– Madre mía, huele a burritos mexicanos -Claire arrugó la nariz y levantó la lengüeta de la lata. Nos miró alternativamente.
Alex y yo dejamos de mirarnos. Alex abrió nuevamente el ordenador. Yo me puse a vaciar las bolsas. Claire había traído montones de globos y bobinas de cinta, así como varias cajas con utensilios de plástico que parecían de metal.
Bebió un sorbo.
– Los he comprado en el almacén de artículos de fiesta. Parecen cubiertos de verdad.
Alex agarró el portátil.
– Os dejaré a solas para no molestar.
– No hace falta que te vayas por mí -le dijo Claire, mirándonos alternativamente una vez más-. Por mí no te preocupes.
– No me preocupo, preciosa -dijo Alex con una sonrisa descarada y un guiño-. Pero tengo que darme una ducha y ponerme en camino. Tengo una cita de trabajo.
– Oooh, qué excitante -respondió ella, siguiendo con el flirteo.
Los dos se echaron a reír. Yo tardé unos segundos en unirme a sus risas, como una banda sonora desacompasada. Alex pasó por detrás de mí sin rozarme apenas y desapareció por el pasillo en dirección a su habitación. Claire esperó hasta que hubo cerrado la puerta para volverse hacia mí.
– ¿Sabe James que te estás follando al que se supone que es su mejor amigo?
Arrugue las bolsas de plástico para meterlas en el dispensador que tenía debajo del fregadero. No trataba de ignorar a mi hermana. Simplemente le estaba respondiendo con silencio.
– ¡Anne! -exclamó Claire, escandalizada, toda una hazaña.
– No me lo estoy follando -contesté yo. Y era cierto, técnicamente hablando.
– Estás haciendo algo con él. Conozco esa cara. Es la cara de alguien que acaba de follar. Tienes BCP.
– ¿Que? -pregunté, volviéndome hacia ella.
– Boca come-pollas -explicó mi hermana-. Joder, Anne. Le has hecho una mamada, ¿a que sí?
– Claire… -suspiré y me obligué a no tocarme la cara y el pelo o a estirarme la ropa, lo que era prueba de sentimiento de culpabilidad, lo que no era el caso-. No es asunto tuyo.
– ¡Cómo que no!
Oímos el ruido de puertas que se abrían y cerraban en algún lugar de la casa, y el lejano siseo del agua. La miré. Tenía ojeras, algo que le proporcionaba un aspecto muy gótico, si no fuera porque me daba la impresión de que no era obra del maquillaje.
Pensé en su extraño comportamiento de los últimos días.
– ¿Estás bien?
Bebió un sorbo y evitó mirarme.
– Sí.
– Pues no lo parece.
– ¿Ya estamos con ese sentido arácnido tuyo? -se burló ella, pero me pareció forzado.
– Prerrogativa de hermana mayor.
Claire sonrió, pero me miró poniendo los ojos en blanco.
– Vale, sí. Como quieras.
– Ven aquí. Siéntate -la sujeté del codo y la obligué a sentarse en el banco que rodeaba la mesa. Yo me senté a su lado y le puse una mano en el hombro-. ¿Te has metido en algún lío?
El término «lío» comprendía un campo muy amplio.
Pero cuando tardó en responder, resultó obvio el tipo de lío en el que se encontraba. Le acaricié el hombro suavemente con el corazón en un puño.
– ¿Claire?
Cuando tuvo las lágrimas bajo control, tomó una servilleta de papel y se limpió de las mejillas los surcos de máscara de pestañas. Inspiró profundamente un par de veces y expulsó el aire por la boca. Se quedó mirando al techo un momento, con los labios temblorosos.
Yo aguardé. Tomó aire profundamente unas cuantas veces más y volvió a limpiarse los ojos. Entonces me miró.
– Estoy embarazada.
– Oh, Claire -le dije, sin saber qué otra cosa decir.
– ¡Lo sabía! -gritó, empezando a llorar otra vez. Las lágrimas le ahogaban los ojos azules y le derretían el lápiz de ojos negro-. ¡Sabía que te decepcionaría!
Yo no estaba decepcionada. ¿Cómo iba a estar decepcionada? Sacudí la cabeza al tiempo que contestaba:
– Yo no estoy…
– No quería contártelo porque sabía que pensarías que soy estúpida -me interrumpió, tapándose el rostro con las manos-. No fui una estúpida, Anne. Fue un accidente. Estaba tomando antibióticos por una infección de orina y el condón se rompió…
– Ya está, Claire, shh. No creo que seas estúpida.
Enterró el rostro en los brazos y se abandonó al llanto. Los sollozos hacían que le temblaran los hombros, y la mesa por extensión. Se los rodeé con un brazo sin decir nada. Dejé que llorara.
Claire nunca había sido llorona, ni siquiera cuando sólo era un bebé. Patricia había sido la sensible. Yo la estoica, la que no lloraba ni siquiera cuando tenía ganas, pero Claire siempre había sido… Claire. Optimista. Descarada. No sabía qué hacer viéndola en aquel estado. Las hermanas no veníamos con un manual de instrucciones.
– ¡Soy una estúpida! -se lamentó-. ¡No debería haberlo creído cuando me dijo que me quería! ¡Hijo de puta!
Se deshizo en lágrimas nuevamente. Me levanté a servirle el refresco en un vaso con hielo y una pajita, y lo dejé en la mesa junto con una caja de pañuelos de papel y un paño húmedo y frío. Levantó la vista. Las lágrimas se habían llevado los últimos restos de maquillaje, y sin el maquillaje parecía mucho más pequeña. Me dieron ganas de llorar a mí también.
– Gracias -dijo, limpiándose la cara. Se colocó después el paño sobre los ojos y presionó durante un minuto.
– De nada -respondí. Le di un minuto de respiro antes de preguntar-: ¿Qué vas a hacer?
Se rió como si le doliera.
– No lo sé. Dice que no puede ser suyo. ¿Te lo puedes creer? Maldito cabrón. Pues claro que es suyo. ¡Maldito capullo casado!
Aquello causó una nueva ronda de sollozos. Yo no dije nada. Al cabo de un rato se limpió la cara.
– No sabía que estaba casado, Anne. Lo juro. El muy cabrón me dijo que estaba divorciado. Me mintió. ¿Por qué son todos tan cabrones?
– Lo siento.
– No tienes la culpa -dijo-. No todos los hombres pueden ser perfectos como James.
– ¿Eso crees? -sacudí la cabeza-. Claire, no le atribuyas tanto mérito.
Claire me miró con una sonrisa acuosa.
– ¿Por eso le haces mamadas a su amigo en la cocina mientras él está trabajando?
Claire era la única de mis hermanas que no me habría juzgado por ello.
– Es complicado.
– Vaya, mierda.
Le acaricié el hombro de nuevo.
– Sí, lo sabe.
– ¿Y le parece bien?
– Fue él quien lo organizó.
Torcí el gesto con amargura, aunque no sabía muy bien por qué. Yo lo habría deseado, pero si James no me lo hubiera ofrecido yo no habría aceptado.
– Sabía que eras una pervertida.
Se limpió otra vez la cara con el paño y se sonó la nariz. Después bebió un sorbo de ginger ale.
– No estoy muy segura de encajar en el término -dije y solté una carcajada.
– Anne, estamos hablando de dos tíos. Eso es pervertido. Y excitante.
Oímos el abrir y cerrar de puertas nuevamente cuando Alex salió del baño y regresó a su habitación. Claire suspiró y sus hombros delgados subieron y bajaron. Al final se derrumbó y apoyó la frente en la mano.
– No sé qué voy a hacer, Anne. Aún me queda un semestre en la universidad. Tengo un trabajo de mierda. No puedo contárselo a papá y a mamá. Se pondrían como locos.
– ¿Necesitas dinero?
Levantó la vista y me miró.
– ¿Quieres decir que si voy a abortar?
Yo asentí en silencio. Se miró las manos con el ceño fruncido y empezó a rasparse un punto de la uña en el que se le había descascarillado la laca.
– Creo que no puedo hacerlo.
Le tomé la mano y le di un cariñoso apretón.
– Entonces no tienes que hacerlo.
Empezó a llorar otra vez, pero esta vez yo sí supe qué hacer. La abracé para que pudiera sollozar en mi hombro. Le froté la espalda una y otra vez. Las lágrimas me empaparon la camiseta.