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– No -susurró ella, a modo de silenciosa súplica. No podía ser el asiento que estaba a su lado. Había muchos otros lugares en los que él podía sentarse. No podía sentarse a su lado, ¿no? Él le mostró su tarjeta de embarque a la azafata y señaló precisamente el asiento que quedaba al lado del de Lily.

Ella se giró para mirar por la ventanilla, tratando desesperadamente de tranquilizarse. Sin embargo, cuando se giró, se encontró cara a cara con la bragueta de Aidan Pierce, que estaba estirándose para colocar su bolsa de viaje en el compartimiento superior.

Él llevaba el último botón de la camisa desabrochado, lo que le ofrecía a ella una amplia visión de su vientre. Lily deslizó los ojos por la línea de vello que le sobresalía de la cinturilla hasta llegar al abultamiento de los pantalones y volvió a subir apresuradamente la mirada. Giró rápidamente la cabeza y fijó la atención de nuevo en lo que se divisaba por la ventanilla.

De repente, le pareció que morir en un amasijo de acero retorcido y combustible ardiendo era una alternativa bastante aceptable sólo por poder volar hasta Nueva York sentada al lado de Aidan Pierce. Él se sentó a su lado. Estaban tan cerca, que Lily podía sentir perfectamente el calor que emanaba de su cuerpo y oler el aroma de su colonia. Quería extender la mano y tomar su bebida, pero tenía miedo de que ésta le temblara demasiado como para poder agarrar con firmeza el vaso.

– Resulta muy agradable volver a tenerlo con nosotros, señor Pierce. ¿Le puedo traer algo de beber?

– Una cerveza, por favor -dijo él.

Oh, Dios. No sonaba del modo en el que tenía que sonar. Aquel día en el aeropuerto no había tenido oportunidad de hablar con él, pero había visto una entrevista que le realizaban en televisión. Siempre había parecido muy distante. Hablaba con voz cuidadosa, medida, en cierto modo pagada de sí misma. En aquellos momentos, al pedir aquella cerveza, sonó como un tipo muy majo.

Lily entrelazó los dedos con fuerza sobre el regazo y se dio cuenta de que aún tenía abierto el álbum de fotos. Lo cerró con un golpe seco y lo guardó inmediatamente en su bolso. ¿Cuánto tiempo podría permanecer allí callada sin hablar? Más tarde o más temprano, alguien tendría que decir algo. No podrían ignorarse por completo durante un vuelo que duraba seis horas.

– Relájese. No va a ocurrir nada.

Lily se colocó las gafas y le dedicó una débil sonrisa.

– Yo… yo no tengo miedo.

Él lanzó una carcajada y señaló el libro que ella tenía sobre la mesita.

– El viajero aerofóbico -murmuró-. Menudo título. Resulta sonoro. Pero la verdad es que el dibujo del avioncito sonriente sugiere que el libro trata de gente a la que le gusta volar.

Durante un instante, Lily se relajó lo suficiente como para poder mirarlo. El cabello oscuro y revuelto, la esculpida boca, los ojos azules claros que parecían atravesarla de parte a parte… Comparado con los encorsetados atuendos que llevaban la mayoría de los viajeros de primera clase, aquellas ropas tan informales le daban un aspecto peligroso.

Sintió un escalofrío por la espalda. Había leído cientos de descripciones románticas de la belleza masculina, desde Jane Austen a Joan Collins, pero, por mucho que se esforzara, no podía recordar ninguna que le hiciera justicia Aidan Pierce. Él era, en el más amplio sentido de la palabra, perfecto.

– Yo… lo siento -murmuró-. Tiene razón. No me gusta volar -añadió. Sin embargo, la tensión que sentía en aquellos momentos no tenía nada que ver con su fobia a volar. Los hombres guapos tampoco se le habían dado nunca bien. Siempre la hacían sentirse torpe e inepta. Y los hombres guapos, en especial los que tenían hermosas sonrisas y ojos aún más hermosos, le hacían perder la capacidad de pensar de un modo racional. Siempre parecía dejarse llevar por pensamientos que se centraban en el aspecto que aquel hombre pudiera tener desnudo.

– Si tiene que ocurrir algo, lo hará en los primeros minutos después del despegue -dijo él.

– Sí, eso ya lo sé. En los primeros noventa segundos -respondió Lily-. Por lo tanto, si vamos a morir, va a ocurrir realmente pronto. Eso me hace sentirme mejor -añadió; lo miró y vio que se le dibujaba una sonrisa en el rostro.

– Ahora usted está empezando a asustarme.

– Lo siento -murmuró ella.

Aidan soltó una carcajada.

– ¿Por qué no hace usted más que disculparse?

– Lo siento -repitió ella. Entonces, contuvo la respiración y forzó otra sonrisa.

Una azafata se detuvo junto al asiento de Aidan y le dedicó una cálida sonrisa mientras le dejaba la cerveza que él había pedido sobre la mesita. Lily miró hacia el otro lado del pasillo y vio que otra pasajera estaba mirando fijamente a Aidan. Parecía que todas las mujeres que había en la cercanía de donde ellos estaban sentían una profunda fascinación por saber qué era lo que él había pedido para beber.

Se atrevió a mirarle el perfil. Efectivamente, compartía algunas cualidades con los dioses griegos, pero los hombres guapos abundaban en la ciudad de Los Ángeles. No obstante, ella jamás había estado tan cerca de uno. El codo de él le rozaba el suyo, pero Lily decidió mantener su espacio y se negó a apartar el brazo del lugar donde lo tenía apoyado.

Él se giró para mirarla. Lily apartó rápidamente los ojos, pero no pudo impedir que él se diera cuenta de que lo estaba observando.

– ¿Le apetecería otra copa? -le preguntó.

– Sí -respondió Lily sin pensar.

– ¿Desea otro vodka doble con un chorrito de zumo de arándanos? -le preguntó la azafata.

– Sólo zumo de arándanos -replicó Lily. Se sonrojó ligeramente. El vodka ya estaba empezando a calmarle los nervios y a caldearle la sangre, pero no quería que él pensara que era una alcohólica.

– Con un poco de vodka -dijo Aidan.

– Yo… En realidad no bebo -afirmó Lily-. Tan sólo cuando vuelo.

– Yo también -replicó él-. Dado que nos vamos a emborrachar juntos, tal vez debería presentarme. Me llamo Aidan, Aidan Pierce.

– Y yo Lily Hart.

Le estrechó la mano con cierta cautela. En el momento en el que lo tocó, sintió que una corriente le recorría todo el cuerpo. Frunció el ceño y apartó la mano inmediatamente.

– Encantada de conocerlo -murmuró.

Ojalá supiera flirtear. Seguramente había diez o quince mujeres en aquel vuelo que serían capaces de entregar el sueldo de un año por estar sentada exactamente en el lugar en el que ella estaba.

Ella jamás había necesitado flirtear. Nunca lo había necesitado con los hombres que normalmente se fijaban en ella. Sin embargo, un hombre como Aidan probablemente lo esperaba, tal vez incluso le gustara. Comentarios ingeniosos, caricias al descuido, insinuaciones veladas… Lily se dio cuenta de que, si por lo menos no lo intentaba, él se bajaría de aquel avión pensando que era… cuando menos rara.

La azafata reapareció con su copa. Aidan le entregó el zumo de arándanos y levantó su cerveza a modo de brindis.

– Por que lleguemos a Nueva York sanos y salvos.

Lily le dedicó una dubitativa sonrisa. Aquello no iba tan mal. De hecho, si no se estaba equivocando, él estaba flirteando con ella.

– ¿Por qué se dirige usted a la otra costa? -le preguntó Aidan.

– Voy a disfrutar de unas pequeñas vacaciones -respondió Lily-. En los Hamptons.

– Yo tengo amigos allí. En el verano, hay mucho ambiente. Mucha gente de Hollywood. ¿Va a alojarse allí con unos amigos o ha alquilado una casa?

– Yo… tengo una casa allí. Quiero decir que es la casa de mi familia. Bueno, en realidad no se trata de mi familia, pero… he estado yendo allí desde que tenía catorce años. Está cerca de Eastport -añadió, antes de tomar un sorbo de su copa-. ¿Y adónde va usted?