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– ¿Y si te dejo que me seduzcas a mí? -replicó Lily-. ¿Cuánto tiempo crees que te llevaría?

– Podría seducirte en… diez horas.

Lily contuvo la respiración.

– ¿Diez horas? Debes de ser muy malo si tardas tanto tiempo.

– No -repuso Aidan con una picara sonrisa-. No lo comprendes. Soy muy bueno. Dame diez horas y te garantizo que no lo lamentarás.

– ¿Qué hora es en este momento?

– Las dos. Me queda hasta medianoche.

– No creo que se tarde diez horas -dijo Lily-. Más bien diez minutos.

– Sí, es verdad, pero piensa en todo lo que nos vamos a divertir si nos lo tomamos con calma.

– ¿Y si me resisto? ¿Y si no te deseo después de diez horas?

– Eso no va a ocurrir. Te aseguro que me desearás. Es inevitable.

Lily contuvo el aliento.

– Está bien. Creo que deberíamos empezar ahora mismo. El reloj no deja de funcionar. Puedes comenzar.

Aidan se tumbó a su lado y entrelazó los brazos por detrás de la cabeza.

– ¿Significa eso que yo estoy al mando?

Lily asintió.

– En ese caso, quiero que te levantes y te pongas aquí mismo, al lado de la cama.

Ella hizo lo que Aidan le había pedido.

– ¿Ahora qué?

– Quítate ese traje de baño mojado.

Lily parpadeó, como si aquella petición la hubiera tomado por sorpresa. Entonces, muy lentamente, se llevó las manos a la espalda y desabrochó las cintas del sujetador. Unos segundos más tarde, lo dejó caer al suelo. A continuación, hizo caer la braguita al suelo y la apartó de una patada.

Durante un largo instante, él se limitó a observarla. Lily lo miraba fijamente al rostro, aunque su respiración y el ligero temblor de los dedos revelaban lo nerviosa que estaba.

– ¿Tienes…? Ya sabes -susurró ella, sonrojándose. Ni siquiera podía pronunciar la palabra «preservativo». Una mujer que había escrito un manual sobre sexo debería al menos poder utilizar la terminología pertinente.

– No vamos a necesitar preservativo -respondió él-. Sólo vamos a echarnos una siesta.

Lily frunció el ceño.

– Si sigues con ese bañador mojado, no pienso dormir a tu lado -replicó.

Aidan se lo quitó inmediatamente.

– ¿Mejor? -preguntó mientras golpeaba suavemente la parte del colchón que quedaba a su lado.

Ella asintió. Se tumbó a su lado. Aidan la abrazó por la cintura y la colocó de espaldas a él. Le rodeó el cuerpo con los brazos y le acarició los senos perezosamente hasta que, con el pulgar y el índice, consiguió que el pezón se irguiera desafiante.

Lily suspiró suavemente.

– ¿Sólo vamos a dormir?

– Mmm, hmm -susurró Aidan mientras le besaba el hombro-. Cierra los ojos.

– ¿De verdad que te vas a dormir?

Aidan contuvo el aliento y sonrió. Aunque podría haberle hecho el amor, le gustaba la sensación de tener el cuerpo de Lily junto al suyo, de cerrar los ojos y de saber que ella estaría a su lado cuando se despertara. No recordaba haberse echado nunca la siesta con una mujer. Diablos. De hecho, ni siquiera se echaba la siesta. Sin embargo, en aquel momento, nada podía atraerlo más.

– La piel te huele a coco -susurró.

Lily se giró y lo miró por encima del hombro.

– Esto no es idea mía. Además, sé cómo te sientes…

Se apretó con fuerza contra él y se frotó contra el pene erecto. Aidan ahogó un gemido.

– Nos ocuparemos de eso más tarde -dijo.

– No te creo. Pienso que, si yo te tocara a ti, tú te sentirías obligado a hacer algo al respecto. Los hombres sois criaturas muy poco complicadas.

– Yo soy simplemente una vergüenza para todos los hombres. No a todos se les puede seducir en diez minutos. Ahora, cierra los ojos y duérmete.

Lily se dio la vuelta y lo miró. Entonces, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó suavemente.

– Diez minutos… -susurró.

Aquello era una locura. Era imposible desear más a ninguna otra mujer de lo que él deseaba a Lily. Hundió los dedos en el cabello revuelto y moldeó la boca contra la de ella.

La dulce carne de sus senos se apretaba contra su torso. Dios mío, era tan hermosa… Le agarró una pierna y se la subió hasta la cadera, de modo que su erección quedó entre las piernas de ella. Estaba ya muy cerca de perder el control, pero decidió no prestar atención a las sensaciones que le recorrían todo el cuerpo y se ordenó esperar.

Lily frotó su rostro contra la mejilla de Aidan. Él tuvo que contener el aliento, preguntándose lo mucho que le costaría resistirse. Sin embargo, después de unos minutos, se dio cuenta de que ella no le iba a presionar más. La respiración de Lily se había hecho muy profunda y regular. Se había quedado dormida.

Aidan cerró los ojos y la estrechó contra su cuerpo, inhalando el suave aroma que emanaba del cabello de Lily. Aquél era el modo perfecto de pasar una tarde, con la brisa del océano haciendo volar las ligeras cortinas y el sonido de las gaviotas en la distancia. Aidan había querido huir de Los Ángeles, encontrar un lugar en el que pudiera aclararse la cabeza. Por lo que a él se refería, había encontrado el paraíso.

La habitación estaba a oscuras cuando Lily se despertó. Se dio la vuelta y encontró que la cama estaba completamente vacía. Se frotó los ojos. Aidan la había tapado con una manta de algodón. Respiró profundamente y sonrió, acurrucándose contra la suave calidez del cobertor.

Había dado por sentado que aquellas vacaciones sólo serían una hilera interminable de horas completamente vacías, que los días se convertirían en noches sin mayor relevancia hasta que Miranda llegara con más trabajo. Tenía un montón de libros que no había logrado leer el verano pasado y tenía temas sobre los que investigar para mantenerse ocupada. Además, había planeado revisar muy en serio su novela. Sin embargo, en aquellos momentos, lo único que deseaba era pensar en Aidan.

Se mesó el cabello con las manos y se incorporó en la cama. La manta cayó, dejando al descubierto los senos desnudos. Se levantó de la cama y se dirigió a la puerta que daba al amplio porche. El sol se había puesto y la piscina estaba vacía, a pesar de estar iluminada.

Sacó un sencillo vestido de algodón y se dirigió al cuarto de baño. Cuando encendió la luz, se sorprendió mucho al ver la imagen de la mujer que la contemplaba desde el espejo. Su cabello, que normalmente estaba tan liso y tan bien peinado, mostraba un aspecto revuelto y estaba lleno de rizos y ondas. Su pálido rostro estaba coloreado por el sol y una lluvia de pecas le cubría la nariz y las mejillas. Tenía un aspecto… diferente. Casi sexy. Parecía la clase de mujer que podría ser capaz de atraer a un hombre como Aidan Pierce.

Si se hubieran encontrado en Los Ángeles, él ni siquiera la habría mirado. Recordó la primera vez que lo vio, hacía ya más de un año. ¿Habría existido la misma atracción si Miranda los hubiera presentado?

Tal vez el momento tenía que ser el adecuado.

Tal vez simplemente tenía que estar preparada. O podría ser también que llevaba tanto tiempo fantaseando sobre él, que conocerlo se había convertido en su destino. Algún día, tal vez podría hablarle de sus fantasías, sobre cómo él había sido su hombre perfecto incluso antes de que se conocieran.

Sonrió al espejo. Por primera vez en su vida, creía que podría encontrar a alguien al que pudiera amar para siempre. No era que creyera que podría amar a Aidan, dado que se acababan de conocer, pero jamás se había sentido de aquel modo. Todos los instantes del día estaban llenos de anticipación. Sólo pensar en él la excitaba.

Se puso el vestido sin preocuparse de la ropa interior. El suave algodón resultaba muy agradable contra la piel quemada por el sol. Cuando Aidan volviera a tocarla, quería que lo que se interpusiera entre ellos fuera lo mínimo posible.