– Y así es -dije yo, tratando de zafarme de Alex, pero era mucho más fuerte que yo y no me lo permitió-. Alex acaba de asomar la cabeza por la puerta para decirme algo.
– Oh, ¿todavía está con vosotros?
Sabía perfectamente que sí, hablaba con James por lo menos una vez al día.
– Sí.
Alex me estrechó contra su erección, acariciándome al mismo tiempo con los dedos, muy despacio, en movimientos circulares. Ya estaba húmeda. Mi cuerpo ansiaba sus caricias.
– Nos vemos a las diez entonces -dijo y colgó. Yo también colgué y me derrumbé sobre Alex con un gemido.
– Eres malvado.
– Ya te lo dije. Soy un canalla -me besó el lóbulo de la oreja. Su aliento caliente me hizo estremecer. La mano que tenía sobre el pecho me acarició el pezón, mientras la que estaba entre mis piernas continuaba con sus movimientos circulares-. Buenos días, mi reina.
Me giré para sentarme a horcajadas encima de él, separados por mi camisón. Le rodeé el cuello con los brazos mientras él bajaba las manos y me acercaba más sujetándome por las nalgas.
– Buenos días.
– Será mejor que vayas a arreglarte. Llegará dentro de un rato.
– Lo sé.
Ninguno de los dos se movió. El ritmo de nuestra respiración cambió, él tomaba aire mientras yo lo soltaba. Mi clítoris palpitaba, y me froté suavemente contra su pene duro y caliente. Alex inclinó la cabeza para trazar el perfil de mi clavícula con pequeños y suaves lametones.
Yo introduje los dedos en su pelo, dejando que los mechones me acariciaran el dorso de la mano.
– ¿Te has levantado antes?
Él asintió, mascullando contra mi pieclass="underline"
– He desayunado con Jamie y después me he vuelto a acostar.
Yo ni siquiera me había despertado cuando James se había levantado.
– Eres mejor esposa que yo.
Él levantó la vista al oírlo. Tenía los labios húmedos y sus ojos grises resplandecían. Se humedeció más los labios. Sus manos se tensaron sobre mis nalgas, tirando de mí con más fuerza.
– No sabía que fuera una competición.
Yo no lo había dicho en ese sentido, pero cuando Alex hizo el comentario, no había forma de negarlo.
– ¿Lo es?
– Dímelo tú -contestó el, frunciendo los labios con picardía.
Me soltó el trasero para agarrar mi camisón a la altura del vientre y lo levantó. Sin obstáculos ya entre nosotros, piel contra piel, su pene quedó atrapado entre su estómago y mi sexo. Me quede inmóvil un momento. La sensación era de lo más agradable. Su cuerpo despedía calor, el mío, humedad. Bastaría con un breve gesto, con arquear la espalda y elevar la cadera ligeramente, y estaría en mi interior, si él quería. Si yo quería.
No nos movimos.
Continuó levantando el camisón hasta que me lo sacó por la cabeza. Mis pezones rozaron su pecho. Alex me rodeó con los brazos de nuevo, mientras yo colocaba las piernas alrededor de su cintura.
Puede que el aire de la mañana fuera fresco, pero yo estaba muerta de calor. Posé las manos en su cara y se la levanté. Lo miré a los ojos con su rostro entre mis manos. Alcancé su suave boca con los pulgares y tracé el perfil de su labio superior. Él volvió la cabeza un poco y me besó la palma.
Cuando giró de nuevo la cabeza y me miró, me perdí en sus ojos. Profundos y oscuros, no como el color azul claro de los de James.
– ¿Lo quieres?
– Todo el mundo quiere a Jamie.
– ¿Entonces porque estamos haciendo esto? -susurré contra su boca entreabierta. Inspiré y me tragué su aliento, la única forma de tenerlo dentro de mí que nos estaba permitida.
Gemí cuando me puso la mano en la nuca y tiró de mí para que lo besara; cuando me besó tan bruscamente que nuestros dientes chocaron; cuando nos hizo girar hasta colocarme encima de las sábanas revueltas y sobre él. Su pene erecto me acarició la cara interna del muslo, atormentándome.
– Porque no lo podemos evitar.
La respuesta perfecta, aunque no la que yo quería oír. No me dio tiempo a responder porque empezó a besarme de nuevo. Se restregó contra mí. La fricción fue aumentando. Mi mano buscó su pene, formando un tubo en el que pudiera deslizarse. Nuestras bocas se enzarzaron con violencia. Me mordió la suave piel del hombro y yo grité. Estábamos cubiertos de sudor, lo que hacía que nuestra piel resbalara, que fuera más fácil frotarnos.
Alex había dicho que se podían hacer muchas cosas aparte de follar, y tenía razón. Nosotros hacíamos de todo. Con las manos, la boca, piel contra piel, mi cuerpo componiendo lugares en los que pudiera entrar. Me junté los pechos para que pudiera deslizar el pene erecto entre ellos, utilizando mi boca al mismo tiempo. Nos tumbamos cabeza contra pies, nos chupamos y nos acariciamos. Se puso detrás de mí, empujando contra la zona baja de mi espinal dorsal mientras me llevaba al borde del clímax acariciándome con la mano desde atrás.
Formamos revoltijo de extremidades que se retorcía y contorsionaba, pero terminamos cara a cara, con las bocas abiertas, demasiado concentrados en lo que ocurría entre nuestras piernas para besarnos siquiera. Se introdujo en el hueco que había entre mi mano y mi cadera, al tiempo que me metía dos dedos en la vagina y me acariciaba el clítoris con el pulgar.
La posición era extraña. Me estaba tirando del pelo y se le debía de estar durmiendo el brazo, pero no nos importaba. Estábamos demasiado cerca del clímax como para detenernos, para movernos, para respirar. Nos movimos al compás hasta que el cabecero de la cama golpeó contra la pared.
– Joder -masculló Alex entre dientes-. Así, sigue así…
Mis dedos estrecharon el tubo. Gimió y enterró el rostro en la curva de mi cuello. Yo me estremecí y elevé las caderas para salir al encuentro de sus traviesos dedos.
Él hablaba en voz baja, mascullando cosas contra mi piel. Lo mucho que le gustaba follar con mi boca, lo mucho que le gustaba tocar mi sexo, lo mucho que deseaba hacer que me corriera. Sobre todo susurraba mi nombre, una y otra vez, pegándome a él como con cemento, haciendo imposible creer que no me conocía o que yo hubiera podido ser cualquier persona.
– Anne -susurró. Mi nombre. Mi cuerpo debajo del suyo. Mi sabor en su boca, mi aliento en sus pulmones. Lo repitió hasta que yo respondí pronunciando el suyo. Estábamos unidos.
El placer me inundó como el agua que brota a la superficie desde el interior de la tierra, llenando todas mis cavidades, cada milímetro de mi ser. Me estremecí. Me perdí en la sensación, me deje llevar. James tenía razón. Alex era como el lago, y yo me estaba ahogando en él.
Nos corrimos con segundos de diferencia. El líquido viscoso y resbaladizo cubría mis dedos. El olor me hizo ahogar un gemido. Saciados y con la respiración agitada, nos quedamos quietos y nos fuimos relajando poco a poco.
Alex, con el rostro todavía pegado a mí, se apartó lo justo para poder respirar. Estiró el brazo sobre mi estómago y la pierna sobre la mía. Su aliento me hacía cosquillas ahora que la pasión había cedido. Nos quedamos así un buen rato. En silencio.
– Esto es más de lo que se suponía que tenía que ser -dije, mirando al techo.
Alex, tan parlanchín momentos antes, permaneció en silencio. Su cuerpo respondió de la manera que sus cuerdas vocales no hicieron, tensándose levemente. Rodó hasta quedarse de espaldas, y entonces se apartó de mí, se levantó y salió al pasillo sin decir una palabra. Oí el ruido de su ducha al cabo de un momento.
Miré la hora y salí de la cama soltando una imprecación. Tenía diez minutos para ducharme y vestirme antes de que llegaran para llevarme de compras. Me alegraba no tener tiempo para cavilar sobre el significado de la no-respuesta de Alex. Eso significaba que yo tampoco tenía que preocuparme.
El día de compras con Evelyn no resultó tan desastroso como habría sido de esperar, a pesar de sus repetidos intentos de hablar sobre cuándo tenía intención de empezar a considerar la maternidad. Yo me limite a sonreír, apretando los dientes, y a darle respuestas vagas para que me dejara en paz. Para cuando llegué a casa, me dolía la cabeza de la tensión además del síndrome premenstrual.