– Señorita St. Claire, estamos listos para peinarla y maquillarla. Si es tan amable de acompañarme…
Lily miró la página de la revista que estaba tratando de leer. La cabeza le daba vueltas con las preguntas y las respuestas que tan cuidadosamente había practicado.
– ¿Señorita St. Claire?
Lily levantó la mirada y vio a la ayudante de producción de Talk to me.
– Lo siento…
Aunque sabía que ahora era la señorita St. Claire, a Lily aún le costaba bastante responder a aquel nombre. Se puso de pie y se pasó las manos por el vestido.
– Miranda estaba aquí hace tan sólo un minuto. ¿La ha visto?
– Está en maquillaje charlando con Gail.
Gail era Gail Weatherby, una de las cuatro tertulianas del programa. Gail era la periodista más experimentada de las cuatro y sería la que llevaría las riendas de la entrevista, con intervenciones ocasionales por parte de las otras. La ayudante de producción había repasado muchas de las preguntas con Lily, pero le había advertido que podría haber algunas cuestiones inesperadas.
Ocurriera lo que ocurriera, debía mantener un tono ligero y humorístico en la entrevista y no tomarse en serio ninguna de las preguntas. El problema era que Lily no se sentía con humor en aquellos momentos. Desgraciadamente, se sentía a punto de vomitar el donut que acababa de tomar para desayunar.
– ¿Le parece que este vestido está bien? -le preguntó Lily.
– Oh, es perfecto. El color destaca el de sus ojos. No podía haber elegido nada mejor para aparecer en televisión.
– Yo… yo no lo elegí -dijo ella-. Mi… mi novio lo escogió por mí. Es decir, en realidad es sólo un amigo, aunque tenemos una relación sentimental. No obstante, yo no diría que él es mi…
– Todo va a salir bien. Relájese y sea usted misma.
Ese era precisamente el problema. Esperaban que se relajara y que fuera Lacey St. Claire, pero ella no era Lacey St. Claire. La última vez que había sido Lacey fue la noche antes de que Aidan se marchara a Los Ángeles. Desde entonces, se había ido sintiendo cada vez más como la Lily Hart de antaño.
Cuando entró en la sala de maquillaje, vio a Miranda relajándose en uno de los sillones mientras peinaban a Gail. Miranda había estado en el programa en dos o tres ocasiones y se sentía muy cómoda allí. Ella estaba encandilando a todo el mundo, lo que resultaba sorprendente, dado que poco más de una hora antes, había estado despotricando de las cuatro tertulianas, criticando sus operaciones de cirugía plástica y los amantes que tenían.
– Cariño -gritó Miranda-. Le estaba diciendo a Gail que supe que tu libro iba a tener un gran éxito en el momento en el que lo leí. Aunque todas somos mujeres maduras, tenemos nuestras cosillas con el sexo. Ya va siendo hora de que, en el dormitorio, estemos al mismo nivel que nuestras parejas. Por supuesto, esas palabras son de Lily. Precisamente me lo decía ayer mismo, ¿verdad, querida?
Lily jamás había pronunciado aquellas palabras. Si lo hubiera hecho, ciertamente habría sido una persona mucho más interesante.
– ¿Dónde me siento? -preguntó.
Miranda se puso de pie.
– Aquí, cielo. Siéntate aquí y charla un rato con Gail. Yo voy a buscar una taza de café.
Lily miró a Gail y sonrió.
– Es una mujer increíble, ¿verdad?
– Tu madrina es una mujer de armas tomar -dijo Gail-. Supongo que debe de ser bastante difícil vivir con ella.
– En realidad, no -mintió. No quería decir nada que se pudiera tergiversar ni que se pudiera sacar cuando estuvieran grabando. Miranda le había advertido que tuviera cuidado con Gail porque no tenía reparo alguno a la hora de hacer preguntas comprometidas.
– Miranda me ha dicho que has estado saliendo con el director de cine Aidan Pierce.
– No estamos saliendo. Sólo somos amigos. Buenos amigos. Creo que a Miranda le gusta mucho adornar mi vida amorosa.
– Una vida que seguramente es bastante interesante, considerando el tema de tu libro.
– Vaya, me siento como si ya hubiera comenzado la entrevista.
– Simplemente estoy tratando de ver cómo eres. En ocasiones, estas charlas sacan a relucir detalles muy importantes. ¿Te ayudó Miranda con el libro?
– Sí. Me sugirió el tema. Leyó todos los bocetos y se lo envió a su editorial… sin que yo lo supiera. Siempre me ha animado mucho.
– Bueno, cuéntame cómo conociste a Aidan Pierce. Mi productora dice que es muy guapo.
– Te juro que sólo somos amigos.
Alguien llamó a la puerta cuando las dos se giraron, vieron que la ayudante de producción estaba allí con un enorme ramo de flores en las manos.
– Acaban de llegar para usted.
– Ponlas ahí -dijo Gail.
– No. Son para Lacey St. Claire -replicó la joven, colocándolas delante de Lily-. Llevan una tarjeta.
Lily sacó la tarjeta de entre las flores. La abrió inmediatamente y la leyó en silencio.
Mucha suerte, Lily. Con cariño, Aidan.
Volvió a guardar la tarjeta y se inclinó sobre las flores para aspirar su aroma. Durante los últimos días, había estado recibiendo pequeños regalos, algunos por correo u otros que simplemente aparecían en su casa de los Hamptons. Aidan le había enviado un libro sobre los faros de Long Island, una foto de sí mismo sentado junto a la tetera que habían comprado juntos, también una caja de trufas de chocolate y, justo el día anterior, un jersey de los Mets.
Miranda volvió a entrar en la sala. Llevaba dos vasos de café en las manos.
– He tenido que enviar a alguien para que me traiga estos cafés… ¡Dios mío! ¡Qué bonitas flores! Gail, ¿acaso tienes un admirador secreto?
– Son de Lily -respondió Gail.
– Son preciosas. Supongo que es otro regalo de Aidan, ¿no?
Gail frunció el ceño.
– Creía que habías dicho que erais solo amigos.
– Y así es -le aseguró Lily-. Sólo me las ha enviado para darme suerte.
Gail la miró con escepticismo y asintió.
– Muy bien. Yo tengo que prepararme. Nos veremos en el plató, Lily. Miranda, como siempre, ha sido un placer. Llámame algún día para que podamos almorzar juntas. Tengo una subasta benéfica a la que me encantaría que asistieras.
Miranda observó cómo peinaban y maquillaban a Lily. No dejó de hacer sugerencias ni de implicarse en una acalorada discusión sobre el color de lápiz de labios que Lily debía llevar. Al final, la maquilladora tuvo que ceder.
– Tienes que ser muy firme con estas personas -dijo Miranda-. Está en juego tu imagen. Si no te gusta algo, es mejor que lo digas. Recuerda que eres tú quien manda. Si muestras debilidad, se aprovecharán de ti.
– Entiendo -dijo ella suavemente. Se sacó la tarjeta y la volvió a leer. Había firmado las anteriores tarjetas de otro modo. Era la primera vez que utilizaba la palabra «cariño».
Suspiró. ¿Qué estaba haciendo? Una vez más, estaba creando una fantasía que no existía. Dentro de unas pocas semanas, volvería a verlo y retomarían la relación donde la habían dejado. Exactamente en el mismo lugar. No podía imaginarse que él estaba enamorado de ella y construir un mundo sobre una sencilla palabra. Eso sería un error.
– ¿Qué es esto? -preguntó Miranda.
– ¿El qué?
– Esa cara. Dios Santo, Lily. Tienes un aspecto tan… tan triste. Sonríe. Estoy cansada de que te pases el día con la cara larga.
– No me digas cómo debo sentirme -le espetó Lily-. Me he pasado toda la vida negando el hecho de que siento algo. Si quiero estar triste, puedo estar triste.
– Entonces, yo tenía razón. Las flores son de él. Bueno, al menos es muy considerado. Eso tengo que admitirlo.
– Es más que considerado. Es… es maravilloso.
– En ese caso, deberías estar bailando por toda la habitación. En vez de eso, estás pensando en todo lo que puede ir mal. Te estás preocupando sobre la próxima vez que os veáis o sobre si os volveréis a ver.