Fue sólo una semana, pero fue la semana más larga de mi vida. Se me terminó la regla, lo que siempre era un alivio. La empresa de James empezó un nuevo proyecto y sus horarios cambiaron. Llegaba más pronto a casa, de modo que podíamos pasar más tiempo juntos, tiempo que empleábamos haciendo cosas en el jardín, como montar el nuevo columpio.
Era como habría sido el verano si al llegar Alex no hubiéramos empezado el romance. Era el invitado perfecto. Educado. Distante. Se había convertido en un desconocido, y me estaba matando que lo hiciera.
Yo intentaba ocultar que me reconcomía por dentro. No quería que se notara que su rechazo me escocía como una espina clavada que no me podía sacar. No podía mirarlo por miedo a que se me notara en la cara el anhelo. No podía arriesgarme a que James viera lo mucho que deseaba que las cosas volvieran a ser como antes.
Fue Claire, por sorprendente que pueda parecer, quien me ofreció un hombro en el que llorar. En el pasado siempre había compartido mis sentimientos con Patricia, pero dado que no le había contado que me acostaba con Alex, no podía llegar ahora y admitir que estaba hecha polvo por lo que ni siquiera podía considerarse una ruptura. Nunca había hablado mucho de sexo con Mary, y, además, se había ido a Pennsylvania una semana a arreglar papeles de la universidad. Y posiblemente otras cosas de las que no comentamos nada.
Así que fue con Claire con quien terminé hablando del tema un día en mi casa, comiendo. Había pasado por allí para dejar algunas cosas más para la fiesta. La casa estaba en silencio. Yo había estado cambiando cosas en mi curriculum, pero no había hecho grandes avances. Mis dedos tecleaban, pero mi mente estaba muy lejos, y había cometido muchos errores.
Me alegré cuando apareció en la puerta, porque eso significaba que podría abandonar lo que se había convertido en una tarea inútil. Me pasó una bolsa de tomates del jardín de nuestra madre y un par de invitaciones que habían echado al buzón de nuestros padres en vez de enviármelas a mí por correo.
– Se quedarán sin comer por poner un sello, vamos -dijo mientras se servía algo de comer y beber. Lo dejó todo en la encimera y empezó a preparar sándwiches.
– Todo el mundo ha aceptado. Dios mío. Espero que haya sitio para todos.
– No te preocupes por eso. Los amigos de papá estarán tan borrachos que no se darán ni cuenta, y los Kinney se largarán al poco rato con su palo metido por el culo.
La idea de que los Kinney se mezclaran con mis padres y sus amigos hacía que se me tensara el estómago.
– No me lo recuerdes.
– ¿Qué tal está la espeluznante pareja, por cierto? Evy y Frank -Claire se rió mientras imitaba al padre de James-. Tengo muchas ganas de verlos. Creo que me pondré mi camiseta por encima del ombligo sólo para ver cómo se les descompone el rostro. Para ver cuánto tarda tu suegra en preguntarme si he engordado.
– Por Dios, Claire, no serás capaz. ¿En la fiesta de papá y mamá?
Se llevó el plato a la mesa y yo la seguí.
– Tal vez.
Observé el gran bocado que le daba al sándwich.
– ¿Has decidido tenerlo?
Tardó un minuto en tragar lo que tenía en la boca. Asintió con la cabeza.
– Sí.
– ¿Y qué harás con la universidad? ¿De dónde sacarás el dinero?
– Me quedan sólo tres créditos para terminar. Puedo sacármelos con un trabajo de becaria. Ya he empezado a buscar algo no retribuido para practicar. Encontraré un trabajo. Todo saldrá bien.
Se la veía mucho más segura de sí misma que yo en su caso.
– ¿Y vas a poder con todo?
Masticó un par de bocados más antes de contestar.
– Le estoy sacando dinero al cabrón que no me dijo que estaba casado y me dejó embarazada.
Lo insultó con la misma dulzura con que te daría un beso. Sonrió. Una sonrisa alegre y resplandeciente.
– ¿Va a darte dinero?
– Quince mil.
Me atraganté y tuve que toser.
– ¿Qué? Dios mío, Claire, ¿cómo demonios has conseguido que acceda a pagarte quince mil dólares?
– Le dije que podía demostrar que el niño era suyo con un test de paternidad. Lo que es cierto -me dijo-. Y le dije que no sólo se lo contaría a su mujer, a los padres de su mujer y a la junta de profesores, sino que también les diría cuánto le gustaba que me vistiera con ropa de colegiala y ponerme encima de su regazo para darme unos azotes.
No estaba segura de qué contestar.
– ¿Y… que guardes el secreto vale quince mil dólares?
La sonrisa de Claire se ensanchó.
– También tengo fotos. Y pruebas de que fuma porros habitualmente y que no tiene ningún tipo de escrúpulo a la hora de sacar tajada de los tratos que se hacen en su centro.
– ¿Su centro?
– Es director de instituto -me contestó-. Se folló a la desequilibrada equivocada, Anne.
– Vaya -dije yo no muy segura de si debería impresionarme o asustarme su forma de actuar-. Pinta como un buen escándalo.
– No debería haberme mentido -dijo con tono frío-. Podría haber sido un rollo divertido, sin más, pero él me dijo que me quería y el muy capullo me mintió. Así que en lo que a mí respecta tiene que contribuir con los gastos de este niño.
– ¿Y de verdad quieres tenerlo? -pregunte, observándola mientras se terminaba el sándwich.
– Sí. Quiero tenerlo. Porque puede que su padre sea un cabrón, pero… es mío.
– ¿Se lo has dicho a papá y mamá?
– Mamá se lo imagina. Papá no tiene ni idea, por supuesto. Esperaré a que pase la fiesta. No tiene sentido estropearlo todo.
Se encogió de hombros.
– Parece que lo tienes todo previsto -le dije. Mi hermana soltó una suave carcajada.
– Ya lo veremos, ¿no te parece? ¿Quieres otro sándwich?
Ni siquiera había probado el que tenía en el plato.
– No, gracias.
– Entonces ¿qué ha pasado? -preguntó mientras ponía sobre una rebanada de pan gruesas lonchas de beicon, tomates del jardín de nuestra madre y lechuga, untado todo con una generosa capa de mahonesa que se desbordaba por los lados. Se lamió todos los dedos, uno por uno.
– ¿Con qué? -mi sándwich tenía los mismos ingredientes, sólo que en menor cantidad.
– Con qué, no. Con quién. Con él -dijo, haciendo una pausa que no presagiaba nada bueno-. Alex.
– No ha ocurrido nada con él -contesté yo dando un mordisco, que mastiqué sin muchas ganas.
Claire hizo un ruido burlón.
– Venga ya. Qué mal mientes, Anne.
– Al contrario, Claire, miento muy bien -contesté yo, tomando unos gusanitos con sabor a queso, que tampoco saboreé.
– Eso dices tú. Venga, escupe, hermanita. ¿Qué ha pasado? ¿James se ha enfadado?
– No.
Claire aguardaba, expectante, con la boca llena. Bebí un sorbo de coca-cola y jugueteé con mi servilleta. Ella masticaba, tragaba y se llevaba otro bocado a la boca, esperando a que yo hablara.
– Digamos que el plan se ha desmoronado, eso es todo. ¿No es lo que siempre pasa?
– No lo sé. Nunca he hecho algo así -contestó ella, engullendo medio vaso de leche, tras lo cual se limpió la boca con delicadeza-. Bueno, quiero decir que sí que he follado con más de un tío a la vez, pero eran tíos que no se conocían.
– Eso no me ayuda, Claire.
Ella sonrió de oreja a oreja.
– Lo siento, hermanita. Entonces, si James no se ha enfadado, ¿qué es lo que ha pasado? No me hagas que te torture con el eructo de la muerte, Anne. Sabes muy bien que lo haré.
A veces podía ser de lo más exasperante, pero también sabía cómo arrancarme una sonrisa.
– Ya te lo he dicho. Se desmoronó. No sé. Cuando estamos solos él y yo me gusta, pero cuando está con James los dos se comportan como niños.
– Ya. No es muy sexy.
– Pues no. Y además comparten un montón de cosas de las que yo no formo parte -dije-. Pero no es sólo eso. Quiero decir… que son muchas más cosas.