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– Ha sido un placer transportarlos a ustedes, señores. Que tengan unas felices vacaciones. Y le prometo que voy a empezar esa petición de la que le hablé, señor Pierce.

Aidan le dio una palmada en el hombro.

– Gracias.

Siguió a Lily al interior de la casa transportando las bolsas de ambos. Aunque la vivienda era grande, no resultaba tan ostentosa como algunas de las mansiones de la zona. Era una casa de campo de estilo más antiguo, de dos plantas, altos techos y muchas ventanas.

Cuando llegaron a la cocina, Lily abrió las puertas de cristal y salió al exterior. Una amplia terraza conducía a unos escalones de piedra que llevaban a su vez a la piscina. Más allá, había un edificio, más bajo, que miraba hacia la casa.

– Es por aquí -dijo ella.

Aidan se preguntó si había decidido que él durmiera en la casa de invitados a pesar de que iban a pasar mucho tiempo juntos en la cama. O pudiera ser que ella tuviera otros planes. Aunque estaba preparado para meterse con ella en la primera cama que encontrara, desnudarla inmediatamente y hacerle el amor, decidió esperar y tomarse las cosas un poco más lentamente.

Tal vez Lily se estuviera arrepintiendo de haber tenido un comportamiento tan impulsivo y haberlo invitado a la casa. Sin embargo, decidió que el hecho de tener que esforzarse un poco más para seducirla haría que, al final, todo resultara más agradable.

Lily estaba sentada en el centro de la cama mirando su teléfono móvil. Sabía que Miranda estaría esperando su llamada. Después de todo, ella le había organizado la limusina sabiendo que jamás querría volver a montarse en aquel avión después de haber tenido que bajarse. Probablemente habría calculado el tiempo que tardaría en llegar a la casa. Respiró profundamente y apretó el botón de la agenda para llamar a la casa de Beverly Hills. Esperó a que Miranda contestara el teléfono.

– Por fin -dijo Miranda sin molestarse en saludarla.

– Ya he llegado a casa, sana y salva. Gracias por la limusina. Lo pasé bastante mal con el primer contratiempo en ese avión. No creo que hubiera podido soportar lo de la niebla.

– ¿Tan malo fue el vuelo, querida?

– Digamos que fue algo movido -respondió ella. Aunque quería contarle a Miranda todos los detalles, sabía que su madrina le estaría dando consejos durante horas y la llamaría constantemente para ver cómo iban las cosas. No quería que Miranda se hiciera ilusiones por nada-, pero ya estoy aquí.

– Tal vez yo debería ir a verte inmediatamente. No quiero que estés sola en esa casa tan grande.

– ¡No! -exclamó Lily, calmando la voz inmediatamente-. No. Estoy bien. Haré que Luisa venga mañana, me llene el frigorífico y limpie un poco. Así podré relajarme yo un poco y tal vez incluso tomar el sol. ¿Cómo te va con el libro? ¿Estás haciendo progresos?

– No me hables del libro -dijo Miranda-. Es un desastre. El peor que he escrito hasta ahora. No me sorprendería que mi editora se negara a publicarlo. Me veré forzada a vender las casas y a vivir en una caja de cartón en la playa.

– Siempre dices lo mismo y tus libros son siempre maravillosos.

– Querida, quiero que vayas a la ciudad y me organices una firma de libros en esa tiendecita que tanto me gusta. Y también otra para ti. Hoy he hablado con mi editora y me ha dicho que las distribuidoras están teniendo una buena impresión sobre tu libro. Lo están comprando bastantes mujeres.

– Tal vez yo pueda comprarme también una caja de cartón al lado de la tuya con el cheque de mis derechos de autor -bromeó Lily.

Oyó un chapoteo en el agua y se acercó a las puertas que daban al jardín con el teléfono aún en la oreja. Apartó las cortinas y vio que Aidan estaba nadando en la piscina. El sol le brillaba en la espalda. Descubrió que no podía apartar la mirada de aquellos fuertes músculos que lo hacían avanzar con rapidez en el agua.

– Yo… tengo que dejarte -dijo.

– ¿Cómo? ¿No puedes seguir hablando conmigo un ratito más?

– No, Miranda. Estoy muy cansada y sólo necesito dormir un poco. Te prometo que te llamaré mañana.

Colgó el teléfono antes de que Miranda tuviera oportunidad de protestar. Sin apartar la atención de Aidan, lo siguió atentamente mientras él recorría la piscina de un lado a otro. Nadaba con movimientos poderosos, eficaces. Cortaba el agua con los brazos casi sin chapotear. Cuando llegaba al final de su largo, ejecutaba un giro perfecto y comenzaba a nadar en dirección opuesta. Lily contó diez largos sin que él se detuviera.

Eran las dos de la tarde, hora de la costa este, lo que significaba que eran las diez de la noche de California. Los dos llevaban más de veinticuatro horas sin dormir y habían bebido demasiado, pero él aún tenía energía suficiente para nadar de ese modo.

– Frustración sexual -murmuró. Las palabras se le escaparon antes de que se diera cuenta de que estaba pensando en voz alta.

Fuera lo que fuera lo que le ocurría, Aidan parecía haberlo dominado. Cuando terminó el siguiente largo, se salió de la piscina y se puso de pie en el borde. No dejaba de gotear agua. Sacudió la cabeza y su largo cabello envió gotas en todas las direcciones posibles. Al ver cómo levantaba los brazos por encima de la cabeza y se estiraba al sol, Lily tuvo que contener el aliento. Los músculos del torso se le tensaron y ella sintió un profundo deseo de tocarlo una vez más. Distinguía perfectamente el vello que le cubría el vientre y sabía perfectamente adonde apuntaba.

Aunque ya lo había tocado, no había tenido oportunidad de admirar su cuerpo. Era alto, más de un metro ochenta, con marcados músculos en hombros y brazos. La cintura y las caderas eran estrechas y tenía unas hermosas piernas, largas y perfectamente torneadas para ser masculinas.

– Bonitas pantorrillas -murmuró ella.

Un temblor le recorrió la piel. Sacudió la cabeza. Recordó a Aidan desnudo. Se lo imaginó sobre su cama, con las sábanas enredadas en el cuerpo. Trató de imaginarse lo que sería tenerlo durante una noche entera, poder disfrutar plenamente de aquel cuerpo en un lugar que no fueran los principales medios de transporte.

Se apartó de la ventana y respiró profundamente. Regresó a la cama y trató de calmarse. Se había mostrado muy descarada cuando se conocieron y, en aquellos momentos, había vuelto a convertirse en una temblorosa e insegura mujer. En aquel estado, Aidan sabría inmediatamente que no era la mujer sensual y desinhibida que había proclamado ser en un principio. Que no era mundana ni experimentada y que, por lo tanto, no era la clase de mujer capaz de atraer a cualquier hombre.

Se levantó de la cama y comenzó a desnudarse. Cuando estuvo completamente desnuda, abrió un cajón y buscó un traje de baño. Encontró un bikini azul turquesa que tenía desde el verano pasado, pero al final se decidió por un traje de baño.

Sin embargo, al mirarse en el espejo, se dio cuenta de que no tenía tan mala figura. Hacía ejercicio con regularidad, tres veces por semana en el gimnasio que Miranda tenía en su casa. Además, comía de un modo saludable. Aunque no estaba tan delgada como se llevaba en Hollywood, pensaba que el bikini le sentaría bien.

Si iba a hacerlo, lo tendría que hacer bien, sin inhibiciones ni lamentaciones, sin trajes de baño de una pieza. Cuando hubo terminado de ponerse el bikini turquesa, se miró en el espejo.

– No está mal -murmuró.

Aidan la había visto con un aspecto horrible. Decidió que a partir de aquel momento sólo podía mejorar. Ya no sentía pánico, ni náuseas ni había luces fluorescentes por ninguna parte.

Alguien llamó suavemente a la puerta de la habitación.

– ¿Lily?

Hablaba muy suavemente, como si tuviera miedo a despertarla. Ella se apresuró para llegar a la puerta y la abrió inmediatamente. Se acarició suavemente el cabello y sonrió.