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– Tengo que decirle que es un honor para mí tenerlo a usted en mi limusina, señor Pierce. Me encantó su primera película. Soy fan de Halcyon Seven desde hace años y usted realmente ha hecho un gran trabajo con esa película. Ha permanecido fiel a los fans -dijo, extendiendo la mano-. Me llamo Joe. Joe Roncalli.

Aidan estrechó la mano del chofer.

– Gracias. Me ha gustado escuchar esas palabras. ¿Qué está haciendo ella ahí dentro?

Joe se encogió de hombros.

– Va a hacer usted una segunda parte, ¿verdad? Halcyon Seven es la mejor película de ciencia-ficción que se ha hecho en los últimos diez años. No puede dejar usted colgados a los fans.

– No me han pedido que haga una segunda parte -dijo Aidan-. Además, yo creo que debería probar algo diferente. Algo fuera del género de acción.

– Bueno, ¿como qué? Nada de películas románticas, ¿eh? Yo odio esas películas.

– No. Tal vez un thriller -comentó él. Volvió a mirar hacia la tienda-. Creo que voy a ver por qué Lily está tardando tanto.

– Voy a iniciar una campaña -le gritó Joe cuando Aidan se alejaba del coche-. Tal vez incluso organizar una petición formal por Internet.

Unos segundos más tarde, Lily salió de la tienda corriendo. Llevaba una bolsa de plástico llena de cosas.

– Ya estoy lista. Nos podemos marchar -dijo, con una sonrisa-. Tenían Krispy Kremes. Y batido de chocolate. He comprado algo para que podamos desayunar -añadió. Entonces, dio un trago del frasco de antiácido que tenía en la mano-. ¿Quieres un poco?

– Paso -contestó él.

Aunque Lily tenía unas profundas ojeras en el rostro y el cabello muy revuelto, tenía ya mejor color de cara. Aidan tenía que admitir que, incluso a plena luz del día, era una mujer muy sensual.

Había tocado su cuerpo, agarrado la tierna carne de sus senos entre las manos. La había acariciado hasta que ella se había rendido por completo ante él. Por su parte, Lily lo había hecho temblar de deseo. Y allí estaban, los dos, de pie en el aparcamiento de una tienda abierta las veinticuatro horas, dos desconocidos que ya habían intimado mucho en muy poco tiempo. No estaba seguro de cómo comportarse.

– ¿Tienes todo lo que necesitas? -quiso saber Aidan.

– Sí. ¿Sabe usted adonde nos dirigimos? -le preguntó ella al conductor.

– Tengo un sistema de navegación por satélite -respondió Joe-. Parece que tardaremos unos treinta o cuarenta minutos en llegar.

Los dos se pasaron el resto del trayecto charlando sobre los lugares que podían visitar y las cosas que podrían hacer en los Hamptons. Aidan vio cómo ella se comía tres donuts y bebía una botella de batido de chocolate. No había visto a ninguna mujer que comiera tanto desde… En realidad, jamás había visto a una mujer comer tanto.

Tras haber saciado su apetito, Lily se reclinó en el asiento y lo miró de soslayo.

– Cuando lleguemos a la casa, voy a darme una larga ducha de agua bien caliente y luego me voy a echar una siesta. Entre el vuelo y el ferry, me siento completamente agotada. Además, seguramente tengo cara de muerta.

Aidan extendió la mano y le apartó el cabello de los ojos.

– Estás muy hermosa.

Un hermoso rubor coloreó las mejillas de Lily. Se inclinó sobre él y le dio un beso en los labios. Aidan la abrazó y, un instante más tarde, se perdieron en algo mucho más profundo y excitante. Lily sabía a azúcar y a batido de chocolate. Él se giró un poco para mirarla.

– Contéstame a una cosa -murmuró.

– ¿Qué es lo que quieres saber?

– ¿Por qué me has pedido que venga aquí contigo? Podrías haberte marchado sin más. No nos habríamos vuelto a ver nunca más.

Lily lo miró durante un largo instante. Entonces, inclinó ligeramente la cabeza.

– No lo sé -dijo-. Simplemente lo hice. Yo… No pude evitarlo.

– ¿Significa eso que eres una persona bastante impulsiva?

– No, eso no. Soy la persona menos impulsiva del mundo. Lo planeo todo. Mi vida está tan organizada que nada me sorprende nunca. Bueno, tú sí me sorprendiste -añadió, tras una pequeña pausa.

– Yo diría que fue al revés. Fuiste tú la que me sorprendió a mí.

– Me gustan las sorpresas.

– A mí también -contestó Aidan.

Se inclinó hacia delante y la hizo reclinarse sobre el suave asiento de cuero. La besó lenta y cuidadosamente. Resultaba muy agradable no tener que preocuparse por el tiempo. Ya no sonaba el reloj por ninguna parte. Aunque la deseaba mucho más de lo que podía soportar, estaba dispuesto a esperar hasta que llegara el momento adecuado.

– ¿Y por qué eres tan organizada? -le preguntó sin dejar de besarle suavemente el cuello.

Lily consideró la pregunta. Al principio, Aidan creyó que no iba a responder para no revelar ningún detalle personal sobre su vida. Entonces, Lily lo miró con la duda reflejada en el rostro, como si estuviera calibrando hasta dónde podía contarle.

– Hubo un momento de mi vida en el que todo era una locura. Nunca sabía lo que iba a ocurrirme de un día para otro. Yo era sólo una niña. Sólo tenía doce o trece años. El único modo en el que pude superar aquella situación fue organizándome. Ordené mi habitación, mis discos, mis peluches, mis libros. Cuando terminé, volví a empezar de nuevo -comentó-. No tengo una obsesión compulsiva. Simplemente pude encontrar la paz en la organización. Me distraía.

– ¿Y por qué necesitabas encontrar la paz?

– Mis padres se estaban divorciando y yo me sentía atrapada en el medio. En realidad, no estaba en medio. Más bien al…

Se detuvo en seco y sonrió. Entonces, se encogió de hombros.

– La lectura era mi pasatiempo favorito, por lo que, cuando fui a la universidad, decidí combinar las dos cosas que más me gustaban: la organización y la lectura. Me gradué en administración de bibliotecas.

Aidan parpadeó. Se sentía muy sorprendido por aquel giro tan inesperado en la conversación.

– ¿Has sido bibliotecaria?

– No. Para eso hay que tener un título superior, pero eso era lo que yo creía que quería ser. Supongo que sigo implicada con los libros, aunque de un modo completamente diferente.

– Aparte de tu libro sobre seducción, ¿has escrito algo más?

Aidan esperó a que ella se explicara un poco más. Al ver que no lo hacía, decidió que la había presionado más de lo que debía. Tenía que haber una razón para que ella no quisiera revelar más de lo que le había contado ya sobre sí misma. No sabía de qué se trataba, pero tenía intención de descubrirlo.

Le acarició el labio inferior con el pulgar. En un espacio de tiempo tan breve, había aprendido a apreciar profundamente los pequeños detalles de sus rasgos: su hermosa boca, sus profundos ojos verdes, el modo en el que el cabello le caía por el rostro… No se cansaba ni de mirarla ni de tocarla.

– ¿Por qué has accedido a venir? -le preguntó ella.

– Supongo que sentía curiosidad.

– ¿Sobre mí? -replicó ella muy sorprendida.

– Por supuesto. ¿Por quién si no? Tú eres la que me llevó al cuarto de baño del avión y te aprovechaste de mí. Pensé que si me quedaba un poco más contigo, tal vez yo podría aprovecharme también de ti.

Lily se sonrojó.

– Creo que no habrá problema para eso. Cuando estemos pisando suelo firme.

El coche aminoró la marcha rápidamente y se detuvo. Lily miró por la ventanilla y sonrió.

– Ya hemos llegado. El chofer se ha pasado la verja de entrada.

Unos segundos más tarde, el chofer hizo que la limusina se moviera marcha atrás y girara hacia la verja. Lily bajó la pantalla que los separaba del conductor y le dio el código. Inmediatamente entraron en la propiedad. Cuando se detuvieron delante de la casa, Lily miró a Aidan.

– Muy bonita -dijo él.

– Sí, lo es.

El chofer abrió la puerta y ayudó a Lily a descender del coche. Entonces, se dirigió al maletero para sacar el equipaje de ambos. Llevó las bolsas hasta la puerta principal y se tocó ligeramente el sombrero.