Sara volvió al informe. Sabía que leer sin las gafas le daría dolor de cabeza, pero quería tener la sensación de estar haciendo algo. Cuando acabó de repasar toda la información que Jeffrey había recogido sobre la muerte de Ellen Schaffer, tenía la cabeza como un bombo y el estómago revuelto por haber leído yendo en coche.
– ¿Qué opinas? -le preguntó Jeffrey.
– Creo… -comenzó Sara, mirando la carpeta cerrada-. No lo sé. Las dos muertes podrían ser un montaje. Supongo que a Schaffer pudieron cogerla por sorpresa. Quizá primero la golpearon en la nuca. Tampoco es que ahora sepamos dónde está la nuca.
Sara sacó varias fotos y las ordenó a grosso modo.
– La chica estaba en el sofá. A lo mejor la pusieron allí. O puede que se echara ella sola. El brazo no le llegaba al gatillo, así que usó el pie. No es algo tan inusual. A veces la gente usa perchas. -Le echó otro vistazo al informe, releyendo las notas de Jeffrey acerca de la discrepancia de calibre entre la escopeta y la munición-. ¿No sabía lo peligroso que era utilizar munición de otro calibre?
– Hablé con su instructor. Según él, manejaba el arma con mucho cuidado. Jeffrey hizo una pausa-. Para empezar, ¿por qué Grant Tech tiene un equipo de tiro al blanco femenino?
– Título Noveno -le explicó Sara, refiriéndose a la legislación que obligaba a las universidades a ofrecer a las mujeres el acceso a los mismos deportes que los hombres.
Si esa política hubiera estado en vigor cuando Sara estaba en el instituto, el equipo de tenis femenino al menos habría podido practicar en la pista del colegio. Pero como no era así, se veían obligadas a jugar a frontón en el gimnasio… y sólo cuando el equipo masculino de baloncesto no se entrenaba.
– Me parece estupendo que tengan la oportunidad de aprender un deporte nuevo -dijo Sara.
Para su sorpresa, Jeffrey concedió:
– El equipo es bastante bueno. Han ganado todo tipo de competiciones.
– Por lo que la gente que sabía que estaba en el equipo también sabría que tenía una escopeta.
– Puede.
– ¿Y que la guardaba en el dormitorio?
– Las dos la guardaban -dijo Jeffrey-. Su compañera de cuarto también estaba en el equipo.
Sara se puso a pensar en la escopeta.
– ¿Habéis sacado las huellas?
– Las sacó Carlos -contestó Jeffrey, previendo su siguiente pregunta-. Las de Schaffer están en el cañón, la recámara y lo que queda del cartucho.
– ¿Sólo un cartucho? -preguntó Sara.
Por lo que sabía, una escopeta de carga inferior llevaba un cargador de tres cartuchos. Cuando cargabas el de delante, otro se colocaba en la recámara para que el arma fuera de repetición.
– Sí -le dijo Jeffrey-. Un cartucho, y de un calibre distinto al del arma; el reductor de tiro al plato estaba enroscado para que el cañón fuera más estrecho.
– ¿Coincide el dedo del pie con la huella del gatillo?
– Ni se me ocurrió comprobarlo -admitió Jeffrey.
– Lo comprobaremos antes de la autopsia -dijo Sara-. ¿Crees que alguien pudo obligarla a cargar la escopeta, quizás alguien que no sabía mucho de armas?
– Había muchas posibilidades de que el primer cartucho se quedara encasquillado en el cañón. De no haber tenido otro en el cargador, eso le habría concedido a Schaffer un poco de tiempo. Quizás incluso a darle la vuelta al arma y utilizarla para golpear al tipo.
– Y el cartucho, ¿no explotaría dentro del cañón?
– No necesariamente. De haber tenido lleno el cargador, el segundo cartucho habría golpeado al primero, y los dos habrían explotado cerca de la recámara.
– Quizá por eso sólo metió un cartucho -dijo Sara. -O era muy lista o muy estúpida.
Sara siguió mirando las fotos. Tenía muchos casos de suicidio, y ése no tenía nada de particular. Si Andy Rosen no hubiera muerto el día antes, y Tessa no hubiera sido herida, ahora no se estarían haciendo esas preguntas. Ni el arañazo que Andy tenía en la espalda habría sido suficiente para justificar que se abriera una investigación completa.
– ¿Qué los relaciona? -preguntó Sara.
– No lo sé -dijo Jeffrey-. Tessa es el comodín. Schaffer y Rosen tienen en común la clase de arte, pero eso es…
– ¿Ese apellido es judío? -le interrumpió Sara-. Schaffer, quiero decir.
– Rosen lo es -dijo Jeffrey-. De Schaffer ya no estoy tan seguro.
Sara sintió que la desazón se apoderaba de ella cuando intuyó una posible conexión.
– Andy Rosen es judío. Ellen Schaffer podría serlo. Tessa sale con un negro. No sólo sale, sino que espera un hijo de él.
– ¿Qué estás diciendo? -preguntó Jeffrey, aunque Sara sabía que estaba siguiendo su hipótesis.
– Andy o fue empujado o saltó de un puente en el que había una pintada racista hecha con aerosol.
Jeffrey se quedó con la mirada fija en la carretera, sin hablar durante al menos un minuto.
– ¿Crees que ésa es la relación?
– No lo sé -respondió Sara-. Había una esvástica en el puente.
– Y decía: «Die Nigger» -señaló Jeffrey-. No se refería a los judíos. -Tamborileó con los dedos sobre el volante-. Si quería decir algo en contra de Andy por ser judío, habría sido más específico. Habría dicho: «Die Jews».
– ¿Y qué me dices de la estrella de David que encontraste en el bosque?
– Tal vez Andy cruzó el bosque y se le cayó antes de saltar. No tenemos nada que relacione eso con el agresor de Tessa. -Hizo una pausa-. Sin embargo, sí es verdad que Rosen y Schaffer son nombres judíos. Ésa podría ser una relación.
– Hay muchos judíos en el campus.
– Cierto.
– ¿Crees que esa pintada significa que hay un grupo de supremacía blanca actuando en la universidad?
– ¿Quién si no iba a pintar esa mierda cerca de la facultad?
Sara intentó encontrar algún fleco en su propia teoría.
– El puente no ha sido pintado hace tiempo.
– Puedo preguntar por ahí, pero no, no creo que esa pintada tenga más de dos semanas.
– ¿De modo que estamos diciendo que hace dos semanas alguien pintó la esvástica y esa porquería en el puente, sabiendo que ayer empujaría a Andy Rosen al vacío y que luego aparecería yo y llevaría a Tessa hasta allí y que tendría ganas de orinar y la apuñalarían en el bosque?
– Ha sido tu teoría -le recordó Jeffrey.
– No dije que fuera buena -admitió Sara. Se frotó los ojos y dijo-: Estoy tan cansada que apenas puedo ver con claridad.
– ¿Quieres intentar dormir?
Lo intentó, pero sólo pensaba en Tessa, y en lo único que le había pedido cuando despertó: que encontrara al hombre que le había hecho eso.
– Abandonemos la teoría racista -dijo Sara-. Digamos que los dos fueron un montaje para que parecieran suicidios. ¿Crees que es mejor ocultar el hecho de que dos estudiantes han sido asesinados?
– ¿Te digo la verdad? -preguntó Jeffrey-. No lo sé. No quiero darles falsas esperanzas a los padres, y no quiero que cunda el pánico en el campus. Y si se trata de asesinatos, cosa de la que no estamos seguros, a lo mejor al tipo le da por alardear y comete algún error.
Sara sabía a qué se refería. A pesar de la creencia popular, los asesinos casi nunca quieren que los atrapen. El asesinato era el ejercicio más arriesgado que existe, y cuanto más quieren salir impunes, más se afanan en eliminar pruebas.
– Si alguien está asesinando estudiantes, ¿cuál es el móvil? -preguntó Sara.
– Lo único que se me ocurre son las drogas.
Sara estaba a punto de preguntar si las drogas suponían un problema en el campus, pero se dio cuenta de que era una pregunta estúpida. Lo que preguntó fue:
– ¿Tomaba drogas Ellen Schaffer?
– Por lo que he averiguado, era una de esas personas obsesionadas con la salud, así que lo dudo. Jeffrey miró por el espejo lateral antes de adelantar a un dieciocho ruedas situado en el carril de al lado-. Puede que Rosen hubiera tomado, pero hay razones para creer que estaba limpio.
– ¿Y qué me dices de lo de la aventura amorosa?
Jeffrey frunció el ceño.
– No sé muy bien si fiarme de Richard Carter. Es como una cuchara, siempre está removiéndolo todo. Y es obvio que no soporta a Andy. Le creo capaz de haber hecho correr el rumor él mismo sólo para poder disfrutar del espectáculo.
– Bueno, supongamos que dice la verdad -dijo Sara-. ¿Es posible que el padre de Andy tuviera una aventura con Schaffer?
– No era alumna suya. No hay razón alguna por la que ella tuviera que conocerle. Tenía montones de chavales de su edad postrados a sus pies.
– Ésa podría ser una razón por la que le atraía un hombre mayor. Le parecería más sofisticado.
– No Brian Keller -dijo Jeffrey-. El tipo no es precisamente Robert Redford.
– ¿Has preguntado por ahí? -insistió Sara-. ¿Hay alguna relación?
– No que yo sepa. De todos modos, mañana voy a hablar con él. Tal vez me dé alguna pista.
– Quizá confiese.
Jeffrey negó con la cabeza.
– Estaba en Washington. Frank lo verificó esta tarde. -Al cabo de unos segundos, le concedió-: Pudo haber contratado a alguien.
– ¿Y el móvil?
– Tal vez… -Pero Jeffrey no acabó la frase-. Joder, no lo sé. Siempre acabamos en cuál es el móvil. ¿Por qué alguien iba a hacer algo así? ¿Qué podía ganar?
– La gente mata por muy pocas razones -dijo Sara-. Dinero, drogas o motivos emocionales como celos o ira. Si fueran asesinatos al azar tendríamos a un asesino en serie.
– Cristo -dijo Jeffrey-. No digas eso.
– Admito que no es probable, pero nada me cuadra. -Sara hizo una pausa-. Y volvemos a lo mismo: Andy pudo haber saltado, Ellen Schaffer a lo mejor estaba deprimida, y el encontrar el cadáver disparó su… -Sara se interrumpió-. No intentaba hacerme la ingeniosa.