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– Yo… simplemente no esperaba que me dijeras eso.

– Créeme si te digo que yo tampoco -confesó Aidan. Se sentó al lado de ella y le enmarcó el rostro entre las manos. Entonces, apretó la frente contra la de ella-. No estoy seguro de qué significa esto, Lily. Tal vez no significa nada, pero sé lo que siento. Si no nos volvemos a ver el uno al otro después de esta noche, al menos habré dicho lo que quería decirte. Al menos ya lo sabes.

– Lo sé.

– Lily, estoy dispuesto a esforzarme. Haré todo lo que haga falta. Puedo vivir en Los Ángeles o en Nueva York, donde tú quieras. Puedo trabajar en televisión. Regresaré a casa todas las noches. Podemos encontrar una casa y comenzar una vida juntos.

– No.

– ¿No a lo de la televisión o no a mí?

Lily se levantó de la cama y se dirigió al armario. Sacó un bolso de cuero y rebuscó en un bolsillo hasta que encontró su álbum. Entonces, regresó a la cama y volvió a sentarse.

– Quiero mostrarte algo -le explicó-. Tuve que hacer este álbum durante las clases para superar el miedo a volar. Recortábamos fotografías de cosas que nos hacían sentirnos felices, de cosas que queríamos en nuestras vidas. Así, cuando estuviéramos en un avión, podíamos sacarlo y centrarnos en él -añadió. Comenzó a hojear el cuaderno-. Aquí está. Aquí hay una foto tuya que recorté de una revista.

Aidan la miró asombrado.

– Es del estreno de mi segunda película.

– Sí. Es una de las pocas fotos tuyas en las que estás sonriendo. Eso me gustó.

– ¿Y el hecho de mirar una fotografía mía hace que te resulte más fácil volar?

– Sí. Pero no es sólo eso lo que quería decirte. Hice este álbum hace más de un año y medio.

– ¿Y decidiste añadir luego mi foto?

– No. Está ahí desde el principio. Probablemente creerás que todo esto es muy extraño y no te culparé si es eso lo que piensas, pero, dado que estamos siendo sinceros, quiero decírtelo. Te vi en la sala de espera de un aeropuerto un año antes de que nos conociéramos. Miranda y yo nos dirigíamos a París. Ella se acercó a ti y se presentó. Me señaló a mí y tú me miraste y me sonreíste. En ese momento, yo me enamoré de ti. Me enamoré como una adolescente, lo que resulta raro para una mujer de mi edad, pero así fue. Me pareciste el hombre perfecto.

– ¿Sabía esto Miranda?

– Sí. Lo adivinó por el modo en el que yo te estaba mirando. Por lo tanto, su maquinaciones estaban más justificadas de lo que tú pensaste en un principio.

– Entonces, ¿significa esto que llevas un año y medio enamorada de mí?

– Diecisiete meses para ser exactos.

– Y yo llevo enamorado de ti desde el momento en el que te besé.

– Supongo que sí -dijo ella con una sonrisa.

Aidan respiró profundamente.

– Hay otra cosa. No me encontré por casualidad con la librería en la que tú estabas firmando tus libros. Te he estado siguiendo por Internet. Sé que parece lo que haría un acosador, pero no lo es.

Lily extendió la mano y entrelazó los dedos con los de él.

– Qué tontos hemos sido, ¿no te parece?

– Sin embargo, creo que podemos arreglarlo. Te deseo, Lily. Te quiero en mi vida. No me importa lo que tenga que hacer, pero conseguiré que así sea.

Lily se puso de pie y se desabrochó el cinturón de la bata. Se la quitó y dejó que cayera al suelo. Entonces, se agarró el bajo del camisón y se lo sacó por encima de la cabeza.

Aidan extendió una mano y se la colocó sobre el vientre.

– ¿Estás tratando de seducirme?

– Así es -susurró ella.

– ¿No te parece que deberíamos hablar al respecto?

– Creo que podemos dejarlo para más tarde. Quiero hacer el amor con el hombre del que estoy enamorada.

Aidan la estrechó entre sus brazos.

– Quiero que me prometas una cosa, Lily.

– Lo que tú quieras -dijo ella mientras le peinaba suavemente el cabello con los dedos.

– Yo soy el primer y el último hombre con el que usas ese libro, ¿de acuerdo?

Lily se echó a reír.

– Te lo prometo. No pienso seducir a más desconocidos en un avión ni en ningún otro sitio.

Aidan se puso de pie y comenzó a quitarse la ropa. Cuando por fin estuvo desnudo, miró el reloj antes de quitárselo y lo dejó sobre la cama.

– Muy bien, querida mía. Tienes diez minutos. Ni uno más.

Aidan la agarró por la cintura y los dos cayeron sobre la cama. Cuando la boca de Aidan encontró por fin la de Lily, ella supo que aquélla era la única cosa que necesitaba en su vida. Aidan. Su corazón. Su alma. Su cuerpo. Su amor.

Su fantasía se había hecho realidad y se había convertido en algo mucho mejor de lo que nunca hubiera imaginado.

Epílogo

Al verano siguiente…

Aidan estaba de pie en el balcón mirando el Pacífico. El agua del mar tenía una perfecta tonalidad azul y reflejaba perfectamente la de un cielo sin nubes. Aquél era un día muy importante. Tal vez el más importante de su vida.

Se dio la vuelta y miró a través de las puertas abiertas del salón de su casa de Malibú. Lily estaba acurrucada en el sofá, con las hojas de su último manuscrito esparcidas a su alrededor.

Su primera novela, La niña de adorno, iba a ser publicada al mes siguiente y Aidan ya tenía los derechos para poder llevarla a la pantalla grande. La novela había creado bastante revuelo en Hollywood y la máquina publicitaria estaba lista para comenzar a funcionar.

Sonrió. Lily había cambiado mucho desde el verano anterior. No era diferente, sino que simplemente había mejorado a la hora de sobrellevar las complejidades de la fama. Había encontrado una seguridad en sí misma que Aidan admiraba profundamente. Sin embargo, en algunos momentos cuando estaban a solas, se mostraba insegura y vulnerable.

Llevaban viviendo juntos desde la Navidad anterior. Encontraron la casa de Malibú cuando los dos regresaron de Londres. Aidan estaba convencido de que sus vidas eran perfectas. Cuando él salía a buscar localizaciones, ella lo acompañaba. Cuando los viajes de promoción de Lily eran muy frecuentes, él encontraba el modo de reunirse con ella donde estuviera.

Hasta aquel momento había funcionado muy bien, pero a Aidan seguía preocupándole que algo pudiera robarles su felicidad. Quería estar seguro de que Lily y él estarían juntos para siempre. Aidan se metió la mano en un bolsillo y sacó el anillo. El diamante relució bajo la luz del sol.

Era un riesgo. Sabía lo nerviosa que Lily se ponía cuando se hablaba de matrimonio. Sin embargo, se amaban y se pertenecían el uno al otro. Si Lily no quería aceptar esto, tal vez tendría que obligarla a comprenderlo.

Entró en el salón. Lily levantó la mirada.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó ella.

– Nada.

– Llevas toda la mañana paseando de un lado a otro. ¿Por qué no te vas a correr un poco por la playa? Luego podríamos salir a almorzar.

– No necesito hacer ejercicio -replicó. Se acercó a la chimenea y tomó la hucha que ella le había regalado en Londres. Se metió la mano en el bolsillo e introdujo el anillo en la hucha. Por último, se acercó al sofá-. ¿Me puedes ayudar con esto?

– ¿Con qué?

– Quiero sacar el dinero de la hucha, pero no sé cómo hacerlo.

– ¿Y por qué lo quieres sacar?

– Está llena. Ya no puedo meter más.

Lily tomó la hucha y le dio la vuelta. Entonces, señaló la abertura que ésta tenía en la parte inferior.

– Tienes que abrir esto. Parece que lo podrás abrir con una moneda.

– Hazlo tú.

– No. Estoy tratando de terminar este capítulo. ¿Por qué te comportas de un modo tan raro?

Aidan se metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda, que entregó a Lily para que pudiera abrir la hucha. Ella hizo girar la tapa con la moneda y le dio la vuelta a la hucha sobre la mesa. Las monedas comenzaron a caer sobre la madera. Un segundo más tarde, lo hizo el anillo.