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Al parecer a Scooter le encantaba la palabra «amante», porque la repitió varias veces, prolongando la eme a cada repetición. Lena intentó reconducirle al tema.

– ¿Así que volvió y estaba limpio? Scooter asintió.

– Sí.

– ¿Y cuánto duró así?

– Hasta el domingo -dijo Scooter, y se puso a reír como si hubiera hecho un chiste.

– ¿Qué domingo?

– El domingo antes de morir -dijo Scooter-. Todo el mundo sabe que la poli encontró una jeringuilla en su casa.

– Cierto -dijo Lena, diciéndose que Frank se lo hubiera mencionado de ser verdad.

En el campus los rumores se extendían tan deprisa como las enfermedades de transmisión sexual.

– ¿No has dicho que le gustaba fumar? -preguntó Lena.

– Sí, sí -dijo Scooter-. Eso es lo que encontraron.

Lena miró a Ethan. Le preguntó a Scooter:

– Anteayer, ¿Andy se metió algo?

Scooter negó con la cabeza.

– No, pero sé que se metía.

– ¿Cómo estás tan seguro?

– Porque quiso comprarme a mí, tía.

Ethan se tensó.

– Compró una provisión el sábado por la noche y dijo que se lo iba a tomar el domingo -explicó Scooter-. Iba a hacer un viaje en alfombra mágica. Eh, ¿crees que eso es lo que significa la canción?

Lena intentó hacerle volver al tema.

– ¿Crees que quería matarse?

Ethan se puso en pie y se acercó a la ventana.

– Sí, no sé -dijo Scooter. De nuevo miró las jeringuillas-. Vino a mi cuarto y me dijo: «Tío, ¿tienes algo?», y yo le contesté: «Joder, Burke se larga la semana que viene, y me estoy preparando a tope», y él no dejaba de repetir: «Dame lo que tengas. Mira, dinero», y yo le decía: «Que te jodan, tío, que no, ésta es mi mierda, todavía me debes dinero de antes de irte a desintoxicar, mariconazo», y él…

Lena le interrumpió.

– ¿Andy tenía problemas de dinero?

– Sí, como siempre. Su madre le hacía pagar un alquiler y toda esa mierda. ¿Qué tomadura de pelo es ésa? Su propio hijo, y le hacía pagarse la ropa y toda la pesca como si estuviera en la puta beneficencia. -Se arregló los shorts-. Ese coche era cojonudo. -Se volvió hacia Ethan-. ¿Viste el automóvil que le había comprado su padre?

Lena intentó que Scooter se centrara.

– ¿Tenía dinero el sábado por la noche? ¿Sí o no?

– Joder, no lo sé. Eso creo. Al final pilló algo.

– Creí que le habías vendido tú.

– Joder, no, tía. Ya te lo he dicho, sabía lo que pretendía hacer. A mí no me pillan en esa mierda. Le vendes algo a un tío y la palma de sobredosis y al día siguiente tienes el culo entre rejas acusado de homicidio, y yo no voy a la cárcel, tía. Ya tengo un empleo apalabrado para cuando salga de aquí.

– ¿Dónde? -preguntó Lena, sintiendo curiosidad por saber quién coño contrataría a ese patético desecho humano.

Ethan no le dejó contestar.

– ¿Sabías que iba a matarse?

– Supongo. -Scooter se encogió de hombros-. Eso es lo que hizo la última vez. Compró una bolsa de mierda y se rajó el brazo con una hoja de afeitar. -Se dibujó una línea en el brazo para ilustrarlo-. Tía, más falso imposible. Sangre por todas partes, ni te lo imaginas. ¿Crees que debería haber dicho algo, tío? Yo no quería meterme en líos..

– Sí, joder -dijo Ethan, acercándose a la cama. Le dio una colleja a Scooter-. Sí, deberías haberle dicho algo. Tú le mataste, capullo, eso es lo que hiciste.

Lena dijo:

– Ethan…

– Vámonos de aquí -ordenó Ethan, abriendo la puerta con tanta fuerza que el pomo melló la pared del golpe.

Lena le siguió, pero cerró la puerta y se quedó en el cuarto.

– ¡Lena!

La puerta tembló con los golpes de Ethan, pero ella cerró con llave, con la esperanza de que eso le dejara fuera unos minutos.

– Scooter -dijo, asegurándose de que él le prestaba atención-, ¿quién le vendió las drogas?

Scooter se la quedó mirando.

– ¿Qué?

– ¿Quién le vendió las drogas a Andy? -repitió-. El sábado por la noche, ¿dónde consiguió las drogas?

– Mierda -dijo Scooter-, no lo sé. -Se rascó los brazos, incómodo ahora que Ethan no estaba-. Déjame en paz, ¿entendido?

– No -negó Lena-. No hasta que me lo digas.

– Tengo mis derechos.

– ¿Ah sí? ¿Quieres que llame a la policía? -Tenía la botella en una mano, y cogió las jeringuillas llenas con la otra-. Vamos a llamar a la poli, Scooter.

– Ah, joder, tía, vamos.

Hizo un débil intento de llegar hasta las jeringuillas, pero Lena fue más rápida.

– ¿Quién le vendió la droga a Andy?

– Vamos -gimió Scooter. Al ver que eso no funcionaba, capituló-. Deberías saberlo, tía. Trabajas con él.

Lena dejó caer las jeringuillas y casi suelta la botella antes de poder reaccionar.

– ¿Chuck?

Scooter se tiró al suelo, recogiendo las jeringuillas como si fuesen dinero encontrado.

– ¿Chuck? -repitió Lena.

Estaba demasiado atónita para decir nada más. Echó un trago de vodka y, a continuación, apuró el resto de la botella. Se sentía tan confusa que tuvo que volver a sentarse en la cama.

– ¿Lena? -chilló Ethan desde el otro lado de la puerta.

Scooter comenzó a inyectarse. Lena se lo quedó mirando, hipnotizada, mientras se sacaba un poco de sangre y luego se bombeaba la droga en la vena. Tenía el extremo de la banda elástica entre los dientes, y la soltó con un chasquido cuando el émbolo de la jeringa llegó al final.

Scooter soltó un grito ahogado, y todo el cuerpo sufrió una sacudida. Tenía la boca abierta, y el cuerpo le temblaba al entregarse a la droga. Los ojos vagaban sin rumbo, desorbitados, y le castañeteaban los dientes. Le temblaba tanto la mano que la jeringa se le cayó al suelo y rodó debajo de la cama. Lena lo contemplaba, incapaz de desviar los ojos, mientras su cuerpo experimentaba las acometidas del ice en las venas.

– Oh, tía -susurraba Scooter-. Joder, tía. Oh, sí.

Lena contempló la otra jeringa que había en el suelo, preguntándose cómo se sentiría si se dejaba ir, si permitía que la droga controlara su cuerpo durante un rato. O le quitara la vida.

Scooter se puso en pie de un salto tan bruscamente que Lena reculó y se golpeó la cabeza contra la pared.

– Joder, qué calor hace aquí -dijo Scooter, y sus palabras le salían como balas de una ametralladora mientras caminaba por la habitación-. Qué calor, hace demasiado calor para respirar, no sé si puedo respirar, tú puedes respirar, pero no se está mal, no crees.

Parloteaba sin cesar, tirándose de las ropas como si quisiera quitárselas.

– ¡Lena! -chilló Ethan.

El pomo sufrió una violenta sacudida, y la puerta se abrió de golpe, golpeando de nuevo la pared.

– ¡Gilipollas! -gritó Ethan, empujando a Scooter tan fuerte que, éste cayó contra la nevera.

Lleno de energía a causa del speed que le corría por las venas, Scooter se levantó de otro salto, y no dejaba de parlotear acerca de la temperatura de la habitación.

Ethan vio la otra jeringuilla en el suelo y la pisoteó hasta que el plástico se hizo añicos, y el claro líquido formó un charquito alrededor. A continuación, como si previera hasta dónde era capaz de llegar Scooter con tal de colocarse otra vez, deslizó la suela del zapato por el charco hasta que ya no quedó nada que se pudiera recuperar.

Ethan agarró a Lena de la mano y le dijo:

– Vamos.

– ¡Mierda! -gritó Lena.

Le había cogido la muñeca dolorida. Casi se desmaya del dolor, pero Ethan no la soltó hasta que no estuvieron en el pasillo.

– ¡Capullo! -dijo Lena, golpeándole el hombro con la mano-. Estaba a punto de averiguar algo.

– Lena…

Ella se dio la vuelta para marcharse. Ethan intentó agarrarla del brazo, pero ella fue más rápida.

– ¿Adónde vas? -preguntó Ethan.

– A casa.

Lena continuó pasillo arriba, mientras su mente le daba vueltas a lo que le había dicho Scooter. Necesitaba anotarlo todo ahora que aún lo tenía fresco. Si Chuck estaba implicado en algún tipo de red de traficantes de droga, cabía la posibilidad de que se hubiera cargado a Andy Rosen y a Ellen Schaffer para cerrarles la boca. Todas las piezas comenzaban a encajar. Sólo tenía que retenerlas en el cerebro lo suficiente para poder anotarlas.

De pronto, Ethan se acercó a ella.

– Deja que te acompañe a casa.

– No necesito escolta -dijo Lena, mientras se tocaba la muñeca y se preguntaba si se la había roto.

– Has bebido mucho.

– Y lo que me queda -dijo ella, apartando a un grupo de gente que bloqueaba la entrada.

En cuanto lo hubiera anotado todo, nada como un trago para celebrarlo. Unas horas atrás le preocupaba perder el empleo, y ahora estaba en condiciones de quedarse con el puesto de Chuck.

– Lena…

– Vete a casa, Ethan -le ordenó Lena, tropezando con una piedra del jardín.

Se tambaleó pero no cayó.

Él le pisaba los talones, jadeando para mantener el paso.

– Cálmate un poco.

– No tengo por qué calmarme -dijo Lena, y era cierto.

La adrenalina que avanzaba por todo su cuerpo le mantenía la mente despejada.

– Lena, vamos -dijo Ethan, casi suplicando.

Lena tomó un estrecho sendero que discurría entre dos arbustos espinosos, sabiendo que llegaría al colegio mayor de su facultad si atajaba por el patio de la universidad.

Ethan la siguió, pero había dejado de hablar.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella.

Él no respondió.

– No vas a entrar en mi habitación -dijo ella, apartando una rama baja mientras se dirigía a la entrada principal de su residencia-. Hablo en serio, Ethan.

Él no le hizo caso, y se quedó a su lado mientras ella intentaba abrir la puerta. Pero Lena no tenía coordinación, y no podía encontrar la cerradura. Probablemente se debía al Vicodin, nadando en el mar de alcohol que chapoteaba dentro de su estómago. ¿Cómo se le había podido ocurrir mezclar drogas y alcohol de ese modo? Lena sabía que eso no había que hacerlo nunca.