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Decidió dejarse el cabello suelto. No se maquilló. Resultaba increíble cómo el hecho de sentirse bien mejoraba su aspecto. Las ojeras le habían desaparecido del rostro y no podía dejar de sonreír.

Cuando bajó la escalera, se encontró a Aidan en la cocina, sentado en la amplia isla de mármol que había en el centro. Estaba leyendo y no la oyó entrar. Lily lo observó durante un largo instante, tomándose tiempo para apreciar lo guapo que era. Llevaba una camisa blanca de algodón desabrochada hasta la cintura y un par de pantalones de color caqui que parecían muy cómodos. Tenía los pies descalzos y el cabello revuelto. Una tarde pasada al sol le había dado a su piel una tonalidad dorada.

– ¿Qué estás leyendo? -le preguntó.

Aidan levantó la mirada y sonrió.

– Nada. Se trata sólo de un guión. Me estaba empezando a preguntar si te ibas a pasar toda la noche durmiendo.

– ¿Me lo habrías permitido? ¿Y tu plan?

Aidan consultó el reloj.

– En estos momentos, en lo único en lo que pienso es en cenar -dijo. Se dirigió al frigorífico, sacó un bol y lo colocó sobre la encimera.

– ¿Has preparado tú eso?

– No. Llamé a la tienda que me mencionaste. Encontré un folleto al lado del teléfono y lo trajeron hace media hora. Menos mal que sé marcar un número de teléfono, porque yo de cocinar nada. Sobrevivo con pizzas congeladas y comidas preparadas. Cuando estoy trabajando en una película, siempre hay catering.

Tomó un par de velas que encontró en una estantería y las colocó delante de Lily. Entonces, tomó una botella de vino blanco, que ya estaba abierta y le sirvió una copa.

– Gracias.

Aidan la miró durante un largo instante y sonrió.

– Estás muy hermosa.

– Me ha dado un poco el sol.

Aidan se apoyó sobre la encimera.

– Éste es un lugar muy agradable -dijo, mirando a su alrededor-. Resulta muy acogedor.

– Sí. A mí me gusta mucho, aunque preferiría que se pudiera venir en un trayecto muy corto de tren desde Los Ángeles.

– ¿Venías aquí con tus padres cuando eras pequeña?

Lily negó con la cabeza y tomó un sorbo de vino.

– Mis padres jamás han estado aquí.

– Oh… Yo creía que habías dicho que esta casa pertenecía a tu familia.

– Es una historia muy larga y muy complicada.

– Entonces, responde una pregunta fácil. ¿Soy yo el primer hombre al que has traído aquí?

– Ésa es mucho más fácil. Sí. En realidad, los hombres no se me dan muy bien.

Le había resultado difícil admitir algo así, pero ya no quería seguir fingiendo. No era Lacey St. Claire. Carecía de conocimientos prácticos sobre el arte de la seducción. Iba a hacerle el amor a Aidan y quería que él le hiciera el amor a ella, Lily Hart, no al personaje que había creado.

– Eso ya me lo había imaginado.

– ¿Sí?

Aidan asintió.

– Sí. ¿Por qué el libro?

– Supongo que era un ejercicio, un modo de aprender un poco más. No creí que pudiera sacar nada de ello. Ni siquiera fue idea mía -admitió. Respiró profundamente-. Hace un año y medio yo tenía un novio. Se llamaba George. Yo pensé que algún día terminaríamos casándonos, pero entonces, él me dijo que yo no era lo suficientemente sexy.

Aidan soltó una carcajada.

– Pues ese George era un idiota.

– No. Sólo quería a alguien… mejor. Ya sabes, a una rubia de pechos grandes… y largas piernas. Creo que a todos los hombres les parece que estas mujeres son muy sexys.

– A mí no -afirmó Aidan mientras se echaba un poco de ensalada en un plato.

– Pero tú has salido con muchas de esas mujeres…

– Sí, es cierto. No es muy difícil tratar de parecerse a los demás. Lo es más ser original.

– ¿Y yo lo soy?

– Claro que sí -respondió él mientras le pasaba la ensalada-. Definitivamente tú eres única, Lily Hart. Creo que jamás he conocido a una mujer como tú.

Compartieron otra botella de vino durante la cena y, mientras charlaban de asuntos sin importancia, Lily comenzó a darse cuenta de lo sutil que podía resultar la seducción. De vez en cuanto, Aidan la tocaba de un modo aparentemente inocente. Entonces, ella sentía que el pulso se le aceleraba.

También la seducía con palabras. Parecía tejer un hechizo a su alrededor hasta que consiguió que ella se sintiera la mujer más importante del mundo para él. Jamás apartaba la mirada de su rostro.

Sin embargo, no parecía que él estuviera tratando de conseguir que ella lo deseara. Todo ocurría con tanta naturalidad, que Lily tuvo que preguntarse si tal vez Aidan sentía algo por ella. Sabía que estaba poniendo en riesgo su propio corazón al pensar algo así, pero no le importaba. Aunque se estuviera engañando, resultaba una mentira tan maravillosa que lo único que quería era disfrutarla mientras durara.

Si él se marchaba de su vida al día siguiente, no tendría nada de lo que lamentarse. Su fantasía se había hecho realidad. ¿Cómo podía ser eso algo malo?

Hasta aquel momento, Lily había observado la vida desde la barrera. ¿De qué había tenido tanto miedo? Sabía que el divorcio de sus padres le había dejado heridas muy profundas, pero ya era una mujer adulta y las heridas habían cicatrizado hacía mucho tiempo. Por primera vez en su vida, se había arriesgado de verdad y la recompensa había sido ese hombre, aquel hombre maravilloso, divertido, sensual, con unos increíbles ojos azules y la boca de un dios. Un hombre que la deseaba tanto como ella lo deseaba a él.

Tomó su copa de vino y se tomó lo que le quedaba de un trago. La calidez del vino fue extendiéndosele por las venas y se sintió algo mareada. Aunque le gustaba aquella larga y lenta seducción, se moría de ganas por besar a Aidan.

Centró la mirada en los labios de él. Aidan sólo tardó un minuto en darse cuenta.

– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó.

– Estoy tratando de conseguir que me beses.

– Pues podrías levantarte, acercarte a mí y besarme.

– ¿Iría eso contra las reglas?

– No hay reglas. Sólo horario. Creo que un beso en estos momentos llegaría justo a tiempo.

Lily volvió a sentarse y sacudió la cabeza. ¿Tan predecible era?

– Hmmm… Supongo que la necesidad ha pasado ya. Ya no necesito besarte.

Aidan se bajó del taburete e hizo que ella se pusiera de pie.

– Vamos.

Salieron al exterior. Pasaron por delante de la casa de la piscina y del burbujeante jacuzzi hasta llegar a la pasarela que conducía al agua. La luna estaba saliendo por encima de Fire Island y creaba un sendero plateado de luz que parecía dirigirse directamente a ellos. Era una escena muy romántica. Lily tuvo que preguntarse si la luz de la luna era un suceso natural o formaba parte del fantástico plan de diez horas.

– ¿Has encargado tú esa luna?

– Sí. Sólo para ti.

– Eres bueno. Eso tengo que reconocerlo.

– Pues aún no has visto lo mejor…

Se colocó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos. Entonces, apoyó la barbilla sobre el hombro de ella. Cuando le dio un beso en el cuello, Lily gimió suavemente. Ella deseaba fervientemente arrancarse la ropa.

Sin salir de sus brazos, se giró para mirarlo. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Decidió que podía cambiar las reglas del juego. Se armó de valor y se agarró el bajo del vestido. Entonces, se lo sacó por la cabeza. Lo dejó caer suavemente sobre la pasarela.

– Vaya. Esto sí que está bien -murmuró él.

Aidan la tomó entre sus brazos y la estrechó contra su cuerpo. Compartieron un beso profundo y poderoso, lleno de pasión contenida y de la promesa de mucho más. Los dedos de él bailaban dulcemente sobre la piel de Lily, como si no pudiera saciarse de ella.

Cuando se apartó de ella para mirarla, Lily le retiró lentamente la camisa de los hombros. El cuerpo de Aidan brillaba a la luz de la luna y, durante un momento, Lily pensó que todo aquello podría ser un sueño. Era demasiado perfecto. Sin embargo, resultaba también demasiado real para ser una fantasía.