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En cuanto aquel maldito avión aterrizara, encontraría un lugar tranquilo e íntimo en el que poder disfrutar del cuerpo de Lily todo el tiempo que quisiera. Hasta entonces, tendría que convencerse de que aquel vuelo era tan sólo el principio y no el final.

Lily trataba de abrocharse el cinturón de seguridad. Parecía negarse a engancharse adecuadamente. El corazón le latía con fuerza en el pecho y parecía que le resultaba imposible respirar. Los movimientos del avión eran tan bruscos, que prácticamente estaba saltando en el asiento. Durante un instante, pensó que se iba a desmayar, pero, en aquel momento, Aidan se sentó a su lado.

Habían conseguido volver a vestirse, aunque les había costado bastante con las turbulencias y el espacio tan pequeño en el que se encontraban. Lily había salido del cuarto de baño en primer lugar y él la había seguido un minuto después.

Al ver lo que le ocurría, él le abrochó rápidamente el cinturón antes de ocuparse del suyo.

– No te preocupes -le dijo, rodeándole los hombros con el brazo-. Todo va a salir bien.

– Parece que el avión se está cayendo -susurró ella. Miró por la ventanilla-. Está lloviendo y hay relámpagos. ¿Y si nos cae un rayo encima? Una vez oí que esto le había ocurrido a un avión.

– ¿Qué ocurrió?

– No me acuerdo. Tal vez lo he olvidado a propósito. Debió de tener consecuencias muy graves…

Tenía un nudo en el estómago. Se sentía como si fuera a vomitar. Buscó la bolsa para hacerlo en el bolsillo del asiento anterior y se la colocó contra el pecho.

– Debería haberme ido en tren…

– Entonces no me habrías conocido.

– Odio esto. Odio esto. Odio esto… El año pasado, cuando volaba hacia París, el avión perdió un motor.

– Un avión puede volar perfectamente con un solo motor.

– No lo comprendes. Se cayó del avión, al mar…

Trató de tranquilizarse. El miedo a morir se estaba apoderando por completo de ella. Intentó pensar en otras cosas, como lo que acababa de ocurrir en el cuarto de baño. Se le puso la piel de gallina al recordar las caricias de Aidan, el contacto caliente y firme de su cuerpo contra el de ella. Esos pensamientos la hicieron sentirse aún más nerviosa. Entonces, recordó su reacción. Había tenido orgasmos con otros hombres, pero nunca antes tan rápidamente. Si no hubiera sido por las turbulencias, podrían haber seguido con lo que estaban haciendo y ella podría haber experimentado de nuevo aquellos placeres.

– ¿Estabas en ese vuelo? Me enteré de lo ocurrido. ¡Madre mía! ¡Qué miedo debiste pasar! -dijo Aidan antes de darle un beso en la sien-. Sin embargo, ¿qué probabilidades hay de que eso vuelva a pasar? Deben de ser muy pequeñas. De hecho, deberías sentirte contenta de que te ocurriera algo así. Ahora, ya no tienes posibilidad alguna de que te vuelva a ocurrir.

Lily lo miró. Era un buen hombre. Habría sido mucho más fácil seducir a un hombre que no fuera tan agradable, a uno que tuviera una actitud algo machista o que contara con una opinión demasiado exagerada sobre sí mismo. Sin embargo, Aidan… Resultaría mucho más difícil olvidarlo.

– Tal vez te pudiera ayudar en algo ese libro tuyo -sugirió él-. ¿Te gustaría que te leyera un poco?

– Claro -murmuró ella. Señaló el bolso que tenía debajo del asiento. El sonido de su voz había logrado calmarla un poco. Si conseguía centrarse en eso, tal vez no tendría tanto miedo.

– Debes de pensar que soy patética.

– Todos tenemos nuestros miedos.

– ¿A qué le tienes miedo tú?

Aidan sonrió.

– No voy a contártelo. Me he esforzado demasiado en hacerte creer que yo era un macho.

– Cuéntamelo -insistió ella.

– A las serpientes -admitió Aidan-. Y a los murciélagos. Tampoco me gustan demasiado ni las arañas ni los ciempiés. De hecho, trato de evitar todo lo que pueda matar a una persona con una picadura.

– Un murciélago común puede comerse más de seiscientos mosquitos en una hora -comentó ella. En el momento en el que pronunció estas palabras supo que había cometido un error-. Yo… yo… Hice un estudio sobre murciélagos cuando era niña. Resulta muy extraño cómo una se acuerda de cosas así cuando está a punto de morir…

Lily lanzó un gruñido. Tal vez debería rendirse. No le resultaba tan fácil representar el papel de seductora. Sin embargo, a algunos hombres les excitaba la inteligencia, ¿no?

Aidan extendió la mano y tomó el bolso. Entonces, sacó el montón de libros de autoayuda que ella llevaba para poder volar.

– Conquista tu miedo a volar -dijo.

– Ése no vale para nada.

– Aquí está el del título tan complicado.

– Aerofobia -dijo Lily- es el miedo a volar.

– ¿Y cómo se llama el miedo a las palabras muy complicadas?

– Logofobia. En realidad, eso es sólo el miedo a las palabras en general, no sólo a las que son muy complicadas. Aritmofobia es el miedo a los números. Grafofobia es el miedo a la escritura -explicó ella. Aidan la miró durante un largo instante. Demasiados conocimientos nunca eran nada bueno-. Algunos de estos datos simplemente se me escapan -añadió con una carcajada-. No sé por qué me acuerdo de ellos, pero es así.

– ¿Y qué me dices de éste? Diviértete volando. ¿Y éste de Volar sin miedo? -comentó Aidan. Tomó otro libro-. ¿Y el de…?

Al notar que se quedaba en silencio, Lily se giró para mirarlo. Aidan tenía entre las manos un ejemplar de…

– Cómo seducir a un hombre en diez minutos -leyó él-. Éste parece interesante -añadió. Comenzó a hojear las páginas.

– Es… No es lo que tú te piensas -dijo Lily. Frunció el ceño y le quitó inmediatamente el libro-. ¿Qué es lo que piensas?

– ¿Que esto no ha sido una experiencia espontánea? ¿Que te montaste en este avión dispuesta a seducir a alguien y resultó que yo era el que estaba más a mano?

Lily buscó un modo de explicarse y de hacerle comprender. Él no era una especie de rata de laboratorio en un extraño experimento sexual.

– Ese libro… ese libro es mío.

– Ya lo sé. Lo tenías en el bolso.

– Lo que quiero decir es que lo escribí yo. Es mío. Yo soy…

– ¿Tú eres Lacey St. Claire?

– Sí -respondió. Abrió el libro y señaló las notas que había realizado en los márgenes-. ¿Ves? Sólo estaba tomando notas por si acaso hacen una segunda edición.

Aidan sacudió la cabeza con incredulidad.

– ¿Me ha seducido una mujer que ha escrito un libro sobre seducción?

– En realidad, creo que fuiste tú el que me sedujo a mí.

– No. Yo estoy seguro de que fue al revés. ¿Haces esto a menudo?

– ¡No! -exclamó Lily inmediatamente. Tal vez estuviera fingiendo ser una seductora, pero no era una casquivana-. ¡No! Nunca. Es decir, he estado con hombres, pero no tengo por costumbre seducir a desconocidos.

– Es decir, que yo, en vez de ser la regla, era la excepción.

– Sí -dijo ella, agradecida de que Aidan, por fin, estuviera comenzando a ver la verdad-. La mayor parte de lo que he escrito en ese libro proviene de estudios científicos, no de experiencias propias. Se trata de fisiología básica. De la atracción entre hombres y mujeres.

– ¿Los científicos realizan estudios sobre seducción? Vaya, te aseguro que, si lo hubiera sabido, habría elegido esa asignatura en la universidad.

– El estudio de la sexualidad humana es un campo muy importante. De este modo, se pueden predecir los comportamientos.

Aidan recuperó el libro y lo examinó detenidamente.

– Entonces, ¿cómo te llamas de verdad? ¿Lacey o Lily?

– Lily. Lacey es mi pseudónimo. Así puedo proteger mi intimidad.

– Sí. Ya veo por qué. Diez minutos. La mayoría de los hombres sólo necesitan dos o tres para estar completamente listos.

– ¿Estás enfadado?

Aidan negó con la cabeza. Mientras leía la contraportada, frunció el ceño.