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– ¿Es un cumplido o un insulto? -preguntó Alex desde la cama-. ¿Nos estás echando la culpa?

Me volví y le lancé una mirada fulminante que me costó mantener.

– Sois unos sátiros insaciables, y lo único que me apetece es darme un baño caliente y leer un libro. No quiero sexo. Con ninguno. Ni con él, ni con los dos, ¿de acuerdo?

– Ni con Brad Pitt tampoco, al parecer -dijo James, tirando la toalla sobre la silla. Se dirigió a la cómoda a continuación, cómodo con su desnudez-. Oye, nena, ¿no tengo calzoncillos limpios?

– ¡Te aseguro que los tendrías si tuviera tiempo de lavar en vez de pasarme todo el día en la cama con vosotros dos! -le espeté.

Alex se estiró.

– Para ser exactos, la última vez no fue en la cama, sino en el suelo del salón, Anne -dijo.

Cuando ocurrió, intentaba hacer listas para la fiesta. James me sedujo con un masaje de pies. Alex contribuyó masajeándome la espalda. A partir de ahí no costó mucho terminar como siempre.

James se volvió, desnudo aún, con un par de calzoncillos en la mano.

– Éstos son tuyos -le dijo a Alex, tirándolos hacia la cama.

– Eh, llevaba tiempo buscándolos -contestó Alex, interceptándolos-. Seguro que yo tengo algunos tuyos.

Ninguno de los dos me estaba echando la culpa, pero las hormonas me empujaban a comportarme de manera irracional.

– ¡Ustedes perdonen! ¡No es el hada de la ropa interior quien coloca la ropa limpia, para que lo sepáis! ¡Soy yo! ¡Y los dos lleváis la misma talla! ¡La próxima vez os laváis vosotros la ropa!

El estallido me hizo sentir mejor al instante. Me gané que los dos me miraran con idénticas miradas de sorpresa y me aceleré de nuevo.

– Y ya que estáis, podéis ocuparos también de limpiar el retrete, ¡porque os aseguro que no soy yo la que no sabe apuntar!

No sabían qué decir. James, todavía desnudo, dio un paso atrás. Alex se incorporó en la cama. Parecía querer decir algo, pero yo lo detuve antes de que pudiera decir esta boca es mía.

– Y si estáis cachondos, ¡aliviaros vosotros mismos! -les grité-. ¡O mutuamente! ¡Me da exactamente lo mismo!

Con esas palabras, entré en el cuarto de baño y cerré dando un portazo tan enérgico que se descolgó el cuadro que tenía en la pared. Era una ilustración horrible de unos gatitos dentro de una bañera que me regaló Evelyn cuando cambió la decoración del aseo. El marco se partió por la mitad, igual que el cristal, que, afortunadamente, no se hizo añicos.

Tomé aire profundamente un par de veces y esperé a que me asaltara la culpa. No ocurrió. Seguía sintiéndome bien. Había estallado sin motivo, hasta yo lo sabía. Ni siquiera estaba enfadada por lo de la colada. No estaba enfadada, pero, de alguna forma, el hecho en sí hacía que me sintiera bien por haber gritado.

La había cagado y lo sabía, pero sonreí mientras recogía los gatitos y los tiraba a la basura. Eso me sentó todavía mejor.

– Que os jodan, gatitos en la bañera -susurré.

Fui calmándome a medida que se iba llenando la bañera. ¿De verdad les había dicho que se aliviaran mutuamente? ¿Lo harían?

Hasta el momento, por mucho que se enredara nuestro acuerdo de cama, Alex y James no habían tenido sexo. Yo había hecho todo lo que una mujer puede hacer con cada uno de ellos, por separado y al mismo tiempo. Ellos habían estado al lado o frente al otro. Incluso espalda contra espalda. Pero no se habían besado ni tocado.

Tal vez fuera ésa otra de las normas que no se habían molestado en comentarme.

Vacié la bañera y me puse el albornoz. Cuando abrí la puerta del cuarto de baño, me encontré nuevamente con las miradas de sorpresa de los dos. Alex y James estaban despatarrados sobre mi cama, vestidos únicamente con calzoncillos. Estaban viendo los deportes en la televisión con una cerveza en cada mesilla. Parecían una pareja que llevara años casada, cómodos hasta el punto de que podían eructar o hurgarse en la nariz en presencia del otro.

– ¿Por qué no os tocáis nunca? -quise saber.

Los dos me miraron sin saber que decir. James fue el primero en responder, probablemente porque Alex tenía la boca cerrada, de forma muy sensata por su parte.

– ¿Qué?

Me acerqué a la cama, alargué el brazo hacia el mando a distancia y apagué la televisión.

– Vosotros. ¿Cómo es que nunca os tocáis cuando follamos?

Nunca había visto a James sonrojarse. Puede que fuera como una mariposa, revoloteando de un lado a otro o dando vueltas en el sitio, pero nunca cambiaba el gesto por nada. Y en aquel momento vi como se le enrojecía el pecho y el rubor ascendía como una columna por su garganta hasta las mejillas.

Alex no parecía preocupado. Se puso una mano detrás de la cabeza, lo que hacía resaltar su torso esbelto, y me sostuvo la mirada sin vacilar. Sonreía de forma enigmática, como la Mona Lisa, pero con más picardía en el fondo.

James lanzó una rápida mirada en dirección a Alex. La forma en que se apartó de él fue sutil, pero hablaba por sí misma. Alex tuvo que darse cuenta, igual que yo, pero no apartó la mirada de mí.

– ¿Y bien? -dije yo, levantando la barbilla hacia ellos.

– No soy gay -dijo James, tras lo cual miró a su amigo y se apresuró a añadir-: Aunque no hay nada malo en serlo.

Alex no pareció ofenderse.

– No es gay, Anne.

La respuesta me dejó un poco desanimada. No sabría decir con seguridad que era lo que había esperado o deseado oír. Lo que quería saber. James tenía la suficiente seguridad en sí mismo como para que ni siquiera se le pasase por la cabeza, pero, tal vez, yo sí necesitara oírlo para tener la seguridad de que me quería más a mí.

– Y yo no había practicado nunca el poliamor y ahora follo con dos hombres.

– ¿Poli-qué? -dijo James aún sonrojado.

– Poliamor. Significa que tienes más de una relación íntima y amorosa, no sólo sexualmente -explicó Alex como si estuviera hablando del tiempo que hacía.

James frunció el ceño. Nos miró a Alex y a mí alternativamente.

– Pero este no es el caso.

Yo me crucé de brazos con dificultad debido al grosor del albornoz.

– ¿Ah no?

James sacudió la cabeza.

– Lo nuestro es…

Alex y yo lo miramos, expectantes. James nos dirigió una sonrisita confiada.

– Es sólo diversión. Una aventura de verano -de pronto volvió a fruncir el ceño-. ¿No es así?

Alex y yo no nos miramos.

– Sí, tío -dijo él.

Yo no dije nada.

– ¿Anne?

Me mordí la mejilla por dentro hasta que me hice sangre.

– Sí, claro.

James se levantó y rodeó la cama para tomarme en sus brazos.

– ¿Que te pasa, nena? Pensé que te gustaba.

Yo sacudí la cabeza.

– Nada, no me pasa nada.

James me besó, pero yo no le devolví el beso.

– Venga, cuéntamelo. ¿Por qué estás de mal humor? ¿Quieres que dejemos de ver la televisión aquí para que te puedas acostar?

Un mes antes no se habría mostrado tan intuitivo. Había que agradecérselo a Alex. Y el hecho en sí me molestó más que si no hubiera sido consciente de ello como antes.

– No -le espeté.

– ¿Entonces qué te pasa?

Trataba de apaciguarme, sin éxito.

– ¡Nada! -grité, rígida y sin ninguna gana de ablandarme entre sus brazos-. Entonces… ¡nada!

Alex se levantó y se dirigió hacia la puerta. Me di la vuelta entonces y le dije:

– ¿Adónde te crees que vas?

Él se encogió de hombros.

– A daros un poco de intimidad.

Yo me eché a reír con tono de mofa.

– ¿Intimidad? Te viene bien estar cerca para que me meta tu polla en la boca, pero cuando estoy de mal humor sales por la puerta. Es eso, ¿no?

– Por todos los santos, Anne -dijo James, atónito ante mi vehemencia-. ¿Qué te pasa?

– Voy a ir a darme una vuelta. Os dejaré a solas un rato -dijo Alex dirigiéndose a la puerta.