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– Muy bien -dijo él.

Se inclinó sobre ella y la besó. Aquel sencillo gesto rápidamente prendió el deseo en el cuerpo de Lily. ¿A quién estaba tratando de engañar? Tardaría toda una vida en olvidarle.

– ¿Me vas a ayudar a preparar las preguntas de mi entrevista?

– Sí. ¿Tienes una lista?

– Sí, pero ésas ya las he practicado. Necesito preguntas nuevas, inesperadas. Pregúntame cualquier cosa. Cuanto más provocadoras sean, mejor.

Aidan se apartó de ella y se tumbó a su lado.

– Está bien. ¿Por qué decidiste escribir este libro?

– Esta estaba en la lista.

– De acuerdo. ¿Cuántos hombres has seducido con el pretexto de investigar para este libro?

– A ninguno.

– ¿A ninguno?

– Hasta que te conocí, no había estado más de un año con ningún hombre. Estaba esperando a que viniera el adecuado.

– ¿Y ha llegado?

– Tal vez. No lo sé. Tendremos que darle tiempo. ¿Y tú? ¿A cuántas mujeres has seducido en tu vida?

En realidad, no quería saber la respuesta, pero sentía curiosidad. Un hombre como Aidan debía de tener muchas oportunidades.

– Soy yo el que hace las preguntas aquí. ¿Cuál es tu fantasía sexual favorita?

Lily abrió los ojos como platos.

– ¿De verdad crees que me podrían preguntar algo así?

– Podrían. Es mejor que respondas, por si acaso.

Lily consideró su respuesta durante mucho tiempo.

– No lo sé. Supongo que la estoy viviendo en estos momentos. No… Ésa no es una buena respuesta. Una enorme bañera llena de burbujas, una botella de champán y mi hombre favorito en la bañera conmigo.

– Muy excitante. Se han escuchado rumores de que te estás acostando con el guapo e inteligente director de cine Aidan Pierce. ¿Qué te parecen sus películas?

– Las he visto todas al menos cinco o seis veces y creo que son fabulosas.

Aidan soltó la carcajada. Evidentemente, había dado por sentado que ella le había contado una mentira. Sin embargo, era la pura verdad. Lily se preguntó si había llegado por fin el momento de confesarle la fijación que tenía con él desde hacía un año, desde el momento en el que lo vio en el aeropuerto. Tal vez se lo contara algún día, pero sólo cuando no tuviera ninguna consecuencia.

– Hemos oído también rumores de que él es realmente bueno en la cama. ¿Le importaría confirmar la veracidad de esta afirmación?

– No voy a confirmarlo ni a desmentirlo -dijo Lily-, pero lo que sí voy a decir es que sabe besar muy bien -añadió. Comenzó a deslizarle el dedo por el labio inferior-. ¿Quién te enseñó a besar?

– Di una clase.

– Hablo en serio. ¿Quién fue?

– Alison Armstrong. Tenía trece años y yo once. Tal vez doce. Ella había besado a muchos chicos y, por alguna razón desconocida, centró sus atenciones en mí.

– Una chica inteligente.

– No. En realidad, yo era un muchacho delgaducho y feo. Llevaba aparato en los dientes y gafas. Además, me ponía unas zapatillas azules que a mí me parecía que eran muy chulas porque se parecían a las de los Power Rangers.

– No te creo.

– Es cierto. Un día, Alison se me acercó y me dijo que quería verme en el campo de fútbol. Yo me presenté pensando que me iba a pedir que le hiciera los deberes de Matemáticas o que le prestara mi cámara de vídeo. Sin embargo, ella se limitó a comerme a besos.

– ¡Qué guarra!

– Oh, sí. Me metió la lengua en la boca. Yo no sabía qué estaba haciendo, pero me dejé llevar. Muy pronto, aprendí lo que había que hacer. Nos reunimos tres días más y aprendí todo tipo de cosas.

– Y, después de eso, ¿pudiste conseguir a todas las chicas que querías?

– No. No besé a ninguna otra chica hasta que estuve en el instituto, pero cuando llegué a la universidad, mis posibilidades mejoraron notablemente. Crecí, me quitaron los aparatos, me pusieron lentillas y me cortaron el pelo decentemente. Me había convertido en un estudiante de cinematografía, por lo que me consideraban muy guay sin que yo tuviera que esforzarme mucho.

– Yo te habría besado. A mí no me besaron hasta la noche de mi primer baile del instituto. Fue Grady Perkins. Besaba fatal.

– ¿Quién te dio el primer beso que mereciera la pena?

– Tú. Cuando me besaste en el avión. Un beso debería ser… sorprendente. Emocionante y aterrador a la vez. Jamás debería ser corriente.

– Para ser la mujer que escribió Cómo seducir a un hombre en diez minutos, eres una verdadera romántica.

Lily se acurrucó un poco más contra él.

– A veces creo que es mi reacción a lo que tuvieron que pasar mis padres y de lo que yo fui testigo. Quiero creer, pero sé que estoy siendo demasiado idealista.

– Mis padres llevan treinta y cinco años casados -dijo Aidan-. Aún siguen locamente enamorados el uno del otro.

– Tienen suerte -susurró ella. Entonces, besó a Aidan rápidamente en los labios-. Bueno, tengo que decidirme sobre el vestido. Luego tengo que llamar a Miranda y hablar con ella de la publicidad de mi libro.

– Está bien, pero quiero que hagamos planes para esta noche. Vamos a ir en tren a Nueva York para ver un partido de béisbol. Será una cita. Incluso te invitaré a cenar.

– Muy bien. Es una cita.

Aidan se bajó de la cama y señaló un vestido verde claro de estilo imperio.

– Ése. Va muy bien con tus ojos -dijo. Entonces, agarró la revista que tenía en el suelo y salió de la habitación.

Lily tomó el vestido y se lo puso por encima. Se miró en el espejo y se dio cuenta de que él tenía razón. Hacía juego con sus ojos. Algunas veces, parecía que Aidan sabía más sobre Lily Hart que ella misma. Aunque no había tenido intención alguna de abrirse tan completamente a ese hombre, había ocurrido de todos modos. Lily sospechaba que estaba más metida en aquella relación de que lo que había planeado en un principio.

– No he estado nunca en un partido de béisbol -dijo Lily-, pero los he visto por televisión y parecen entretenidos.

Estaba de pie junto a Aidan, agarrada a la barra superior mientras el metro los balanceaba de un lado a otro. Él estaba agarrado a su cintura. Para un observador casual, el gesto sería protector, pero, en realidad, a Aidan le gustaba tocarla, mantener el contacto físico con ella. Si no podía agarrarle la mano, le apoyaba la suya en la espalda o la agarraba del codo mientras caminaba.

Aidan había visto cómo su padre hacía lo mismo durante años. Siempre le había parecido muy raro. Le parecía como si su padre no se fiara de que su madre pudiera mantenerse en pie sola. Por fin, Aidan se había dado cuenta de que no era eso. A su padre simplemente le gustaba tocar a su madre.

– Supongo que eso significa que no te gustan mucho los deportes.

– A Miranda le gusta más la ópera y el ballet. Además, cuando estamos aquí en verano, siempre vamos a ver espectáculos de Broadway.

– Podríamos ir a ver uno. No es demasiado tarde.

– No, no. Tenemos una cita. Tú has elegido y a mí me interesa el béisbol. Sin embargo, pensaba que el equipo de Nueva York eran los Yankees.

– Nueva York tiene dos equipos, los Yankees y los Mets. El estadio de los Yankees está en el Bronx y el Shea Stadium en Flushing, en Queens. Yo crecí en Queens, en Rockaway Beach. Por eso, soy fan de los Mets.

– ¿Siguen viviendo allí tus padres?

– En la misma casa. Mi madre es maestra y mi padre trabaja para el departamento de parques y jardines.

– Debió de ser muy agradable tener una infancia normal, con recuerdos normales. Creo que, si yo tuviera hijos alguna vez, eso sería lo que querría para ellos. Todo eso de la fama resulta muy confuso para los niños. Yo jamás lo comprendí.