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– Singapur. Y no a va a pasar nada.

– Se acabó lo de ir por la casa en bragas -dijo Claire con un suspiro lúgubre, como si aquello fuera lo peor de todo-. ¿Cómo vas a soportarlo?

– Como si yo hiciera tal cosa.

– Tía, eso es lo mejor de vivir en tu propia casa -declaró mi hermana pequeña.

Todas nos echamos a reír. El móvil de Mary volvió a sonar y ésta lo sacó del bolso. Leyó el mensaje, escribió algo y lo volvió a guardar.

– Oye, guapa, te comportas como si estuvieras casada con esa cosa. ¿Nos ocultas algo? -Claire estiró el cuello para echar un vistazo al móvil de Mary.

– Era Betts -contestó Mary encogiéndose de hombros al tiempo que daba un sorbo de su té.

Claire se inclinó hacia delante.

– ¿Es que Betts y tú sois pareja?

Mary se quedó con la boca abierta. Y yo. Claire no parecía preocupada.

– ¿Y bien? No deja de escribirte mensajes como si no pudiera soportar estar lejos de ti. Y todas sabemos que no te van los tíos.

– ¿Qué? -Mary, que normalmente respondía a los ataques de Claire con igual sarcasmo, pareció quedarse sin palabras.

Yo tampoco sabía muy bien qué decir.

– Claire, por todos los santos.

Claire se encogió de hombros.

– Es una pregunta perfectamente justificada.

– ¿De dónde te has sacado la idea de que no me gustan los hombres? -Mary parpadeó varias veces muy seguidas, roja como un tomate.

– A ver… ¿tal vez porque no te has acostado con ninguno?

– Eso no significa nada -dije yo.

– No -dijo Mary-, sobre todo porque, ¡sorpresa!, sí que lo he hecho.

Claire y yo tardamos en reaccionar. Una de las cosas más deliciosas de tener hermanas era el lado cómico que adquirían nuestras conversaciones.

– ¡Anda ya! ¿Cuándo? ¿Con quien? -chilló Claire.

Mary miró a su alrededor antes de responder.

– Lo he hecho, ¿vale? He perdido mi virginidad. ¿Que tiene de raro? Todas lo habéis hecho.

– Sí, pero ninguna esperó a marchitarse como una solterona -declaró Claire.

– Yo no soy una solterona, Claire -contestó Mary, todavía roja como un tomate-. Y no todas nosotras nos comportamos como putas desenfrenadas.

– ¡Eh! -exclamó Claire frunciendo el ceño.

– No me habías dicho que tenías novio -dije yo para enfriar los ánimos entre ellas.

Las dos se giraron hacia mí con idéntica expresión de desdén.

– No lo tengo -contestó Mary.

– ¿Quién ha dicho que deba tener novio? -terció Claire exactamente al mismo tiempo.

– Pensé que… da lo mismo.

Mary sacudió la cabeza cuando la camarera nos trajo la comida, pero esperó a que estuviéramos solas para hablar.

– Fue con un hombre desconocido.

– ¿Un desconocido? -Jamás se me habría ocurrido algo así viniendo de Mary, que normalmente se vestía como una monja… y no porque estuviéramos en Halloween-. ¿Perdiste la virginidad con un hombre al que no conocías de nada?

Mary se sonrojó nuevamente. Claire silbó y extendió el brazo hacia la botella del ketchup.

– Así se hace, hermana. Ese es el camino.

– Supongo que pensé que ya era hora -dijo Mary-. Así que salí y me busqué un hombre.

– ¿No se te ocurrió pensar en… las enfermedades? -dije con un ligero estremecimiento-. ¿O algo?

– Lo obligó a ponerse condón. Me apuesto diez pavos -dijo Claire gesticulando con una patata en la mano.

– Por supuesto que lo obligué a ponerse condón -masculló Mary-. No soy idiota.

– Estoy un poco sorprendida, eso es todo.

No pretendía sonar desaprobadora. No era eso, de verdad. Que mi hermana hubiera perdido la virginidad con un desconocido probablemente no habría sido peor de lo que hice yo, que perdí la mía con el chico del instituto que creía que me quería, equivocadamente. Por lo menos Mary se lo había tomado sin expectativas románticas.

– Desembucha. ¿Estuvo bien?

Mary se encogió de hombros y bajó la mirada. El móvil volvía a requerir su atención, pero ella lo ignoró.

– Ah, sí.

– No suenas muy convincente -dijo Claire dándole un codazo.

Mary soltó una carcajada.

– Sí. Estuvo bien. El tío estaba muy bueno. Y supongo que lo hizo bien.

– ¿Supones? ¿Es que no lo sabes? Si no estás segura, Mary, es que no estuvo tan bien.

– Me gustaría saber por qué habríamos de recibir consejo sexual de ti -comenté yo aplastando la hamburguesa repleta, dejando que los jugos cayeran al plato. Iba a comérmela entera, lo sabía, aunque lo lamentara la próxima vez que me subiera a la báscula.

Claire se encogió de hombros y metió el tenedor en su ensalada de col.

– Porque soy la que más lo practica. Ahí lo tienes.

Mary se rió y resopló con desdén.

– Yo en tu lugar no presumiría de eso.

– No presumo, únicamente soy sincera. Joder, me gustaría saber por qué todas vosotras tenéis ese punto de vista tan puritano respecto a lo de follar y yo no. ¿Cómo ocurrió?

– Yo no tengo un punto de vista puritano sobre lo de follar, Claire -dije yo, riéndome.

Mi hermana me miró con incredulidad.

– ¿No me digas? ¿Que es lo más perverso que has hecho?

Silencio.

– Me lo imaginaba.

Es irritante tener una hermana pequeña triunfal y engreída. Le tiré una patata frita que se comió con todo el aplomo del mundo y después se chupó los dedos.

– No se trata de perversiones -comentó Mary-. Por todos los santos, que no dejemos que nos aten o nos azoten no significa que seamos unas puritanas.

Claire echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

– Por favor, los azotes son casi una insignificancia hoy por hoy

– ¿Entonces qué es lo más pervertido que has hecho? -le pregunté yo con toda calma, volviendo las tornas.

Claire se encogió de hombros.

– Cortes.

Mary y yo retrocedimos asustadas.

– ¡Claire, eso es terrible!

Ella se rió.

– Os he pillado.

– Qué horror -repitió Mary, con gesto de espanto-. ¿La gente hace esas cosas?

– La gente hace de todo -dijo Claire como si nada.

– Yo nunca dejaría que me hicieran heridas -afirmó Mary.

Claire la señaló con una patata.

– No sabes lo que estarías dispuesta a hacer con la persona adecuada, Mary. Nunca digas nunca.

Mary resopló con desdén.

– No me imagino cómo podría ser adecuada la persona que me llevara al extremo de acceder a hacerme cortes.

– Bueno, no tiene por qué ser eso exactamente, podría ser cualquier otra cosa -dijo Claire-. El amor es algo turbio.

– Tenía entendido que no creías en el amor -señaló Mary.

– Para que veas cuánto sabes de mí -respondió Claire-. Sí creo en el amor.

– Yo también -dije yo. Levantamos nuestros vasos y los entrechocamos-. Por el amor. Todo tipo de amor.

– Oooh -comentó Claire-. Anne es una pervertida, después de todo.

Capítulo 3

– Háblame de él -le dije a James cuando nos metimos en la cama, destapados a causa de la ola de calor que sufríamos a pesar de estar a primeros de junio. El ventilador del techo producía un ligero zumbido mientras hacía girar el aire procedente del lago, pero con todo y con eso hacía calor.

– ¿De quién? -preguntó James con voz adormilada. Tenía que madrugar para ir a la obra.

– De Alex.

James emitió una especie de resoplido amortiguado a causa de la almohada.

– ¿Qué quieres saber?

Yo estaba mirando el techo en la oscuridad, imaginando las estrellas.

– ¿Cómo es?

James guardó silencio durante tanto rato que pensé que se había quedado dormido. Al final se colocó de espaldas. No podía verle el rostro, pero lo dibujé mentalmente.

– Es un buen tipo.

¿Qué quería decir con eso? Me puse de lado, de cara a él. Hacía calor entre los dos. Si hubiera extendido la mano, podría haberlo tocado. En vez de eso, la metí debajo de la almohada y noté el frescor de las sábanas.