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Aidan sonrió. Tenía muchas ganas de encontrarse con Miranda cara a cara. Quería decirle lo maravillosa que era su ahijada, lo mucho que le gustaba y lo agradecido que le estaba a ella por no haber tomado ese vuelo.

– Creo que yo también podré controlar a Miranda. He hablado con ella por teléfono en varias ocasiones y no me parece tan mala.

– Sí, pero entonces aún no te habías acostado conmigo.

– Ella fue la que organizó todo esto -dijo Aidan-. Si no hubiera sido por ella, no habríamos estado juntos en ese avión.

– Tendremos que encontrar un modo de darle las gracias -comentó Lily-. Tal vez debería comprarle un dedo de espuma de esos que venden en la tienda de recuerdos del club…

– ¡Lily! ¡Lily! ¿Dónde estás?

Lily levantó la vista de la pantalla del ordenador al escuchar que Aidan la llamaba.

– Estoy aquí, en el despacho.

Él había ido a la ciudad a una agencia de viajes local a recoger su billete de avión. Lily se había pasado la mañana tratando de revisar el tercer capítulo de su novela. Esperaba que el trabajo la ayudara a olvidar el hecho de que él se iba a marchar al día siguiente. Siempre había sabido que aquel momento terminaría por llegar. Los dos parecían estar preparándose para despedirse comportándose como si fuera algo normal, que no les afectara lo más mínimo.

Lily se mordió el labio inferior y trató de contener las lágrimas. Los últimos cinco días habían sido los más excitantes y los más románticos de su vida. Todas las fantasías que había imaginado se habían hecho realidad y, en aquellos momentos, estaba a punto de terminar.

– ¿Qué estás haciendo?

– Trabajando -replicó ella, forzando una sonrisa-. ¿Has conseguido tu billete?

Aidan asintió. Cruzó la sala y colocó las manos sobre la silla. Le dio un rápido beso.

– Ya está todo organizado. Tengo que estar en el aeropuerto a las seis de la mañana. ¿En qué estás trabajando?

Lily trató de cerrar el documento, pero Aidan se lo impidió.

– Es sólo un libro -explicó ella.

– ¿Más consejos de Lacey St. Claire?

– No. Es una novela.

– ¿Puedo leerla?

– No. No está terminada.

– ¿Crees que sería una buena película?

– No lo sé -respondió ella-. Creo que es divertida. Trata sobre una niña de Hollywood y la familia tan poco corriente con la que vive.

– ¿Es una comedia? Yo jamás he dirigido una comedia. Cuando hayas terminado, ¿me permitirás que la lea?

Lily asintió. Ya se habían hecho muchas promesas para el futuro. Una más no supondría ninguna diferencia. Además, podría ser muy agradable tener su opinión. Lily respetaba su gusto.

– Lo haré.

– Bien. Ahora, vamos. He traído el almuerzo. ¿Por qué no comemos y luego nos pasamos el resto de la tarde en la piscina?

Aidan la agarró por la cintura y comenzó a caminar detrás de ella mientras los dos se dirigían a la cocina. Cuando llegaron allí, Lily vio las bolsas de comida y… una copia recién comprada de Cómo seducir a un hombre en diez minutos.

– ¿Qué es esto?

– Me lo he comprado. Se me ha ocurrido que me lo podrías firmar. Necesitaba algo para leer en el avión.

– ¡No! -gritó Lily-. No puedes leer esto en el avión.

– ¿Y por qué no?

– Porque podría darte ideas. No quiero que termines en el cuarto de baño con una pasajera.

– Ah, veo que el monstruo de los celos comienza a levantar su fea cabeza -bromeó él. Le pellizcó suavemente la nariz y se dispuso a sacar la comida de las bolsas-. Yo te gusto, ¿verdad?

– Me he divertido mucho estos días, y siento mucho que vaya a terminarse.

Tomó uno de los recipientes. Vio que era ensalada de patata. Sólo tenía que hacer la pregunta, pero se juró que ella no iba a ser la primera que la realizara. Sin embargo, necesitaba saber la respuesta.

– Podríamos hacer planes para volvernos a ver -murmuro. Pronunció aquellas palabras antes de que pudiera contenerse.

Aidan le quitó la ensalada de patata de la mano y la abrió. Entonces, se la volvió a entregar con un tenedor de plástico.

– Yo estaba pensando en lo mismo. Voy a estar en Los Ángeles aproximadamente una semana, pero podría regresar aquí cuando haya terminado.

– Yo no voy a estar aquí. Me marcho a Florida a finales de la semana que viene para iniciar la gira de promoción de mi libro. Después, me marcho a Texas. Volveré a estar aquí dentro de tres semanas, pero sólo durante unos días. Nos podríamos ver entonces.

– Está bien. Dentro de tres semanas. Voy a regresar dentro de tres semanas.

Lily asintió. Tras organizar algo para volver a verse, el dolor que se le había acomodado en el corazón desapareció por completo. Tres semanas no era un periodo de tiempo demasiado largo. Podía esperar.

– Además, podremos hablar por teléfono -dijo Aidan-. Yo tengo tu teléfono móvil, así que no se me olvidará.

– Sí. Hablaremos por teléfono.

– Muy bien. Me alegro de que ya nos hayamos ocupado de este punto. Ahora, voy a ponerme unos pantalones cortos para que podamos comer al lado de la piscina.

Lily asintió y observó cómo él se iba corriendo hacia la casa de la piscina. Durante los últimos días, había tratado de memorizar pequeños detalles sobre lo que más le gustaba de él. El color exacto de sus ojos, el hoyuelo que se le formaba en la mejilla izquierda, el modo en el que los labios esbozaban una sonrisa. Había estudiado su cuerpo cuando se movía y sus manos cuando hablaba. Había tanto que asimilar, tantas cosas que le gustaban de él…

Oyó que su teléfono móvil comenzaba a sonar. Lo sacó del bolso. Era Aidan. Lily frunció el ceño y abrió el teléfono.

– ¿Qué quieres?

– Sólo estaba asegurándome de que esto funciona. Te echo de menos.

– Pero si sólo llevamos separados menos de un minuto. Además, si me pongo en la puerta de la cocina, seguramente podré verte.

– Ya lo sé, pero es que el tiempo pasa muy lentamente cuando no estás a mi lado.

– Pues entonces, haz lo que tengas que hacer y regresa aquí para comer conmigo.

– Me estoy desnudando. ¿Qué llevas tú puesto?

– Ropa. Pero si acabas de verme. Llevo puesto un vestido azul.

– No. No se hace así. Se supone que tienes que decirme que estás desnuda o que llevas puesto algo realmente sexy.

– ¿Sí?

– Sí. Dado que vamos a estar separados un tiempo, creo que deberíamos practicar el sexo telefónico.

– ¿Y por qué vamos a hacer algo así cuando aún estamos en la misma casa?

– Porque si no sale bien, puedo ir a tu dormitorio para que podamos tener relaciones sexuales de verdad.

Lily se echó a reír.

– No estoy segura de poder hacerlo.

– Claro que puedes. Primero, tienes que subir a tu dormitorio y quitarte toda la ropa. Y, mientras lo haces, tienes que ir contándomelo.

– ¡No!

– Vamos, Lily. Será divertido, te lo prometo. ¿Qué vas a hacer tú sola en esas habitaciones de hotel de Florida y Texas? No quiero que tengas relaciones sexuales con nadie más. Por lo tanto, tendrá que ser el teléfono o nada.

– ¿Has oído hablar alguna vez de la masturbación?

– Sí, pero es mucho más divertido si disfruto yo contigo desde el otro lado de la línea telefónica mientras tú me dices palabras sucias.

Lily se sentó en un taburete de la cocina y abrió una botella de ginger ale.

– Está bien -murmuró-. En estos momentos voy a mi dormitorio. Me estoy desabrochando el vestido.

– ¿Qué llevas puesto debajo?

– Nada. Esta mañana no me puse ropa interior. No creí que fuera a necesitarla.

– Ojalá me lo hubieras dicho cuando estaba en la cocina…

– ¿Y tú? ¿Qué llevas puesto?

– Nada. Estoy tumbado en la cama, completamente desnudo. Y estoy pensando en esta mañana, cuando estabas en esta cama conmigo. Estoy pensando en lo que hicimos juntos…