Ethan le quitó las llaves de un tirón y abrió la puerta. Ella intentó recuperarlas, pero él ya estaba dentro.
– ¿Cuál es tu habitación? -preguntó Ethan.
– Dame mis llaves.
De nuevo intentó quitárselas, pero él fue demasiado rápido.
– Eres una capulla -dijo Ethan-. ¿Lo sabías?
– Dame mis llaves -repitió Lena, aunque no quería hacer una escena.
La residencia era tan asquerosa que pocos profesores vivían en ella, pero Lena no deseaba que algún vecino asomara la cabeza.
Ethan estaba leyendo el nombre de Lena en el buzón del vestíbulo. Sin mediar palabra, bajó el pasillo hacia su habitación.
– Basta -ordenó-. Sólo dame…
– ¿Qué has tomado? -preguntó, buscando entre sus llaves la que abría la puerta-. ¿Qué eran esas píldoras que te has tragado?
– ¡Déjame en paz! -gritó Lena, agarrándole las llaves. Apoyó la cabeza contra la puerta y se concentró en abrir la cerradura. Cuando oyó el chasquido se permitió una sonrisa, que rápidamente le desapareció cuando Ethan la empujó hacia el interior de su cuarto.
– ¿Qué píldoras has tomado? -quiso saber.
– ¿Me estás vigilando? -preguntó, pero eso era evidente.
– ¿Qué has tomado?
Lena se quedó en mitad de la habitación intentando orientarse. No había mucho que ver. Vivía en un antro de dos habitaciones con cuarto de baño privado y una cocina americana que siempre olía a grasa de beicon por mucho que limpiara. Se acordó del contestador, pero cuando miró el indicador de llamadas había un cero bien gordo. Esa zorra de Jill Rosen no la había llamado.
– ¿Qué has tomado? -repitió Ethan.
Lena se dirigió al armario de la cocina y dijo:
– Motrin. Tengo calambres, ¿entendido? -pensando que eso le haría callar.
– ¿Eso es todo? -preguntó él, acercándosele.
– Tampoco es asunto tuyo -le dijo Lena, sacando una botella de whisky del armarito.
Ethan hizo aspavientos con las manos.
– Y ahora vas a beber un poco más.
– Gracias por la crónica, jovencito -se pitorreó Lena.
Se sirvió una generosa ración y la apuró de un trago.
– Estupendo -dijo él, y ella se sirvió otra copa.
Lena dio media vuelta y espetó:
– ¿Por qué no me…?
Se calló. Ethan estaba lo bastante cerca como para tocarla, y la desaprobación emanaba de él como el calor de un incendio forestal.
Él se quedó inmóvil, las manos a los lados.
– No lo hagas.
– ¿Por qué no me acompañas? -le preguntó.
– No bebo. Y tú tampoco deberías.
– ¿Eres de Alcohólicos Anónimos?
– No.
– ¿Estás seguro? -dijo Lena, echando un buen trago y soltando un sonoro «ahhh», como si fuera lo mejor que hubiera probado nunca-. Desde luego te comportas como un alcohólico rehabilitado.
Los ojos de Ethan siguieron el vaso que se llevó a la boca.
– No me gusta perder el control.
Lena se puso el vaso bajo la nariz, inhalando.
– Huele -le dijo, y se lo acercó a la cara.
– Aparta eso -le ordenó, pero él no se movió.
Lena se pasó la lengua por los labios con un chasquido. Ethan era un alcohólico; Lena estaba segura. Su reacción no podía explicarse de otro modo.
– ¿Ni siquiera puedes probarlo, Ethan? -dijo Lena-. Venga, Alcohólicos Anónimos es para maricones. No necesitas ir a esas estúpidas reuniones para saber cuándo parar.
– Lena…
– Eres un hombre, ¿o no? Los hombres saben controlarse. Vamos, señor Control.
Lena le apretó el vaso contra los labios, y él cerró aún más la boca. Ni siquiera cuando ella inclinó el vaso, derramándole el líquido ámbar por la barbilla y la camisa, se separaron sus labios.
– Bueno -dijo ella, viendo cómo el alcohol le goteaba por la barbilla-. Qué manera de desperdiciar un buen whisky.
Con violencia, Ethan arrancó la toalla del colgador y se la dio a Lena. Con los dientes apretados le ordenó:
– Límpialo. Ahora.
Lena se quedó estupefacta por su vehemencia. No le costaba nada limpiar aquello, de modo que obedeció, frotándole la camisa y a continuación la bragueta de los pantalones. La encontró tensa, y, sin poder evitarlo, Lena se rió.
– ¿Esto es lo que te pone? ¿Mandonear a los demás?
– Cállate -le ordenó Ethan, intentando arrebatarle la toalla.
Ella le dejó coger la toalla. Sin ella, Lena utilizó la mano, aumentando la presión en la bragueta. A Ethan se le puso más dura.
Lena le preguntó:
– ¿Ha sido el whisky? ¿Te gusta como huele? ¿Te pone caliente?
– Basta -dijo él, pero Lena le notaba cada vez más empalmado.
– Mierdecilla pervertida -murmuró Lena, y le sorprendió oír el tono burlón de su voz.
– No lo hagas -repuso él, pero no intentó detenerla cuando ella le bajó la bragueta.
– ¿Que no haga el qué? -preguntó Lena agarrándosela con la mano.
Era más grande de lo que había imaginado, y había algo excitante en saber que podía darle placer o causarle un intenso dolor.
Lena se la acarició.
– ¿Que no haga esto?
– Oh, joder -susurró Ethan, pasándose la lengua por los labios-. Joder.
Lena movió la mano arriba y abajo, observando su reacción. Lena no era precisamente virgen antes de que la violaran, y sabía de manera instintiva cómo hacerle jadear.
– Oh…
Ethan abrió la boca, sorbiendo aire. Extendió los brazos hacia ella.
– No me toques -le ordenó Lena, y se la apretó más fuerte para que supiera que hablaba en serio.
Ethan se agarró a la parte superior de la nevera. Se le aflojaban las rodillas, pero consiguió mantenerse en pie.
Lena sonrió para sus adentros. «Qué estúpidos son los hombres. Con lo fuertes que son, los tienes comiendo de tu palma con tal de que los hagas correrse.»
– ¿Por eso me seguías como un perrito? -le preguntó Lena.
Ethan se inclinó para besarla, pero Lena apartó la cabeza. Él volvió a jadear cuando Lena le frotó la punta del capullo con el pulgar.
– ¿Esto es lo que querías? -preguntó Lena, manteniendo la mano firme, deseando que él le suplicara-. Dímelo.
– No -susurró Ethan.
Intentó ponerle una mano en la cintura, pero ella le tocó en el lugar que sabía lo llevaría al séptimo cielo.
– Dios… -susurró entre dientes Ethan, derribando un vaso del mármol de la cocina mientras buscaba algo a qué agarrarse.
– ¿Quieres tirarte a una tía a la que han violado? -le preguntó, como si charlaran-. ¿Quieres contárselo luego a tus amigos?
Ethan negó con la cabeza, los ojos cerrados y concentrado en la mano de ella.
– ¿Has hecho una apuesta con alguien? ¿De eso va el asunto?
Ethan le apretó la cabeza contra el hombro, intentando permanecer de pie.
Lena le acercó los labios al oído.
– ¿Quieres que pare? -preguntó, y movió la mano más despacio.
– No -susurró él, agitando las caderas para hacerla acelerar.
– ¿Qué has dicho? -preguntó Lena-. ¿Has dicho que querías que parara?
El volvió a negar con la cabeza, jadeando.
– ¿Has dicho «por favor»? -preguntó ella, llevándole al límite. Cuando el cuerpo de Ethan comenzó a estremecerse, se paró-:
– ¿Ha sido eso un «por favor»?
– Sí -exhaló, y le puso una mano encima para hacerla continuar.
– ¿Te he dado permiso para tocarme?
Ethan apartó la mano, pero agitó las caderas y comenzó a respirar muy fuerte.
– No te he oído -le insistió Lena-. Di «por favor».
Ethan comenzó a decir la palabra pero se detuvo, gimiendo.
– Dilo -le ordenó ella, y ejerció la presión adecuada para recordarle lo que podía hacerle con la mano.
La boca de Ethan se movió intentando decirlo, pero o respiraba demasiado fuerte o era demasiado orgulloso para pronunciar las dos palabras.
– ¿Qué ha sido eso? -susurró Lena, sus labios casi besándole la oreja-. ¿Qué has dicho?
Ethan emitió un sonido gutural, como si algo en su interior se hubiera roto. Lena sonrió cuando él cedió por fin.
– Por favor… -le suplicó Ethan, y como si no fuera suficiente, repitió-: Por favor…
Lena volvía a estar en aquella oscura habitación, echada boca abajo. Unos besos lentos y sensuales descendían por su espalda hasta el espacio donde comenzaba su rabadilla. Estiró el cuerpo, sintiendo cómo le bajaban los pantalones, encantada con la sensación de que le besaran su lugar favorito sin darse cuenta de que no debería ser capaz de sentir esas cosas. Debería tener las manos y los pies clavados al suelo. Debería estar de espaldas.
Se despertó inhalando con brusquedad, saltó de la cama tan rápidamente que cayó al suelo, y se golpeó la cabeza en la pared con tanta fuerza que se quedó aturdida unos segundos.
– ¿Qué te ocurre? -preguntó Ethan.
Lena se levantó y apoyó el cuerpo contra la pared, el corazón desbocado en el pecho. Se llevó las dos manos a los pantalones. Sólo el botón de arriba estaba desabrochado. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué estaba allí Ethan?
– Vete -le dijo con serenidad, a pesar del miedo que le recorría el cuerpo.
Ethan le sonrió y extendió los brazos hacia ella. La cama era de una plaza, Lena casi ni cabía en ella, y él estaba apretado contra la pared del otro lado. Ethan estaba completamente vestido, pero llevaba los tejanos desabrochados, la cremallera a medio bajar.
– ¿Qué coño me has hecho? -preguntó Lena, horrorizada ante la idea de que la hubiera tocado, quizás incluso penetrado.
– Eh -dijo Ethan, sin alterarse, como si hablaran del tiempo-. Tranquila, ¿vale?
Se sentó en la cama y volvió a alargar los brazos hacia ella.
– Vete a tomar por culo -le advirtió Lena, apartándole las manos de una palmada.
Él se puso en pie.
– Lena…
– ¡Lárgate de mi vista! -chilló con voz ronca.
Ethan bajó la vista, se abrochó los pantalones y se subió la cremallera mientras decía:
– Joder, tampoco vamos a casarnos ni…