– ¿Te apetece algo de comer o de beber?
– No. No estoy segura de que me sentara bien -respondió Lily. Apoyó los codos sobre la barandilla y cerró los ojos-. Puede que unas galletas saladas…
– Volveré enseguida -dijo él-. Sigue apretando en ese punto.
Lily respiró profundamente. Después de varios minutos, se sintió casi normal. Cuando se incorporó, vio que un pequeño grupo de pasajeros la estaba observando. Uno de ellos, un adolescente, se le acercó con una dubitativa sonrisa en el rostro.
– ¿Era ése Aidan Pierce? -le preguntó-. ¿El tipo que está con usted? Me ha parecido reconocerlo.
– ¿Lo conoces? -replicó Lily.
– Claro que sí. Ha dirigido Halcyon Seven. Todo el mundo lo conoce. Es el mejor director de toda la historia.
– Eso es lo que he oído…
– ¿Cree que le importaría si yo le hiciera una fotografía o si le pidiera un autógrafo? Mis amigos, que están ahí, no se creen que sea él.
Lily tragó saliva.
– Mientras yo no salga en la foto, no creo que importe -susurró ella. En aquellos momentos, entre el revolcón del coche y la sensación de mareo que le producía el mar, se imaginaba perfectamente el aspecto que tenía.
– ¿Es usted su esposa? -le preguntó el muchacho.
– No.
Cuando Aidan regresó, un grupo de cinco muchachos se había reunido alrededor de ella. Charlaban sobre sus partes favoritas de la película más famosa que Aidan había dirigido hasta la fecha: una película de ciencia-ficción sobre una estación espacial que estaba a punto de ser destruida. Lily la había visto doce veces escuchando los comentarios del director en DVD. Con mucha paciencia, Aidan posó para unas cuantas fotos y firmó las camisetas de los muchachos antes de pedirles que se marcharan.
– Lo siento -murmuró él.
– Supongo que eso significa que eres bastante famoso -dijo Lily.
– Más o menos. Al menos con los adolescentes. Halcyon Seven es una adaptación de un cómic, por lo que muchos fans incondicionales piensan que es lo mejor del mundo. Yo no comparto esa opinión. Sólo fue un trabajo más.
– Yo no la he visto -mintió Lily-. ¿De verdad no crees que sea tan buena?
– Bueno, no está mal, pero no quiero que me encasillen para siempre en el género de acción. Yo quiero trabajar en una película que signifique algo, que emocione a los espectadores sentimentalmente -dijo, mirándola-. Por eso no he aceptado ningún proyecto nuevo. Voy a esperar a que se me presente lo que estoy buscando.
– Debe de resultar muy halagador que todos quieran conocerte.
– Sí. Los fans no están mal. Son los demás, los que quieren mucho más que un autógrafo. Pueden hacerte la vida bastante difícil.
Aidan le entregó una bolsa de galletitas saladas con sabor a queso y una lata de ginger ale. Entonces, se metió la mano en los pantalones y sacó un zumo de manzana, un plátano y un paquete de caramelos.
– No estaba muy seguro de lo que podría sentarte bien -dijo.
– Empecemos con los caramelos.
Aidan abrió el paquete y luego fue escogiendo los caramelos basta que encontró el rojo.
– El rojo siempre es el mejor -comentó.
– Gracias -susurró Lily. Había sido un gesto sin importancia, pero muy considerado por su parte.
Lo miró y observó cómo su perfil se destacaba contra el sol de la mañana. Aquél había sido el encuentro más raro que había tenido con un miembro del sexo opuesto. Había pasado de las cumbres de la pasión hasta la más profunda sima de la humillación, todo en tan sólo ocho horas. Sin embargo, a lo largo del tiempo que habían pasado juntos, Aidan se había mostrado muy considerado y sexy, comportándose exactamente como la clase de hombre con el que una chica desearía estar para tener una aventura.
Pero, mientras estudiaba su hermoso rostro, se dio cuenta de que, aunque para él hubiera sido una aventura sin importancia, para ella no había sido así. Ya no era una fantasía, sino algo real y maravilloso que se estaba convirtiendo en algo más importante con cada momento que pasaba a su lado.
Cerró los ojos. Jamás se había preocupado de analizar aquella situación en su libro. Ciertamente, resultaba muy divertido seducir a un hombre en diez minutos, pero, ¿qué ocurre una hora o dos después, cuando no se podía olvidar el tacto de sus manos contra la piel ni el aroma de su colonia o el color de sus ojos?
Bueno, tendría una semana entera para decidirlo. Tal vez, cuando hubiera reunido más datos, podría empezar a escribir una segunda parte de su libro. Podría llamarse ¿Qué ocurre después de esos diez minutos de seducción? Podría tener más éxito que el primero de sus libros.
Aidan se apoyó contra la parte trasera de la limusina mientras marcaba el número de teléfono de Miranda Sinclair en su teléfono móvil. Ella respondió casi inmediatamente.
– Hola, Aidan Pierce.
– Hola, Miranda. ¿Cómo estás?
– Ocupada como siempre. Siento mucho haber tenido que cancelar nuestra reunión. Fechas límites. Ya sabes cómo es, pero voy a ir a los Hamptons la semana que viene. Tal vez tú puedas tomar un tren y podamos almorzar juntos.
– En realidad, voy a quedarme en los Hamptons con una amiga, así que, cuando llegues, sólo tienes que llamarme. Tengo muchas ganas de hablar contigo sobre tu próxima novela. He leído el tratamiento que se le había dado y creo que podría convertirlo en una gran película.
– Y yo también lo creo, cariño. Bueno, ¿dónde vas a alojarte? ¿Con alguien a quien yo conozca?
– En realidad, es escritora. Escribe con el pseudónimo de Lacey St. Claire, pero su verdadero nombre es Lily Hart. Su familia tiene una casa cerca de Eastport. ¿No es allí donde está tu casa?
– Hay tanta gente que vive en los Hamptons hoy en día que ya no los conozco. Jamás he oído ese nombre. Tendrás que presentarnos.
– Tal vez -dijo Aidan-. En ese caso, te llamo la semana que viene.
Los dos se despidieron y Aidan apagó su teléfono móvil. Permaneció mirándolo durante un largo instante. No había pensado dónde estarían Lily y él dentro de una semana. En realidad, llevaba viviendo el instante presente desde el momento en el que se montó en aquel avión.
Sin embargo, ya había tenido oportunidad de considerarlo. Si podía elegir, a él le gustaría creer que aún seguirían hablándose, que estarían incluso haciendo planes y que podrían haber encontrado algo más allá de su relación sexual.
Nunca antes se había permitido ser optimista sobre una mujer. Salir en pareja en Hollywood requería una visión bastante cínica de las relaciones. Aidan había sabido desde el principio que no era probable que fuera a encontrar el amor de su vida en Los Ángeles.
Sus padres aún seguían felizmente casados después de treinta y cinco años de matrimonio. Quería creer que había un futuro parecido esperándolo a él, un final feliz. Sin embargo, había decidido poner todo aquello en un segundo plano desde que se mudó al oeste. Sinceramente, no había salido con ninguna mujer con la que hubiera querido estar durante más de un mes o dos.
Este hecho le había dado una cierta reputación en la ciudad, pero lo más extraño de todo era que a todas las mujeres atractivas les parecía completamente irresistible aquel desafío. Aidan jamás había comprendido del todo lo que veían en él ni por qué estaban dispuestas a enfrentarse al rechazo sólo para decir que habían salido con él.
Levantó la vista y vio que el chofer se dirigía a la limusina. Lily seguía en el interior de la tiendecita en la que había entrado para buscar algo que le calmara el estómago. Aidan se metió el teléfono en el bolsillo y saludó al chofer con la mano. Éste tomó el gesto como una invitación y se acercó rápidamente para hablar con él.