– ¿De qué estás hablando? Yo soy el que la ha fastidiado aquí. Si se entera de que tú y yo nos estamos acostando, jamás querrá realizar ese proyecto conmigo.
– ¡Estaría encantada si se enterara de que nos estamos acostando! Al menos, del hecho de que yo me esté acostando con alguien. Si se entera de que eres tú, te permitirá llevar al cine las adaptaciones de sus diez próximas novelas.
Aidan la miró como si Lily acabara de perder la cabeza.
– ¿De qué estás hablando?
Lily se puso de pie.
– Sé sincero conmigo. Si hubieras sabido que soy la ahijada de Miranda, ¿te habrías venido al cuarto de baño del avión conmigo?
Aidan tardó sólo un instante en considerar aquella pregunta, pero a Lily le pareció una eternidad. Cerró los ojos y se preparó para la verdad. Cuando oyó que él contenía la respiración, lo miró y vio que él estaba sonriendo.
– Sí. Me habría ido contigo de todos modos. Puedo encontrar otro proyecto. No es importante.
Lily tragó saliva. Le resultaba imposible creer lo que estaba oyendo.
– ¿De verdad?
Aidan asintió. Entonces, rodeó el escritorio y la tomó entre sus brazos.
– Eh, hay muchas cosas que puedo hacer…
La besó suavemente, acariciándole las caderas para terminar por fin dejando descansar las manos sobre el trasero de ella.
– ¿De verdad crees que Miranda estaría encantada de saber que nos estamos acostando?
– A Miranda le gusta mucho meterse en mi vida. Por eso me hizo escribir ese libro. Le pareció que sería bueno para mí.
– Entonces, ¿en realidad no eres una experta en seducción?
– Sobre el papel, sí, pero no tengo mucha experiencia.
– Bien, en ese caso, tal vez tengamos que trabajar sobre eso un poco más -susurró-. Podríamos decir que se trata de una investigación. Yo seguramente podría enseñarte unas cuantas cosas y tú podrías hacer lo mismo conmigo. Podríamos estudiar juntos.
Lily suspiró.
– No tenía intención de hacerte creer que era algo que no soy.
– Supongo que todos fingimos un poco -comentó él, encogiéndose de hombros-. Podríamos habernos pasado el resto del vuelo ignorándonos. ¿Dónde habríamos ido a parar?
– Aquí no, desde luego.
– A eso me refería exactamente.
Dado que estaban siendo sinceros, Lily sabía que debería contarle toda la verdad, hablarle del día en el que lo vio en el aeropuerto y de que llevaba más de un año pensando en él. Sin embargo, decidió que la sinceridad de una mujer debía tener sus límites. O tal vez podría considerar aquellos detalles como su propio intento por mantener un cierto halo de misterio.
– ¿Por qué no le pides a Luisa que nos prepare algo de desayunar? Yo tengo que llamar a Miranda.
– Son las cuatro de la mañana en California -dijo él.
– Lo sé -replicó Lily-, pero nunca es demasiado temprano para una pequeña venganza.
Aidan le dio un beso en los labios.
– Dale las gracias de mi parte y dile que siento que no tengamos ya oportunidad de trabajar juntos.
Lily observó cómo Aidan se marchaba del despacho. Aunque sabía que lo más probable era que su proyecto con Miranda no llegara nunca a cuajar, resultaba agradable saber que lo habría abandonado de todos modos por ella. Aunque no quería darle al gesto más importancia de que la tenía, el hecho de que la hubiera antepuesto a ella le hacía sentirse muy bien.
Agarró el teléfono y se sentó de nuevo en la silla. Tras colocar los pies sobre el escritorio de Miranda, marcó el número de teléfono de su madrina. Sabía que el teléfono que tenía en la mesilla de noche la despertaría enseguida.
Cuando por fin contestó, Miranda habló con voz somnolienta.
– ¿Sí?
– ¿Miranda? ¿Te he despertado? Es que no podía esperar para contarte esto -dijo, sin esperar a que su madrina respondiera-. Supongo que podría haber esperado unas cuantas horas, pero esto es demasiado importante.
– ¿Lily? ¿Eres tú?
– Miranda, me voy a casar. Estoy enamorada. Sé que es algo precipitado, pero tú siempre me estás diciendo que debo ser más espontánea. Además, estamos enamorados. Es decir, sólo hace un día que nos conocemos, pero lo supimos inmediatamente. Sé que podemos hacer que nuestra relación funcione.
– ¿Lily?
– Tengo que dejarte, Miranda. Gracias por todo. Sé que quieres que sea feliz y por fin lo soy.
Lily soltó la carcajada. Si había algún modo de vengarse de Miranda por meterse en su vida, llamarla a las cuatro de la mañana era un buen modo de hacerlo. En cuanto al resto, sólo tendría que aguantar unas cuantas horas más.
Dejó el teléfono encendido y colocó el aparato dentro de un cajón. Si Miranda trataba de devolverle la llamada, le saltaría directamente el contestador automático. Si trataba de llamarla al móvil, simplemente no contestaría.
Cuando entró en la cocina, encontró a Aidan sentado en un taburete, con un ejemplar del New York Times del día anterior entre las manos. Luisa estaba ocupada preparando tostadas al estilo francés. Lily agarró un cruasán de la cesta y se sentó al lado de Aidan.
– ¿Has conseguido hablar con Miranda? -le preguntó él.
– Sí -respondió, tras meterse un trozo de cruasán en la boca-. Luisa, si Miranda te llama al móvil, no respondas.
– ¿Y por qué iba yo a hacer algo así? -replicó la mujer mientras la miraba por encima del hombro.
– Como favor personal hacia mí. Además, sólo será durante unas cuantas horas. Tal vez podría intentar llamarte a ti. No respondas tampoco -le dijo a Aidan.
– Está bien -repuso él aunque la observó muy extrañado.
Muy satisfecha de sí misma, tomó la sección de libros del Times.
– Luisa sabe preparar las mejores tostadas francesas. ¿Tenemos salchichas de esas pequeñas que compras en la granja?
Aidan extendió la mano y tomó la de ella. Entrelazó los dedos con los de ella y se la llevó a los labios. Allí, le dio un beso en el reverso de la mano. Ella lo miró encantada y sonrió.
– Me gusta esto de desayunar contigo -dijo.
– A mí también -replicó Aidan.
Aidan se estiró en la cama. Las carísimas sábanas resultaban muy suaves sobre su piel desnuda.
Lily estaba tumbada a su lado, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
– Somos demasiado perezosos -susurró ella mientras le acariciaba suavemente el vientre.
Habían desayunado y se habían vuelto a meter en la cama. Hicieron el amor antes de volver a quedarse dormidos. Aquélla era la idea que Aidan tenía de unas verdaderas vacaciones. ¿Qué más podía desear un hombre? Una cama suave, una hermosa mujer interesada en agradarlo y un lugar en el que pudiera estar confortablemente desnudo durante la mayor parte del día. Lo único que necesitaba para que fuera realmente perfecto era cerveza de barril y una televisión bien grande.
– ¿Qué tal lo he hecho?
– Yo te daría un sobresaliente -respondió Aidan.
Lily se giró hacia él y le mordió suavemente el brazo. Aidan le había enseñado lo que le gustaba y Lily se había aprendido la lección muy en serio. Ella le había enseñado que había algunas mujeres a las que les resultaba muy erótico un largo masaje en los pies. Aidan nunca le había chupado los dedos de los pies a una mujer, pero a Lily le había gustado mucho.
– Yo te doy un notable alto -dijo ella.
– ¿Cómo? ¿Por qué? Yo creía que lo había hecho bastante bien.
– Porque así te esforzarás más la próxima vez para que te dé una nota más alta.
Aidan consultó el despertador que había sobre la mesilla de noche.
– Es casi la hora de comer.
– Tal vez deberíamos hacer algo -comentó Lily. Estiró los brazos por encima de la cabeza-. Podríamos ir a la ciudad.