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Alucinación

LA MEMORIA DIVINA

A Elsa Fano.

Si me dais una estrella,

y me la abandonáis, desnuda ella

entre la mano, no sabré cerrarla

por defender mi nacida alegría.

Yo vengo de una tierra

donde no se perdía.

Si me encontráis la gruta

maravillosa, que como una fruta

tiene entraña purpúrea y dorada,

no cerraré la gruta

ni a la serpiente ni a la luz del día,

que vengo de una tierra

donde no se perdía.

Si vasos me alargaseis,

de cinamomo y sándalo, capaces

de aromar las raíces de la tierra

y de parar al viento cuando yerra,

a cualquier playa los confiaría,

que vengo de un país

en que no se perdía.

Tuve la estrella viva en mi regazo,

y entera ardí como en tendido ocaso.

Tuve también la gruta en que pendía

el sol, y donde no acababa el día.

Y no supe guardarlos,

ni entendía que oprimirles era amarlos.

Dormí tranquila sobre su hermosura

y sin temblor bebía en su dulzura.

Y los perdí, sin grito de agonía,

que vengo de una tierra

en donde el alma eterna no perdía.

LA COPA

Yo he llevado una copa

de una isla a otra isla sin despertar el agua.

Si la vertía, una sed traicionaba;

por una gota, el don era caduco;

perdida toda, el dueño lloraría.

No saludé las ciudades;

no dije elogio a su vuelo de torres,

no abrí los brazos en la gran Pirámide

ni fundé casa con corro de hijos.

Pero entregando la copa, yo dije

con el sol nuevo sobre mi garganta:

– "Mis brazos ya son libres como nubes sin dueño

y mi cuello se mece en la colina,

de la invitación de los valles."

Mentira fue mi aleluya: miradme.

Yo tengo la vista caída a mis palmas;

camino lenta, sin diamante de agua;

callada voy, y no llevo tesoro,

¡y me tumba en el pecho y los pulsos

la sangre batida de angustia y de miedo!

LA MEDIANOCHE

Fina, la medianoche.

Oigo los nudos del rosaclass="underline"

la savia empuja subiendo a la rosa.

Oigo

las rayas quemadas del tigre

reaclass="underline" no le dejan dormir.

Oigo

la estrofa de uno,

y le crece en la noche

como la duna.

Oigo

a mi madre dormida

con dos alientos.

(Duermo yo en ella,

de cinco años.)

Oigo el Ródano

que baja y que me lleva como un padre

ciego de espuma ciega.

Y después nada oigo

sino que voy cayendo

en los muros de Arlès

llenos de sol…

DOS ÁNGELES

No tengo sólo un Ángel

con ala estremecida:

me mecen como al mar

mecen las dos orillas

el Ángel que da el gozo

y el que da la agonía,

el de alas tremolantes

y el de las alas fijas.

Yo sé, cuando amanece,

cuál va a regirme el día,

si el de color de llama

o el color de ceniza,

y me les doy como alga

a la ola, contrita.

Sólo una vez volaron

con las alas unidas:

el día del amor,

el de la Epifanía.

¡Se juntaron en una

sus alas enemigas

y anudaron el nudo

de la muerte y la vida!

PARAÍSO

Lámina tendida de oro,

y en el dorado aplanamiento,

dos cuerpos como ovillos de oro;

Un cuerpo glorioso que oye

y un cuerpo glorioso que habla

en el prado en que no habla nada;

Un aliento que va al aliento

y una cara que tiembla de él,

en un prado en que nada tiembla.

Acordarse del triste tiempo

en que los dos tenían Tiempo

y de él vivían afligidos,

A la hora de clavo de oro

en que el Tiempo quedó al umbral

como los perros vagabundos…

LA CABALGATA(1)

A don Carlos Silva Vildósola

Pasa por nuestra Tierra

la vieja Cabalgata,

partiéndose la noche

en una pulpa clara

y cayendo los montes

en el pecho del alba.

Con el vuelo remado

de los petreles pasa,

o en un silencio como

de antorcha sofocada.

Pasa en un dardo blanco

la eterna Cabalgata…

Pasa, única y legión,

en cuchillada blanca,

sobre la noche experta

de carne desvelada.

Pasa si no la ven,

y si la esperan, pasa.

Se leen las Eneidas,

se cuentan Ramayanas,

se llora el Viracocha

y se remonta al Maya,

y madura la vida

mientras su río pasa.

Las ciudades se secan

como piel de alimaña

y el bosque se nos dobla

como avena majada,

si olvida su camino

la vieja Cabalgata…

A veces por el aire

o por la gran llanada,

a veces por el tuétano

de Ceres subterránea,

a veces solamente

por las crestas del alma,

pasa, en caliente silbo,

la santa Cabalgata…

Como una vena abierta

desde las solfataras,

como un repecho de humo,

como un despeño de aguas,

pasa, cuando la noche

se rompe en pulpas claras.

Oír, oír, oír,

la noche como valva,

con ijar de lebrel

o vista acornejada,

y temblar y ser fiel,

esperando hasta el alba.

La noche ahora es fina,

es estricta y delgada.

El cielo agudo punza

lo mismo que la daga

y aguija a los dormidos

la tensa Vía Láctea.

Se viene por la noche

como un comienzo de aria;

se allegan unas vivas

trabazones de alas.

Me da en la cara un alto

muro de marejada,

y saltan, como un hijo,

contentas, mis entrañas.

Soy vieja;

amé los héroes

y nunca vi su cara;