Выбрать главу

No lo sabía.

– Espero que, por lo menos, estén ricos. No se puede decir que esté teniendo mucha suerte hasta el momento -admití mirando de reojo el recipiente.

Él ladeó la cabeza y contempló el desastre que había tenido lugar en la isla central.

– ¿Y cómo es eso?

– Oh… -me encogí de hombros y reí con timidez-. Me apetecía hacerlos yo misma en vez de cocinarlos a partir de la mezcla que viene preparada para hornear.

– No. Las cosas hechas en casa siempre están mejor -Alex se acercó a la isla y, por lo tanto, a mí. Comprobó el estado de la mezcla del recipiente. Sin sus ojos clavados en mí, podía observarlo-. Pones la mantequilla y los huevos. ¿Qué más?

Rodeó la isla y terminamos hombro con hombro. No me había parecido tan alto desde la puerta. Mi cabeza le llegaba a la barbilla. A James podía alcanzarle la boca sin tener que ponerme de puntillas. Alex volvió la cabeza y me lanzó una mirada que no supe interpretar.

– ¿Anne?

– Oh… oh, espera, está todo aquí -me incliné sobre el libro y seguí las instrucciones con el dedo. Había marcas de grasa en las páginas-. Derretir el chocolate. Derretir la mantequilla. Mezclar bien. Añadir el azúcar y la vainilla…

Me detuve al ver que tenía la vista clavada en mí. Sonreí tentativamente. Pareció gustarle. Entonces se inclinó hacia delante un poco, de manera apenas perceptible. Bajó la voz, como si estuviera confesando un secreto.

– ¿Quieres que te diga dónde está el truco?

– ¿De hacer brownies?

Su sonrisa se ensanchó. Esperaba que dijera que no. Que se trataba de otra cosa, algo más dulce que chocolate. Yo también me incliné hacia delante, sólo un poco.

– La mantequilla caliente derretirá el chocolate. Sólo se necesita un fuego bajo.

– ¿De veras? -miré el libro de cocina para no tener que mirarlo a él. Sentí una nueva oleada de calor y que me enrojecían hasta las orejas. Pensé que debía de parecer idiota y traté de fingir que no importaba.

– ¿Quieres que te enseñe cómo se hace? -se enderezó al ver mi vacilación. Su sonrisa cambió, proporcionándonos un poco de distancia. Seguía siendo afable, pero menos intensa-. No te prometo que vayan a ganar un premio, pero…

– Sí, claro -contesté yo con decisión-. La familia de James llegará de un momento a otro y me gustaría tener resuelto el tema del postre antes.

– Sí. Porque absorberán toda tu atención. Sé a qué te refieres -Alex extendió el brazo hacia el recipiente y se volvió hacia los quemadores de la cocina.

Puede que supiera a qué me refería, pensé, observándolo mientras colocaba la mezcla de mantequilla y huevos ya fría en el cazo al baño maría. Se inclinó para poner el rostro al mismo nivel que la llama y graduó la intensidad con delicadeza. Después sacó una cuchara del carro de los utensilios de cocina y se puso a remover.

– Dame el chocolate -hablaba como si estuviera acostumbrado a que lo obedecieran, y no vacilé. Abrí la bolsa y se la di. Sin mirarme, sacudió suavemente el paquete y empezó a echar pepitas de chocolate poco a poco en la mantequilla-. Anne, ven a ver esto.

Me asomé por encima de su hombro. Entre la mantequilla se arremolinaban manchas de color oscuro que se iban haciendo más y más grandes a medida que Alex iba añadiendo pepitas. Al cabo de un momento la mezcla adquirió una textura de líquido viscoso y aterciopelado.

– Precioso -murmuré casi sin darme cuenta y Alex levantó la vista y me miró.

Esta vez no tuve la sensación de que me hubiera atrapado con la mirada. No era su presa. Me estaba evaluando. Cuando terminó, se concentró nuevamente en la masa, que iba espesando poco a poco.

– ¿Está listo todo lo demás?

– Sí.

Reuní el resto de los ingredientes. Mezclamos, vertimos y limpiamos el recipiente con mi práctica espátula blanca, que me habían garantizado que no se rompía ni se manchaba. La mezcla olía a gloria cuando llenamos la bandeja de horno tal como nos indicaban.

– Perfecto -dije, introduciéndola en el horno-. Gracias.

– Y por supuesto tienen que salir perfectos, ¿verdad? -Alex se apoyó en la isla, sujetándose al borde con las manos de manera que los codos quedaron en jarras.

Me limpié las manos en el paño y empecé a echar los utensilios en el fregadero.

– Es bonito que las cosas salgan perfectas, ¿no crees?

– Aunque tenga defectos, un brownie sigue estando buenísimo -me observó mientras limpiaba sin ofrecerse a ayudarme.

Yo me detuve con el recipiente de mezclar en la mano.

– Eso depende del defecto. Quiero decir que si está demasiado seco o se desmigaja entero, tal vez no tenga buen aspecto, pero sigue estando rico. Pero si te equivocas con los ingredientes, tal vez tenga buen aspecto por fuera y por dentro sepa a rayos.

– Exacto.

Me pregunté si me habría hecho morder el anzuelo para llevarle la razón.

– Bueno, pues tienen un aspecto perfecto. A menos que se quemen.

– No van a quemarse.

– Pero puede que no estén buenos tampoco -me reí de él-. ¿Es eso lo que quieres decir?

– Nunca se sabe, ¿no crees? -se encogió de hombros y me miró de soslayo, disimuladamente.

Juguetonamente. Estaba jugando conmigo, calibrándome. Intentando sacarme de mi caparazón. Intentando tantearme. Intentando averiguar el tipo de persona que era.

– Supongo que será mejor que los probemos entonces -alargué el recipiente-. Tú primero.

Alex enarcó una ceja y frunció los labios, pero se impulsó para separarse de la isla y tendió una mano.

– ¿Por si acaso están asquerosos?

– Una buena anfitriona siempre ofrece a sus invitados la primera porción -contesté yo con dulzura.

– La perfecta anfitriona se asegura de que todo esté perfecto antes de servirlo -respondió Alex, pero pasó el dedo por la pared del recipiente. Lo sacó manchado de chocolate.

Levantó el dedo y me lo mostró. Muy teatrero. Abrió la boca y me enseñó una lengua de un intimo color rosa. Se metió el dedo en la boca y cerró los labios, sorbiendo lo bastante fuerte como para que se le hundieran las mejillas hasta que por fin sacó ruidosamente el dedo limpio.

No dijo nada.

– ¿Y bien? -pregunté al cabo de un momento.

Sonrió de oreja a oreja.

– Perfecto.

Incentivo suficiente para mí. Pasé el dedo por encima de lo que quedaba de masa y lo chupé con la punta de la lengua.

– Cobarde.

– Está bien -me metí todo el dedo en la boca y chupé con tanto énfasis como había hecho él antes, exagerando el gesto-. ¡Hmmm, qué bueno!

– Unos brownies dignos de una reina.

– O de la madre de James -dije yo. Me tapé la boca nada más salir de mis labios tan despectivas palabras, como fingiendo que no las había pronunciado.

– Incluso de ella.

Nos sonreímos de nuevo, atraídos por la mutua comprensión del tipo de persona que era la madre de James.

– Bueno… -carraspeé-. Debería ir a darme una ducha y a cambiarme. Y enseñarte tu habitación. Está preparada. Sólo falta dejarte toallas limpias.

– No quiero causarte molestias.

– No es ninguna molestia, Alex.

– Perfecto -dijo él, a medio camino entre un susurro y un suspiro.

Ninguno de los dos se movió.

Los dedos se me habían entumecido de agarrar tan fuerte el recipiente. Cuando me di cuenta, lo solté dentro del fregadero.

– Qué desastre -dije entre risas, chupándome los dedos manchados de chocolate, el índice, el corazón, el pulgar-. Tengo chocolate por todas partes.

– Tienes un poco justo… aquí.

Alex recorrió con el pulgar una de las comisuras de mi boca. Sabía a chocolate. Lo saboreé a él también.

Así fue como nos encontró James, tocándonos. Un gesto inocente que no significaba nada. Sin embargo, yo retrocedí de inmediato. No así Alex.

– Jamie -dijo-. ¿Cómo te ha ido?