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– ¿Y los hombres? ¿Qué puedo hacer yo en diez minutos para que una mujer me desee?

Lily se echó a reír.

– Las mujeres no son tan fáciles. Hace falta un poco más…

En su caso, sólo había necesitado diez segundos para sentirse atraída por Aidan. Recordó aquel día, hacía ya tanto tiempo, cuando lo vio por primera vez.

Aidan se acercó a ella y comenzó a juguetear con los botones de la blusa que ella llevaba puesta. Fue abriéndolos uno a uno y retirando la tela para dejar al descubierto la suave piel.

– ¿Serviría el hecho de que te quitara muy lentamente la blusa?

Lily gimió suavemente cuando él llegó al último botón. Comprendió que ella ya no estaba a cargo de la seducción y ya no supo qué hacer. Cada caricia, cada sensación, le provocaba oleadas de deseo por todo el cuerpo. No quería resistirse. ¿Qué tenía que perder más allá de la inhibición?

– Creo que eso funcionaría.

Él le depositó un beso entre los senos.

– ¿Y esto? ¿Funciona si te beso justo aquí?

Lily echó la cabeza hacia atrás y suspiró al notar que él le tomaba un seno con la mano.

– Oh, qué bien…

– ¿Cuánto tiempo ha sido eso? ¿Diez segundos? ¿Tal vez quince?

– Son diez minutos -insistió ella. Decidió que tal vez había llegado ya el momento de hacer que él se esforzara un poco más-. Además, te recuerdo que sólo hace falta medio segundo para que yo cambie de opinión -le advirtió.

Aidan le rodeó la cintura con un brazo y la colocó debajo de él. Entonces, la besó, invadiéndole la boca con la lengua hasta que ella se vio obligada a rendirse.

– Y medio segundo para conseguir que vuelvas a cambiar de opinión.

Ya no había prisas. El hecho de desnudarse ya no debía ser un gesto rápido, sino una parte muy agradable de los preliminares. A medida que el paisaje pasaba con rapidez por delante de los cristales ahumados, se desnudaron el uno al otro hasta que Aidan se quedó sólo con los boxers y Lily con la ropa interior.

– ¿No fue aquí donde nos quedamos? -preguntó Aidan mientras mordisqueaba suavemente la oreja de Lily.

– Al menos, aquí no nos tendremos que preocupar de las turbulencias.

Aidan deslizó una mano por debajo del sujetador y comenzó a estimularle un pezón.

– Sin embargo, yo voy a tratar de conseguir que la tierra tiemble… si a ti no te importa.

En aquella ocasión, Lily sintió que se le cortaba la respiración.

– Yo… yo sólo quería decir que… ay qué bien… las turbulencias… tienen su origen en la mezcla de aire cálido con aire frío…

Lily gritó al sentir que Aidan introducía los dedos por debajo de la cinturilla de sus braguitas y encontraba por fin su húmedo sexo.

– No importa… -concluyó.

– No -dijo Aidan. Levantó la cabeza y la miró a los ojos-. Cuéntame más cosas.

– No creo que pueda hablar y… ya sabes.

– ¿No se te da bien realizar varias tareas al mismo tiempo?

Lily se echó a reír.

– No es eso. Se trata simplemente de que… prefiero centrar mis atenciones en una sola tarea -dijo. Extendió la mano y la frotó por la parte frontal de los boxers de Aidan. Él ya tenía una potente erección. Su miembro viril transmitía un profundo calor a través del suave algodón de los calzoncillos.

– Si tuviera que elegir una cosa, sería precisamente ésa -dijo suavemente.

Siguieron jugueteando, tomándose su tiempo y disfrutando de cada una de aquellas nuevas sensaciones. En el exterior del coche, el campo había dado paso a una pequeña ciudad, pero Lily no se percató. Se detuvieron algunas veces y Aidan levantó la mirada de la agradable exploración a la que la estaba sometiendo.

– El ferry -murmuró.

– ¿Cuánto falta para que lleguemos? -le preguntó Lily mientras lo observaba a través de la bruma del deseo.

– No lo sé. Tal vez una hora. O dos -susurró. Se incorporó y colocó a Lily encima de él, sentándola a horcajadas sobre sus caderas-. Mucho tiempo.

– La gente no puede vernos a través de las ventanillas, ¿verdad?

– Creo que es un poco tarde para empezar a preocuparse sobre eso -dijo él mientras le besaba el cuello-. No, claro que no pueden. El cristal tiene por fuera un acabado de espejo. Lo comprobé antes de entrar.

Miró por la ventanilla y vio que un miembro de la tripulación del ferry les daba indicaciones para subir al barco. La limusina entró en la bodega y se colocó entre dos coches.

– Me siento como si estuviera desnuda en un sitio público -murmuró Lily.

– Sí, es como si fuéramos dos niños portándonos mal -bromeó él.

Lily dejó a un lado sus preocupaciones y se puso de rodillas mientras que Aidan le trazaba una húmeda línea sobre el vientre. Sin embargo, cuando la sensación de mareo se apoderó de ella, tuvo que volver a sentarse y a cerrar los ojos. Él comenzó a mordisquearle el cuello e hizo que ella contuviera el aliento. La falta de sueño y el champán que habían tomado para cenar parecían haber escogido un mal momento para pasarle factura.

– Oh… -murmuró ella al sentir una extraña sensación en el estómago.

Trató de controlar las náuseas y entonces se dio cuenta de que no se trataba de resaca, sino del modo en el que coche se movía. Se había sentido así antes… cuando se montaba en un barco.

– Para. No me siento muy bien.

Aidan se apartó y frunció el ceño.

– ¿Qué ocurre?

– Siento como si… me parece que voy a…

– ¿Aquí?

Lily asintió.

– Normalmente tengo que tomar medicación, pero en esta ocasión no había planeado tener que viajar en barco. Tal vez sea algo que haya comido. O bebido.

– ¿Te mareas en los barcos?

– Sí -murmuró ella. Trató de contener las náuseas-. El verano pasado tomé el Queen Elizabeth II para cruzar el Atlántico. Fue horrible. Estuve vomitando todo el camino.

Aidan lanzó una maldición. Entonces, tomó la blusa de Lily y se la metió suavemente en los brazos.

– Un poco de aire fresco -dijo él-. Eso hará que te sientas mejor.

– ¡No te muevas! -exclamó Lily conteniendo la respiración-. Yo… yo creo que sería mejor que me dejaras tranquila unos minutos.

Aidan agarró sus pantalones y se los puso. A continuación, se puso las chanclas. Cuando él terminó de vestirse, Lily estaba completamente segura de que iba a hacer el ridículo delante de él. Sin embargo, en vez de marcharse, Aidan la ayudó a vestirse.

– Voy a vomitar encima de ti -le advirtió ella.

– Eres capaz de hacer cualquier cosa para volverme loco de deseo, ¿verdad? -bromeó él con una triste sonrisa en el rostro.

Cuando Lily estuvo de nuevo vestida, Aidan abrió la puerta y salió. Entonces, extendió una mano hacia el interior del coche para ayudarla a salir al exterior. Estaban en la bodega del ferry, entre los otros coches. Por un enorme agujero, que era el lugar por donde los coches entraban en el ferry, Lily vio cómo se alejaban lentamente de la costa.

Sintió que las rodillas se le doblaban. Aidan la tomó del brazo y la ayudó a subir las escaleras. Lentamente, subieron a la cubierta superior, para recibir por fin la luz del sol y el aire fresco. Lily se agarró a la barandilla mientras Aidan le frotaba lentamente la espalda.

– Dame el brazo -le dijo él.

– ¿Vas a arrojarme al mar?

– No -respondió él. Le tomó la muñeca y apretó los dedos contra la parte interior del brazo, justamente por encima del lugar donde late el pulso-. Aquí hay un punto de acupresión. Algunas veces funciona. Otras no -añadió. Le frotó suavemente la espalda con la mano que le quedaba libre y, en poco tiempo, Lily sintió que empezaba a relajarse.

– ¿Mejor?

Lily asintió. Se sentía muy sorprendida de que la sensación de náusea hubiera remitido tan rápidamente. Primero las turbulencias y luego el mareo. Estaba empezando a tener la sensación de que los dioses del placer sexual estaban conspirando contra ella.