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Goha se acercó y cogió la mano izquierda de la niña entre las suyas. Hablando en su propia lengua dijo: —Los serví y los abandoné. No permitiré que se apoderen de ti.

La niña la miró o miró al vacío, tratando de respirar, y tratando de respirar, y tratando de respirar.

2. Hacia el nido del halcón

Fue más de un año después, en los cálidos y largos días que siguieron a la Gran Danza, cuando un mensajero que venía del norte llegó al Valle Central preguntando por la viuda Goha. Los aldeanos le indicaron el camino y llegó a la Granja de los Robles al atardecer. Era un hombre de rostro aguzado y mirada vivaz. Miró a Goha y miró las ovejas que había en el corral a sus espaldas, y dijo: —Buenos corderos. El Mago de Re Albi te manda llamar.

—¿Él te envió? —le preguntó Goha, incrédula y divertida. Cuando Ogion la necesitaba recurría a mejores mensajeros y más veloces: la llamada de un águila o su sola voz pronunciando suavemente su nombre… ¿Vendrás?

El hombre asintió. —Está enfermo —le dijo—. ¿Querrías vender alguna hembra?

—Tal vez. Si quieres, puedes hablar con el pastor. Está allá, al otro lado del cerco. ¿Quieres comer? Puedes quedarte esta noche si lo deseas, pero yo me pondré en camino.

—¿Esta noche?

Esta vez la mirada de leve burla de Goha no tenía una expresión divertida. —No me quedaré esperando —le dijo. Habló por un minuto con el viejo pastor, Arroyo Claro, y luego se dio media vuelta y se dirigió a la casa construida en la colina, junto al bosquecillo de robles. El mensajero la siguió.

En la cocina empedrada, una niña a la que él miró y dejó de mirar rápidamente le sirvió leche, pan, queso y cebolletas, y luego se alejó, sin decir una sola palabra. Reapareció junto a la mujer, las dos vestidas para el viaje y con morrales livianos de cuero. El mensajero las siguió y la viuda le echó cerrojo a la puerta de la casa. Partieron juntos, él a ocuparse de sus asuntos, porque el transmitir el mensaje de Ogion había sido un simple favor sumado a la importante tarea de comprar un carnero reproductor para el Señor de Re Albi; y la mujer y la niña quemada se despidieron de él cuando el sendero se desvió hacia la aldea. Siguieron caminando por el camino que él había recorrido, hacia el norte y luego hacia el oeste, rumbo a las laderas de la Montaña de Gont.

Caminaron hasta que el largo atardecer de verano empezó a ensombrecerse. Entonces se apartaron del angosto camino y acamparon en un claro junto a un arroyo que corría calmo y veloz, reflejando el opaco cielo nocturno entre frondas de sauces achaparrados. Goha hizo una cama con pastos secos y hojas de sauce, oculta en la espesura como la silueta de una liebre, y envolvió a la niña en una manta que extendió encima. —Ahora —le dijo— eres un capullo. En la mañana serás una mariposa y saldrás del capullo. —No encendió una fogata, sino que extendió su capa junto a la niña y se quedó contemplando las estrellas que empezaban a brillar una a una y escuchando la voz serena del arroyo, hasta quedarse dormida.

Cuando despertó en medio del frío que precedía al alba, hizo una pequeña fogata y calentó una cacerola con agua para hacer gachas de avena para la niña y para ella. La pequeña mariposa herida salió tiritando de su capullo, y Goha enfrió la cacerola en la hierba cubierta de rocío para que la niña pudiera tomarla y beber de ella. El oriente empezaba a iluminarse sobre la alta y oscura saliente de la montaña cuando volvieron a ponerse en marcha.

Caminaron todo el día siguiendo el paso de una niña que se cansaba fácilmente. La mujer ansiaba apresurarse, pero caminaba lentamente. No podía llevar en brazos a la niña por un largo trecho y para aliviarle la marcha le iba contando historias.

—Vamos a ver a un hombre, a un anciano llamado Ogion —le dijo mientras avanzaban penosamente por el angosto camino que se elevaba serpenteante entre los bosques—. Es un hombre sabio, y un mago. ¿Sabes qué es un mago, Therru?

Si la niña había tenido un nombre, no lo sabía o no quería decirlo. Goha la llamaba Therru.

La niña negó con la cabeza.

—Bueno, tampoco yo lo sé —dijo la mujer—. Pero sé lo que pueden hacer. Cuando era joven, mayor que tú, pero joven, Ogion era mi padre, así como yo soy tu madre ahora. Me cuidaba y trataba de enseñarme lo que necesitaba saber. Se quedaba conmigo cuando hubiera preferido andar vagabundeando a solas. Le gustaba caminar, recorrer todos estos senderos como nosotras ahora, y andar por los bosques, por lugares agrestes. Recorría toda la montaña, observando, escuchando. Siempre escuchaba, por eso lo llamaban el Silencioso. Pero solía hablarme. Me contaba historias. No sólo las historias importantes que todos aprenden, historias de héroes y de reyes y de cosas que ocurrieron hace mucho tiempo y muy lejos, sino también historias que sólo él conocía. —Siguió caminando por un trecho antes de continuar.— Ahora te voy a contar una de esas historias.

»Una de las cosas que saben hacer los hechiceros es transformarse…, adoptar otra forma. Cambiar de forma, así lo llaman. Cualquier mago puede tomar la apariencia de otra persona, o de un animal, de modo que por un minuto no sabes qué estás viendo…, como si se hubiera puesto una máscara. Pero los hechiceros y los magos pueden hacer mucho más que eso. Pueden convertirse en la máscara, pueden transformarse realmente en otro ser. Por eso, si un hechicero quisiera cruzar el mar y no tuviese una barca podría convertirse en una gaviota y atravesarlo volando. Pero tiene que tener cuidado. Si se queda convertido en pájaro, comienza a pensar lo que piensa un pájaro y se olvida de lo que piensa un nombre, y puede lanzarse a volar y ser una gaviota, y no volver a ser un hombre nunca más. Por eso dicen que hubo una vez un gran hechicero al que le gustaba transformarse en oso y lo hacía muy a menudo, y se convirtió en oso y mató a su propio hijito; y tuvieron que salir a cazarlo y matarlo. Pero Ogion solía bromear con eso también. Una vez, cuando un ratón se metió en su despensa y echó a perder el queso, lo atrapó con un hechizo minúsculo para cazar ratones, lo sostuvo en alto así y lo miró a los ojos y le dijo: “¡Te dije que no te hicieras el ratón!”. Y por un instante pensé que hablaba en serio…

»Bueno, esta historia trata de algo parecido al cambiar de forma, pero Ogion decía que superaba todo lo que él sabía sobre cambios de forma, porque consistía en ser dos cosas, dos seres a la vez, y con la misma forma, y decía que esto superaba el poder de los hechiceros. Y era algo que había visto en una pequeña aldea en la costa del noroeste de Gont, en un lugar llamado Kemay. Allí había una mujer, una vieja pescadora que no era una bruja, no era una persona culta; pero inventaba canciones. Así es como Ogion oyó hablar de ella. Andaba por allí sin rumbo fijo, como solía hacer, recorriendo la costa, escuchando; y oyó cantar a alguien que estaba remendando una red o calafateando una barca y que iba cantando mientras trabajaba:

Más al oeste que el oeste más allá de la tierra mi pueblo danza en el otro viento.

»Ogion oyó la melodía y los versos, las dos cosas, y nunca los había oído hasta entonces de modo que preguntó de dónde venía la canción. Y de respuesta en respuesta, dio por fin con alguien que le dijo: “¡Ah!, ésa es una de las canciones de la Mujer de Kemay”. Así que siguió caminando hasta Kemay, el pequeño puerto pesquero donde vivía la mujer, y encontró su casa cerca del puerto. Y llamó a la puerta con su vara de mago. Y ella fue y abrió la puerta.

»Bien, tú sabes, recuerdas cuando hablamos de los nombres, de que los niños tienen nombres de niños, y todos tienen un nombre común y quizá también un sobrenombre. Distintas personas te pueden llamar de distintas maneras. Tú eres mi Therru, pero cuando seas mayor quizá tengas un nombre hárdico común. Pero, cuando te conviertas en mujer, si todo se hace como corresponde, también recibirás tu nombre verdadero. Te lo dará alguien que tenga verdadero poder, un hechicero o un mago, porque ése es su poder, su arte…, dar nombres. Y es posible que nunca le reveles ese nombre a otra persona, porque tu verdadero nombre encierra tu verdadero ser. Es tu fuerza, tu poder; pero para otro es un peligro o una carga, sólo se puede revelar en caso de extrema necesidad o de extrema confianza. Pero un gran mago, que conoce todos los nombres, puede saberlo sin que tú se lo reveles.