– O podríamos permanecer en la piscina -sugirió él.
– O podríamos almorzar en la cama…
– ¿No te parece que te estás tomando esto de la investigación demasiado en serio? -bromeó él-. No nos podemos pasar todo el tiempo en la cama.
Lily se dio la vuelta y se tumbó bocabajo. Apoyó un brazo sobre el pecho de Aidan y descansó la barbilla sobre su hombro.
– Uno jamás se toma la ciencia demasiado en serio. ¿Qué te parece si la novia de sir Isaac Newton le hubiera dicho que se fuera a casa a comer en vez de dejarle que se quedara sentado debajo de aquel árbol estudiando la gravedad? Yo tengo una responsabilidad para con el mundo.
Aidan la estrechó contra su cuerpo y hundió la nariz en el fragante cabello de Lily. Hacía poco más de un día que la conocía, pero sabía muy bien lo que le gustaba sobre ella. No se tomaba nada demasiado en serio. Lo que le había dicho sobre Miranda Sinclair habría sido suficiente para amargar su relación, pero con sus palabras sólo había provocado que a Aidan le resultara aún más atractiva.
No tenía miedo de admitir que tenía sus defectos e incluso los señalaba con gran sinceridad. Sin embargo, a ojos de Aidan, ella era perfecta. Perfecta con sus imperfecciones. Lily era una mujer de verdad.
Cerró los ojos. No sabía dónde diablos iba a terminar todo aquello, pero estaba dispuesto a darle el tiempo y la atención que necesitaba.
– Estaremos aquí tumbados un poquito más. Entonces, decidiremos qué podemos hacer -comentó él.
Oyó el zumbido familiar de su teléfono móvil. Lily le había advertido de que Miranda podría tratar de llamarlo. Cuando repasó la lista de llamadas perdidas, vio que el nombre de Miranda aparecía en cinco de ellas. Sin embargo, la llamada que tenía en aquellos momentos era de su agente. Se sentó en la cama.
– Tengo que contestar -le dijo a Lily-. Voy a por un poco de agua. ¿Quieres?
Lily asintió y se acurrucó en las almohadas antes de cerrar los ojos. Aidan se dirigió a la pequeña cocina de la casa de la piscina. Allí, abrió el teléfono.
– Hola, Sam. ¿Qué ocurre?
– ¿Dónde has estado? ¿Por qué no respondes el teléfono?
– Lo siento. Lo tenía apagado.
– ¿Durante dos días?
– He estado ocupado. Estoy de vacaciones.
– Pues yo jamás estoy de vacaciones en lo que se refiere a tu carrera. Y tú tampoco deberías estarlo.
Aunque le encantaba tener un agente como Sam, que siempre estaba pendiente de su trabajo y que jamás dejaba pasar una oportunidad, había veces en las que Aidan necesitaba relajarse un poco.
– ¿Qué es lo que ocurre?
– Bueno, en primer lugar, déjame que primero te diga que yo jamás me implico en los asuntos personales de mis clientes, pero acabo de recibir una llamada telefónica muy extraña de Miranda Sinclair. Ella afirma que tú te vas a casar con su ahijada.
– ¿Casarme yo? -repitió Aidan con una carcajada-. ¿Y de dónde se ha sacado una idea como ésa?
– De su propia ahijada. ¡Tu prometida! Se comportó como una loca por teléfono. Me dijo que había estado intentando llamarte y que quería saber si yo sabía cómo ponerme en contacto contigo. Yo creía que ibas a hablar con ella sobre su nuevo proyecto.
¿Era aquello a lo que Lily se había referido como «venganza»?
– No te preocupes. Lo arreglaré todo.
– Bien, pero es mejor que lo hagas con rapidez. El rumor se extiende como la espuma. Ya he recibido dos llamadas de US Weekly para confirmarlo. ¿Qué es lo que quiere que les diga?
– Que no es cierto -replicó Aidan-. No me voy a casar. De eso te puedo dar mi palabra.
– Está bien. Te he conseguido una reunión con los de Altamont Pictures. Tienen un proyecto nuevo muy interesante que creo que sería bueno para ti. No es una película de acción. La reunión es mañana.
– Mañana no puedo acudir a ninguna reunión.
– ¿Por qué no?
– Porque estoy en Nueva York. De vacaciones.
– Pues toma un avión de vuelta.
– No. Quiero quedarme aquí. Diles que tendrán que posponerla.
– Se trata de una gran oportunidad, Aidan. Me dijiste que querías algo diferente y te he conseguido esto. Si esto tiene que ver con una mujer, creo…
– Si realmente me quieren, esperarán. Tengo que dejarte. Te llamaré a finales de semana. Adiós, Sam.
Aidan apagó el teléfono y abrió el frigorífico. Sacó dos botellas de agua. Sabía que Lily simplemente estaba tratando de vengarse de Miranda, pero se preguntó por qué el hecho de que se hubiera mencionado la palabra «compromiso» y «matrimonio» no le preocupaba lo más mínimo. No hacía mucho tiempo que conocía a Lily, pero una cosa que sí sabía de ella era que le interesaba menos el matrimonio que a él.
En el último minuto, decidió meter el teléfono en el frigorífico antes de cerrar la puerta. Cuando regresó a la cama, se sentó en el centro y apretó la fría botella de agua contra el brazo desnudo de Lily.
– Te alegrará saber que la prensa va a anunciar nuestro compromiso muy pronto.
Ella abrió los ojos y se incorporó inmediatamente en la cama.
– ¿Qué has dicho?
– Que por Hollywood corre el rumor de que nos vamos a casar.
Lily se sentó en la cama y se cubrió el cuerpo desnudo con la manta.
– Oh, no…
– Oh, sí. ¿Sabes tú algo al respecto?
– No debía resultar así -explicó Lily. Se había ruborizado-. Ella no debía contárselo a nadie. Yo sólo se lo dije para vengarme de ella por meterse en mi vida.
– ¿Y qué fue exactamente lo que le dijiste, Lily?
La joven se sonrojó aún más.
– Llamé a Miranda y le dije que nos íbamos a casar. Entonces, os dije a ti y a Luisa que no respondierais a vuestros teléfonos si era Miranda la que llamaba para que pudiera sufrir un poco más. Yo iba a llamarla para decirle que estaba bromeando, pero entonces nos vinimos aquí y… bueno, se me olvidó.
– Me ha llamado a mí cinco veces y luego ha llamado a mi agente. Y debe de haber llamado también a alguien más, porque la noticia se ha filtrado a la prensa.
– Lo siento, lo siento… Te aseguro que no hablaba en serio cuando le dije eso. Fue lo único que se me ocurrió para fastidiarla. No sabes cómo es. Yo le digo siempre que parece una madrina sacada de una historia de terror.
– Sólo hay una cosa que podamos hacer.
– Sí, la llamaré enseguida y se lo explicaré todo.
– No. Creo que deberíamos casarnos -dijo Aidan tratando de mantener una expresión seria en el rostro-. Resulta más fácil que tratar de explicarlo todo. De todos modos, la prensa no nos creerá nunca. Sí. Creo que eso es lo que debemos hacer.
De repente, ella comenzó a sonreír.
– Eso sí que la enfurecería -dijo-. Miranda lleva planeando mi boda desde el día en el que me gradué de la universidad. No tiene hijos y se muere de ganas por empezar a redactar las listas de invitados.
– Parece que te quiere mucho.
– Así es. Eso ya lo sé, como también sé que sólo quiere verme feliz. Yo debería estar agradecida, pero algunas veces se excede.
– ¿Eres feliz ahora?
– Sí -respondió Lily tras mirarlo durante un instante.
– Bien. ¿Hay algo que yo pueda hacer para que seas aún más feliz?
– Bueno, podrías llevarme a la ciudad e invitarme a tomar un helado de coco. Hay una tienda en Eastport que vende los mejores helados.
– No resulta difícil agradarte.
No sería difícil enamorarse de Lily. Con ella, todo resultaba muy fácil. No le importaba que su nombre y el de ella fueran a aparecer en la prensa durante los próximos días. No le importaba tampoco que la madrina de ella estuviera decidida a cazarlo y a convertirlo en el marido de Lily. Demonios, no le importaba tener un poco de jaleo si eso significaba que podía estar con Lily y compartir la cama con ella.
La miró muy seriamente.
– Bueno, ¿vamos a tener una boda grande o una ceremonia íntima con tan sólo familiares y amigos?
– En realidad, le he dicho que nos vamos a fugar para casarnos -dijo Lily-. No le he dicho dónde. Tendremos que decidir ese detalle. ¿Qué te parece Canadá?
– Una boda canadiense. Suena muy agradable. Me gusta mucho Toronto. Allí hay un fantástico festival de cine. Y hay un lago muy grande.
Lily se echó a reír. Lo abrazó y tiró de él para que se volviera a tumbar en la cama. Le mordió suavemente el labio inferior.
– Creo que éste va a ser uno de los típicos compromisos matrimoniales de Hollywood. Lo tendremos que romper dentro de una hora. Simplemente diremos que nos hemos distanciado un poco, pero que seguimos siendo amigos.
– Amigos con derecho a roce -comentó él, riendo.