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– Me marché antes de la fiesta, y me fui a Mi Cabaña.

– Bueno -suspiró ella-, supongo que no puedo pretender que me notifiques todos tus movimientos ahora que tienes treinta años.

Benedict le sonrió con cariño.

– Y ella debe de ser tu señorita Beckett -dijo ella mirando a Sophie.

– Sí. Me salvó la vida cuando estaba en Mi Cabaña.

Sophie pegó un salto.

– Yo no…

– Sí -la interrumpió Benedict suavemente-. Me enfermé por conducir bajo la lluvia, y ella cuidó de mí y me devolvió la salud.

– Podría haberse recuperado sin mí -insistió Sophie.

– Pero no con tanta rapidez ni comodidad -dijo Benedict dirigiéndose a su madre.

– ¿No estaban en casa los Crabtree? -preguntó Violet.

– No estaban cuando llegamos -repuso Benedict.

Violet miró a Sophie con una curiosidad tan evidente que Benedict se vio obligado a explicar:

– La señorita Beckett estaba empleada en casa de los Cavender, pero ciertas circunstancias le hicieron imposible continuar allí.

– Comprendo -dijo Violet, aunque su tono indicaba que no comprendía.

– Su hijo me salvó de un destino horroroso -explicó Sophie serenamente-. Le debo una inmensa gratitud.

Benedict la miró sorprendido. Dado el grado de hostilidad hacia él no se había imaginado que ella aportaría información elogiosa de él. Pero debería haberlo supuesto; Sophie tenía elevados principios, y no del tipo que permitiera que la ira obstaculizara la sinceridad.

Ésa era una de las cosas que más le gustaban de ella.

– Comprendo -repitió Violet, esta vez con mucho más sentimiento.

– Tenía la esperanza de que le encontraras un puesto en tu casa -dijo Benedict.

– Pero no si es mucho problema -se apresuró a añadir Sophie.

– No -dijo Violet, fijando los ojos en su cara con una extraña expresión-. No sería ningún problema, pero…

Benedict y Sophie se quedaron en suspenso, pendientes del resto de la frase.

– ¿Nos conocemos de antes? -preguntó Violet a bocajarro.

– Creo que no -contestó Sophie, con un ligero tartamudeo. ¿Cómo podía ocurrírsele a lady Bridgerton que la conocía? Estaba segura de que no se había cruzado con ella esa noche del baile de máscaras-. No me imagino cómo podríamos conocernos.

– Tiene razón, sin duda -dijo lady Bridgerton, desechando la idea con un gesto de la mano-. Tiene usted algo que me resulta vagamente conocido. Pero lo más seguro es que haya conocido a alguien que se le parece mucho. Ocurre con frecuencia.

– En especial a mí -terció Benedict, con una sonrisa sesgada.

Lady Bridgerton miró a su hijo con visible cariño.

– No es culpa mía que todos mis hijos sean extraordinariamente parecidos.

– Si no podemos echarte la culpa a ti, ¿a quién, entonces? -le preguntó Benedict.

– A tu padre, totalmente -replicó lady Bridgerton con aire satisfecho. Miró a Sophie-: Todos se parecen mucho a mi difunto marido.

Sophie sabía que debía permanecer callada, pero encontró tan hermoso y agradable el momento, que dijo:

– Yo encuentro que su hijo se parece a usted.

– ¿Le parece? -preguntó lady Bridgerton, juntando las manos, encantada-. Qué maravilloso. Y yo que siempre me he considerado un recipiente para la familia Bridgerton.

– ¡Madre! -exclamó Benedict.

– ¿He hablado con demasiada franqueza? -suspiró ella-. Cada vez hago más eso en mi vejez.

– No eres vieja, madre.

Ella sonrió.

– Benedict, ¿por qué no vas a ver a tus hermanas mientras yo llevo a la señorita Bennet…?

– Beckett -enmendó él.

– Sí, claro, Beckett. La llevaré arriba para instalarla.

– Sólo necesita llevarme al ama de llaves -dijo Sophie.

Era muy raro que la señora de la casa se ocupara de contratar a una criada. De acuerdo, la situación era bastante insólita, pues era Benedict el que pedía que la contrataran, pero era muy extraño que lady Bridgerton se tomara un interés especial en ella.

– La señora Watkins está muy ocupada -explicó lady Bridgerton-. Además, creo que necesitamos otra doncella arriba. ¿Tiene experiencia en ese trabajo?

Sophie asintió.

– Excelente. Me lo imaginé. Habla muy bien.

– Mi madre era ama de llaves -dijo Sophie automáticamente-. Trabajaba para una familia muy generosa y…

Se interrumpió, horrorizada, recordando tardíamente que le había dicho la verdad a Benedict: que su madre había muerto al nacer ella. Lo miró, nerviosa, y él le contestó con un ladeo del mentón, ligeramente burlón, indicándole que no la iba a dejar como mentirosa.

– La familia era muy generosa -continuó ella, dejando escapar una espiración de alivio-, y me permitían a asistir a muchas clases con las hijas de la casa.

– Comprendo -dijo lady Bridgerton-. Eso explica muchísimo. Me cuesta creer que haya estado trabajando como criada. Está claro que tiene educación suficiente para aspirar a puestos más elevados.

– Lee muy bien -dijo Benedict.

Sophie lo miró sorprendida.

– Me leía muchísimo durante mi convalecencia -continuó él, dirigiéndose a su madre.

– ¿Escribe también? -preguntó lady Bridgerton.

– Tengo buena ortografía y bastante buena letra -repuso ella, asintiendo.

– Excelente. Siempre me va bien contar con un par de manos extras cuando escribo las invitaciones. Y tendremos un baile en verano. Presento en sociedad a dos hijas este año -le explicó a Sophie-. Tengo muchas esperanzas de que una de ellas elija marido antes de que acabe la temporada.

– No creo que Eloise desee casarse -dijo Benedict.

– Calla la boca.

– Esa declaración es un sacrilegio en esta casa -explicó Benedict a Sophie.

– No le haga caso -dijo lady Bridgerton echando a andar hacia la escalera-. Venga conmigo, señorita Beckett. ¿Como dijo que era su nombre de pila?

– Sophia.

– Ven conmigo, Sophie. Te presentaré a las niñas. Y te buscaremos ropa nueva -añadió arrugando la nariz-. No puedo permitir que una de nuestras doncellas ande tan mal vestida. Una persona podría pensar que no te pagamos un salario justo.

Sophie no había visto nunca que los miembros de la alta sociedad se preocuparan por pagar salarios justos a sus sirvientes, y le conmovió la generosidad de lady Bridgerton.

– Tú espérame abajo -dijo lady Bridgerton a Benedict-. Tenemos mucho que hablar tú y yo.

– Mira como tiemblo -replicó él.

– Entre él y su hermano, no sé cual me va a matar primero – masculló lady Bridgerton.

– ¿Qué hermano? -preguntó Sophie.

– Cualquiera. Los dos. Los tres. Todos unos sinvergüenzas.

Pero unos sinvergüenzas a los que amaba muchísimo, pensó Sophie. Eso lo notaba en su manera de hablar, lo veía en sus ojos cuando se iluminaban de alegría al mirar a su hijo.

Y eso la hacía sentirse sola, triste y envidiosa. Qué distinta podría haber sido su vida si su madre no hubiera muerto en el parto. No habrían sido respetables, tal vez, la señora Beckett, la querida de un noble, y ella, la hija bastarda, pero le agradaba pensar que su madre la habría amado.

Lo cual era más de lo que había recibido de cualquier otro adulto, incluido su padre.

– Vamos, Sophie -dijo lady Bridgerton enérgicamente.

Sophie la siguió escalera arriba, pensando por qué si sólo iba a comenzar un nuevo trabajo, se sentía como si fuera a entrar en una nueva familia.

Era… agradable.

Y había transcurrido mucho, muchísimo tiempo desde que su vida fuera agradable.

Capítulo 14

Rosamund Reiling jura que vio a Benedict Bridgerton de vuelta en Londres. Esta cronista se inclina a creer en la veracidad de ese informe; la señorita Reiling es capaz de ver a un soltero a cincuenta pasos.