– Seguro que él ya está de camino a casa, Luisa -dijo-. Llévame de nuevo a casa.
– Bueno, lo mejor es que veas por ti misma si él sigue allí. Yo esperaré fuera diez minutos. Si no sales en ese tiempo, sabré que lo has encontrado.
Lily asintió y trató de controlar los nervios. Cuando por fin llegaron a la casa, agarró con fuerza el bolso que también le había tomado prestado a Miranda y bajó del coche. Cuando llegó a la puerta, el guardia de seguridad la hizo detenerse.
– ¿Me enseña la invitación?
– He venido a reunirme con Aidan Pierce -dijo ella.
El guardia comprobó la lista.
– Tengo a Aidan Pierce, pero no se menciona que venga con acompañante. Lo siento.
Lily frunció el ceño. Brooke debía de haberse «olvidado» de añadirla a la lista de invitados. Decidió que no iba a consentir que la tratara de ese modo.
– Miranda Sinclair -comentó con cierta arrogancia. Merecía la pena intentarlo. Miranda siempre estaba invitada a todas las fiestas de los Hamptons.
– Aquí está -dijo el guardia-. Que disfrute de la fiesta, señorita Sinclair.
La casa de Jack Simons era una verdadera mansión, diseñada para que todo el mundo comprendiera lo rico y poderoso que era su propietario. Inmediatamente, un camarero se acercó a Lily y le ofreció una copa de champán. Ella lo aceptó y lo tomó de un trago. Miró a su alrededor y vio rostros familiares por todas partes: estrellas de cine, músicos y celebridades de índole diversa se mezclaban con facilidad con los nuevos ricos de la Gran Manzana.
Se dirigió a una de las mesas del bufé, tomó un canapé y se lo metió en la boca. Entonces, se dirigió hacia un lugar cerca de la chimenea en el que podía tomarse su champán y recorrer la sala en busca de Aidan.
– Mi estilista no dejaba de hablar de ello. Me dijo que tenía que leer ese libro. Me lo compré ayer cuando fui a la ciudad. Ni os podéis imaginar lo liberador que me resultó.
Lily no quería escuchar conversaciones ajenas, pero las tres damas que había a su lado estaban hablando tan alto, que resultaba imposible no oír lo que decían.
– ¿Funciona?
– Anoche seduje a mi marido en menos de diez minutos. Él siempre está tan cansado, que conseguir que considere la posibilidad del sexo ya es un logro. Sin embargo, se mostró muy interesado. Durante toda la noche. Y a la mañana siguiente también. Hacía años que no disfrutábamos tanto con el sexo.
Lily se acercó un poco más al grupo.
– Perdone, no quería escuchar lo que estaba diciendo, pero, ¿está usted hablando de Cómo seducir a un hombre en diez minutos?
– Así es. ¿Lo ha leído?
– Yo… Sí. Bueno, en realidad lo he escrito.
– ¿Es usted Lacey St. Claire?
– Sí. Es un pseudónimo. Mi verdadero nombre es Lily Hart.
– Oh, Dios mío. Me ha encantado su libro. Resulta informativo, directo… Yo siempre me sentía algo incómoda ante el hecho de iniciar el sexo, pero ese libro me ha liberado verdaderamente de mis inhibiciones. No sabe cómo ha cambiado mi matrimonio ese libro.
– Me alegro mucho.
– Me llamo Cynthia Woodridge y éstas son mis amigas Camille Rayburn y Whitney DeVoe.
Lily estrechó la mano de todas las damas. Se sentía atónita de haber conocido verdaderamente a alguien que había disfrutado con su libro.
– Mucho gusto.
– Tiene que venir a mi club de lectoras -dijo Cynthia-. No he hecho más que hablar de ese libro desde que lo leí ayer. He encargado algunas copias para mis amigas. ¿Va a pasar usted el verano en Hamptons?
– Sí. Me alojo en casa de Miranda Sinclair.
– Qué bien. Ahora, díganos -observó Cynthia-. ¿A cuántos hombres ha seducido usted con sus técnicas?
– Eso no lo puedo revelar-comentó Lily riendo-. Digamos que utilizo mis poderes prudentemente.
– ¿Hay alguien aquí a quien le gustaría seducir? -le preguntó Camille-. Me encantaría ver cómo lo hace.
Lily se quedó muy sorprendida por aquella petición.
– Bueno, supongo que podría mirar a ver si hay alguien que me interese -susurró. Miró a su alrededor buscando a Aidan-. No veo nada. Creo que voy a mirar fuera.
El trío la siguió a una distancia discreta. Las cuatro mujeres salieron a la terraza y allí, Lily vio por fin a Aidan, que estaba sentado en un murete. A su lado, Brooke, que llevaba un vestido muy ceñido y con un escote que le llegaba prácticamente al ombligo.
– Ahí está -dijo-. Me gusta ése.
– No lo conozco -comentó Cynthia-, pero es muy guapo. ¿Lo conocéis, chicas?
– No -respondió Whitney-, pero la que está con él es Brooke Farris. La odio. Mira qué vestido lleva puesto. Todo el mundo sabe que no lleva ropa interior.
– Adelante -dijo Camille-. Róbeselo a esa mujer. Me encantaría verlo.
Lily sabía que, si conseguía realizar aquel truco de un modo convincente, todas las mujeres de la fiesta conocerían su hazaña antes de que terminara la noche. Al día siguiente, Lacey St. Claire tendría la reputación que ella necesitaba tan desesperadamente.
– ¿Qué es lo que va a hacer primero? -quiso saber Camille.
– Llamar su atención -respondió Lily.
Comenzó a mirar fijamente a Aidan. Brooke le estaba hablando, pero él no parecía estar prestándole atención. De vez en cuando, ojeaba a los invitados. ¿La estaría buscando?
De repente, sus miradas se cruzaron.
– Ya está -murmuró Lily.
– Sí -susurró Camille-. Ha funcionado.
Lentamente, Aidan se apartó de Brooke y se dirigió hacia ella. Lily oyó que Brooke lo llamaba, pero ella comenzó a andar hacia él. Los dos se encontraron en el centro de la terraza. Ella levantó la mano y se la colocó en el torso.
– Hola -musitó ella-. Creo que no nos conocemos.
– ¿No?
– Me llamo Lacey St. Claire.
– Y yo Aidan Pierce -dijo él-. Creía que ya no ibas a venir -añadió, susurrándole las palabras al oído.
– Toma mi mano.
– Está bien…
Aidan hizo lo que ella le había pedido. Entrelazó los dedos con los de ella y se los llevó a los labios.
– Hay música. ¿Le gustaría bailar, señorita St. Claire?
– Sí. Me encantaría.
Aidan se colocó la mano de Lily en el brazo y la condujo a la pista de baile. Ella jamás había bailado con un hombre. Había bailado con muchachos en las fiestas escolares, pero aquello era algo completamente diferente. Los dos comenzaron a moverse suavemente por la pista.
– Me alegro de que hayas venido. Ya creía que no lo ibas a hacer.
– Yo también me alegro de haberlo hecho. Me gusta bailar contigo, Aidan.
– No se me da muy bien.
– Eres maravilloso -susurró ella mientras apoyaba suavemente la cabeza sobre el hombro de él.
– Estás muy guapa con ese vestido. Cuando te vi, no podía creer lo que estaba contemplando…
Lily lo miró a los ojos y sonrió. Aidan siempre sabía qué decirle para conseguir que se sintiera bien. De todas las mujeres hermosas que había en aquella fiesta, había elegido bailar con ella. Se inclinó sobre ella y la besó, humedeciéndole suavemente los labios con la lengua.
– Creo que ya he tenido bastante fiesta -dijo él-. Salgamos de aquí.
La tomó de la mano y la sacó de nuevo al jardín. Allí, Lily se volvió para mirar brevemente a Cynthia, Camille y Whitney, que la contemplaban con la boca abierta. Brooke también los miraba desde la terraza, con una mirada asesina en los ojos.
– ¿Adónde vamos? -le preguntó ella.
– No sé. A algún lugar en el que podamos estar solos. Ahora mismo. Tengo que tocarte y no puedo hacerlo en medio de una multitud.
– Podríamos marcharnos a casa…
– No. Eso nos llevaría demasiado tiempo.
En el césped había tiendas, que parecían sacadas de las noches árabes, pero Aidan no les prestó atención alguna. La llevaba hacia un edificio de cristal, de techo muy bajo, que había cerca de las pistas de tenis. Era un invernadero. Aidan abrió la puerta y los dos entraron.