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Lena intentó no levantar la voz al preguntar:

– ¿Para qué has venido?

Jeffrey cerró el cajón con otro golpe.

– Te lo dije ayer. Hemos encontrado pruebas que te relacionan con un crimen.

Ella extendió los brazos, atónita ante su sangre fría.

– Arréstame.

Jeffrey retrocedió, como ella había supuesto que haría.

– Sólo queremos hacerte un par de preguntas, Lena.

Lena negó con la cabeza. Jeffrey no tenía pruebas suficientes para arrestarla, pues, de lo contrario, estaría sentada en el coche patrulla.

– Podemos llevárnoslo a él -dijo Jeffrey, señalando a Ethan.

– Hazlo -le desafió Ethan.

Lena susurró:

– Ethan, cállate.

– Arréstame -le dijo Ethan.

Frank lo aplastó contra la pared. Ethan tragó aire, pero no se quejó.

Jeffrey parecía pasárselo bien. Se acercó a Ethan y le puso los labios en la oreja.

– ¿Qué tal, señor Testigo Ocular? -preguntó.

Ethan forcejeó, pero Jeffrey le sacó la cartera con facilidad. Pasó unas cuantas fotos que había delante y sonrió.

– Ethan Nathaniel White -leyó.

Lena intentó no delatar su sorpresa, pero no pudo evitar que se le separaran los labios.

– Bueno, Ethan -dijo Jeffrey, poniéndole la mano en la nuca y apretándosela-. ¿Qué te parecería pasar la noche en la cárcel? Le susurró algo al oído que Lena no oyó. Ethan se puso tenso, como un animal dispuesto a atacar.

– Basta -le pidió Lena-. Déjale en paz.

Jeffrey agarró a Ethan por el cuello de la camisa y lo arrojó sobre la cama.

– Ponte los zapatos, chico -le ordenó, sacando de una patada sus botas negras de debajo del camastro.

– No tienes ningún cargo contra él -dijo Lena-. Te he dicho que me golpeé con el lavamanos.

– Le llevaremos a comisaría y veremos qué pasa. -Se volvió hacia Frank-. El chaval tiene pinta de culpable, ¿no crees?

Frank soltó una risita.

– No puedes arrestar a alguien por tener pinta de culpable -replicó Lena estúpidamente.

– Ya encontraremos algo para retenerlo.

Jeffrey le guiñó el ojo. Que Lena supiera, Frank nunca se había aprovechado de la ley hasta ese punto. Ahora se daba cuenta de que había ido hasta allí para llevársela a ella, tanto daba quién se entrometiera.

– Suéltale -pidió Lena-. Dentro de media hora empiezo a trabajar. Podemos hablar luego.

– No, Lena -negó Ethan, poniéndose en pie.

Frank le empujó contra la cama con tanta fuerza que el colchón se combó, pero Ethan volvió a incorporarse, con una de sus botas en la mano. Estaba a punto de darle con ella a Frank en la cara cuando Jeffrey se lo impidió con un puñetazo en el hígado. Ethan soltó un gruñido y se dobló, y Lena se interpuso entre los dos para evitar que aquello acabara en un baño de sangre. A Lena se le subió la manga, y Jeffrey le miró la muñeca. Lena dejó caer la mano, y les dijo a los dos:

– Basta.

Jeffrey se agachó y cogió la bota de Ethan, dándole vueltas en la mano. Parecía interesado en el dibujo de la suela.

– Resistencia a la autoridad. ¿Te parece suficiente?

– Muy bien -accedió Lena-. Te concedo una hora.

Jeffrey arrojó las dos botas contra el pecho de Ethan.

– Me concederás todo el tiempo que me salga de los cojones -le dijo a Lena.

9

Jeffrey estaba en el pasillo, ante la puerta de la sala de interrogatorios; esperaba a Frank. Venía de la zona de observación, donde había estado estudiando a Lena a través del cristal traslúcido, pero le había incomodado la manera en que ella miraba el espejo, aunque sabía que no podía verle.

Aquella mañana llevó a Frank al apartamento de Lena con la esperanza de hacerla entrar en razón. La noche anterior, Jeffrey había ensayado mentalmente cómo iría la cosa. Se sentarían y charlarían, tal vez tomarían un café, y harían cábalas acerca de los sucesos de los últimos días. El plan era perfecto… aunque no contaba con la presencia de Ethan White.

– Jefe -dijo Frank en voz baja.

Llevaba en las manos dos tazas de café, y Jeffrey cogió una, aun cuando ya llevaba suficiente cafeína en su organismo para que le temblaran las manos.

– ¿Ha llegado su informe? -preguntó Jeffrey.

Las huellas del vaso utilizado por Ethan no habían servido de gran cosa, pero su nombre y su número de carné de conducir habían sacado el premio gordo. No sólo Ethan White tenía antecedentes, sino que estaba en libertad condicional. La agente encargada de Ethan, Diane Sanders, traería su informe en persona.

– Le he dicho a Marla que la mande aquí -dijo Frank, bebiendo un sorbo de café-. ¿Sara ha descubierto algo en la autopsia del chico?

– No -contestó Jeffrey.

Sara practicó la autopsia de Andy Rosen en cuanto acabó la de Ellen Schaffer. Ninguna revelación importante y, exceptuando las sospechas de Sara y Jeffrey, nada apuntaba a que se tratara de asesinato.

– Lo de Schaffer es sin duda un homicidio -le dijo a Frank-.Es imposible que no exista relación entre los dos casos. Sólo que no sabemos cuál es.

– ¿Y Tessa?

Jeffrey se encogió de hombros, y su mente empezó a buscar alguna relación que fuera verosímil. Había tenido a Sara despierta casi toda la noche haciendo cábalas acerca de qué relación podían guardar las tres víctimas. Transcurrieron diez minutos antes de que se diera cuenta de que Sara se había quedado dormida en la mesa de la cocina.

Frank miró por la ventanilla de la puerta de la sala de interrogatorios, observando a Lena.

– ¿Ha dicho algo?

– Todavía no lo he intentado -dijo Jeffrey.

Y lo cierto es que no sabía qué preguntarle. Jeffrey se había quedado atónito al encontrar a Ethan en la habitación de Lena cuando irrumpieron en la estancia, y se había asustado al ver que Lena no salía del baño. Durante una fracción de segundo, llegó a pensar que estaba muerta. No olvidaría el pánico experimentado cuando Lena salió, ni su horror al darse cuenta de que el chico la había golpeado y ella le estaba encubriendo.

– No me parece algo propio de Lena -dijo Frank.

– Algo pasa -asintió Jeffrey.

– ¿Crees que ese cabrón la golpeó? -preguntó Frank.

Jeffrey dio un sorbo a su café, pensando en lo único que no quería ni plantearse.

– ¿Le has visto la muñeca?

– Tiene muy mala pinta -dijo Frank.

– Nada de esto me gusta un pelo.

– Ahí está Diane -informó Frank.

Diane Sanders era de estatura y complexión mediana, y tenía el cabello gris más bonito que Jeffrey había visto nunca. A primera vista no había nada que destacara en ella, pero bajo su apariencia anodina latía una sexualidad salvaje que siempre pillaba a Jeffrey por sorpresa. Era muy buena en su especialidad y, a pesar de que siempre iba a tope de trabajo, estaba al tanto de todos casos de libertad condicional que le encargaban.

Diane fue al grano.

– ¿Tenéis aquí a White?

– No -dijo Jeffrey, aunque deseaba que así fuera.

Lena se había asegurado de que dejaban libre a Ethan antes de irse con Jeffrey y Frank.

Diane pareció aliviada.

– Este fin de semana han encerrado a tres de mis chicos, y estoy hasta el cuello de papeleo. No quiero tener más problemas con éste. Sobre todo con éste. -Sacó una gruesa carpeta-. ¿Por qué queréis saber sus antecedentes?

– No estoy seguro -dijo Jeffrey, entregándole a Frank su café para abrir la carpeta.

La primera página era una foto en color de Ethan White en la época de su último arresto. Llevaba la cabeza y la cara afeitadas, pero seguía pareciéndose enormemente al mismo matón que Jeffrey recordaba. Los ojos eran inexpresivos, y contemplaban a la cámara como si quisiera asegurarse de que cualquiera que mirara la foto supiera que él era una amenaza.

Jeffrey pasó las fotos, buscando el historial de arrestos de Ethan. Examinó los detalles, y sintió como si alguien le hubiera golpeado las tripas con un ladrillo.

– Sí -dijo Diane, leyendo su expresión-, desde entonces ha estado limpio. Tiene un buen comportamiento y su libertad condicional acabará en menos de un año.

– ¿Estás segura? -preguntó Jeffrey, captando una advertencia en su voz.

– Que yo sepa -le dijo ella-. Le he visitado sin avisar casi cada semana.

– Lo dices como si esperaras que hiciera algo -comentó Jeffrey.

En el caso de Diane, que hiciera un esfuerzo especial para hacerle visitas sorpresa a Ethan decía mucho. Intentaba pillarlo con las manos en la masa.

– Simplemente me aseguro de que no se meta en líos -dijo compasiva.

– ¿Anda metido en drogas? -preguntó Frank.

– Le hago mear en un vaso todas las semanas, pero estos tipos no tocan las drogas. No beben, no fuman. -Hizo una pausa-. Con ellos todo es una debilidad o una fuerza. Poder, control, intimidación: la adrenalina que causan estas cosas es lo que les coloca.

Jeffrey volvió a coger su café y le entregó el informe a Frank, diciéndose que era como si Diane hubiera estado hablando de Lena y no de Ethan White. Antes estaba preocupado por Lena, pero ahora le asustaba que Lena se hubiera metido en algo de lo que ya no pudiera salir nunca.

– Cumple con todo lo que debe hacer. Ha acabado sus clases para controlar su ira… -dijo Diane.

– ¿En la universidad?

– No -negó Diane-. En la Seguridad Social. No creo que en Grant Tech les haga mucha falta.

Jeffrey suspiró. Había valido la pena intentarlo.

– ¿A quién tienes ahí? -preguntó Diane, mirando por la ventana.

Jeffrey sabía que sólo podía ver la espalda de Lena.

– Gracias por el informe -dijo Jeffrey.

Diane captó la indirecta y apartó la mirada.

– No hay problema. Si le pillas en algo me lo haces saber. Él dice que se ha reformado, pero con estos tipos nunca se sabe.

– ¿Qué clase de amenaza crees que supone? -preguntó Jeffrey.

– ¿Contra la sociedad? -Diane se encogió de hombros-. ¿Contra las mujeres? -Tensó la comisura de los labios-. Lee el informe. Es la punta del iceberg, pero no hace falta que te lo diga. -Señaló la puerta-. Si la que hay ahí dentro es su novia, entonces más le vale alejarse de él.