibilidad de reconciliación?
– Lo dudo. Ella no va a disculparse, y yo tampoco, eso desde luego.
– Te pareces a mí.
– Tan tozudo no soy -comentó él-. En cualquier caso, respecto a Solana, creí que habías investigado sus antecedentes y estaba libre de toda sospecha.
– Puede que sí, puede que no. Melanie me pidió que echara un vistazo por encima, y eso hice. Me consta que no tiene antecedentes penales porque eso fue lo primero que comprobé.
– Así que vas a ir a fisgonear.
– Más o menos. Si queda en nada, por mí tanto mejor. Prefiero hacer el ridículo a permitir que Gus corra algún peligro.
Cuando volví a casa, dejé el recipiente de sopa en el fregadero y abrí el agua caliente para que se descongelara. Saqué un tazón y lo coloqué en la encimera; luego tomé un cazo. Empezaba a verme como una mujercita de su casa. Mientras esperaba a que se calentara la sopa, puse una lavadora. En cuanto la sopa se calentó, volví a echarla en el recipiente de Tupperware y me acerqué a casa de Gus.
Llamé y poco después apareció Solana desde el pasillo. Vi que el sobre con el ribete rojo seguía en el buzón y lo dejé allí. En circunstancias normales lo habría sacado y entregado con una breve explicación, pero dada la paranoia de aquella mujer, si lo mencionaba siquiera, pensaría que la espiaba, como en efecto así era.
Cuando abrió la puerta, sostuve en alto el recipiente.
– He preparado una buena olla de sopa y he pensado que quizás a Gus le apetecería un poco.
Solana no adoptó una actitud precisamente acogedora. Aceptó el recipiente, me dio las gracias con un murmullo, y ya se disponía a cerrar la puerta cuando me apresuré a preguntar: