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Jeffrey se limitó a asentir, y Frank, que estaba leyendo el informe, farfulló una maldición.

Diane miró su reloj.

– Debo irme, tengo una vista.

Jeffrey le estrechó la mano y le dijo:

– Gracias por traernos esto.

– Avísame si le trincas. Tendré un delincuente menos de qué preocuparme. -Se dio media vuelta para irse, pero antes le dijo a Jeffrey-: Más te vale que controles a tus agentes si vas a buscarle las cosquillas. Ya ha demandado a dos jefes de policía.

– ¿Y ganó?

– Llegaron a un acuerdo -explicó Diane-. Y luego dimitieron. -Le lanzó una expresiva mirada-. Haces que mi trabajo sea mucho más fácil, jefe. No me gustaría perderte.

– Entendido -contestó Jeffrey, aceptando el cumplido y la advertencia.

Diane hizo ademán de marcharse, pero se volvió y le dijo:

– Házmelo saber.

Jeffrey vio cómo Frank movía los labios al leer el informe.

– Esto no me gusta -dijo Frank-. ¿Quieres que lo arreste? -¿Por qué? -preguntó Jeffrey, cogiendo el informe.

Lo abrió y volvió a hojearlo. Si Diane tenía razón, sólo tendrían una oportunidad para detener a Ethan White. Y cuando lo hicieran -y Jeffrey no dudaba que acabarían deteniéndolo- más le valía tener algo sólido contra él.

– Veamos si Lena le acusa de algo -dijo Frank.

– ¿De verdad crees que eso va a suceder? -preguntó Jeffrey, leyendo con asco el historial delictivo de Ethan White.

Diane Sanders tenía razón acerca de otra cosa: el chaval sabía eludir los cargos. Lo habían arrestado al menos diez veces en los mismos años y sólo se había mantenido un cargo.

– ¿Quieres que entre contigo? -preguntó Frank.

– No -dijo Jeffrey, mirando el reloj de la pared-. Llama a Brian Keller. Tenía que estar en su casa hace diez minutos. Dile que pasaré más tarde.

– ¿Aún quieres que pregunte por ahí qué se sabe de él?

– Sí -contestó Jeffrey, aunque aquella mañana había planeado encargarle ese trabajo a Lena.

A pesar de lo ocurrido en las últimas horas, aún quería investigar a Brian Keller. Algo no le cuadraba con ese hombre.

– Avísame si te enteras de algo -dijo a Frank.

– Lo haré -se despidió Frank.

Jeffrey puso la mano en el pomo de la puerta, pero no lo giró. Inhaló, intentando poner en orden sus ideas, y entró en la habitación.

Lena miraba fijamente a la pared cuando Jeffrey cerró la puerta. Estaba sentada en la silla de los sospechosos, la que estaba atornillada al suelo y tenía un gancho machihembrado en el respaldo para colocar las esposas. El asiento de metal era rígido e incómodo. Lena probablemente estaba más cabreada por la idea de estar en esa silla que por la silla misma, por eso la había sentado allí.

Jeffrey rodeó la mesa y se sentó delante de ella, poniendo el informe de Ethan White sobre la mesa. En la luminosa sala de interrogatorios, sus heridas se veían como un coche nuevo y reluciente en el salón de exposición. Se le estaba formando un morado en torno al ojo, y tenía sangre seca en la comisura. Había ocultado la mano bajo la manga, pero la apoyaba rígida sobre la mesa, como si le doliera. Jeffrey se preguntó cómo permitía Lena que alguien le hiciera daño después de lo que le había pasado. Era una mujer fuerte, y hábil con los puños. La idea de que no se hubiera protegido casi daba risa.

Había algo más que llamaba la atención de Jeffrey, y hasta que no se sentó delante de ella no comprendió lo que era. Lena tenía resaca, y su cuerpo olía a alcohol y vómito. Siempre había sido autodestructiva, pero Jeffrey jamás se imaginó que llegara a ese extremo. Era como si su propia persona le importara un bledo.

– ¿Por qué has tardado tanto? -preguntó Lena-. Tengo que ir a trabajar.

– ¿Quieres que llame a Chuck?

Lena apretó los ojos.

– ¿A ti qué coño te parece?

Jeffrey dejó pasar unos minutos para que Lena se diera cuenta de que debía medir su tono. Jeffrey sabía que debía ser implacable con ella. Sin embargo, cada vez que la miraba acudía a su mente una imagen del año anterior, cuando la encontró clavada en el suelo, el cuerpo destrozado y el ánimo abatido. Arrancar aquellos clavos fue lo más difícil que Jeffrey había hecho en su vida. Incluso ahora, aquel recuerdo le provocaba sudores fríos, aunque experimentaba algo más. Estaba furioso… no sólo furioso, sino cabreado como un mono. Después de todo lo que Lena había pasado, después de haber sobrevivido a todo aquello, ¿por qué se mezclaba con una basura como Ethan White?

– No tengo todo el día -dijo Lena.

– Entonces te sugiero que no me hagas perder el tiempo. -Como ella no respondía, Jeffrey prosiguió-: Supongo que ayer te acostaste tarde.

– ¿Y?

– Estás hecha una mierda, Lena. ¿Vuelves a beber? ¿Es eso?

– No sé de qué coño me hablas.

– No seas idiota. Hueles como un vagabundo. Tienes la blusa manchada de vómito.

Lena tuvo el decoro de parecer avergonzada antes de transformar de nuevo su rostro en un puño furioso.

– Vi tu bodega en la cocina -le dijo él.

En uno de los estantes del armario, Jeffrey encontró dos botellas de Jim Beam alineadas como soldados, esperando a que Lena las ingiriera. En el cubo de la basura halló una botella vacía de Maker's Mark. Había un vaso vacío en el lavabo que olía a alcohol, y otro junto a la cama que alguien había volcado. Jeffrey había crecido con un alcohólico. Conocía sus rituales, y conocía los signos.

– ¿Así es como afrontas tu problema? -preguntó Jeffrey-. ¿Escondiéndote detrás de una botella?

– ¿De qué problema me hablas? -le desafió Lena.

– De lo que te pasó -dijo él, pero se echó atrás, pues no quería seguir por ese camino. Decidió atacar su ego-: Nunca te consideré una cobarde, Lena, pero ésta no es la primera vez que me sorprendes.

– Lo tengo todo bajo control.

– Ya lo veo -dijo Jeffrey, y la expresión de Lena avivó su cólera.

Su padre decía lo mismo cuando Jeffrey vivía con él, y éste sabía que no era más que una excusa, como ahora.

– ¿Qué sientes al echar la papilla antes de ir a trabajar por las mañanas?

– Eso no me pasa.

– ¿No? Di más bien que todavía no te pasa.

Jeffrey aún se acordaba de Jimmy Tolliver devolviendo en el váter en cuanto se despertaba, para entrar en la cocina en busca del primer trago del día.

– Mi vida no es asunto tuyo.

– Supongo que se te va el dolor de cabeza cuando le echas un chorro de bourbon al primer café -dijo Jeffrey abriendo y cerrando los puños, consciente de que debía controlar su ira antes de que el interrogatorio se le fuera de las manos. Sacó el frasco de pastillas que había encontrado en su botiquín y las arrojó sobre la mesa-. ¿O esto también te ayuda?

Lena se quedó mirando el frasco, y Jeffrey se dio cuenta que su mente funcionaba a gran velocidad.

– Son analgésicos.

– Algo bastante fuerte para un simple dolor de cabeza -dijo Jeffrey-. El Vicodin sólo se vende con receta. Tal vez debería hablar con el médico que te lo recetó.

– No es para ese dolor, capullo. -Levantó las manos y le enseñó las cicatrices-. ¿Crees que esto se me pasó cuando salí del hospital? ¿Crees que por arte de magia se me curó y me quedó igual que antes?

Jeffrey miró las cicatrices. De una de ellas manaba un hilillo de sangre que le resbalaba por la palma. Intentó mantener una expresión neutra al ofrecerle un pañuelo.

– Toma -le dijo-. Estás sangrando.

Lena se miró la mano y la cerró.

Jeffrey dejó el pañuelo sobre la mesa, entre los dos. Le incomodaba ver que a Lena le era indiferente sangrar.

– ¿Qué dice Chuck cuando apareces borracha en el trabajo?

– En el trabajo no bebo -dijo Lena, y Jeffrey vio un destello de arrepentimiento en sus ojos antes de acabar la frase.

La había pillado.

Ante el horror de Jeffrey, Lena comenzó a hurgarse la cicatriz, lo que hizo que ésta sangrara más.

– Basta -dijo Jeffrey, y puso la mano sobre la de ella. Apretó el pañuelo en la palma de Lena, intentando detener la hemorragia.

Lena tragaba saliva con dificultad, y por un momento creyó que se pondría a llorar.

Jeffrey quiso que ella supiera que él estaba preocupado.

– Lena -le dijo-, ¿por qué te haces daño de este modo?

Ella esperó un momento antes de apartar sus manos de las de él. Las escondió debajo de la mesa. Miró el informe.

– ¿Qué es eso? -dijo. -Lena.

Lena negó con la cabeza, y por la manera en que movía los hombros, Jeffrey se dio cuenta de que seguía hurgándose la mano bajo la mesa.

– Vamos a acabar con esto -dijo ella.

Jeffrey mantuvo la carpeta cerrada, y sacó un papel doblado del bolsillo de su americana. Al abrir la página, un destello en los ojos de la mujer delató que sabía lo que era. Lena había visto suficientes informes del laboratorio para saber lo que Jeffrey tenía entre manos. Deslizó la página sobre la mesa hasta dejarla delante de ella.

– Es una comparación entre el vello púbico que encontramos en las bragas de la habitación de Andy Rosen y una muestra del tuyo.

Lena negó con la cabeza, sin mirar el documento.

– No tienes ninguna muestra del mío.

– La obtuve de tu cuarto de baño.

– Hoy no. No has tenido tiempo.

– No -asintió Jeffrey.

De pronto, Lena comprendió. Frank había forzado la cerradura del apartamento de Lena mientras ella estaba en la cafetería con Ethan. A Jeffrey le avergonzaba el método, y no se lo había confesado a Sara la noche anterior, pero suponía que nadie se enteraría de lo que había hecho. Se decía que estaba ayudando a Lena, ya que ella no quería ayudarse a sí misma.

Lena habló en un hilo de voz y, como un caramelo amargo, él sintió en la boca el sabor de saberse traicionado.

– Eso es obtención ilegal de pruebas.

– No querías hablar conmigo -dijo Jeffrey, sabiendo que no era muy honesto echárselo en cara, como si fuera culpa de Lena. Intentó excusarse-: Pensé que eso te dejaría limpia de toda culpa, Lena. No quería que parecieras sospechosa.