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Lily frunció el ceño. Entonces, poco a poco, se fue dando cuenta de lo que Miranda quería decir.

– ¿A qué te refieres?

– A nada. Nada de nada -contestó Miranda encogiéndose de hombros.

– Así que eso era lo que buscabas, ¿verdad? ¿Me hiciste escribir ese libro con la única intención de que yo aprendiera a seducir a un hombre?

– Bueno, no esperaba que fuera tan bueno. Pensé que terminaría metiéndolo en un cajón sin mayores consecuencias. Pero era demasiado bueno. Las investigaciones que llevaste a cabo, combinadas con mi experiencia, convirtieron tu manuscrito en algo digno de ver la luz. Puedes demandarme. Pensaba que te estaba haciendo un favor.

Lily cruzó los brazos sobre el pecho.

– Vas a dejar ahora mismo de meterte en mi vida, Miranda. Sabes que te quiero mucho, pero esto tiene que terminarse. ¿Sabes lo mucho que trabajé en ese libro? Yo creía que te estaba ayudando y tú simplemente me estabas engañando.

– Y cuando el libro salga el año que viene, serás por fin una escritora publicada y tendrás tu hombre -afirmó Miranda. Se puso de pie y se colocó el bolso debajo del brazo-. Voy a por algo de beber. Resulta más fácil controlarte en un vuelo cuando te has tomado unos cuantos cócteles.

Lily observó a su madrina mientras se dirigía al bar. Siempre había soñado con conseguir que le publicaran un libro, pero no así. No con un libro sobre sexo. Llevaba ya seis meses trabajando en su propia novela, una historia muy sencilla sobre una joven que trata de encontrar su lugar en el mundo. Sin embargo, entre el horario de Miranda y sus propias inseguridades, Lily aún no había podido encontrar mucho tiempo para trabajar.

Observó cómo Miranda se acercaba a Aidan Pierce y se presentaba. Entonces, señaló con la cabeza a Lily. Aidan Pierce se giró hacia ella para luego centrar de nuevo su atención en Miranda.

– Tengo que conseguir una vida propia -susurró.

Lo haría. En cuanto regresaran de París, se buscaría un apartamento. Tal vez entonces, si un hombre como Aidan Pierce la miraba, tendría el valor suficiente para acercarse a él y saludarlo.

Capítulo 1

El presente verano…

– Señoras y caballeros, bienvenidos a nuestro vuelo Los Ángeles-Nueva York. Mientras nos preparamos para despegar, nuestro personal de cabina les ofrecerá algo de beber. Estaba previsto que despegáramos a las 21:30, pero vamos a demorarnos unos veinte minutos más. No obstante, el capitán nos ha asegurado que llegaremos a Nueva York a la hora estipulada.

El timbre sonó. Lily cerró los ojos y agarró con fuerza los reposabrazos de su asiento, tanta que los nudillos se le quedaron blancos. Esos eran los momentos que más odiaba. La espera. El periodo de tiempo entre el instante en el que se colocaba el cinturón de seguridad y el momento en el que, por fin, el avión despegaba.

Aunque había estado a punto de superar su miedo a volar aproximadamente hacía un año, el viaje a París que realizó con Miranda había renovado y duplicado sus temores. El avión perdió un motor en medio del Atlántico y se había visto a realizar un aterrizaje de emergencia en Irlanda. Lily se negó a montarse de nuevo en aquel avión y decidió trasladarse a París por medio de barcos y trenes. Cuando llegó el momento de regresar a casa, lo hizo del mismo modo: mediante el Queen Elizabeth II y recorriendo luego los Estados Unidos en tren. Desde entonces, se había negado a volver a montarse en avión.

Miró su libro de autoayuda. Se había leído seis libros sobre aquel tema en los últimos dos meses, había visto a una psicóloga y a un psiquiatra y había asistido a dos seminarios que garantizaban el éxito a la hora de superar el miedo a volar.

– El avión es el medio de transporte más seguro -se dijo colocándose las gafas sobre el puente de la nariz. Sí, claro. Esa frase haría que se sintiera mucho mejor cuando estuviera cayendo al vacío desde una altura de veinte mil pies.

Si hubiera podido elegir, habría ido a Nueva York en tren, pero Miranda había insistido una y otra vez en que sus temores eran completamente infundados. Sólo necesitaba afrontar sus miedos. Al final, Lily se había visto obligada a estar de acuerdo. Efectivamente, necesitaba superar sus temores. Sin embargo, eso no significaba que no estuviera preparada para un posible desastre. Tomó la tarjeta de información de emergencia que había en el bolsillo del asiento anterior al suyo y trató de leerla. ¿Por qué no podían darle a todo el mundo un paracaídas? Así, en el caso de que ocurriera algo, todos podrían saltar.

Levantó una mano para llamar a una de las azafatas.

– Creo que necesito beber algo, si no es ya demasiado tarde.

– Aún estamos esperando que embarquen unos cuantos pasajeros de primera clase. ¿Qué quiere que le traiga?

– Vodka -respondió Lily- Dos de esas botellitas con hielo y un chorrito de zumo de arándanos -especificó con una forzada sonrisa. Entonces, se reclinó en su asiento y trató de relajarse.

Todo era culpa suya. Un año atrás, se había hecho el juramento de marcharse de casa de Miranda y hacerse una vida propia. Sin embargo, parecía que nunca llegaba el momento adecuado para hacerlo. Miranda siempre parecía sumida en una crisis de una u otra clase. En aquellos momentos, llevaba un retraso de tres meses sobre la fecha final de una entrega y se había convencido de que el único lugar en el que podría terminar su novela sería en la casa de verano que tenía en los Hamptons. Por lo tanto, había ordenado a Lily que se adelantara y que abriera la vivienda.

Se metió la mano en el bolso y sacó un pequeño álbum de fotos. Lo había realizado en un taller que hizo para superar su miedo a volar. A los participantes se les había pedido que seleccionaran fotos que representaran todo lo que deseaban hacer en el futuro. Durante un viaje en avión, debía encontrar una foto en la que poder centrarse.

Lily hojeó el álbum. Encontró una fotografía de la Gran Muralla China, el destino turístico que siempre había deseado visitar, y otra de un perrito muy mono. Ella siempre había querido tener un perro, pero Miranda era alérgica. Además, vio una fotografía de una modelo con un sensual traje de baño. Algún día, podría perder diez kilos y tendría justamente ese aspecto.

De repente, se detuvo. Tenía frente a ella una foto de Aidan Pierce que había recortado de la revista Premiere. Algún día, encontraría un hombre que le hiciera suspirar tanto como él. Desde que lo vio por primera vez hacía ya un año, no había podido evitar seguir su trayectoria profesional en las revistas. Había comprado todas sus películas en DVD y había leído todo lo que había podido encontrar sobre su vida. Ocasionalmente, se había permitido tener una fantasía o dos imaginándose lo que sería tener un hombre como Aidan en la cama.

La azafata regresó con la copa de Lily y se la colocó sobre la bandeja.

– Tendré que llevarme el vaso antes de que despeguemos.

Un hombre pasó por detrás de la azafata. La mujer sonrió cuando el pasajero la golpeó sin querer con su bolsa de viaje. Lily tomó un sorbo de su vodka y observó cómo el pasajero buscaba espacio libre en los compartimientos superiores. Entonces, él se giró y Lily pudo verlo de perfil.

Contuvo tan violentamente la respiración, que el vodka se le fue por el lado equivocado. Empezó a toser violentamente y, mientras trataba de recuperar el aliento, se cubrió la boca con una servilleta.

– ¿Se encuentra usted bien? -le preguntó la azafata.

Lily agitó la mano. Las lágrimas habían comenzado a caérsele por las mejillas. De todas los hombres que podían haber subido a ese vuelo, ¿por qué tenía que haber sido precisamente él? Se arriesgó a levantar la mirada y vio que Aidan Pierce la estaba observando con un extraño gesto en el rostro. Observó su tarjeta de embarque y luego miró directamente a los números que había sobre la cabeza de Lily.