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Lily sonrió al recordar el modo en el que habían hecho el amor.

– ¿Recuerdas cómo te toqué? -le preguntó ella-. ¿Por qué no te tocas del mismo modo y me dices cómo te sientes?

Se mordió el labio inferior para no soltar la carcajada. Aunque resultaba un poco raro hablar de esa manera, Lily comprendía que podría ayudar a la gente a aliviar el estrés. No obstante, jamás podría sustituir al sexo de verdad.

– Muy bien. Ya lo estoy haciendo. Dime qué estás haciendo tú.

Lily tomó un poco de ensalada de patata.

– Estoy tumbada en la cama, tocándome -susurró-. Oh, qué gusto…

– Sigue hablando -dijo él con voz profunda-. Dime lo que me harías si estuviéramos juntos.

Lily sintió que empezaba a calentarse. Aunque hablar de aquel modo resultaba un poco ridículo, resultaba también muy liberador. Muy propio de Lacey St. Claire.

– Comenzaría a besarte. Al principio serían besos cortos, rápidos. A lo largo del cuello, por el torso. Alcanzaría el sendero que conduce hasta el ombligo y luego seguiría bajando…

– ¿Adónde?

– Ya sabes dónde. Te besaría ahí. Te recorrería por todas partes con la lengua. Cuando ya no lo pudieras soportar más, yo…

– ¡Eres una mentirosa!

Lily se dio la vuelta y vio que Aidan estaba junto a la puerta, con una sonrisa en los labios y el teléfono junto a la oreja. Se había puesto unos pantalones cortos, y resultaba evidente por el abultamiento que tenía que la conversación estaba funcionando. Estaba excitado.

– ¡Y tú también! -exclamó ella bajándose del taburete.

– Se suponía que estabas desnuda.

– Y tú.

Se miraron el uno al otro durante un instante. Entonces, él se encogió de hombros y se bajó los pantalones dejando al descubierto su excitación. Lily agarró la falda del vestido y se lo sacó por la cabeza.

– ¿Estás contento ahora?

– Mucho…

– Luisa está a punto de volver. Ha ido a comprar unas cosas…

– Tal vez podrías darle la tarde libre.

Lily atravesó la cocina y se colocó delante de él. Miró la potente erección Aidan y sonrió.

– ¿Me has echado de menos?

Con un profundo gruñido, él la agarró por la cintura y la levantó del suelo. La llevó a la piscina. Al ver sus intenciones, Lily trató de soltarse de sus brazos.

– No. No quiero mojarme.

Aidan no escuchó. La llevó al lado más profundo de la piscina y saltó con ella en brazos. El agua estaba fría. Lily contuvo la respiración antes de que los dos se hundieran en la superficie.

Ella echaría de menos el romance y el sexo, pero estar con Aidan era también muy divertido. Lily estaba segura de que echaría de menos muchas cosas sobre él, pero, sin duda, ésa sería la que más añoraría.

Capítulo 8

Lily observó el perfil de Aidan, delineado por la luz de la luna que entraba a raudales por las puertas de cristal de su dormitorio. Acababan de hacer el amor y yacían en medio de prendas de ropa y sábanas revueltas.

Cada vez que hacían el amor era una revelación. Lily descubría nuevas facetas de su deseo, nuevas formas de agradarlo y nuevas sensaciones que le recorrían el cuerpo provocadas por las caricias de Aidan. Se preguntó cuánto tiempo podrían seguir así, sin que se entrometiera el mundo exterior.

Cerró los ojos y se los imaginó a ambos en una isla tropical, sin nada que hacer en todo el día más que disfrutar el uno del otro. Nadaban y se tumbaban al sol, dormían y hacían el amor. Eso era lo que había supuesto para ella aquella semana: una isla desierta. Unas vacaciones de fantasía.

Miró el reloj que tenía sobre la mesilla de noche. Eran las dos de la mañana. Un coche iba a recoger a Aidan al cabo de tres horas para llevarlo al aeropuerto. Ella se había ofrecido a llevarlo a la ciudad, pero Aidan había insistido en pedir un taxi.

La verdad era que Lily se alegraba de ello. Sabía que sería muy difícil decir adiós. No quería hacerlo en la terminal del aeropuerto, rodeados de gente. Así sería mucho mejor. Sin embargo, hasta entonces no quería cerrar los ojos.

Aunque había evitado el hecho de enfrentarse a sus sentimientos, sabía que se había enamorado de Aidan. No era el mismo sentimiento que había albergado hacia él desde que lo vio por primera vez. El verdadero Aidan era mucho mejor que el hombre que ella había imaginado.

Era como si ya tuvieran un pasado. Aidan parecía leer sus sentimientos y comprender sus estados de ánimo para responder exactamente del modo que ella esperaba, con una palabra, una mirada o una caricia. Así, todas sus inseguridades desaparecían inmediatamente.

¿Cómo había ocurrido todo aquello? Ella se había esforzado mucho por mantener las distancias. Conocía los riesgos de enamorarse. Sin embargo, él había poseído su cuerpo y le había secuestrado el alma. Nada de lo que pudiera decirse haría que le resultara más fácil despedirse de él.

Extendió la mano para acariciarlo. Estaba dispuesta a despertarlo y a suplicarle que se quedara. Mantuvo los dedos alejados de la piel de Aidan. Sentía el calor de su cuerpo. Tal vez la separación fuera buena para ellos. Pondría a prueba la profundidad de sus sentimientos. Además, si tenía una relación con Aidan, se vería obligada a soportar largas ausencias. Tal vez lo mejor era ver cómo las sobrellevaba antes de confesarle su amor.

¿Por qué resultaba tan duro decir esas palabras? ¿Sería porque en realidad jamás habían significado nada para ella? Su madre siempre había dicho a todo el mundo que le quería. ¿Cómo iba a resultarle sencillo creer cuando, a pesar de todo, a sus padres no les había costado nada abandonarla? Se suponía que ellos la querían y, a pesar de todo, la habían abandonado.

Los ojos se le llenaron de lágrimas. Durante todos los años que llevaba viviendo con Miranda, jamás había sido capaz de decirle que la quería. Aunque su madrina sí se lo decía a ella, por lo menos en su caso sabía que las palabras eran sinceras.

– Te amo -susurró-. Te amo, Aidan.

Sintió un profundo dolor en su interior. Por primera vez en su vida, Lily conoció el significado de aquel sentimiento. Resultaba fácil decir aquellas palabras cuando no las oía nadie. Sería mucho más difícil mirar a Aidan a los ojos y decirle lo que sentía sabiendo que su amor no era correspondido.

Con cuidado de no despertar a Aidan, se levantó de la cama. Se puso una bata que había sobre el suelo y salió del dormitorio. Fue a buscar su teléfono y lo encontró donde lo había dejado aquella tarde, sobre el mostrador de la cocina.

Lo agarró y se dirigió al salón. Se acurrucó en un sillón y se recogió los pies debajo de la bata. Entonces, marcó el número de Miranda.

– Hola, soy yo -dijo.

– Lily, ¿qué hora es allí?

– Es tarde. O tal vez temprano. No estoy segura.

– ¿Va todo bien?

– Sí… sólo quería darte las gracias. A principios de semana no me mostré muy amable contigo y quería que supieras que agradezco mucho todo lo que haces por mí.

– Ahora sí que sé que ocurre algo -dijo Miranda.

– No, no. Todo va bien. Por una vez, tus planes han funcionado. Él es maravilloso. Es todo lo que he deseado siempre en un hombre.

– Entonces, ¿por qué pareces tan triste?

– Yo… supongo que no estoy preparada para enfrentarme a la realidad de una relación. Me gustaban más las fantasías. En ellas no ocurre nunca nada malo.

– Lily, el que las cosas se pongan difíciles no significa que todo vaya a desmoronarse. Simplemente tienes que esforzarte un poco más.

– ¿Como lo hicieron mis padres?

– Deja que te diga algo sobre tus padres. Desde el principio, no fueron la pareja perfecta. Yo adoraba a tu madre y ella era mi mejor amiga, la primera persona que conocí cuando me mudé a Los Ángeles. Le dije que no se casara con tu padre, pero ella era muy testaruda y estaba segura de que podría conseguir que él sentara la cabeza. No fue todo malo, Lily.