Me encorvé y la silla giratoria chirrió en respuesta. Me la habían jugado y lo sabía, pero no podía seguir insistiendo sobre lo mismo.
– Dejémoslo. Todo esto es una tontería. Siga adelante -dije-. Habló con Gus, ¿y luego qué?
– Después de hablar con el señor Vronsky mantuve una conversación con la señora Rojas y ella me dio algunos datos concretos sobre el estado de salud del paciente. Habló en particular de sus magulladuras. Le diagnosticaron la anemia cuando estaba en el hospital, y aunque ha mejorado el recuento de glóbulos rojos, todavía es propenso a los hematomas. Me enseñó los análisis clínicos, que concordaban con sus afirmaciones.
– De modo que usted no cree que recibe malos tratos físicos.
– Si me concede un momento, enseguida llegaremos a eso. También hablé con el médico de cabecera y el ortopeda que lo trató por la lesión del hombro. Dicen que su estado de salud es estacionario, pero está frágil y no puede valerse por sí mismo. Según la señora Rojas, cuando la contrataron, la casa estaba hecha una pocilga y tuvo que pedir un contenedor…
– ¿Y eso qué tiene que ver?
– También hay dudas acerca de su estado mental. No ha pagado las facturas desde hace meses y sus dos médicos creen que carece de la capacidad para dar un consentimiento fundado a su tratamiento médico. Es incapaz igualmente de atender sus necesidades cotidianas.
– Y por eso ella se aprovecha de él. ¿Es que no lo ve?
Adoptó una expresión de afectada seriedad, casi severa.
– Déjeme acabar, por favor. -Nerviosa, pasó unos papeles. De pronto volvió a mostrar una ferviente convicción, como si pasara a un tema más alegre-. Lo que yo no sabía, y es posible que usted tampoco sepa, es que el señor Vronsky ya ha sido objeto de la atención en los tribunales.
– ¿Los tribunales? No lo entiendo.
– Hace una semana se presentó una solicitud de custodia temporal, y después de una vista con carácter de urgencia se asignó a un tutor profesional privado para administrar sus asuntos.
– ¿Un «tutor»? -Al repetir sus palabras, me sentí como un loro descerebrado, pero mi estupefacción era tal que no podía hacer otra cosa. Me erguí e incliné hacia ella, aferrada al borde de la mesa-. ¿Un tutor? ¿Está usted loca?
Saltaba a la vista que la señorita Sullivan estaba alterada, porque la mitad de los papeles se salieron de la carpeta y se desparramaron por el suelo. Apresuradamente, se agachó y los reunió en una pila, procurando hablar al mismo tiempo.
– Es una especie de responsable legal, alguien que supervisa su atención médica y sus cuentas…
– Ya sé lo que significa la palabra. Lo que quiero saber es quién es. Y si me dice que es Solana Rojas, me vuelo la cabeza.
– Ah, no. Ni mucho menos. Tengo por aquí el nombre de la mujer. -Consultó sus notas. Con las manos temblorosas, puso las hojas del derecho y las ordenó como pudo. Se lamió el índice y pasó los papeles hasta encontrar lo que buscaba. Separó la hoja y la volvió hacia mí a la vez que leía el nombre-: Cristina Tasinato.
– ¿Quién?
– ¿Cristina Tasinato? Es una profesional privada.
– ¡Eso ya lo ha dicho! ¿Y eso cuándo ha ocurrido?
– A finales de la semana pasada. Yo misma he visto los trámites, y todo se ha llevado a cabo debidamente. La señora Tasinato actuó por mediación de un abogado y depositó una fianza, como exige la ley.
– Gus no necesita que una desconocida se haga cargo de su vida. Tiene una sobrina en Nueva York. ¿Nadie ha hablado con ella? Algo tendrá que decir al respecto.
– Por supuesto. Según el derecho testamentario, los parientes tienen prioridad cuando hay que nombrar a un tutor. La señora Rojas mencionó a la sobrina. Evidentemente habló con ella en tres ocasiones, le explicó el estado del señor Vronsky y le pidió ayuda. La señorita Oberlin no tenía tiempo para él. La señora Rojas creyó que era imprescindible nombrar a un tutor por el bienestar del señor Vronsky…
– Eso son patrañas. Yo misma hablé con Melanie y ella no es en absoluto así. Solana la llamó, sí, seguro, pero no le dio el menor indicio de que él estuviera mal. De haberlo sabido, Melanie habría venido en el primer avión.
Otra vez la afectada seriedad.
– No es eso lo que dice la señora Rojas.
– ¿No debería celebrarse una vista?
– Por regla general, sí, pero en casos de emergencia el juez puede adelantarse y conceder la petición, en espera de la investigación judicial.
– Ah, ya. Y supongamos que la investigación judicial es tan lamentable como la suya, ¿en qué posición deja eso a Gus?
– No hay necesidad de ofender. Todos nos tomamos los intereses del señor Vronsky muy en serio.
– Él puede hablar por sí mismo. ¿Por qué se ha hecho esto sin su conocimiento ni permiso?
– Según la petición, tiene problemas de oído y periodos de confusión. Así que, aun si se hubiese celebrado una vista normal, no habría estado en condiciones de comparecer. Según la señora Rojas, usted y sus otros vecinos no se hacen cargo plenamente del problema del señor Vronsky.
– Es la primera noticia que tenemos, eso desde luego. ¿Cómo coño se ha enterado esa tal Tasinato?
– Puede que se haya puesto en contacto con ella el centro de convalecencia o uno de sus médicos.
– Así pues, al margen de cómo se haya llegado a este punto, el caso es que ahora esa mujer tiene absoluto control sobre él, ¿no? ¿Las cuestiones económicas, la propiedad, el tratamiento médico? ¿Todo?
La señorita Sullivan rehusó contestar, lo que me sacó de mis casillas.
– ¿Qué clase de idiota es usted? Solana Rojas le ha tomado el pelo. Nos ha tomado el pelo a todos. Y ya ve el resultado. Ha puesto usted a ese hombre en las garras de una manada de lobos.
Cada vez más ruborizada, Nancy Sullivan fijó la mirada en el regazo.
– Creo que no debemos seguir con esta conversación. Puede que prefiera usted tratar con mi supervisora. Esta mañana he hablado con ella del caso. Pensábamos que sería un alivio para usted…
– ¿Un alivio?
– Lamento haberla disgustado. Es posible que me haya explicado mal. Si es así, lo siento. Usted llamó, nosotros investigamos, y tenemos la convicción de que el señor Vronsky se encuentra en buenas manos.
– Me permito discrepar.
– No me sorprende. Se ha mostrado hostil desde que me he sentado.
– Basta. Basta ya. Esto me está cabreando. Si no sale de aquí ahora mismo, empezaré a gritarle.
– Ya me ha gritado -dijo ella, tensa-. Y le aseguro que lo incluiré en mi informe.
Mientras guardaba los papeles en su maletín y recogía sus cosas, vi que le corrían lágrimas por las mejillas.
Apoyé la cabeza en las manos.